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Confía en mí

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#0
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!

Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.

Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#481
littlenanai
littlenanai
18/12/2012 21:41
Como siempre, excelente :)
#482
Kaley
Kaley
19/12/2012 12:45
confiaenmi
#483
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:17
Queridas amigas, muchísimas gracias por estar siempre ahí. Besossssssssssssssssssssssssss a las dos. Ahora publico la continuación de "Confía en mí". Espero que os siga gustando. MJ.
#484
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:18
CONFÍA EN MÍ

La señora Manuela y Margarita llegaron una hora después a la Cañada. Impresionadas, oyeron a los vecinos que, todavía asustados, contaban lo que allí habían vivido. Entraron en el hogar de Pascual. María estaba sentada en una silla y gemía mientras su marido la abrazaba. La mujer era de estatura baja, complexión robusta y mejillas sonrosadas. Pascual era alto, delgado como un junco y en sus años de mozo había perdido una mano en un asunto que él nunca quiso revelar a nadie, pues se avergonzaba de aquello. Ambos adoraban a Manuela y siempre contaban con ella para cualquier cosa.
-¡Dios Santo! –exclamó la anciana dejando el cesto grande encima de la mesa-. María, ¿qué te han hecho esos desalmados? –le preguntó.
-¡Ay, Manuela…!
La esposa de Pascual lloró más fuerte. La anciana la abrazó con cariño y rozó con los dedos la ensangrentada cabeza. La señora Manuela miró a Margarita y le dijo:
-¡Pon agua a calentar, cielo! Tengo que limpiarle la herida y luego coser la brecha.
Ella asintió y dejó la cesta junto a la otra. Pascual habló:
-Gracias al Águila Roja esos malditos se marcharon… Si no llega a venir, no sé qué hubiese sido de nosotros…
-El Comisario no tiene corazón y sus hombres tampoco. Atemorizan a los habitantes de la Villa sin importarles nada… Son crueles.
-Sí, hija, lo son –le respondió Pascual.
María volvió a hablar:
-Estoy un poco mareada…
-Eso es normal, María. ¿Tienes hilo y aguja?
-Sí, pero no sé dónde pueden estar… -Sollozó.
-Cálmate. Voy a mi casa.
-Has tenido suerte, Manuela. En tu casa no entraron, pero fíjate lo que han hecho en la mía…
El hombre señaló la estancia. Trozos de loza de barro y los utensilios de la cocina estaban esparcidos por el suelo, los arcones abiertos y volcados, los pocos muebles que poseían habían sido profanados por los hombres del Comisario, las ropas y el único mantel que María atesoraba para momentos especiales se enredaban entre las patas de las sillas. Pascual volvió a tomar la palabra:
-Y en la casa de Demetrio han pisoteado a las gallinas y a los polluelos… ¡Hijos de mala madre! Menos mal que no vieron a Luna en el corral porque mi perra es muy mansa, pero cuando siente que a María o a mí nos quieren hacer daño… enseña los colmillos y muerde.
Margarita le habló con dulzura:
-Tranquilícese, Pascual. Lo más importante es que a pesar de todo usted y María están bien.
-Sí, hija, tienes razón. El Águila Roja nos protegió. ¡Bendito sea!
Margarita suspiró. Miró a los dos ancianos y les dijo:
-Voy a prepararles unas tisanas de hierba luisa y no se preocupen por la casa. La señora Manuela y yo les ayudaremos a recoger todo esto.
María y Pascual le sonrieron.
#485
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:19
El cardenal Mendoza tuvo que esperar más de dos horas a que el rey le recibiera en su despacho privado, pues éste había estado departiendo con una delegación portuguesa sobre asuntos que concernían a ambas naciones. A aquella importantísima reunión asistieron muy pocas personas y Mendoza, intencionadamente, fue excluido de ésta. Cuando el prelado lo supo la cólera se manifestó en su mirada de rapaz, pero ante Felipe IV simuló no saber nada. Otros intereses pululaban por su cabeza.
-Majestad… -manifestó, postrándose ante él.
-Cardenal, ¿qué os trae por palacio? –le preguntó el monarca detrás de su imponente escritorio de ébano.
Antonio De la Serna, el nuevo secretario real, les miró, arqueando sus pobladas cejas.
-Un asunto importante que sé que os interesará, majestad.
Mendoza observó cómo el joven cogía el documento que el rey acababa de rubricar y lo introducía en uno de los cajones del bargueño dispuesto para tal fin.
-¿Se os ofrece algo más, majestad? –le preguntó De la Serna.
-Sí. Decidle a la persona con la que me tenía que reunir que me ha surgido un contratiempo, y que le atenderé en cuanto me sea posible.
-Así lo haré, majestad.
Antonio miró a Mendoza, que le observaba minuciosamente.
-Eminencia…
-Idos con Dios, hijo mío… -Formó la señal de la Santa Cruz en el aire.
Felipe IV carraspeó. De la Serna salió del cuarto. Hizo ademán de cerrar la puerta, pero un paje le llamó la atención y ésta no se cerró del todo. Ni el rey ni Mendoza se dieron cuenta de ello.
Hernán Mejías se hallaba en el despacho de Antonio De la Serna donde uno de los sirvientes del Real Alcázar le había invitado a pasar. El secretario le saludó cortés. Hernán le respondió con una inclinación de cabeza.
-Comisario, su majestad os recibirá en su privado en cuanto solucione un problema que le ha surgido. Si queréis yo os acompañaré a una de las antesalas del…
-Vos seguid con vuestro trabajo, que ya veo que se os acumula…
El joven se sonrojó al mirar su mesa que, efectivamente, estaba repleta de manuscritos, libros y cartas.
-Yo…
Hernán sonrió sarcástico.
-Sé dónde se encuentra el privado de su majestad. –Y salió de la estancia dejando con la palabra en la boca a Antonio De la Serna.
#486
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:19
Felipe IV se enfureció al saber que la hija de Lope se hallaba en la Villa.
-¿Por qué no me lo habéis hecho saber antes, eminencia? –le preguntó poniéndose de pie.
-Porque lo he descubierto hace unos días, majestad. Beatriz de Villamediana ha sido muy astuta. Me ha engañado vilmente al utilizar su apellido inglés.
-¡Todo lo que proviene de los Villamediana es ingrato para mí!
-Lo sé, majestad.
Hernán entró en la antesala que precedía al despacho del rey. Oyó gritos y se acercó, sigiloso, hasta la puerta. Se sorprendió al comprobar que ésta no estaba cerrada. La voz del rey le llegó clara y concisa a sus oídos.
-Esa mujer es muy peligrosa… -Se llevó las manos al rostro, después suspiró-. Estoy seguro de que su padre le contó todo lo referente a Laura…
Hernán contuvo la respiración.
-Los ingleses protegieron a Lope cuando éste huyó de las Españas, ya sabéis cómo son… -musitó el cardenal.
-Entonces… ¡Es una espía!...
-No sólo eso, majestad. Sé que Beatriz de Villamediana es la persona que os ha atormentado durante estos meses… Ella os envió las cartas.
-¿Qué?
El Comisario frunció el ceño.
-Yo también las he recibido…
-¿Vos?
Mendoza soltó un largo suspiro.
-Sí. Esa hija de Satanás conoce vuestros secretos, pero también los míos…
-¿Dónde demonios está? ¡No voy a permitir que se siga riendo del rey de las Españas!
Mendoza sonrió.
-En mi casa, majestad. La hija de Lope se aloja en mi palacete.
Felipe IV arqueó las cejas.
-Es una joven problemática… Estuvo hospedada en el palacio de la marquesa de Santillana y…
-¿Lucrecia está involucrada en todo esto?
Hernán asió el pomo de la puerta con la intención de entrar en el despacho, pero la respuesta del cardenal le tranquilizó.
-No, majestad. Ella no sabe absolutamente nada, os lo juro. Beatriz nos engañó a todos. Como bien sabéis los ingleses no son bien vistos en la corte, ella me suplicó que le dijera a Lucrecia que yo era su padrino y…
-¿Y vos caísteis en su trampa? –le preguntó con gesto incrédulo.
-¿Cómo podía desconfiar de una criatura tan dulce y hermosa, majestad? Además, me enseñó un documento en el que el propio arzobispo de Canterbury alababa su condición piadosa y su profunda generosidad… En ningún momento sospeché que fuera la hija de Lope de Villamediana. Os pido perdón por haber sido tan confiado –musitó, bajando la cabeza ante el monarca.
Felipe le contempló con gesto serio.
-¿Qué hizo en el palacio de Lucrecia?
-Tuvo que salir precipitadamente de allí por un asunto delicado…
-¿Cuál?
-Los ingleses son demasiados disolutos, majestad…
El monarca dio un golpe en la mesa y después dijo:
-¿Por qué tendría que creeros? Ya en el pasado me mentisteis y me engañasteis, ¿recordáis?
Mendoza se aclaró la garganta antes de proseguir:
-No os miento, majestad. Para que comprobéis que os soy fiel os revelaré cuáles son los planes de esa víbora… -Hizo una pausa-. La venganza mueve los hilos de su vida, majestad. Ella pretende atentar contra vos y contra la corona española.
-¿Qué?
-Beatriz de Villamediana os cree responsable de la muerte de su padre y me ha propuesto que me una a ella para acabar con el reino de las Españas y con vos. Me ha prometido el papado si os traiciono... -Felipe le miró sin parpadear-. Como veis, majestad, yo os soy leal. En cuanto he sabido sus intenciones he venido para que lo supierais.
-¡Prendedla inmediatamente!
Hernán se marchó de la antesala. Irrumpió en el despacho de De la Serna, que en esos momentos no se hallaba allí. Cogió un papel y escribió unas frases. Luego buscó a un lacayo para que llamara a uno de sus hombres, que se encontraban en los jardines del palacio. El guardia asintió y se marchó rápidamente a cumplir la orden de su superior. Cuando el Comisario regresó a la sala, Mendoza ya había salido del despacho del rey Planeta.
#487
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:19
Beatriz de Villamediana se hallaba en su cuarto cuando Leandro le entregó una misiva.
-Gracias.
-Milady…
El criado se marchó. La duquesa de Cornwall leyó la nota. Su gesto apacible se transformó inmediatamente.
-Hijo de mil rameras… -murmuró, arrugando el papel.
Abrió uno de sus baúles y sacó varias mudas, las bolsas de dinero y sus joyas. Lo envolvió todo en una sábana blanca. Cogió su capa, su bolso de viaje y se dispuso a salir velozmente de aquella casa-palacio. Sin embargo, al pasar junto al despacho del cardenal pensó que aquel desgraciado merecería sufrir las consecuencias de su traición. Entró en la estancia. Se quitó una de las horquillas de nácar que sujetaban su peinado. Se arrodilló detrás del escritorio y hábilmente abrió con ésta el segundo cajón del mueble. Sonrió al tener entre sus dedos la llave que Mendoza custodiaba en aquel lugar. Luego se levantó y se dirigió hasta el sitio donde el prelado ocultaba todos sus secretos. Introdujo la llave en la cerradura de la caja fuerte. Cogió la cajita donde se hallaba el prendedor de la mariposa y, acto seguido, ojeó las cartas que allí Mendoza guardaba. Encontró la que parecía más antigua. El color amarillento de la hoja se lo reveló. Una sonrisa falaz apareció en la comisura de los labios femeninos. Después, sin que ningún sirviente la viera, se marchó del palacete de Francisco de Mendoza y Balboa.
#488
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:20
El cardenal miró con desprecio a los criados que, alineados junto a una pared de la cocina, le observaban con inquietud. Los Guardias Reales contemplaban la escena sin parpadear.
-¿Dónde demonios está la duquesa? –gritó con las venas del cuello a punto de estallar.
Leandro se aclaró la garganta antes de decir:
-Milady recibió una nota y…
Mendoza pegó su rostro al del joven.
-¿Una nota? ¿De quién? –le preguntó con ferocidad.
Leandro cerró los párpados unos segundos.
-No lo sé, eminencia… -musitó sin decirle que un hombre del Comisario le había entregado la carta tras comentarle que éste le recompensaría por su silencio. El miedo le atenazó-. No había ningún nombre en…
-¡Idiota! –bramó el cardenal empujándole.
Leandro tragó saliva en el suelo.
-¿Qué hacemos, eminencia? –le inquirió el capitán de la Guardia Real.
Mendoza, encolerizado, exclamó:
-¡Buscad a esa zorra por la Villa!
Los soldados del rey se marcharon. El cardenal se giró con el rostro enrojecido y los nudillos de las manos apretados.
-¡Desapareced de mi vista, inútiles! ¡Idos porque si no os mataré con mis propias manos!
La servidumbre se dispersó de la soleada estancia. Minutos después, el cardenal entró en su privado. Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones al ver la caja fuerte abierta. A trompicones llegó hasta ésta y con las manos temblorosas buscó el prendedor y la carta de Laura… No los halló.
-¡Hija de puta! –farfulló, soltando espumarajos por la boca.
#489
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:20
Beatriz suspiró dentro del carruaje. Se quitó uno de sus guantes y volvió a leer la nota que le había enviado el Comisario de la Villa.

“Mendoza te ha traicionado. La Guardia Real irá a apresarte. Sal del palacete en cuanto leas esta misiva. Un carruaje te esperará en el callejón de la esquina y te llevará hasta a un lugar seguro. Confía en mí y en la persona que te acompañará..
H. M.”

El cochero detuvo el vehículo en una calle solitaria. Luego se apeó y abrió la portezuela. Le habló:
-Hemos llegado, milady.
Ella asió la mano que él le ofreció. El hombre sufría una leve cojera en una de sus piernas. Dijo llamarse Pelayo y que era un hombre de confianza de Hernán Mejías. La hija de Lope de Villamediana suspiró.
-¿El Comisario se encuentra aquí?
-No, milady. El Comisario aún sigue en el Real Alcázar, pero vendrá en cuanto le sea posible. No tema, yo velaré por su seguridad hasta que él llegue.
Pelayo abrió la puerta de la vivienda y ambos entraron. La duquesa sintió que un escalofrío recorría su espalda. Las paredes de aquella casa destilaban frialdad y desasosiego. El hombre deslizó los pesados cortinajes y la luz se adentró en el salón ganando la batalla a la oscuridad. Beatriz pudo ver las sábanas que abrazaban a los carcomidos muebles. Miró hacia el techo. Los diamantinos cristales de una araña se mecieron al compás de una orquesta invisible, el susurro de voces de otros tiempos se mezcló con las corrientes de aire, la humedad de los muros y la desazón danzaron alrededor de ellos…
-¿Dónde estamos? –le inquirió Beatriz, acercándose hasta la fría chimenea.
-No os preocupéis, milady, por nada. El Comisario no va a permitir que el cardenal os haga daño.
-¿Por qué?
-Eso debéis preguntárselo a él. Yo sólo cumplo sus órdenes. Pensad que ahora estáis a salvo.
Pelayo se giró y salió a un pequeño patio. Minutos después entraba de nuevo en la casa con una cesta repleta de leños. Se acercó hasta la chimenea, partió los más grandes y los colocó allí. Pronto el fuego calentaría a sus ateridos cuerpos.
#490
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:21
Alonso llegó de la calle y colgó el zurrón en el respaldo de una silla. Se sentó en un escaño junto a la lumbre. Satur le miró.
-¿Qué te pasa, Alonsillo?
El niño suspiró.
-Mi tía no está en la casa de Catalina.
El criado arqueó las cejas.
-¿Y…? Habrá ido a hacer algún recado, ¿no?
-Pues no lo sé. Murillo dice que no la ha visto en todo el día.
-¿Qué no la…?
-Es extraño, ¿a que sí?
-Pues ya que lo dices… -Satur dejó el paño con el que se secaba las manos encima de la mesa-. ¿Y Catalina?
-Ella estuvo al mediodía y luego se marchó a palacio… Pero mi tía lleva dos días levantándose al amanecer y regresando tan de noche que no la veo… -Frunció el ceño-, y yo quiero darle un beso y un abrazo…
Satur se quedó pensativo. Suspiró y alborotó los cabellos de Alonso. Habló:
-Cuando tu padre regrese se lo decimos y ya verás cómo todo se soluciona.
-Vale. –Le sonrió-. Entonces haré los deberes.
Satur le devolvió la sonrisa.
-Y yo terminaré de preparar la cena.
Alonso fue hasta su cuarto y después se sentó a la mesa con su pizarrín y su libro de estudios.

-El escaño es un sillón de madera que se pone junto al hogar para calentarse. (N. de la A).
#491
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:21
Gonzalo se hallaba en una de las dependencias del Real Alcázar. Su hijo le había comentado que mademoiselle Lorelle le había convencido para que regresara a la casa, y él quería agradecerle aquel gesto. Mientras la esperaba contempló los bargueños, los tapices de Flandes y las estatuas de bronce que decoraban aquella zona del palacio real. Se giró al escuchar voces.
-Ya sabéis, Comisario, que todo debe estar en perfecto estado. Quiero que la delegación francesa se lleve una grata impresión del reino de las Españas.
-Se hará cómo vos ordenéis, majestad.
-Os encomiendo la seguridad de la Villa y…
Felipe IV y Hernán Mejías entraron en la sala. Ambos se sorprendieron al ver a Gonzalo de Montalvo. Él les observó con curiosidad.
-Gonzalo… -murmuró el rey.
-Majestad… -Hizo una genuflexión de respeto y ambos pudieron ver el pequeño libro que asía en su mano derecha.
Las miradas de los dos hermanos coincidieron en el enorme salón. La de Hernán reflejaba el resentimiento que sentía por él, la de Gonzalo una infinita paciencia. El padre de ambos tragó saliva. Nunca habían coincidido en ningún otro lugar. Los hijos de Laura habían crecido lejos de su amparo y se habían convertido en hombres fuertes e inteligentes. Felipe sintió un estremecimiento. El monarca se aclaró la garganta antes de preguntarle:
-¿Cómo está vuestro hijo?
-Alonso está bien, majestad –le respondió con una sonrisa en los labios.
-Me alegro. Es un niño educado y posee grandes valores. Lo pude comprobar el día que vino a palacio para decir dónde se encontraba mi hija, la princesa Margarita, y no quiso aceptar la recompensa.
Gonzalo asintió.
-Me siento muy orgulloso de él, majestad.
-Lo percibo. Alonso tiene un cabal y afectuoso padre.
-Gracias, majestad.
Hernán, que se mantuvo en silencio todo el tiempo, sintió que el aguijón de los celos perforaba su corazón. “¿Cómo osaba alabar a aquel advenedizo cuando a él, que era su hijo, le había negado su cariño?”, se preguntó dolido.
Felipe volvió a hablar:
-Según tengo entendido a Alonso le agrada todo lo relacionado con el ejército.
-Sí.
-Me gustaría recompensarle por el servicio que mostró a la corona.
-No es necesario, majestad.
-Pero yo quiero hacerlo, Gonzalo.
-Majestad, yo os…
-Decidle que se formará en la Academia de Carranza y que yo le apadrinaré.
El maestro arqueó las cejas, sorprendido por el ofrecimiento del soberano. Hernán soltó el aire que retenía en sus pulmones con exasperación. Gonzalo contestó al monarca segundos después:
-Mi hijo se sentirá muy feliz, majestad, pero no quisiera que abandonara la escuela. Un hombre inteligente debe saber manejar la espada, pero sin las letras jamás conseguirá ser alguien en la vida.
-Tenéis razón, Gonzalo. No os preocupéis por eso. No tendrá que renunciar a la escuela, podrá ir a Carranza por las tardes, ¿os parece bien?
-Sí, me parece razonable.
-Entonces le diré a mi secretario que lo prepare todo para que vuestro hijo pueda entrar en la Academia de Carranza la próxima semana.
Laura se detuvo en la entrada del salón. Un lacayo le había avisado minutos antes de que Gonzalo de Montalvo la aguardaba en aquel lugar. Nunca imaginó que se encontraría a Felipe y a Hernán allí. Un nudo se le formó en el estómago. Imágenes del pasado tornaron a su mente…
#492
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
21/12/2012 21:22
“Ella acababa de dar a luz a su segundo hijo. Un varón de piel sonrosada, ojos almendrados y carácter tranquilo. El niño la miraba con fijeza como si quisiera grabar en sus retinas cada uno de sus gestos. Le sonrió y luego besó sus deditos, sus mejillas, su frente… Olió su piel que exhalaba vida y ternura. Hernán les contemplaba, sonriente. Su madre extendió el brazo izquierdo y él se acercó hasta el lecho. Apretó su cálida mano.
-¿Ves, Hernán? Las estrellas te oyeron…
-Sí, madre –le respondió-, tenías razón. Cuando se cierra fuertemente los ojos y les pides un deseo, ellas te lo conceden.
-Sí, pero antes tienes que hacer una buena acción.
Su hijo la besó y, a continuación, posó sus labios en la redonda cabecita de su hermano.
-Tienes que prometerme que siempre le cuidarás, Hernán. Eres su hermano mayor y él te querrá y seguirá tus pasos…
-Te lo prometo, madre.
Hernán les abrazó, feliz. Después llegó su padre y la sonrisa desapareció de su rostro. “Él es un hombre muy ocupado, cariño, por eso no puede estar con nosotros…”, le repetía constantemente su madre. Sin embargo, a sus siete años no entendía que sus padres estuviesen separados y que ellos tuvieran que ocultarse en aquella casa de campo. “¿Por qué?”, se preguntaba su mente infantil.
-Gracias, mi amor… -Oyó que le decía a su madre-. Es un niño sano y precioso. –Luego miró a su hijo mayor y le sonrió-. Hernán está cada día más alto y fuerte. Será un digno sucesor de mi estirpe.
Laura le sonrió.
-Lo será.
-¿Cómo llamaremos al pequeño?
-¡Gonzalo! –exclamó Hernán.
-¿Gonzalo? –inquirió Felipe IV-. No es apropiado para un…
-Los caballeros valientes se llaman así.
Laura rió. Luego habló:
-Hernán está leyendo libros sobre el Gran Capitán. Ya sabéis, Gonzalo Fernández de Córdoba…
Felipe sonrió a su hijo. Luego miró a Laura.
-A veces hay que romper con la tradición, ¿qué opináis vos?
-Me gusta. Gonzalo es el mejor nombre que podría tener nuestro bebé, ¿verdad, Hernán?
Él asintió.
-Entonces, así le bautizaremos -dijo Felipe IV…”

Laura parpadeó y tragó saliva. Las imágenes del pasado se atesoraron en un recóndito lugar de su cerebro. El presente se personó en el Real Alcázar. Allí, a escasos metros, se hallaban sus dos hijos y el hombre que les había traicionado. Irguió la espalda.
-¿A quién esperáis? –le preguntó el rey a Gonzalo.
-A mademoiselle… -se calló al verla y le sonrió.
Hernán y el monarca la miraron. La expresión del Comisario cambió al sonreírle. Felipe sintió que corazón latía como el de un adolescente enamorado. No entendía el porqué. Ella le recordaba al amor de su vida… “Sí. Eso debía ser”, se dijo, inclinando la cabeza.
Laura hizo la pertinente reverencia.
-Majestad…
Luego miró a Hernán.
-Comisario…
-Mademoiselle… -habló él tras su prolongado silencio-. Un placer veros.
-Lo mismo digo, Comisario.
Sus ojos color miel se posaron después en los de su segundo vástago.
-Gonzalo…
-Lorelle –la tuteó cómo hacía desde que ella le había dado ese permiso-, quería agradecerte todo lo que has hecho por Alonso. Por eso vine a palacio y también para traerte este pequeño obsequio.
Laura hojeó el libro. Felipe y Hernán les miraban sin perder detalle de sus gestos.
-Sé que te gustarán los sonetos de Garcilaso de la Vega.
-Gracias, Gonzalo.
Él le sonrió.
-Creí que su escritor favorito era Quevedo –musitó el monarca español.
-Sí, lo es. Pero la belleza de los versos no se limitan a un solo autor, majestad. Si admiro vuestro idioma y a vuestros escritores es precisamente por eso. Ellos crean, tejen y perfeccionan a través de sus poemas al amor, a la ternura, a la muerte... En mi país hay grandes poetas, pero no llegan a emocionarme tanto.
Felipe le sonrió. Gonzalo se aclaró la garganta.
-Tengo que marcharme, mi hijo debe de estar ya en mi casa. –Asió la mano de Laura y la besó con ternura-. Gracias por todo.
Ella luchó con el deseo de abrazarle y decirle que siempre le apoyaría y que estaría a su lado.
-Alonso está confundido, ten paciencia con él.
Gonzalo asintió. Luego miró al soberano.
-Majestad, os agradezco el regalo que le habéis hecho a mi hijo. Estoy seguro de que esta noche no podrá dormir por la emoción.
Felipe le sonrió.
-Le adoráis, ¿verdad?
-Daría mi vida por la de él.
Laura observó el rostro del rey Planeta. Sin pretenderlo, con sus palabras Gonzalo había derrumbado la última muralla que Felipe IV había construido en el pasado y que le mantenía alejado de las emociones y de sus hijos. La vergüenza, el arrepentimiento y la tristeza se asomaron a sus ojos. Él les había apartado de su vida, y ya nada podría devolverle aquellos años perdidos…
-Sois un excelente padre y un buen hombre, Alonso nunca os podrá reprochar nada…
Hernán apretó los nudillos. Su mirada era fría como el hielo y clamaba el grito que no había brotado de su garganta. Laura sintió dolor por él y por Gonzalo. El Comisario entornó los párpados durante unos segundos y cuando los abrió de nuevo, la dulce voz femenina calmó el desaliento que anidaba en el corazón masculino.
-A veces estar cerca y ver crecer a un niño y compartir sus juegos, sus ilusiones, sus progresos en la vida… es tan satisfactorio como ser padre, ¿verdad, Comisario?
Él la miró.
-Sí. –Le sonrió-. Lo es.
Gonzalo arqueó las cejas, sin comprender. El rey carraspeó, nervioso.
-¿Qué os ha ocurrido…? –le preguntó Laura señalándole el ojo izquierdo.
-Nada importante. Tuve un encuentro desafortunado con alguien…
-Si me disculpan, tengo que irme… -comenzó a decir Gonzalo.
El monarca asintió. El maestro inclinó la cabeza, sonrió después a Laura y, acto seguido, musitó:
-Comisario…
-Maestro… -le respondió éste con gesto adusto.
Gonzalo se giró. Los tres contemplaron su andar firme y distinguido. Laura suspiró. Hernán habló, rompiendo el estruendoso silencio:
-Me esperan en los calabozos… Majestad… -Hizo una genuflexión.
-Atended vuestros compromisos, Comisario.
-Mademoiselle…
-Idos con Dios…
Él también se marchó. Laura miró a Felipe.
-Si me disculpáis, majestad…
El soberano asintió y vio cómo la institutriz abandonaba la sala. Se acercó al balcón. Hernán caminaba por uno de los senderos que comunicaban los jardines de palacio con el exterior. Su figura, envuelta en las sombras del crepúsculo, le provocó un sollozo. Felipe deseó abrazarle y pedirle perdón por todo el daño que le había causado. La cobardía y el orgullo le habían impedido olvidar el desprecio que él le mostró en el pasado. Aún podía oír la voz de Agustín… Cerró los ojos y aquellas palabras taladraron otra vez sus oídos. “Quiere olvidarlo todo y, especialmente, que es vuestro hijo…” Felipe IV suspiró. El ruiseñor le dio la bienvenida a la noche...

Continuará... Besossssssssssssssssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#493
littlenanai
littlenanai
25/12/2012 22:20
Acabo de volver se viaje y he leido la última parte que has subido...genial! :)

sigue pronto, felíz navidad!
#494
Kaley
Kaley
26/12/2012 16:45
Gracias gracias y gracias, mira por donde Noel me ha traido de tu mano un bonito regalo ....

Que emocionante ese reencuentro de todos en palacio .... la cosa está .... en fin, cuando gustes aquí seguire para leerte ...

Feliz Navidad MJ ....
#495
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
26/12/2012 18:05
¡¡¡Feliz Navidad, preciosas!!!

Littlenanai, guapa. Me alegro que hayas disfrutado de ese viaje y que también te guste esta parte de "Confía en mí". Un millón de gracias por leerla y Feliz Navidad. Besossssssssssssssssssssssssss.

Kaley, gracias, gracias, gracias a ti por estar siempre ahí, animándome a continuar. Eres un solete, mi niña. Feliz Navidad también a ti, preciosa. Besosssssssssssssssssssssssssssss.

Bueno, chicas, tengo que deciros que ahora voy a colgar el final de la primera parte de "Confía en mí". Pero, tened la seguridad de que regresaré en el 2013 con la segunda parte. Espero que os guste tanto como ésta. Besossssssssssssssssssssssssssssssssss y os deseo un ¡¡¡¡¡FELIZ Y PRÓSPERO AÑO 2013!!!!!! MJ.
#496
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
26/12/2012 18:06
CONFÍA EN MÍ

Alonso abrazó a su padre con alegría. Anabel y Satur se sonrieron.
-Entonces, ¿podré formarme en la Academia de Carranza?
-Sí. El rey te apadrinará. -Le asió por los hombros con orgullo-. Él dijo que el servicio que prestaste a la corona fue muy importante, y que te lo agradece de esta forma.
-Pero yo sólo hice lo que tú siempre me has dicho, padre… aunque después me sentí muy mal por defraudar a la princesa.
-Tu gesto conmovió a su majestad. –Le sonrió-. En cuanto a la princesa Margarita… A veces, hijo, tenemos que hacer cosas con las que no estamos de acuerdo, pero éstas son necesarias para que todo funcione correctamente.
-Lo sé, padre.
Gonzalo le abrazó.
-Me siento muy orgulloso de ti, hijo.
Alonso suspiró, feliz.
-¡Ay, mi Alonsillo, que se nos está haciendo un hombre en ná de tiempo! -habló Satur secándose las lágrimas-. ¡Dame un abrazo, pillastre!
El niño le sonrió e hizo lo que el criado le pedía. Después Anabel le dio un beso.
-Me alegro mucho que tu sueño se realice, Alonso.
-Gracias, Anabel… -le contestó con las mejillas enrojecidas.
Gonzalo les observó, sonriente. Luego su hijo le reveló la preocupación que sentía por su tía. Su padre se puso serio.
-¿Y dices que es el segundo día que no la ves?
-Sí. No coincidimos y…
Gonzalo se giró.
-Voy a la casa de Catalina.
-Te acompaño, padre.
Anabel y Satur se miraron con preocupación. Padre e hijo salieron a la calle.
#497
MJdeMontalvo
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26/12/2012 18:07
Cipriano les abrió la puerta.
-Buenas noches, Gonzalo… Alonso. Entrad.
-Buenas noches, Cipri –contestaron ambos tras irrumpir en la vivienda.
Después el maestro le preguntó:
-¿Están Catalina o Margarita en la casa, Cipri?
-Pues no, aún no han llegado del palacio de Santillana.
-¿Ves? Te lo dije, padre.
-¿Ocurre algo? –inquirió el antiguo posadero, arqueando las cejas.
-¿Has visto a Margarita en estos dos días?
Cipri negó con un ligero movimiento de cabeza.
-Apenas he salido del hospital, Gonzalo. Esta noche me encuentro aquí porque Catalina me pidió que me quedara al cuidado de Murillo.
El niño les sonrió sentado a la mesa donde dibujaba.
-¿No te dijo nada de Margarita?
-No. Pero ya sabes que soy un poco despistado y a lo mejor…
-Gracias, Cipri. –Le golpeó con suavidad el brazo izquierdo-. Vamos, hijo.
-¿Por qué no nos quedamos a esperarlas?
-Porque es tarde y Satur está terminando la cena. Mañana podrás ver a tu tía.
Alonso suspiró.
-Nos vamos, Cipri.
El enamorado de Catalina asintió.
-Os acompaño hasta la puerta. Si quieres, Gonzalo, después me acerco a tu casa y…
-Te lo agradecería, Cipri.
Alonso volvió a hablar:
-Todo esto es muy extraño, padre. Parece que la tía se está escondiendo de nosotros…
Gonzalo intentó no dar importancia a las palabras que acababa de pronunciar su hijo, pero un estremecimiento recorrió su espalda y las dudas comenzaron a asentarse en sus pensamientos.
-Seguro que todo tiene una explicación, Alonso.
-¿Cuál, padre? Yo nunca hubiese regresado al palacio de Santillana. ¿Por qué lo ha hecho ella? No lo entiendo.
-Yo tampoco, hijo, pero mañana nos levantaremos al amanecer y tu tía tendrá que escucharnos.
-Me gustaría estas noche dormir en tu habitación. –Alonso le sonrió-. Quisiera que me contaras tu vida de soldado, padre.
Gonzalo no pudo negarse. Alonso estaba tan ilusionado con su admisión en la Academia de Carranza, que desechó la idea de vigilar desde los tejados la llegada de su esposa y de Catalina. “Mañana será otro día…”, se dijo, alzando el cuello de su chaqueta.
#498
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
26/12/2012 18:07
Hernán cerró la puerta de la casona donde la duquesa de Cornwall se ocultaba. Pelayo salió de las cocinas.
-Señor, la dama le espera en el salón. ¿Quiere que les lleve la cena?
El Comisario se quitó los guantes, el sombrero y la capa con la que se abrigaba y los dejó en el carcomido mueble-recibidor.
-Sí, estoy hambriento.
Pelayo sonrió y después dijo:
-Me lo imagino, señor.
Una sonrisa mordaz se dibujó en la comisura de los labios del Comisario de la Villa.
-Sírvenos pronto.
Pelayo asintió. Él había conocido a Hernán Mejías en Nápoles y le salvó la vida cuando sufrió aquel horrible accidente en el país italiano, pero desde entonces arrastraba una cojera y poseía una horrible cicatriz en su cara. El Comisario siempre le agradeció aquel gesto y por eso le trataba con cierta familiaridad. Pelayo frecuentaba los bajos fondos haciendo averiguaciones para la autoridad.
Hernán vio cómo su hombre de confianza y su renqueante paso se encaminaban nuevamente hacia las cocinas de aquel viejo caserón, que años atrás había sido requerido a la familia que había vivido allí. Los Usera de Medina fueron denunciados por herejes y la Santa Inquisición los torturó hasta morir. Hernán vio su imagen reflejada en el gastado espejo del vestíbulo. Sonrió. “Beatriz…”, murmuró. A él le gustaban los retos y ella, se apellidara Lancaster o Villamediana, lo era. Se dirigió hacia la estancia principal. La hija de Lope de Villamediana estaba sentada en un diván, junto a la chimenea. Irguió la espalda al oír el crujido de las espuelas y se giró. Sus ojos azules se fundieron en los negros del Comisario. Hernán habló:
-Veo que te dio tiempo de huir…
Ella se puso de pie.
-Sí, te agradezco que me avisaras. Mendoza es una serpiente… Creí que le tenía en mis manos, pero me equivoqué.
-Con el cardenal nunca se sabe a qué atenerse. Por eso es mejor desconfiar de su sonrisa.
-Sí.
-Pelayo enseguida nos traerá la cena... –dijo, señalando la mesa engalanada con los cubiertos, platos y copas que el servicial hombre había encontrado en la alacena de la vivienda-. Siento que la casa no sea cómoda ni que esté a tu altura, pero es el único lugar en el que estarás a salvo. Ni el rey ni Mendoza lo conocen.
-¿Por qué estás haciendo esto por mí, Hernán? Si te descubren podrías ir a la horca…
-Porque tú posees una información que me interesa… -Beatriz arqueó las cejas, sorprendida-. Y además… -Hernán se acercó hasta ella y la asió con posesión por el talle. Su aliento se mezcló con el de la duquesa de Cornwall-. Estoy deseando hacer esto…
La besó con pasión y ella le respondió de la misma forma. Pelayo carraspeó desde el vano de la puerta. El Comisario y Beatriz de Lancaster se separaron. Sus miradas ardían por el deseo.
-Disculpen, pero la cena ya está…
-Entra… -musitó Hernán como si nada hubiese sucedido segundos antes.
La dama se aferró a la mano que él le ofrecía. Se sentó a la mesa y luego miró fijamente al esposo de Irene de Mendoza. Hernán la emuló, aunque no dijo nada hasta que Pelayo se marchó del salón.
-Come, Beatriz, más tarde hablaremos… -Y cogió el tenedor.
Beatriz de Villamediana asintió. Se llevó la copa de vino a los labios, mientras los leños crepitaban en la chimenea y el viento ululaba en el exterior.
#499
MJdeMontalvo
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26/12/2012 18:08
Irene buscó el prendedor de la mariposa por los cajones del bargueño, en su joyero de tocador, incluso en los baúles; sin embargo, no lo halló. También había desaparecido el anillo de pedida. Salió de su alcoba y encaminó sus pasos hacia el aposento de Lucrecia. La marquesa se cepillaba el cabello cuando Irene irrumpió en éste.
-¿Dónde están? –le preguntó.
Lucrecia se giró, frunciendo el ceño.
-¿Te refieres a tus modales, querida?
-¿Dónde está el prendedor que me regaló mi tío? ¿Y mi anillo de compromiso?
-¿Por qué me lo preguntas a mí?
-Porque no los encuentro por ningún sitio y tengo la leve sospecha de que tú tienes algo que ver en la desaparición de éstos.
-¡Los habrás perdido, niña!
-No, no los he perdido, Lucrecia. Estaban en el joyero de mi tocador.
-A mí jamás se me ocurriría guardarlos ahí, Irene. –Lucrecia de Santillana se puso de pie e hizo ademán de quitarse su confortable bata de algodón-. Si me disculpas, estoy agotada y necesito dormir, querida. Mañana reuniré al servicio y veremos qué…
Lucrecia se sorprendió al oír la respuesta de Irene.
-¡Estoy cansada de que Hernán y tú me tratéis como a una niña y que además os burléis de mí!
La marquesa la miró, alzando la barbilla.
-¿No me digas que te has enamorado de tu esposo y que te duele que te sea infiel? –le inquirió irónica-. Querida, tu matrimonio es una pantomima, todos en la corte lo saben.
Irene parpadeó.
-Eres maquiavélica, Lucrecia. Disfrutas haciendo daño a los demás, pero sé que algún día alguien te pondrá en tu sitio y que esa sonrisa desaparecerá de tus labios. Ojalá pueda presenciar ese momento, te juro que me complacerá verte hundida en tu propia humillación.
-Nadie en su sano juicio osaría enfrentarse conmigo, querida. Si lo piensas concienzudamente tú tampoco deberías hacerlo; pero sabes, Irene, me diviertes y por eso te permito estos pequeños conatos de grandeza… -Lucrecia asió el mentón de la joven-. Hernán no te va a querer nunca, sólo eres para él un título nobiliario y alguien que le ofrece poder, métetelo en tu cabecita, niña.
La soltó e Irene se tocó, dolorida, la barbilla.
-¿Dónde está él ahora? –le preguntó la sobrina de Mendoza envalentonada-. A lo mejor, Lucrecia, se ha cansado ya de ti y está calentando el lecho de otra noble. A mí no me importa, pero… ¿Qué sientes tú?
-¡Sal de mi habitación! –le gritó enfurecida.
-¿Ves, Lucrecia? No se puede jugar con los sentimientos de otras personas porque algunas veces éstos se vuelven en contra de uno mismo.
La marquesa la asió por un brazo y la echó de la alcoba.
-¡Maldita! –bramó, tirando los tarros de afeites y los perfumes del tocador.
Irene sonrió.
#500
MJdeMontalvo
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26/12/2012 18:08
Hernán hizo una señal a Pelayo para que éste se retirara. El hombre le comprendió al instante, y tras echar más leños a las chimeneas de las habitaciones y a la del salón, se fue al pequeño cuarto del servicio. El Comisario miró fijamente a la hija de Lope de Villamediana. Se tomó el último sorbo de vino y le preguntó:
-¿Por qué la farsa del apellido y hacer creer a todos que eras la ahijada de Mendoza?
Beatriz suspiró. Hernán la había ayudado a huir del palacete del cardenal, pero también le había manifestado que ella poseía una información que a él le interesaba. “¿Qué hago? ¿Le refiero todo?”, se preguntó indecisa. El Comisario arqueó las cejas esperando su respuesta. La duquesa volvió a suspirar.
-Soy una Lancaster. Mi madre es hija de la difunta lady Cornwall. Mendoza tenía sus intereses y yo los míos…
Hernán dejó la copa encima de la mesa.
-Tú eres la mujer que yo perseguí por los bosques de la Villa, ¿verdad?
-Sí. Vine entonces a rescatar a mi padre del castillo de Consuegra donde se hallaba enclaustrado por orden real.
-Águila Roja te ayudó en ese rescate, ¿estoy en lo cierto?
-Sí.
El Comisario hizo ademán de preguntarle algo más sobre el héroe de la Villa; sin embargo, la dama inglesa siguió hablando y no quiso interrumpirla.
-El rey, su supuesto amigo, se vengó de mi padre porque él descubrió uno de los secretos más importantes de la corona…
-¿Qué secreto?
La duquesa se mordió el labio inferior.
-¿Vas a desconfiar ahora de mí, Beatriz? Me juego muchísimo al ayudarte.
-Lo sé, Hernán, pero…
Él se echó hacia delante.
-Yo no se lo voy a contar a nadie… -musitó para animarla a proseguir-. Mendoza y el rey hablaban de una mujer… Laura…
Beatriz asintió.
-Laura de Montignac.
-¿Quién es? –le preguntó sin mostrar la emoción que le embargó al oír el nombre de su madre.
-Laura fue una de las damas de compañía de la reina Isabel… -Hernán tragó saliva y volvió a pegar la espalda en el respaldo de la silla-. Laura de Montignac era una joven hermosa y dulce y tuvo la mala fortuna de que el rey de las Españas se fijara en ella. La enamoró y la hija de Philippe de Montignac se convirtió en una de las amantes del monarca. Todo cambió cuando ella se quedó encinta…
-¿Tuvo hijos del rey?
-Dos varones y una niña…
-¿Una niña? –le inquirió sorprendido.
-Sí, pero el nacimiento de esa criatura fue posterior a lo que sucedió años antes…
-¿Qué ocurrió?
-Laura tuvo un tercer hijo varón que sólo vivió varios días. Luego fingieron la muerte de ella…
-¿Fingieron su muerte? ¿Quiénes?
Beatriz arqueó las cejas al percibir un tono distinto en la voz del Comisario.
-El rey y un monje que después se llevó a los dos niños a otro lugar. Laura estuvo de acuerdo en un principio porque temía por la vida de los pequeños.
-¿Por qué?
-Eso no lo sé, mi padre no me lo confió. Solamente me dijo que una sociedad secreta les quería matar y que por eso hicieron aquella simulación.
-Pero después, ¿qué pasó? ¿Por qué no permitieron que los niños regresaran junto a su madre?
-Felipe IV lo impidió. Engañó a Laura con la que se desposó tras la muerte de Isabel de Borbón. Él le hizo creer que se reuniría con sus hijos y que la corte les reconocería como príncipes y reina de las Españas.
-¿Dónde estuvo ella?
-Laura se marchó a Francia durante un tiempo y luego regresó. Mi padre lo descubrió al leer una carta en la que ella le reprochaba al rey su mutismo y su doble moral. Incluso le decía que estaba dispuesta a entrevistarse con el Santo Padre de Roma si él no le revelaba el paradero de sus hijos… Felipe IV había olvidado sus promesas y la engañó de nuevo…
Hernán respiró profundamente. Necesitaba una copa de vino.
-¿Cómo consiguió tu padre esa misiva? –le preguntó, intentando mantener la calma.
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