FormulaTV Foros

Foro Águila Roja

Confía en mí

Anterior 1 2 3 4 [...] 20 21 22 23 24 25 26 Siguiente
#0
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!

Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.

Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#441
littlenanai
littlenanai
16/11/2012 22:27
Pobre Gonzalo...jo yo quiero que se entere de que va a ser papá otra vez y que arregle las cosas con Margarita! :'( no nos dejes sufriendo mucho tiempo jajaja
#442
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 15:56
¡Hola, guapas!

¿Qué tal? Bueno, aquí estoy de nuevo para publicar la continuación de "Confía en mí". ¡¡¡Ay, chicas, siento vuestros nervios, pero aún queda un poquito más por sufrir...!!!!

Kaley, Littlenanai, muchos besosssssssssssssssssssssssssss a las dos y muchas gracias por seguir mi historia. A más ver. MJ.
#443
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 15:59
CONFÍA EN MÍ

Después de salir del palacio, Catalina se dirigió a la Cañada donde vivía Manuela López. Llamó varias veces a la puerta de la humilde vivienda.
-Ya voy… Ya voy…
Cata sonrió al oír la voz de la señora Manuela, que dio un grito de alegría al ver a la hija de Remedios.
-¡Catalina, cuánto tiempo! –Y la abrazó con cariño.
-Demasiado, señora Manuela, demasiado… pero estoy tan liada con el trabajo en palacio, mi casa, mi hijo…
-Lo sé, hija, lo sé. Anda entra, que aquí nos vamos a helar.
Catalina irrumpió en la vivienda. Aquel sitio desprendía calidez y paz, mucha paz. Todo lo que necesitaba Margarita para que su embarazo acabara felizmente. La madre de Murillo suspiró. Manuela López le indicó que se sentara en una silla y luego fue hasta el hogar. Calentó un caldo que tenía en la olla y llenó dos recipientes. Le ofreció a Catalina uno de los cuencos y luego se sentó junto a ella.
-Está buenísimo, señora Manuela –dijo al beber un sorbo.
-Tómatelo y después hablamos, hija.
El ama de llaves de la marquesa de Santillana se fijó en las manos de Manuela y en las arrugas que surcaban su dulce rostro. Los ojos castaños la miraron con ternura. En aquellos segundos en los que sus miradas coincidieron, Catalina recordó la triste historia de aquella mujer. Manuela había sido una de las mejores modistas de Madrid. Las damas de la nobleza se peleaban por conseguir sus patrones y sus maravillosas manos de costurera, pero ella se enamoró de quien no debía. Un canalla le arruinó la existencia. De la noche a la mañana se vio en la calle, sin nada, embarazada y completamente sola. Las nobles a las que antes cosía le cerraron las puertas de sus palacios. Manuela perdió a su bebé, tuvo que mendigar por las calles de la Villa y cuando estaba a punto de quitarse la vida, un ángel llamado Remedios la salvó de la muerte. La madre de Catalina la acogió en su casa, le ofreció lo poco que tenía, incluso le presentó al que después se convertiría en su esposo. Abelardo, el aguador, había enviudado y tenía cuatro hijos pequeños. Ella se casó con aquel hombre y se hizo cargo de los niños. No estaba enamorada de su marido, pero con los años llegó a quererle y Abelardo siempre la respetó. Catalina parpadeó cuando oyó la voz de la anciana.
-¿Y qué te trae por la Cañada, hija? –le preguntó.
-Necesito contarle algo, señora Manuela. Una amiga mía necesita su ayuda…
La mujer hizo un ademán para que Catalina prosiguiera y ésta le contó lo que le había ocurrido a Margarita. Cuando finalizó, Manuela suspiró.
-Pobrecilla, ¿y dices que el esposo la engañó con esa dama inglesa? No lo comprendo, si él la ama…
-Eso es lo más incomprensible de todo, señora Manuela. Gonzalo siempre ha estado enamorado de Margarita, yo jamás pensé que le pudiera hacer algo así.
-¿Estáis seguras de que eso es verdad? A veces los malentendidos causan mucho dolor y después…
-Si me lo hubiesen contado, tendría mis dudas, señora Manuela, pero yo les vi, igual que Margarita.
-En ese caso… -Frunció el ceño-, tu amiga necesita un lugar donde ocultarse de su marido y de la marquesa de Santillana. Esa mujer no me agrada, Catalina, siempre te lo he dicho. Nunca me gustó la hija del cuchillero.
-Lo sé, pero necesito ese trabajo... Mi Murillo crece que es una cosa mala y el hambre nunca ha sabido de barrios ni de personas… –Suspiró y dejó el cuenco encima de la mesa-. En cuanto al dinero que le ha dado la marquesa a Margarita, éste le vendrá muy bien para que su embarazo llegue a buen puerto, señora Manuela.
-Tienes razón. Los próximos meses son muy importantes. ¿El marido no sabe que ella está esperando un hijo?
-No, Gonzalo no lo sabe –musitó con tristeza-, y me da tanta pena por los dos, señora Manuela… -Sollozó-, porque yo les quiero y mucho. Se les veía tan enamorados y felices…
La mujer apretó cariñosamente sus manos.
-Puede que todo se arregle, Catalina. El tiempo pone a cada uno en su sitio, te lo aseguro. Dile a tu amiga que en mi casa podrá estar tranquila. –Le sonrió-. Ven conmigo, Catalina, le diremos a mi vecino Pascual, que os recoja al amanecer en un sitio determinando.
-Gracias, señora Manuela. Margarita le pagará por arrendarle un cuarto y la ayudará con la costura. Ella es costurera en el palacio de Santillana.
-Entonces congeniaremos muy bien.
-Estoy segura de que sí. –Le sonrió.
Catalina se puso de pie y le besó. Después hablaron con Pascual y María, los vecinos de Manuela, y quedaron en verse a la hora convenida en el camino de la Vaguada.
#444
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 16:00
Margarita oyó los golpes en la puerta y guardó debajo de la cama el canasto que estaba preparando. Tragó saliva y se acercó sin hacer ruido al salón.
-¡Margarita, abre soy Juan! Sé que estás ahí…
Ella no supo nunca porqué le abrió, pero lo hizo. Se miraron cuando se encontraron frente a frente.
-¿Puedo pasar? –le preguntó.
Ella no le contestó, movió la cabeza y Juan de Calatrava se adentró en la casa de Catalina. El médico la miró fijamente. Percibió su sufrimiento y otra cosa que no supo definir en ese instante. Le habló:
-¿Cómo te encuentras?
Ella suspiró antes de responderle.
-Bien.
-Sé lo que ha pasado y vengo a decirte que no me creo que Gonzalo te haya engañado con la duquesa de Cornwall. –Margarita le escrutó con gesto sorpresivo-. Lucrecia es capaz de inventarse cualquier cosa y…
-Los hombres siempre os amparáis los unos a los otros, ¿verdad? –Una sonrisa triste apareció en la comisura de sus sensuales labios-. Sabes, Juan, Gonzalo, también hizo algo parecido cuando tú me engañaste con Eugenia de Molina… Ese es mi sino, ¿no?
-Toda mi vida me arrepentiré de aquello, Margarita. Yo te traicioné, es cierto, pero no creo que Gonzalo lo haya hecho y menos con esa mujer. ¡Dios, si está loco por ti!
Margarita desvió la mirada hacia el hogar donde hervía una olla. El color del fuego centelleó en sus ojos cuando se encontró con los de él.
-¡Lo he visto con mis propios ojos, Juan! He visto la cama deshecha, a mi marido semidesnudo y a ella… -Se le escapó un sollozo-. ¿Cómo crees que puedo pensar que es una mentira? Siento un gran dolor aquí… -Y se señaló el lugar donde su corazón latía-, porque he amado a Gonzalo desde que tengo uso de razón y él...
Juan la interrumpió:
-Estás cegada por el dolor, Margarita. Has visto lo que Lucrecia y esa otra mujer han querido que veas.
-No me vas a convencer, Juan. Defiendes a Gonzalo porque tú hiciste lo mismo que él. Los hombres sois todos iguales, pensáis que nosotras tenemos que callar y mirar a otro lado y ya está. Pues yo no.
-Margarita…
-Te agradezco tu visita, pero tengo cosas que hacer. Si me disculpas…
El duque de Velasco y Fonseca no supo qué decir. Margarita comenzó a recoger los platos que estaban encima de la mesa. El médico hizo ademán de marcharse, pero vio a Gonzalo, que acababa de entrar en la casa de Catalina. Margarita y él se miraron. Juan carraspeó.
-Gonzalo, he venido a…
-Álvaro me ha dicho que te podía encontrar aquí. Te agradezco tu preocupación, Juan.
El maestro asintió y le dio un golpecito en el hombro a modo de agradecimiento. Margarita les observó adusta. Por su cabeza pasaron en ese instante multitud de reproches. No pudo callarse.
#445
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 16:01
-Claro, los hombres tenéis constantemente la razón. Os apoyáis y podéis hacer lo que queráis sin pedir permiso a nadie… ¡Qué os cansáis de vuestras prometidas y de vuestras esposas…! –Hizo una mueca despectiva-, pues os buscáis una amante que os satisfaga y ya está; sin embargo, nosotras tenemos que soportar humillaciones, golpes, sufrimientos, engaños y parir a vuestros hijos sin que la ley nos ampare porque según ésta, vosotros sois nuestros dueños.
Gonzalo y Juan la miraban sorprendidos. Su marido habló, después de tragar saliva.
-Comprendo que estés enfadada y que…
-¿Enfadada, Gonzalo? Estoy decepcionada, hastiada, dolida…
-Yo te quiero y nunca, escúchame, nunca te engañaría con ninguna otra mujer. Contigo lo tengo todo. Eres mi vida desde que te conocí, lo has sido y lo serás siempre.
Juan se sintió incómodo al estar presente en aquella conversación tan íntima de la pareja e hizo ademán de marcharse, pero Gonzalo le asió de un brazo.
-Te juro, Margarita, y te lo digo delante de Juan, que no ha pasado nada con Beatriz de Lancaster. Lucrecia y esa mujer lo han planeado todo.
-Créele, Margarita. Lucrecia es capaz de cualquier cosa, siempre te ha tenido envidia.
Las lágrimas temblaron en los ojos femeninos.
-¿Envidia? ¿Qué me puede envidiar ella a mí, Juan?
-Simplemente ser como tú eres y desear que un hombre como Gonzalo la ame.
Su marido la observaba con detenimiento. Las dudas comenzaron a asomarse a sus pupilas. Margarita le preguntó:
-¿A dónde ibas por las noches, Gonzalo?
Él entornó los párpados. Le atormentaba no poder decirle que él era el Águila Roja… No le contestó. Sus miradas volvieron a encontrarse.
-¿Ves, Gonzalo? No puedo confiar en ti. Vete, por favor.
-Margarita…
-¡Vete! –gritó, perdiendo los nervios.
Catalina llegó a la casa en ese instante. Miró a los dos hombres y luego a Margarita, que se había apoyado en una silla.
-¿Qué pasa aquí? –preguntó, frunciendo el ceño.
El maestro le contestó:
-Necesito contarle lo que he…
-¡Déjala en paz, Gonzalo! ¿No ves lo que está sufriendo? –le refutó, abrazando a su amiga.
Juan intervino.
-Gonzalo, será mejor que nos marchemos. Margarita está muy alterada y…
Él asintió. Tenía los ojos brillantes. No podía dejar de mirarla y sentirse culpable por todo lo que ella estaba padeciendo.
-Te quiero, no lo olvides nunca… -murmuró y luego salió de la casa seguido por Juan de Calatrava.
Margarita se derrumbó al oírle, pero Catalina la obligó a sentarse. Se tomó un caldo y minutos después se sentía mejor.
-¿Y qué hacía Juan con Gonzalo? –le interpeló su comadre acariciándole los cabellos.
-Vino a defenderle y luego se presentó Gonzalo.
-¡Esto sí que es para contar en las crónicas de la Villa! Antes se peleaban por ti y ahora amigos íntimos…
-Cata… -murmuró la costurera llevándose las manos al rostro.
-¡Ay, lo siento, alma mía, pero es que esto tiene mucha miga!
-Sí, demasiada. ¿Hablaste con Lucrecia? –le preguntó tras suspirar.
-Sí, me entregó esto para ti. –Catalina sacó las bolsitas del dinero de su refajo-. Ha sido muy espléndida, ¿no crees?
-Sí… -susurró con el corazón encogido. Alzó la mirada.
-¿Estás decidida a irte, Margarita?
Su amiga asintió.
-No puedo perdonarle, Cata, ahora no puedo… -Necesito estar tranquila, lejos de todo lo que me recuerde a él… -Suspiró-. Me apena mucho dejar a Alonso… -Sollozó-, pero mi hijo es lo más importante que tengo ahora, mi bebé es lo único que me incita a seguir luchando. Lo único.
-Lo sé, mi vida, lo sé. Alonso lo comprenderá y estoy segura de que algún día volveréis a estar juntos –le dijo, sonriéndole.
-Le he escrito una carta, me gustaría que se la entregaras pasado mañana. No me gusta mentirle, pero mi sobrino tiene que pensar que he vuelto al palacio de Santillana y… -Margarita tragó saliva y no pudo continuar.
-Yo le diré que te has ido antes de que se despertara y le enviaré a la cama pronto para que se quede dormido y piense que tú has llegado tarde… Cuando se descubra todo, él y Gonzalo tienen que creer que te has ido a Sevilla.
-Ojalá Alonso me pueda perdonar…
-Alonso te quiere mucho, Margarita. Tú eres una madre para él.
-Por eso, Cata, por eso...
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Catalina la abrazó de nuevo. Cuando se calmó, su comadre le contó lo que había hablado con la señora Manuela y que todo estaba preparado para que Pascual, su vecino, las recogiera en el camino de la Vaguada al amanecer. Margarita aceptó lo dispuesto y luego volvió al cuarto para terminar de recoger sus cosas.
#446
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 16:01
Gonzalo accedió a ir con Juan a la posada del Rana. Él no frecuentaba aquel lugar, pero necesitaba calmarse y qué mejor que en la compañía de alguien que parecía comprender su dolor. Juan bebió un sorbo de vino, y después manifestó:
-Tienes que tener paciencia, Gonzalo. Margarita ha sufrido un gran desengaño y aunque todo sea una mentira, ahora mismo tiene en su mente la escena que me has contado y que ella ha visto tan explícitamente.
-¿Tú me crees de verdad, Juan?
El duque de Velasco y Fonseca le miró.
-Sí –le contestó con sinceridad-. La obcecación de Lucrecia por amargar la existencia de Margarita es notoria. Hace tiempo que me di cuenta de que no la soporta.
-Y yo he sido tan estúpido que permití que mi mujer estuviese en sus manos. Ya nos separó una vez… -Se lamentó-, tenía que haber estado más pendiente.
-Las mujeres como ella suelen ser persuasivas y astutas, Gonzalo. Lucrecia ha sabido tejer su tela de araña sobre vosotros, os habéis confiado y después… -Juan volvió a llevarse la jarra a la boca-. ¿Y dices que esas dos criadas estaban compinchadas con ella y con la duquesa de Cornwall?
-Sí, pero no sé cómo se llaman ni dónde viven. Las he estado buscando esta tarde por todos los barrios conocidos, pero parece que la tierra se las haya tragado… Nadie las conoce ni las han visto por ningún sitio…
-Es extraño, sin duda. Y lo que tampoco comprendo es qué tiene que ver en este asunto Beatriz de Lancaster… ¿Por qué ha tramado este plan con Lucrecia?
Gonzalo se aclaró la garganta antes de responderle:
-Yo ya la conocía y no acepté algo que me propuso…
-¿Qué ya la conocías? ¿Me estás diciendo que te estaba chantajeando? –le preguntó intrigado.
-Sí. Esa mujer y yo nos conocimos en un momento complicado de mi vida… No aceptar su chantaje ha provocado todo esto.
-¡Vaya, es una sorpresa para mí saberlo!
-Para mí también lo fue, Juan. Ni te imaginas lo que he tenido que hacer para que Margarita no se viera implicada en los sucios manejos de Beatriz de Villamediana…
Juan arqueó las cejas al oír aquel apellido.
-¿Beatriz de Villamediana, dices?
-Sí, ese es su primer apellido, pero ella lo oculta. Beatriz es la hija de Lope de Villamediana.
Juan bebió el vino de su recipiente. A continuación, le dijo:
-Esa mujer es muy peligrosa, Gonzalo. Deberías poner en conocimiento de la autoridad su presencia en la Villa. El rey tiene prohibido que los Villamediana pisen suelo español.
-Lo sé. Por su culpa mi esposa y yo nos hallamos ahora en esta dolorosa situación, ¿comprendes? Ella y Lucrecia han destruido nuestra felicidad, pero no nuestro amor –afirmó rotundo-. Voy a luchar contra todo lo que se interponga entre Margarita y yo, aunque me tenga que enfrentar a medio mundo.
Juan le contempló con asombro. Gonzalo de Montalvo era un hombre pacífico y la mesura era su principal virtud, pero todo cambia cuando la vileza arrastra a una persona hasta el borde del abismo. El médico asintió, él también se hubiese rebelado ante aquella injusticia.
-Haces bien en defender vuestro amor. No os merecéis pasar esta angustia.
-En cuanto tenga las pruebas suficientes se las mostraré a Margarita y después, Lucrecia tendrá que reconocer ante ella lo que ha hecho. No me importa que sea una noble, Juan.
Él no le respondió. Lo que pretendía Gonzalo era muy difícil de conseguir, ya que un miembro de la nobleza de ningún modo sería desprestigiado ante un plebeyo. Sin embargo, el médico admiró el coraje y la seguridad que plasmaban los ojos de color miel. Gonzalo siguió hablando:
-No sé dónde está Beatriz de Villamediana… Lucrecia, aparentemente, la echó de su palacio. Hablé con algunas criadas y me comentaron que la vieron partir en el carruaje de la marquesa.
-¿Y ninguna te dijo cómo se llamaban las otras sirvientas?
-No. Esas muchachas eran nuevas en el servicio y no las conocían. Me he acercado al palacio antes de ir a la casa de Catalina para seguir investigando, pero un lacayo no me dejó entrar en las cocinas. Tenía orden de la marquesa de no permitirme el paso.
-Ya no tengo dudas de que Lucrecia está implicada en este asunto.
-Yo tampoco –le contestó Gonzalo visiblemente molesto y con gesto serio-. Jamás le perdonaré esto, jamás…
Juan le golpeó suavemente el brazo izquierdo.
-Todo se arreglará, Gonzalo –habló el médico-. Margarita te ama y volverá contigo.
Gonzalo suspiró.
-Eso espero, Juan, eso espero.
#447
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/11/2012 16:02
Satur había ido al mercado a comprar unas cebollas, ajos y patatas para la comida, y ya de vuelta se encontró frente a frente con Alonso y Murillo. El hijo de Gonzalo frunció el ceño al verle e hizo ademán de no detenerse. Saturno García se lo impidió y le habló con tranquilidad.
-Alonsillo, que te estás comportando como un niño malcriado y no le has dao ni una oportunidad a tu padre para que se explique.
-¿Qué explicaciones me va a dar, Satur? Es evidente lo que ha pasado, ¿no?
-No te subas a las barbas, Alonsillo, que nos conocemos…
-Tú siempre le vas a defender a él, yo a mi tía.
-Alonso, que las cosas no son así… Que la vida es muy complicá y es verdad que los mayores algunas veces se equivocan, pero en este caso no…
-¡Yo ya soy mayor y sé lo que ha ocurrido! –exclamó, interrumpiéndole.
Satur le asió por los hombros.
-Escúchame, chiquillo, no todo es lo que parece. Tu tía está pasándolo muy mal, pero tu padre también.
-Pues que no se hubiese juntado con la noble esa.
-¡Qué no, Alonsillo, que él sólo quiere a Margarita! Que eso con la miladi no ha sucedio…
-Ni Catalina ni mi tía opinan lo mismo, Satur.
-Ellas están equivocás, te lo juro por lo más sagrao, Alonso.
-No te creo.
-Que luego te vas a arrepentir… Esto que le estás haciendo a tu padre te va a pesar, Alonsillo… Además, tienes que ir a la escuela y…
-¡No pienso ir más a la escuela!
-¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer?
-Trabajaré en lo que sea.
Satur frunció el ceño.
-¿Trabajarás? ¿En qué? Pues que yo recuerde siempre me estás diciendo que quieres seguir los pasos de tu padre y para eso tienes que estudiar, ¿no?
Alonso, con el gesto contrariado, se deshizo de los brazos que le asían.
-Mi tía no se merece lo que está sufriendo por su culpa.
-No, si en tozudo no hay quien te gane, ¡eh!
El niño miró al hijo de Catalina, que todo el tiempo había permanecido callado.
-¡Vámonos, Murillo!
Los dos comenzaron a andar. Satur suspiró y miró al cielo. Antes de que los niños doblaran la esquina, Saturno García le llamó:
-¡Alonso!
Él le miró.
-Te vas a arrepentir y mucho, ya lo verás.
Alonso y Murillo se perdieron entre los puestos del barrio, mientras Satur se dirigía a la casa…

Continuará... Besosssssssssssssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#448
Kaley
Kaley
21/11/2012 18:07
Ufffff !!! cada vez veo más complicado el asunto, sigue por favor ....
#449
littlenanai
littlenanai
21/11/2012 21:06
Esto se pone interesante..sigue así! :) un beso
#450
Kaley
Kaley
27/11/2012 16:41
confiaenmi
#451
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 19:56
¡Hola, chicas!

Muchas gracias por vuestras palabras, Kaley y Littlenanai. No he podido entrar antes. Problemas con el ordenador. Bueno, niñas, sigo con la continuación de "Confía en mí". Espero que os siga gustando. Besosssssssssssssssssssssssssssss... MJ.
#452
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 19:59
CONFÍA EN MÍ

Beatriz había desayunado en la alcoba que el cardenal había dispuesto para ella, luego se vistió y se dirigió al privado de Mendoza. Uno de los sirvientes le había dicho que éste se hallaba allí y que la esperaba. La hija de Lope de Villamediana fue a llamar a la puerta, pero se dio cuenta de que ésta no estaba completamente cerrada. La duquesa de Cornwall espió al prelado que, delante de un lienzo de Velázquez, leía una carta y después besaba el prendedor de la mariposa. Beatriz parpadeó sorprendida. Posteriormente, el prelado introdujo la joya y el papel en una caja fuerte que estaba encajada en el hueco de la pared. Mendoza suspiró al cerrar la puerta con una llave. A continuación, colgó el cuadro y guardó el pequeño instrumento metálico en uno de los cajones del escritorio. Beatriz simuló llegar en ese instante y golpeó la hoja de madera. Habló:
-Eminencia, me dijeron que queríais hablar conmigo…
-Sí, entrad y sentaos.
Ella le obedeció sumisa.
-He estado pensando en lo que me comentasteis, querida Beatriz. A ninguno de los dos nos interesa enemistarnos… -Le sonrió y ella le devolvió su misma falsa sonrisa-. Si estamos juntos podremos conseguir que nuestros deseos se realicen, ¿no creéis?
-Así es, eminencia.
-¡Perfecto! –exclamó con gesto ufano-. Mi casa ahora es la vuestra, Beatriz, pero os recomiendo que os mantengáis alejada del servicio y también que si necesitáis cualquier cosa me lo comentéis a mí. Ya sabéis cómo son los criados y que por unos cuantos maravedíes se venden al mejor postor. Si se enteran que sois una Villamediana…
-Yo no lo voy a decir, eminencia. Vos sois la única persona que conoce mi apellido paterno y… -Beatriz se calló. La imagen de Gonzalo de Montalvo se formó en su mente.
-¿Qué os ocurre? –le interpeló el cardenal.
La duquesa palideció y pareció no oírle. Ella estaba sumida en sus propias elucubraciones. “¿Y si Gonzalo la acusaba ante el rey por lo que había ocurrido en el palacio de Santillana…?”, se preguntó. “No, él también ocultaba a los demás su doble identidad. Gonzalo no la delataría…”, se dijo. Pestañeó y luego miró fijamente a Mendoza. Se aclaró la garganta antes de contestarle:
-Disculpadme, eminencia. El sufrimiento que padeció mi querido padre me produce tanto dolor que me… -Sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Calmaos, Beatriz, pronto podréis vengarle.
La joven tragó saliva y se secó las mejillas con un pañuelo de seda que guardaba en un bolsillito de la falda. Beatriz suspiró. Su actuación ante el cardenal era tan creíble que en ningún momento Mendoza sospechó que le estaba mintiendo. Se creyó completamente su pena. “El cardenal no podía descubrir aquel oscuro secreto de su pasado…”, pensó. Irse del palacio de Santillana había sido una buena solución, pues así Gonzalo de Montalvo no conocería su paradero ni la incomodaría en ningún momento.
-Sé que con vuestra ayuda pronto el rey de las Españas sufrirá tanto como mi padre. Os aseguro, eminencia, que en Inglaterra se celebraría con entusiasmo la muerte de Felipe IV tanto como se festeja desde 1606 la de Guy Fawkes.
El cardenal le sonrió. Iba a contestarle, pero alguien llamó a la puerta.
-Entre…
Sebastián se aclaró la garganta antes de manifestar:
-Eminencia, el Comisario desea hablar con vos.

-Guy Fawkes fue un conspirador católico inglés que sirvió en el Ejército español en Flandes y el cual planeó la Conspiración de la pólvora con el objetivo de derribar el Parlamento inglés y asesinar al rey Jacobo I de Inglaterra y al resto de la Cámara de los Lores. Fue ejecutado el 31 de enero de 1606 y desde entonces ese día se rememora en Inglaterra como la Noche de Guy Fawkes o la Noche de las Hogueras donde se simula quemar a este personaje. (N. de la A).
#453
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 19:59
-Decidle que enseguida le atenderé. -El secretario asintió y cerró la puerta. Mendoza miró a Beatriz-. Si me disculpáis, querida niña, otros asuntos me impiden seguir con esta interesante conversación.
La duquesa se levantó de la silla.
-No os preocupéis, eminencia. Sé que sois un hombre muy ocupado.
El rostro de Mendoza se transformó en una máscara de hipocresía al dirigirse de nuevo a ella:
-Seguiremos conversando más tarde y también preparando nuestros planes…
Beatriz asintió y salió de la soleada estancia. “¡La tengo en mis manos!”, exclamó el cardenal con una sonrisa en sus labios. Dejaría que se confiara unos días más, después el rey sabría quién era ella y porqué le estaba enviando aquellas malditas misivas. Mendoza frunció el ceño. Tendría que contarle a su majestad que él también había recibido anónimos, pero eso ahora no le quitaba el sueño. Sus hombres habían estado en los bajos fondos de la Villa buscando información sobre anglosajones que hubiesen estado por aquellos días en Madrid. Nadie conocía a la duquesa de Cornwall ni ninguna persona distinguida había viajado a Inglaterra. Francisco de Mendoza cogió la pluma de ánade y firmó un documento. “¡Buen farol, querida Beatriz, pero yo soy mejor jugador de cartas que vos!”, se dijo sonriente.

Hernán no se sorprendió al ver a Beatriz de Lancaster. Imaginó que la duquesa había buscado el apoyo y la protección de su padrino ante las habladurías de la corte. El Comisario sonrió. Él sabía cuál era el interés de Lucrecia para destruir la relación del maestro con la costurera, pero Beatriz… “¿Qué tenía que ver ella en aquel asunto y por qué se había prestado a hacer aquello?”, se preguntó intrigado.
-Duquesa… -La saludó cortés.
-Comisario… -le contestó ella dubitativa.
Aquel hombre le producía escalofríos, pero a la misma vez sentía una peligrosa atracción hacia él.
-Sabía que os encontraría aquí… -musitó Hernán sonriente.
-Dijimos que nos trataríamos sin formulismos –dijo Beatriz con una sonrisa seductora.
Hernán asintió y luego le manifestó:
-Tu aventura con el maestro ha sido muy fugaz… La marquesa de Santillana te ha echado de su palacio y…
La joven dejó de sonreír y le espetó:
-¡No quiero hablar de ese tema!
El Comisario se puso a su lado. Ella contuvo la respiración cuando le susurró al oído:
-Te has equivocado de hombre, Beatriz…
Sus miradas se encontraron y él hizo ademán de besarla, pero en el último segundo no lo hizo.
-Su eminencia, me espera… Si me disculpas…
La duquesa de Cornwall asintió y tragó saliva. Hernán se giró y sonrió maquiavélico. Las espuelas de sus botas chirriaron contra el suelo de mármol.
#454
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:00
Luis de Ceballos sonrió a sor Teresa María. La religiosa se sentó en su sillón y le indicó al duque que podía hacer lo mismo en una de las sillas de tijera.
-Es una grata alegría para nosotras que nos visitéis, don Luis. Sabed que en nuestras oraciones siempre pedimos por vos, y ya veis que nuestro Señor os regala salud y la templanza que poseéis.
-Me siento abrumado por vuestras palabras, madre abadesa. Yo procuro ser un buen cristiano y ayudar a mis semejantes, pero no me considero un dechado de virtudes.
-Pues lo sois, don Luis.
El amigo de Laura de Montignac dibujó una sonrisa en la comisura de los labios. Luego suspiró pensando en cómo iniciar la conversación que deseaba. En Valladolid supo por una de las monjas que Irene nunca tuvo una medalla con la imagen de la Virgen de la Verdad. Aquello para él fue muy revelador. Las sospechas ahora estaban centradas en aquel convento de la Misericordia y en aquella religiosa. Sor Teresa era una mujer adusta, parca en palabras, acostumbrada a ordenar y a servir solamente a Dios. Sería muy complicado que ella le confiara un secreto sobre Anabel, pero lo intentaría. Todo por Laura.
-Me dijeron, don Luis, que estabais de viaje.
-Así es, madre abadesa, y pronto iniciaré otro. Esta vez al extranjero.
-¿Pasaréis la Nochebuena fuera de España?
-No, después de ésta me marcharé.
-Me entristece saber que por culpa de vuestras ocupaciones no pudisteis formar una familia.
-No me desposé, sor Teresa, porque el amor se fue de mi vida antes de que yo pudiera decirle cuánto la amaba.
-¿Murió esa mujer?
-No. Se enamoró de otro hombre.
-Lo siento, disculpadme… No… -musitó sonrojada.
-No os preocupéis, sor Teresa. Me hubiese gustado tener hijos y sentir la calidez de un hogar, pero Dios no dispuso que yo me enamorara de nuevo.
-Bueno, don Luis, Él sabrá lo mejor para vos.
-Estáis en lo cierto, sor Teresa. –Le sonrió.
La abadesa juntó sus manos y luego le preguntó:
-¿Y qué os trae por el convento, don Luis?
El duque de Villalba carraspeó antes de contestarle:
-Sé que lo que os voy a decir os puede causar cierta sorpresa, pero necesito que me confirméis algo que es muy importante para una persona...
La hermana de Agustín de Yeste arqueó las cejas.
-Si puedo ayudaros, lo haré con gusto.
-Se refiere a vuestra ahijada…
-¿Anabel? ¿Le ocurre algo? –le preguntó intranquila.
-No, la muchacha se encuentra bien –le dijo, tratando de calmarla-. Está feliz en el hogar de la familia con la que convive y le complace su trabajo en el hospital.
-Me habéis asustado, don Luis.
-Lo siento. No fue esa mi intención.
-No sé qué os puedo decir de Anabel. Ella es una criatura sencilla y dulce. Vos la conocéis, excelencia. Es una buena trabajadora y su educación ha sido piadosa y consecuente con las enseñanzas que proclamamos en el convento.
-Lo sé, por eso cuando me explicasteis que ella deseaba salir de la abadía y trabajar en el mundo exterior la llevé a mi casa. Pero quisiera saber, madre abadesa, si a Anabel la abandonaron en el convento o si alguien la trajo a este lugar para que vos y las hermanas de la Misericordia la cuidarais…
El labio inferior de sor Teresa María tembló al oírle. Sus mejillas perdieron color y la inquietud se asomó a sus pupilas.
-¿Por qué me preguntáis eso? –habló tras aclararse la garganta.
-Porque creo que sé quién es su madre.
La religiosa sintió que el tiempo se detenía. Un halo de luz se reflejó en su mirada y la hizo parpadear.
-A ella la abandonaron en el... Yo no…
#455
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:00
-¿La niña traía consigo una medalla, sor Teresa? –Insistió-. Es muy importante que me lo confirméis…
Las palabras de Agustín golpearon las sienes femeninas.
“Guarda esta medalla y cuando Ana crezca y sea una mujer se la entregas. Es de su madre. También quiero pedirte que le enseñes a leer y a escribir, y que aprenda de memoria este versículo de San Pablo a los Corintios…”
Sor Teresa miró a Luis de Ceballos fijamente.
-¿Anabel traía consigo una medallita con la imagen de la Virgen de la Verdad? –volvió a preguntarle.
La madre abadesa cerró los párpados. Luis supo en ese instante que había hallado a la hija de Laura. La monja abrió los ojos, tragó saliva y le respondió:
-El silencio es misericordioso, don Luis, pero nuestro Señor habla a través de él…
-Os comprendo, sor Teresa.
Ella miró hacia el ventanal y vio cómo una de sus hermanas sacaba agua del pozo. Parpadeó. Luego su mirada se quedó fija en un punto inexistente. El duque de Villalba esperó a que la madre abadesa tomara de nuevo la palabra, lo hizo tras suspirar.
-¿Quién es la madre de Anabel? –le preguntó.
-No puedo decíroslo, sor Teresa. Le prometí que nunca revelaría su nombre.
La religiosa suspiró de nuevo.
-Las promesas son espinas que se clavan en el corazón, ¿verdad?
-Así es, madre abadesa. Solamente os puedo decir que ella ha sufrido durante todos estos años la pérdida de su hija y que ansía recuperarla.
-¿Anabel se angustiará al saber…? –Le tembló la voz, no pudo continuar.
-No, os lo prometo. Pasará un tiempo hasta que la dama pueda desvelarle la verdad, pero Anabel no sufrirá por esta revelación; al contrario, sé que ambas se sentirán muy unidas y que el amor borrará todo el tormento del pasado.
-Confío en su palabra, don Luis.
El duque de Villalba le sonrió.
-Algún día la dama os agradecerá personalmente el cuidado y el amor que le habéis brindado a Anabel, os lo aseguro.
Sor Teresa María asintió. Sus ojos brillaban cuando Luis de Ceballos se levantó del asiento que ocupaba.
-Os pido, don Luis, que nadie sepa…
-No os preocupéis, nadie lo sabrá.
Después sor Teresa acompañó al caballero hasta la salida del convento. Cuando regresó a su privado sintió que algunas de aquellas espinas que desde hacía diecinueve años permanecían incrustadas en su corazón, comenzaban a desprenderse de aquel órgano que sangraba constantemente por culpa del remordimiento. La monja se sentó en su silla. “¿Y la otra niña? ¿Dónde estaría?”, se preguntó con gesto desolado. Ella había salvado a Anabel de la muerte, pero había condenado a la otra criatura a una vida disoluta o a algo peor… Rozó con sus dedos el cilicio que rodeaba el muslo derecho. Lo apretó con fuerza. Un gemido de dolor escapó de sus labios…
#456
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:01
Álvaro de Osuna sonrió a Anabel cuando ésta puso al recién nacido en los brazos de su madre. La parturienta les devolvió la sonrisa con la felicidad plasmada en su sudoroso y enrojecido rostro.
-Gracias, doctor… -musitó la mujer del panadero.
El médico asintió.
-Juana, tienes un hijo sano y hambriento –le dijo Álvaro al percibir cómo el pequeño buscaba instintivamente la mama para alimentarse.
Anabel rió con las mejillas arreboladas por la emoción. Aquel niño era el segundo que veía nacer y aquello era lo más hermoso que le había ocurrido en la vida. La señora Amparo se había marchado varios días antes de lo previsto y hasta que no llegara la nueva partera, ella ayudaría a los doctores en los alumbramientos. Juan y Álvaro le habían dicho que poseía cualidades inmejorables para ejercer el oficio de matrona. A Anabel no le temblaba el pulso en los momentos claves, tranquilizaba a las madres cuando los nervios y las contracciones las alteraban, no le asustaba la sangre ni la expulsión de la placenta, ni se desmayaba cuando Juan o Álvaro cosían a las puérperas. Además, ella estaba de acuerdo con los métodos que utilizaba el doctor Osuna durante el parto: las madres andaban por la sala durante las contracciones, luego elegían traer al mundo a sus hijos en cuclillas como las indias del Nuevo Mundo, en decúbito lateral izquierdo o sentadas en una silla especial… Nunca utilizaba la cama. Aquello sorprendió a Juan en un principio, pero luego aceptó y comprobó que las parturientas sufrían menos dolores durante la segunda fase del parto, los desgarros perineales eran mínimos, las mujeres se sentían partícipes del proceso… Sin embargo, la señora Amparo no estuvo nunca de acuerdo con aquel sistema implantado por Álvaro de Osuna. Las disputas entre ambos eran sonadas en el hospital y Juan a veces tenía que ceder para que la matrona no les abandonara. Álvaro le mostró libros en los que se decía que los antiguos egipcios, los griegos y hasta otras culturas ya utilizaban aquellos procedimientos para que sus mujeres parieran, pero la partera no cedió jamás y Álvaro decidió tomar a Anabel como su ayudante.
-Voy a decirle a Clemente, que ya puede entrar... –le dijo tras mirarla.
Anabel asintió. Los dos se sonrieron cuando el panadero irrumpió en la sala. Juana ya estaba recostada en una de las camas. El hombre agradeció repetidas veces a Álvaro su ayuda. Le entregó una canasta con hogazas de pan recién horneados y unos dulces de hojaldre con melocha. El médico le agradeció los presentes. Luego Anabel y él salieron de la estancia y dejaron a la pareja con su pequeño. Ambos se dirigieron al cuarto de la higiene, como lo había bautizado Irene. Álvaro dejó el cesto encima de una mesa y se quitó el mandil manchado de humores. Anabel le emuló.
-Ha sido un parto muy fácil… -murmuró ella enjabonándose las manos.
-Sí, después de parir cinco hijos, el sexto es pan comido… -le contestó sonriente.
Ella se ruborizó. Fuera del ámbito profesional, Anabel se sentía cohibida cuando estaba junto a él. La sonrisa masculina, su atractivo físico, su voz… No sabía qué le pasaba. Tragó saliva.
-Si quieres puedes llevarte dulces y pan a la casa de Gonzalo. Seguro que a Alonso le encantarán… -le dijo, señalando la cesta.
-Sí, gracias. Alonso está desconcertado con todo lo que ha ocurrido. Está con Margarita en la casa de Catalina.
-Quiere mucho a su tía.
-Le entiendo, pero Gonzalo no se merece que su hijo le trate así. No le ha dejado que se explique…
-Alonso está en una edad muy complicada. Se siente el defensor de su tía.
-No me he atrevido a ir hasta allí. Ojalá mademoiselle Lorelle pueda hablar con Margarita y la pueda convencer de que todo esto ha sido un plan organizado por esas dos mujeres. –Miró a Álvaro-. No entiendo por qué han hecho esto a Gonzalo. Él es tan buena persona.
-No lo sé, Anabel. No sé qué ha podido ocurrir…
El doctor Osuna se acercó hasta donde ella se hallaba y le acarició la mejilla izquierda.
-Me gustaría ayudarles, pero también quiero que sepas que me agrada que confíes en mí y que me cuentes tus inquietudes y que…


-La melocha es la miel cocida. (N. de la A).
#457
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:02
Álvaro se calló. Se perdió en aquellos dos ojos tan azules como un cielo de primavera. Se acercó lentamente y la besó con dulzura. Ella se tensó en un primer momento, pero después se dejó llevar por aquel mágico instante y rodeó con manos temblorosas la fornida espalda del médico. Álvaro la atrajo más hacia su cuerpo, dejó escapar un ronco gemido y profundizó el beso… Anabel se asustó. Se separó de sus brazos. Le miró con la respiración entrecortada, los labios hinchados y el sonrojo tiñendo sus pómulos. Anabel se giró y salió rápidamente de la pequeña habitación.
-¡Idiota! –exclamó enfadado consigo mismo Álvaro de Osuna.
Anabel se detuvo en el cuarto de la plancha. Su corazón latía locamente dentro del pecho. Se llevó la mano derecha a los carnosos labios. Aún sentía el sabor de Álvaro en su boca. Cerró los párpados. “¿Por qué había huido?”, se preguntó al abrirlos nuevamente. A ella le gustaba su compañía. Él era un hombre muy atractivo, inteligente, un gran médico… Volvió a tocarse los labios. Un suspiro escapó de su garganta.
#458
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:03
Margarita se sentó con cuidado en el lecho para no despertar a su sobrino. Acarició los rubios cabellos. El niño dormía ajeno a lo que ella iba a hacer. Le dolía tanto separarse de él como dejar a… Cerró los ojos. No quería pensar en Gonzalo. Se tocó con ternura su vientre. Su hijo… Su bebé le daría toda la fuerza que en ese instante se le escapaba de las manos. Las lágrimas surcaron sus mejillas.
-Perdóname, Alonso… -murmuró tras besarle.
El niño no se inmutó. A aquellas intempestivas horas el sueño aquietaba sus deseos de protegerla, de ofrecerle todo el cariño que sentía por ella, de salvaguardar su honor… Sonrió. Alonso era idéntico a Gonzalo. Margarita suspiró y se puso de pie. Catalina la observaba desde el vano de la puerta. Ella salió de la habitación y se sentó en un escabel junto al fuego.
-Aún estás a tiempo, Margarita…
-Debo irme, Cata. Ya no puedo más…
-Lo sé. Pero…
-Alonso es fuerte y pronto se recuperará de esta decepción.
-¿Y Gonzalo…?
Margarita se aclaró la garganta antes de responderle:
-Gonzalo ya ha elegido, Catalina. ¿Recuerdas? Prepara un viaje a Inglaterra junto a la duquesa de Cornwall.
-Es que he estado pensando en todo lo ocurrido y no concibo... ¿Y si todo es una trampa como dice él y…?
-¿Una trampa? Tú has visto lo mismo que yo, Cata. Mi marido y esa mujer son… -No pudo pronunciar la palabra-. Lucrecia tiene razón, necesito alejarme de todo lo que me recuerde a él. Sólo así podré volver a ser yo.
-¡Lucrecia…!
-¿Qué pasa ahora con ella, Cata?
-Que vi sus ojos a través del espejo del tocador. Me dio la sensación de que había ganado una batalla o algo parecido. Ella siempre te ha tenido tirria desde que erais niñas. Nunca ha soportado que Gonzalo te eligiera a ti. Ya una vez os separó…
Margarita se levantó del escabel. No quería pensar en nada. Le dolía recordar la escena de palacio. A Lucrecia, a Beatriz de Lancaster, a Gonzalo… Necesitaba estar tranquila. “No puedo volver con él, al menos ahora…”, se dijo y se sorprendió al pensar en aquello.
-La marquesa siempre ha sido así. Disfruta viendo sufrir a los demás… -musitó con los ojos brillantes.
-¿Y no te extraña que te haya ofrecido la posibilidad de una vida nueva lejos de la Villa, Margarita?
-Cata…
-Tú sabes, alma mía, que te apoyo en todo. Pero ¿y si estamos equivocás…? ¿Vas a renunciar a estar con el hombre que amas y a que tu hijo crezca sin padre?
A Margarita le tembló el labio inferior.
-Ahora necesito estar alejada de todos, Cata. Compréndeme… -Sollozó.
Catalina la abrazó y ambas lloraron juntas. Luego Catalina cogió el cenacho del suelo y salieron al exterior. Se arrebujaron en sus mantones, pues el frío de la madrugada helaba los huesos. Margarita miró hacia su casa. No pudo reprimir aquel gesto. En aquel hogar se había sentido madre de Alonso, esposa de Gonzalo, había llorado, reído, amado… Un gemido escapó de su garganta. La lucha que mantenía en su interior comenzaba a pasarle una factura emocional que podría afectar a su embarazo. Por eso había decidido irse del barrio. En la Cañada encontraría el sosiego que necesitaba. Sí. Más tarde pensaría en lo que haría cuando su hijo naciese… Suspiró. Catalina y ella empezaron a caminar por las solitarias calles. Las teas resplandecían y mitigaban la oscuridad de la noche. Un gato maulló en uno de los tejados. Ambas se sobresaltaron, pero después se sonrieron y recorrieron lo que les quedaba hasta la Vaguada. Pronto se encontraron con Pascual y su carro. El hombre les salió al encuentro. Catalina les presentó. Luego el vecino de la señora Manuela las ayudó a subir a la carreta y emprendieron el camino hacia la Cañada...
#459
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:03
La señora Manuela las recibió con su dulzura habitual. Margarita y la anciana simpatizaron nada más conocerse. Luego ésta le mostró el humilde cuarto en el que dormiría y alumbraría a su hijo. Ella observó el catre, la tosca mesilla de madera, el arcón… Margarita suspiró y comenzó a guardar las pocas pertenencias que se había traído consigo.
-¿Y cómo está? –le preguntó Manuela a Catalina.
-Mal. Le ha costado mucho dar el paso. Ama a Gonzalo y…
-Eso es normal, hija. Cuando se quiere de verdad todo es más doloroso, pero aquí hallará la tranquilidad que busca y su embarazo llegará a buen término, después…
-Eso mismo le he dicho yo, señora Manuela, aunque las dudas han comenzado a surgir… –Catalina bajó la voz-. Yo no sé qué hacer porque temo la reacción de Gonzalo cuando sepa que ella se ha marchado…
-Mantente en medio y ya está, Catalina.
-Eso es muy fácil de decir, señora Manuela. Les conozco desde que eran niños y les quiero. –La madre de Murillo resopló-. Usted no le conoce, pero Gonzalo va a insistir y a insistir hasta que yo le revele dónde está su mujer, ¿qué hago? ¿Y Alonso? Cuando el niño se dé cuenta de que su tía no está en el barrio, va a liar la de Dios…
-¿No me has contado que Margarita le ha escrito una carta a su sobrino?
-Sí, pero no puedo dársela hasta pasado mañana. Ella tiene que tener una ventaja por si se les ocurre salir en su busca, que será lo más seguro. ¡Ay, señora Manuela…! –Catalina se llevó las manos al pecho-, ¿y si Gonzalo decide ir a Sevilla?
-Desde luego que tu situación es complicada, Catalina.
-Sí que lo es. –Dejó escapar un suspiro-. Y después tengo que disimular ante la marquesa de Santillana porque si ésta llegara a sospechar que la hemos engañado…
Manuela López asió la mano de Catalina.
-No temas por eso, hija. Margarita va a estar oculta en la Cañada. –Le sonrió-. Te aseguro que a esa mujer nunca se le ocurriría pasearse por esta zona de la Villa.
-¿Por qué ha tenido que pasar esto?
-No lo sé, Catalina. Esta vida es una prueba constante para todos. Lo que hoy parece un imposible, mañana puede verse claro como el agua.
Margarita salió del cuarto en ese instante. Les habló:
-Ya he recogido mis cosas... –musitó.
-Siéntate, hija. –Le señaló una de las sillas y Margarita la obedeció-. Mi casa es muy humilde, pero aquí no te faltará ni cariño ni pan.
-Muchas gracias, señora Manuela. Le agradezco de corazón todo lo que está haciendo por mí y por mi hijo… -murmuró, posando la mano derecha en su vientre.
La anciana le sonrió.
-Por un hijo se hace cualquier cosa, incluso renunciar al amor, ¿verdad?
Margarita la miró con los ojos brillantes.
-Dejar a mi marido es lo más doloroso que he hecho nunca… -Se aclaró la garganta y después continuó-. Durante muchos años he tenido que ocultar mis sentimientos para no herir a otras personas que yo quería… -Suspiró-. Señora Manuela, mi hermana se casó con Gonzalo…
-No lo sabía, hija –le contestó la mujer sorprendida.
Catalina apretó la mano de Margarita. Ella siguió hablando:
-Yo la quería muchísimo, señora Manuela, y le juro que nunca la juzgué por eso. –La madre de Murillo suspiró-. Gonzalo no podía perdonarme, pasaron demasiadas cosas entre nosotros y el destino nos separó. Tuve que marcharme de la Villa, nunca tuve noticias suyas… En Sevilla conocí a Víctor, mi primer marido… Todos creían que mi vida era maravillosa, que no tenía ningún problema, que había olvidado a Gonzalo… Pero todo fue una mentira que yo concebí para que nadie sufriera por mí. –Margarita las miró fijamente-. El día que supe que Gonzalo y Cristina se habían casado, enfermé. Mi corazón dejó de latir durante unos segundos, el tiempo se detuvo y mi vida dejó de tener sentido... “Te lo mereces, por tu culpa él tuvo que huir, sus padres murieron… Esa es tu penitencia: saber que ellos son felices y que tú no significas nada para Gonzalo…”, me repetía todos los días al levantarme y al acostarme…
-Margarita… -musitó Catalina sin poder dejar de llorar.
Su amiga nunca le había contado aquello. Ahora comprendía el tormento que había padecido durante todos aquellos años en los que su nombre fue despreciado por todos los que la habían conocido. Ni Cristina ni Gonzalo, ni siquiera ella se habían puesto en su piel.
-Te hace daño recordar esas cosas…
-No, Cata. Estaban ahí y nunca había tenido el valor de contarlas… Lo necesito.
#460
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
03/12/2012 20:04
-Margarita tiene razón, Catalina… -habló la señora Manuela. Le sonrió dulcemente y le dijo-: Continúa, hija…
Margarita asintió.
-Gracias a una amiga de Sevilla pude volver a caminar, a comer, a sonreír… Ella me ayudó a salir de aquel horrible agujero en el que me sumergí durante meses. Víctor iba y venía… A mí me daba igual porque cuando estaba a su lado sólo recibía golpes y humillaciones. Casarme con él fue el error más grande que cometí, pero de los errores también se aprende. –Margarita se enjugó las lágrimas que surcaban sus mejillas-. Después nació Alonso… -Sonrió-. Cristina me contaba entusiasmada en sus cartas los progresos de su pequeño. Yo veía a través de aquellas líneas sus primeros dientes, sus primeros pasos, oía sus primeras palabras… Y soñaba todas las noches que Alonso era mi hijo, mío y de Gonzalo… -Se le escapó un sollozo-. ¿Cómo pude desear algo así y a la misma vez implorarle a Dios que me dejara estéril para no concebir hijos de Víctor?
-Eso es muy humano, hija… -le dijo Manuela abrazándola-. Seguías enamorada de Gonzalo y deseabas compartir tus sueños con él. No le hacías daño a nadie, sólo a ti porque no te permitías buscar la felicidad.
-La felicidad huyó con Gonzalo… -musitó triste Margarita-. Luego todo se complicó y… Mi hermana murió, señora Manuela, y yo ahora ocupo su lugar. ¿Cree usted que merezco ser feliz?
-¡Por Dios, Margarita! –exclamó Catalina-. La muerte de Cristina fue horrible, pero tú no tuviste la culpa.
-Claro que no. Desgraciadamente su destino fue morir como el tuyo ha sido reencontrarte con el hombre que siempre has amado.
-Por eso, después de todo lo que hemos pasado juntos, de saber que a pesar del sufrimiento nuestro amor seguía intacto en nuestros corazones… No lo entiendo, señora Manuela, no lo entiendo…
-Te comprendo, hija. Te sientes decepcionada y aunque le amas, en este momento no puedes perdonarle. Te aconsejo que esperes, pues el tiempo cicatrizará las heridas de tu corazón. Después mírale a los ojos, háblale y si sigues queriéndole, vuelve con tu esposo.
Margarita volvió a suspirar. Catalina la abrazó y le dio varios besos en las mejillas.
-Tengo que irme, alma mía… Alonso y mi Murillo estarán a punto de levantarse de la cama…
Ella asintió y le entregó la carta que le había escrito a su sobrino.
-Dásela como hemos acordado, Cata. Abrázale como si fuera yo.
-Lo haré, no te preocupes.
Catalina se puso de pie y las dos mujeres la emularon.
-No podré venir tan a menudo como quisiera, ya sabes… Para que ellos no sospechen…
-Lo sé, Cata.
Ambas se volvieron a abrazar.
-Cuídate… -Y le puso la mano derecha en el vientre. Se sonrieron.
La señora Manuela habló:
-Pascual, María y yo la protegeremos y la cuidaremos, Catalina.
-Gracias, señora Manuela. –Y la abrazó con cariño.
-A más ver.
-A más ver, hija…
La madre de Murillo abrió la puerta de la calle. Una bocanada de aire helado la hizo temblar. Margarita la asió del brazo.
-Cata… Haz que Alonso lo entienda, y que regrese a la casa con su padre.
Catalina asintió. Esperó unos segundos antes de salir al exterior, pues su amiga hizo ademán de decirle algo más, pero las palabras murieron en sus labios. El ama de llaves del palacio de Santillana vio que Margarita rozaba con el dedo corazón de la mano izquierda su alianza de boda y el anillo de la piedra de luna. Catalina supo que Margarita estaba pensando en Gonzalo.
Anterior 1 2 3 4 [...] 20 21 22 23 24 25 26 Siguiente