FormulaTV Foros

Foro El secreto de Puente Viejo

La Biblioteca (A - K)

Anterior 1 2 3 4 [...] 50 51 52 53 54 55 Siguiente
#0
FermariaRules
FermariaRules
17/08/2011 13:26
labibliotecaa-k

EL RINCÓN DE AHA
labibliotecaa-k
El destino.

EL RINCÓN DE ÁLEX
labibliotecaa-k
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.

EL RINCÓN DE ABRIL
labibliotecaa-k
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.

EL RINCÓN DE ALFEMI
labibliotecaa-k
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.

EL RINCÓN DE ANTOJEP
labibliotecaa-k
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.

EL RINCÓN DE ARICIA
labibliotecaa-k
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.

EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
labibliotecaa-k
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos

EL RINCÓN DE CAROLINA
labibliotecaa-k
Mi historia.

EL RINCÓN DE CINDERELLA
labibliotecaa-k
Cierra los ojos.

EL RINCÓN DE COLGADA
labibliotecaa-k
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III

EL RINCÓN DE CUQUINA
labibliotecaa-k
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.

EL RINCÓN DE EIZA
labibliotecaa-k
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos

EL RINCÓN DE FERMARÍA
labibliotecaa-k
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.

EL RINCÓN DE FRANRAI
labibliotecaa-k
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.

EL RINCÓN DE GESPA
labibliotecaa-k
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.

EL RINCÓN DE INMILLA
labibliotecaa-k
Rain Over Me I, II, III.

EL RINCÓN DE JAJIJU
labibliotecaa-k
Diálogos que nos encantaría que pasaran.

EL RINCÓN DE KERALA
labibliotecaa-k
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#1041
colgada
colgada
03/12/2011 21:36
Muy bonitos fics Mari, Yari... la verdad es que hace mucho que no tengo tiempo de leer los fics y me da una pena... voy de cráneo hasta para leer el hilo :P

Dejo un inventillo...

Reencuentro
-----------------

Parte 1.-

Hacía varios días que había regresado de los bosques de Lecher tras cuatro meses de ausencia, terminada ya la faena. Sin embargo no se había decidido a pasar por el pueblo hasta esa mañana. El tiempo y la distancia no había conseguido aplacar lo que sentía por Emilia, y saberla cerca y no verla era superior a sus fuerzas. Además sería imposible no encontrársela tarde o temprano, a menos que se encerrara en casa y no saliera.

Al llegar a la plaza la vió al otro lado, de espaldas a él, hablando más alto que bajo con una parroquiana que la miraba con cara de vinagre. Se acercó con cuidado de no ser visto, justo a tiempo de escuchar las últimas palabras de la muchacha:

- ¿No se avergüenza de ensañarse así con un inocente? ¡Mentira me parece que con lo que se jacta usted de ser una buena cristiana, y las veces que visita usted la iglesia, demuestre tan poca caridad con una criatura que ni siquiera ha nacido!

Y tras decir esto se dió media vuelta con ímpetu, los puños apretados, los ojos brillantes, el vientre abultado mostrando al mundo su estado. Se dirigía a zancadas hacia la casa de comidas cuando sus miradas se cruzaron. Ella paró en seco, impresionada. Se llevó una mano a la boca, los ojos ya anegados en lágrimas. Él la miró estupefacto, sin ser capaz de reaccionar. El tiempo pareció detenerse en aquel instante. Por fin Alfonso dió un paso en su dirección, pero ella negó con la cabeza deteniéndolo, y estrujando con fuerza la tela del mandil con ambas manos, apartó la vista y continuó su camino hacia la posada.
#1042
colgada
colgada
04/12/2011 00:01
Reencuentro
-----------------

Parte 2.-

El sol de finales de invierno iluminaba la ribera del lago.

-¡Pero Pepa! ¿Cómo se te ocurre traerme hasta aquí con engaños para esto? - la riñó Emilia.

-No son engaños Emilia, caminar y el aire fresco te vendrán bien en tu estado. -contestó esbozando una sonrisa- Y no te alteres que no es bueno para la niña...

-¿Es una niña? -preguntó Alfonso, sorprendido.

Pepa se giró hacia él.
-No lo sabemos, pero a Emilia le gustaría que así fuera.. ¿Verdad Emilia?- dijo, tironeando de su brazo.

-¡Esto es absurdo Pepa! -trató de zafarse.

-¿Dirías que más o menos absurdo que pasarse cuatro meses penando por los rincones por la ausencia de Alfonso y ahora negarse a verlo? - levantó una ceja, mirando a su amiga.

Emilia enmudeció y el rubor tiñó sus mejillas. Era difícil saber si por ira o por pudor y Pepa no le dió tiempo a decidirse.

-¡Aquí os dejo zagales! Y no os quiero ver de vuelta hasta que aclaréis lo que sea menester. -Se acercó a Alfonso, que las miraba boquiabierto, y le estrechó el brazo con cariño- sólo déjala hablar. -le susurró.

Los dos la miraron partir, Emilia acariciándose el vientre, Alfonso intentando asimilar lo que acababa de escuchar. La miró de reojo, espléndida en su preñez. Alterada como estaba, con la respiración agitada y las mejillas encendidas aún, su proximidad lo turbaba más si cabe.

-¿Es verdad eso, Emilia? - preguntó por fin. La vió dudar, la vista perdida en el camino. Por fin se volvió hacia él.

-¿Y qué más da eso ahora? ¿Me has mirado? ¿Me has visto el vientre? -retorcía la falda entre sus manos, con rabia- ¿Qué más da lo qué yo sienta? ¿Acaso no viste el otro día en lo que me he convertido? La comidilla del pueblo, el tema de conversación, la pobre, la fresca, la incauta... ¿acaso importa lo que sienta alguien así? -dió media vuelta para que no viera sus lágrimas.

-A mí me importa.

-No debería, Alfonso.-agachó la cabeza.

-Dímelo.

Calló lo que a Alfonso le pareció un tiempo interminable. Por fin, dijo en un susurro:

-Te amo.

Alfonso contenía la respiración.

-Mírame.

Emilia se volvió despacio, derrotada, los ojos anegados en lágrimas, las manos perdidas entre los pliegues de su falda, acariciando la vida que crecía dentro de ella, en un gesto protector que se había convertido en su razón de ser. Levantó la vista y se perdió en aquella mirada honesta, cálida, llena de amor, como siempre. Se sintió aún más pequeña y menos digna de lo que venía sintiéndose en los meses precedentes. Pero su corazón habló por fin a traves de su boca:

-Te amo, Alfonso. Te amo con todo mi ser. El tiempo que has estado fuera creí morir. Pero... -suspiró- me conformaba viendo en lo que se ha convertido mi vida... no quiero esto para ti, Alfonso, es una lucha diaria contra las maledicencias y los comentarios hirientes... la gente no tiene compasión...

Alfonso se acercó a ella en dos zancadas y la besó. Esta vez no estaba asustado, ni tenía intención de apartarse. Emilia rodeó su cuello con los brazos y se entregó a ese beso, que tantas veces había soñado durante su ausencia. Fue un beso largo, sustituto de todas las palabras que aún no se habían dicho. Al separar sus labios, ambos estaban sin resuello. Alfonso miró a Emilia, los ojos cerrados, entre sus brazos.

-Creo que Pepa nos dejará volver...

-Creo que aún queda algo que aclarar...-Emilia abrió los ojos.

Alfonso levantó una ceja.

-Nada podría apartarme de tu lado ahora que sé que me amas...

-Pero... ¿Te casarás conmigo?

Alfonso no contestó a eso. Pero la besó. Y fue suficiente.
#1043
olsi
olsi
04/12/2011 00:21
oooohhh colgadaaaa bravo
#1044
martileo
martileo
04/12/2011 20:05
¡Bravo colgada!
#1045
Aricia
Aricia
10/12/2011 00:59
Hace mucho que no dejaba ningún relato. La verdad es que la inspiración me tenía abandonada. Os dejo un pequeño relato melancólico.

~~LUZ Y OSCURIDAD~~
**Emilia**
Estoy destrozada, hundida, derrotada.

Cada día, hora, minuto es una lenta agonía, un abrumador esfuerzo por seguir adelante, por sobrellevar esta pena que me corroe por dentro y que consume mis ganas de luchar.

Cada noche me hundo en mi jergón buscando la soledad y oscuridad que me proporcionen el cobijo y el descanso necesario para afrontar un nuevo día. Y al alba me levanto, cansada, ojerosa y desesperada por encontrar un resquicio de mi anterior yo que me ayude a sobrellevar el nuevo día.

Sólo la vida que día a día sigue creciendo en mi vientre hace que consiga encontrar la fuerza suficiente para poder enfrentarme al mundo que me rodea.

Cuántas veces me he quejado a mi hermano Sebastián por no haber conocido más lugar que Puente Viejo, y ahora no soy capaz de enfrentarme a mi pequeño mundo. Únicamente quiero desaparecer en mi habitación, en la falsa protección de esas cuatro paredes.

Pero aquí estoy yo, una nueva y fría mañana tras la barra de la posada. Mi padre me mira con preocupación en su rostro y yo recompongo una sonrisa que jamás consigue llegar a mis ojos. Sé que él quiere decirme algo, animarme y reconfortarme con su apoyo, y sin embargo, yo huyo como una cobarde y me escabullo hacia el patio a ocuparme de la colada que aún permanece tendida.

Mientras recojo las blancas sábanas mi vista se desvía hacia la plaza y allí veo a Rosario Castañeda caminar entre puestos comprando las provisiones para la Casona. Mis dedos se alargan por entre las sábanas colgadas como queriendo alcanzarla y se detienen helados a medio camino. Rosario ya no quiere saber nada de mí. He perdido su confianza y aprecio.

Las lágrimas enrojecen mis ojos. Con un sobrehumano esfuerzo logro reprimirlas. No, no debo llorar, no me permito llorar hasta no estar en la soledad de mi cuarto. Intento concentrarme en mis quehaceres diarios, pero mis ojos no dejan de seguir a Rosario y con ella vuelan mis pensamientos hacia él.

Desde que Paquito vino con aquellas nuevas y después de ver como he perdido la amistad de Mariana y Rosario que me culpan de su marcha, me he prometido a mí misma que no volvería a pensar en él. Pero, ¿cómo olvidarlo si a cada hora no dejo de notar su ausencia?

Ya no está ahí para correr a echarme una mano con la lechera. No oigo su voz, ni su risa mientras habla con los tertulianos de la taberna… O conmigo. Ya no siento su intensa mirada en mí haciéndome sentir el ser más valioso del mundo.

“Tú eres luz, Emilia” oigo su voz en mi cabeza repitiéndome sus hermosas palabras.

Pero lo que él no sabía, lo que yo misma no sabía, es que era por él que brillaba. Ahora la luz que hay en mí se ha apagado porque él no está.

**Alfonso**
Mis ojos contemplan como Mariana y Paquito desaparecen por la vieja vereda y es entonces cuando mis hombros se relajan y hunden y la pesadumbre vuelve a llenar mi corazón.

Creía que con el tiempo sería más fácil fingir, pero intentar recomponer mis ánimos ante mi familia se ha llevado las pocas energías que quedaban en mi cuerpo. Ellos desconocen el formidable esfuerzo que he tenido que realizar para no nombrar a Emilia ante ellos, por no rogarles que me contasen cualquier cosa, el más ínfimo de los detalles sobre Emilia que me hiciera sentir nuevamente a su lado.

Ahora ya se han ido y puedo hundirme en mi pesar. Estoy triste por haber dejado a mi familia y paisanos, por causarles un dolor que no se merecen. Pero estoy más triste por no poder estar con ella, porque no puedo verla, ni oírla, ni olerla. Porque sé que nunca será mía.

En estos días la tentación de volver a Puente Viejo y regresar a su lado ha estado presente cada segundo en mi corazón y mi mente. Largas han sido las batallas conmigo mismo, auto-convenciéndome que el tiempo y la distancia es lo mejor para los dos, aunque mi conciencia me grite que mi sitio está junto a ella.

Camino hasta mi apartada tienda, saludando mecánicamente a mis compañeros. Sé que debería integrarme con ellos, pero mi apagado estado de ánimo no es buen compañero para nadie. Tan sólo quiero aislarme del mundo, de los recuerdos.

- ¿Ya se han ido tus familiares?—la directa pregunta detiene mis pasos. Levanto mi cabizbaja mirada y la veo a ella, la joven muchacha que amablemente nos ha traído el chocolate. Laura, recuerdo que se llama.

- Así es—contesto serio. –Les espera un largo trecho hasta Puente Viejo antes de que caiga la noche.

- Espero volver a verlos pronto—me dice con una sonrisa amable.

Me encojo de hombros y sin más palabras me alejo de allí sin importarme ser descortés. Por mucho que les haya hecho creer a Mariana y Paquito que no sabía nada de las atenciones que me prodiga la muchacha, yo he sido consciente de ellas desde el primer momento. Sin embargo no quiero alentarla ni crearle falsas esperanzas a ninguna joven cuando sé que jamás podré querer a otra mujer como quiero a Emilia Ulloa.

“Tú eres luz, Emilia” le dije una vez y, cobarde de mí, no fui capaz de decirle que ella era la luz de mi vida, la razón de mi existencia, mi único amor.

Y ahora debo de convivir con la idea de que su luz jamás volverá a iluminar mi vida, con la certeza de que jamás será mía, de que nunca seré completamente feliz. Porque ahora vivo en la oscuridad.
#1046
lapuebla
lapuebla
10/12/2011 10:51
Aricia: muy hermoso el relato. Creo que has conseguido plasmar toda la tristeza de los personajes, una tristeza que se nos ha contagiado a los espectadores con los últimos capítulos.

Gracias.
#1047
yolanada
yolanada
10/12/2011 16:10
Aricia, precioso.
No lo vas a creer pero a mí se me había ocurrido algo similar, pero tú te has adelantado y lo has escrito mucho mejor que podría haberlo hecho yo. Creo que con todos los matices, estos serían los sentimientos de los dos en este momento de sus vidas.
Gracias bonita.
#1048
martileo
martileo
10/12/2011 19:49
Aricia muy bonito. Gracias!!
#1049
Aricia
Aricia
13/12/2011 20:11
Os dejo la noche de bodas que yo soñaría para Alfonso y Emilia


~~DULCE AMOR~~
Habían prendido la lumbre en la pequeña chimenea así como una docena de velas a lo largo de la habitación que teñían de un cálido anaranjado la pequeña habitación. Un hermoso ramo de rosas rojas vestía el rincón del dormitorio y delicados pétalos cubrían la primorosa colcha que con tanto amor les había regalado Rosario.

Emilia sonrió soñadora mientras acariciaba los oscuros pétalos de terciopelo. No quería pensar el dinero que su amiga se debía de haber gastado en conseguir todas las preciosas flores que habían engalanado la capilla y las maravillosas rosas de su habitación, tan difíciles de conseguir en esa época del año. Pero tal como Pepa había prometido, no había reparado en gastos para que su amiga, su hermana, tuviera la boda que se merecía con el hombre de su vida. Además, ahora se suponía que era una adinerada heredera y como tal debía aprender a gastar los cuartos que su madre le proporcionaba.

Los recuerdos de la ceremonia inundaron los pensamientos de Emilia mientras buscaba el calor de la lumbre. Con cariño rememoraba a su familia, a sus amigos que habían compartido con ellos ese día. Y también, con el corazón henchido de amor, pensó en Alfonso tan gallardo y guapo a su lado, vestido con sus mejores galas, recibiéndola en el altar de manos de un orgulloso Raimundo. En ese momento sus miradas se fundieron y, por unos eternos instantes, el resto del mundo desapareció para ellos.

El crujir de los goznes de la puerta sacó de su ensoñación a Emilia. La joven se volvió para encontrar una muy sonriente Pepa que asomaba su cabeza por detrás de la puerta.

- ¿Aún estás con el vestido de novia?—le preguntó entrando en la habitación y cerrando tras de sí la puerta. -¿Necesitas ayuda?

Emilia asintió en silencio y agradeció con una sonrisa la ayuda ofrecida por su amiga. Pepa la ayudó a quitarse el vestido color marfil que había lucido en su boda para después comenzar a quitar las pequeñas florecillas y cuentas de su peinado.

- ¿Ocurre algo, Emilia?—la preguntaba Pepa enfrentando su reflejo en el espejo cuando Emilia permanecía sólo vestida por la combinación. –No has soltado prenda en todo este rato.

- Pepa, ¿es verdad todo lo que ha pasado hoy? ¿Realmente me he casado con Alfonso? ¿O es sólo una mala jugada de mi imaginación?

- Claro que todo es verdad, tontuela. Estás casada con uno de los mejores hombres que he conocido en mi vida, que te ama con todo el alma y sería capaz de dar su vida por la tuya—le contestó Pepa abrazándola con cariño. -¿O es que acaso dudas ahora de su amor, muchacha? Mira que si Alfonso se entera que tienes dudas le da un patatús ahí mismo.

- ¡Por dios, no, Pepa! Claro que no dudo de su amor, Alfonso me ha dado más de una prueba de ello—aseguró Emilia mirando a Pepa a través del espejo. – Y yo lo amo con toda mi alma. Pero… es que después de todo lo que hemos pasado me cuesta creer que por fin sea su esposa, Pepa. Y temo despertar y encontrar que todo esto no haya sido más que un sueño.

- Pues no temas, Emilia, porque todo esto es bien cierto. Así que terminemos de prepararte para tu noche de bodas y dejemos que tu recién estrenado esposo te demuestre lo real que es—concluyó con una pícara sonrisa que hizo enrojecer a su amiga.

Pepa salió del dormitorio una vez que dejó a Emilia vestida con el último de sus regalos, un delicado camisón de seda blanca que hizo las delicias de la joven.

Nuevamente en soledad, Emilia volvió a acercarse al fuego. Una serie de escalofríos recorría su cuerpo y no sabía decir si era por frío o por los nervios. Aquella era su noche de bodas y en cualquier momento Alfonso entraría en su habitación.

Como invocado por sus pensamientos, Alfonso entró anunciado por unos tímidos golpes en la puerta. Inmediatamente, su presencia hizo que Emilia sintiese el dormitorio más pequeño y cálido mientras su respiración de alteraba. Sabía que Alfonso la amaba, se lo había mostrado de mil maneras toda su vida, pero eso no impedía que los viejos temores que la habían hecho rechazarlo tan cruelmente unos meses antes volvieran a atenazarla con más fuerza. Y como para confirmarlos, su bebé se movió suavemente en su vientre.

Alfonso se quedó quieto con la espalda apoyada en la puerta. Siempre había sido un hombre de pocas palabras, más un hombre de acción, pero en aquel momento le hubiera gustado tener el don de las palabras para poder expresar todo lo que sentía mientras contemplaba a Emilia parada frente al fuego.

Si hubiese sido poeta podría haber halagado los hermosos rizos castaños de la joven que caían sobre sus hombros como un manto bruñido a la luz del fuego, o como su piel brillaba dorada rogando ser acariciada. También podría expresar la locura que a veces lo embargaba por sentir esos labios rosados contra las suyos y poder abrazarla hasta poder sentirla bajo su piel.

**continúa**
#1050
Aricia
Aricia
13/12/2011 20:13
**continuación**

- ¿Pretendes quedarte ahí toda la noche?—preguntó Emilia sintiéndose repentinamente tímida.

- No… No, por supuesto—contestó balbuceante. –Sólo estaba disfrutando de la maravillosa visión que me aguardaba.

- ¡Oh!—Emilia pareció quedarse muda ante el inesperado halago de su esposo y sintió como los colores subían a sus mejillas.

- ¿Sin palabras?—preguntó risueño Alfonso sintiéndose envalentonado mientras paso a paso, muy lentamente recorría la distancia que los separaba. –Jamás creí que vería a Emilia Ulloa sin palabras.

- Castañeda—le corrigió ella. –Ahora soy Emilia Castañeda. Tu esposa.

Los preciosos ojos castaños de Emilia se clavaron en los de Alfonso y el mundo se detuvo un breve instante entre los dos. Ella le sonrió y él se sintió el hombre más afortunado del mundo. Mucho habían tenido que sufrir ambos para llegar hasta ese momento, pero con esas simples palabras, con esa maravillosa sonrisa, Alfonso sabía que todo había valido la pena.

- Sí. Mi esposa—repitió él saboreando las palabras. –Y ahora, señora Castañeda vas a ser besada por tu esposo.

Los labios de él cayeron implacables, suaves y acariciantes sobre los de Emilia. Sus brazos la rodearon atrapándola contra su cuerpo. Emilia se sintió temblar. Aquel beso era tan diferente a los que habían compartido hasta ahora y no podía dejar de preguntarse cuánto se había estado conteniendo Alfonso hasta ese momento, hasta ese beso.

Alfonso abandonó sus labios hinchados por sus besos y fue besando su mandíbula hasta llegar al lóbulo de su oreja que lamió suavemente enloqueciendo a la joven.

- Te quiero, Emilia. Te he amado por tanto tiempo—susurró contra su piel. –Y esta noche quiero demostrarte cuánto te amo. Déjame demostrártelo.

- Siempre—suspiró Emilia cogiendo el rostro de Alfonso entre sus manos y besándolo.

Durante los siguientes minutos las palabras fueron innecesarias entre ellos. Con delicados movimientos casi reverentes, terminaron de desnudarse, siempre sus manos en contacto con la piel del otro. Emilia se sentía embargada por un torrente de sensaciones y sentimientos provocados por las caricias y los besos de Alfonso.

¿Cómo había podido creer alguna vez que había conocido la pasión y el amor antes? Aquello había sido una falsa ilusión, un espejismo de lo que en esos momentos estaba experimentando.

- Te amo—murmuró Emilia entre beso y beso recuperando el aliento.

Alfonso aprovechó para alzarla en brazos y depositarla con sumo cuidado sobre la colcha y el manto de pétalos haciéndola sentir como el más preciado de los tesoros. Y con su cuerpo la cubrió, calentándola, acariciándola y haciéndola suspirar de pasión.

Las manos de su esposo acariciaron su rostro, su cuello, el valle de sus pechos y se detuvieron con delicadeza sobre la curva de su vientre. Emilia contuvo la respiración y permaneció con los ojos cerrados en un doloroso esfuerzo por apartar los fantasmas de su mente. Sin embargo, no pudo evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos.

- Emilia, amor, ¿qué ocurre? ¿Te he hecho daño?—preguntó preocupado Alfonso al sentir sus sollozos.

Ella negó con la cabeza sin poder hablar.

- Entonces, cuéntame que te pasa—insistió secando las lágrimas que caían por sus mejillas con el dorso de su mano.

- Tengo miedo, Alfonso.

- ¿Miedo? ¿De qué? Comparte tu zozobra conmigo, mi amor. Déjame que yo luche contra tus miedos.

- Tengo miedo de que algún día me dejes, Alfonso. De que te arrepientas de haberte casado conmigo.

- Jamás—contestó vehementemente. –Jamás podré arrepentirme de casarme contigo, Emilia. Ni tampoco dejaré de amarte. Jamás—repitió besando las lágrimas que aún llenaban su rostro.

- Pero…

- No hay peros, mi amor—replicó Alfonso comprendiendo repentinamente cuales eran los temores de la muchacha. –Te quiero, Emilia, igual que quiero a este bebé—continuó apoyando una de sus callosas manos sobre la suave piel de su vientre.

- Alfonso, pero él no es tu hijo—sollozó Emilia liberando todos sus miedos.

- No lo será de carne, pero lo es de corazón. Y lo quiero ya porque es parte de ti, Emilia, es un pedacito tuyo. Y por eso lo amaré, ahora y siempre—respondió reverentemente Alfonso y antes de que ella pudiera replicar, la acalló besándola en los labios y luego besando el pequeño bulto donde crecía el bebé de Emilia. Su hijo.

Emilia, sintiéndose incapaz de demostrar de otra manera todo lo que significaban las palabras de Alfonso, lo agarró de los cabellos y lo atrajo hasta sí, obligándolo a que volviera a cubrirla con su cuerpo. Y entre beso y beso, ella seguía susurrándole una y otra vez “te amo”.

La noche pasó y ninguno de ellos supo cuanto tiempo estuvieron amándose. No pararon hasta que conocieron y memorizaron cada rincón, cada trozo de piel del otro. Mientras, suspiraban, jadeaban y susurraban el nombre de su amor y se juraban con sus palabras y sus gestos amor eterno.

Y cuando despuntó el alba, cayeron en un apacible sueño, satisfechos y felices. Emilia fue la primera en dormirse, feliz y segura en brazos de su esposo. Alfonso permaneció despierto unos minutos más. Alargó el brazo que no sostenía a su esposa hasta alcanzar la colcha y tapó a ambos. Ella se arrebujó con una lánguida sonrisa contra su pecho desnudo, apoyando su vientre contra la cadera de él. En ese momento, Alfonso sintió el movimiento de la pequeña vida que se gestaba en el interior de su esposa y no pudo reprimir el instinto de acariciar protectoramente su barriga.

- Te quiero, Emilia. Os quiero a los dos—murmuró antes de depositar un suave beso en la frente de su esposa y dejarse arrastrar al plácido mundo de los sueños.

FIN
#1051
laia1990
laia1990
13/12/2011 21:48
Precioso Aricia!!!
#1052
yolanada
yolanada
13/12/2011 23:16
Aricia, me he quedado sin palabras, como Emilia en tu relato-
Emocionante
#1053
Aricia
Aricia
15/12/2011 17:25
~~DERRIBANDO MUROS~~

La diligencia está llegando al pueblo.

No ha sido un trayecto largo, pero se me ha hecho eterno pensando que pronto iba a volver a estar nuevamente con mi familia. Y sí, aunque me haya obligado a no pensarlo, también porque ahora estaré más cerca de ella. Tan sólo han sido unas semanas de separación, con la suerte de tener entre medias las visitas de Mariana y Paquito, y sin embargo, hoy parece que regreso a casa después de estar alejado años. No quiero ni imaginarme lo mal que lo deberá de estar pasando mi hermano Ramiro, tan lejos de la familia.

La muchacha que me acompaña, Laura, ha estado todo el viaje hablando conmigo, preguntándome cosas sobre Puente Viejo. Educadamente, he ido respondiendo con monosílabos o gestos de mi cabeza, aunque la mitad de las veces mi mente estaba volando muy lejos de allí. Por varias veces, he visto mis pensamientos interrumpidos por el recuerdo de Emilia, de sus ojos, sus cabellos, el sabor de sus labios que tan brevemente probé.

Con una última sacudida la diligencia se detiene poniendo fin a mi ensoñación. Laura se mueve emocionada a mi lado, mientras yo estiro mis piernas confinadas durante horas en ese pequeño habitáculo y alcanzo la puerta del vehículo. Desciendo con mi pequeño petate y ayudo a Laura a bajar.

- Muchas gracias, Alfonso—me sonríe la muchacha sin soltar mi mano. –Ha sido un viaje muy ameno. Me alegro de que lo hayamos hecho juntos, sin tu compañía se habría hecho eterno.

- Exageras, pero se agradecen tus palabras—contesto mientras le indico con un gesto al cochero las bolsas que debe bajar.

- Oh, pero así ha sido—insiste ella coqueta a mi lado. Yo ignoro su sonrisa, así como he ignorado durante este tiempo el resto de sus insinuaciones. Laura es una buena muchacha, bonita y trabajadora, y yo no quiero hacerle albergar falsas esperanzas sobre mis intenciones.

He aceptado acompañarla en este viaje, porque los dos íbamos en la misma dirección. Pero en cuanto la acompañe a su destino, nuestros caminos se separarán.

Uno de los mozos me lanza la otra bolsa viaje con tal mala suerte que escapa de entre mis manos. Me agacho a cogerla, esperando que nada se haya roto, pero mi cuerpo se queda helado a medio camino. Por un momento he creído verla, ver un retazo de su cabello castaño suelto, de ella alejándose de la diligencia y sin embargo no puede ser. Me consta que no sabe de mí. Desde que Paquito me trajo las viandas preparadas por ella y yo se las hice devolver, mi familia me asegura que no ha vuelto a preguntar por mí.

- ¿Ocurre algo, Alfonso?—pregunta Laura a mi espalda. Me incorporo con la bolsa entre mis manos y sacudo la cabeza negando que algo me ocurra, negando que la haya visto.

- Será mejor que movamos—digo sin mirarla a la cara. –Cuanto antes llegues a tu destino, antes podré ver a mi familia—contesto rudamente.

La sorpresa de mis palabras se refleja en la cara de Laura. Parece herida por mi hosquedad y sus ojos amenazan con humedecerse. No quiero sentirme culpable por mis palabras. Es mejor que ella comprenda de una vez que nada puede existir entre nosotros.

Mucho más tarde me encuentro frente a la casona de los Montenegro. Me he despedido de Laura y le he deseado que tuviera una buena estancia en casa de sus amigos, para después encaminarme directamente hacia la casona. Aún faltan unas horas para que la jornada de mi madre y mi hermana termine y deseo verlas a ellas antes que a nadie.

Camino por los jardines con cuidado de no encontrarme a Mauricio o alguno de los Montenegro hasta llegar a la puerta trasera de la cocina. Dejo mi petate en el suelo y me asomo furtivamente por una de las ventanas. Entre los fogones mi madre está organizando la cena del día con movimientos mecánicos. Algo no está bien, me digo, y toda duda se disipa cuando veo la cara desencajada de mi madre y sus ojos llorosos. Sin pensármelo dos veces, entre en la cocina sin llamar tomándola por sorpresa.

- ¡Alfonso! ¡Hijo!—exclama mi madre dejando caer la cuchara con la que revuelve el guiso montando un gran estrépito en la cocina. –Gracias al Señor que has vuelto.

Me acerco a mi madre y dejo que me abrace con cariño y oculte su rostro contra mi hombro.

- Madre, madre, ¿qué ocurre?

- Una desgracia, hijo mío. Una desgracia—responde entre sollozos. –Tu hermano Juan ha enloquecido. Ha secuestrado a Soledad y la tiene retenida en nuestra casa.

Miro fijamente a mi madre sin poder dar crédito a sus palabras, pero sé que jamás sería capaz de concebir tamaña invención. La obligo a sentarse en una de las sillas y, atrapando sus manos entre las mías, espero a que me explique lo sucedido. Con inmenso dolor mi madre me cuenta el último despropósito de mi hermano Juan. Me cuenta cómo los demonios parecen haberse apoderado de su razón.

- He de ir, madre. Tengo que hablar con Juan y hacer que termine con esta sinrazón.

- No, Alfonso, no vayas—me detiene mi madre. –Si tú vas, los dos tenéis un carácter muy fuerte y sé que chocaréis. Y puede que esto acabe en una desgracia. Alfonso, prométeme que no irás.

- No puedo prometerle eso, madre. Juan está cavando su propia ruina, la de toda la familia. No puede obligarme a permanecer así, de brazos cruzados.

- Juan no atiende a razones, Alfonso. Está atrincherado en casa con Soledad y rodeado por los matones de Pardo. Tengo miedo de lo que pueda llegar a hacer.

- Pero…

- Sin peros, Alfonso. El señorito Tristán a está tomando cartas en el asunto y está viendo cómo solucionar este problema.

El desasosiego se está apoderando de mí. Entiendo los motivos por los que mi madre no desea que vaya a hablar con Juan, pero tampoco me puede pedir que permanezca con los brazos cruzados. Es mi familia y, a falta de mi padre, yo soy el cabeza de familia.

**continuará**
#1054
yolanada
yolanada
15/12/2011 22:45
Aricia, la pitonisa.... sigue por favor.
#1055
Aricia
Aricia
15/12/2011 23:38
** DERRIBANDO MUROS - CONTINUACIÓN**

Esa noche apenas he pegado ojo en aquel improvisado jergón. Tampoco ha calmado mi ánimo las palabras intercambiadas con Tristán esta mañana. La situación se le está yendo cada vez más de las manos y temo que Juan pueda cometer la mayor locura de su vida. Pero eso no se lo he dicho a mi madre. No quiero preocuparla aún más.

Nuevamente, en la cocina de la casona, mi madre me prepara un café caliente mientras yo le ayudo a limpiar legumbres. En mi cabeza, sigo mascullando las palabras intercambiadas con Tristán. El Montenegro quiere recuperar a su hermana y nada lo detendrá. Sé que está en su derecho, Soledad es su hermana y lo que Juan ha hecho no tiene justificación ni perdón alguno. Pero temo que, acicateado por las circunstancias, en su locura haga algo irreversible.

Mi madre se sienta a mi lado con su propia taza de café caliente y me observa con una mirada triste.

- Ahora, hijo, cuéntame cómo estás tú. Anoche no pudimos hablar, y quisiera conocer cómo te encuentras y qué tal te ha ido en el bosque.

- Bien, madre. Mucho trabajo, como esperaba y pocas horas para descansar.

- ¿Y tus compañeros?

- Buena gente—respondo escuetamente temiendo por dónde quiere ir mi madre. Parece que Mariana y Paquito no han podido tener la lengua quieta.

- ¿Y no has hecho ninguna amistad más?

- Sé por dónde quiere ir, madre—la detengo. –Seguramente le han ido con historias de una moza del campamento, pero le aseguro que no hay nada.

- ¿Seguro? Paquito me ha comentado que no volviste solo a Puente Viejo.

- Y si Paquito me hubiera preguntado, yo podría haberle dicho que el que Laura y yo viniésemos juntos en la diligencia fue pura casualidad. Ella ha venido a visitar a unos viejos amigos… Y nada más—atajé bruscamente e inmediatamente me arrepentí de haber sido tan brusco con ella. –Perdóneme, madre, no debería de haberle contestado así.

- Entiende, hijo, que yo esté preocupada por ti. Y que no haya otra cosa que me alegre más que hayas pasado página con la Ulloa.

- Ojalá fuese tan fácil, madre.

- Debes quitártela de la cabeza, hijo. Nosotros así le hemos dicho que has hecho.

- ¿A quién? ¿A Emilia?—pregunto incrédulo.

- Así es. La muchacha se ha pasado varias veces por la casa preguntando por ti, y por mucho cariño que la hayamos tenido, le he dicho que lo mejor que puede hacer es olvidarte y no preguntar por ti. Tal y como tú has hecho.

Estoy a punto de replicar a mi madre, pero contengo mi lengua. Sé que mi familia ha intentado hacer lo que creía mejor para mí, lo que yo mismo le pedí a Paquito que hiciera. Sin embargo, Emilia ha estado preguntando por mí, y eso ha hecho que mi corazón saltase de regocijo en mi pecho.

Siento como mi madre me está observando, esperando mi reacción e intentado leer mis pensamientos. Intento sonreír despreocupadamente y sólo consigo una extraña mueca. Tengo que salir de allí e intentar ordenar mi cabeza.

- ¿A dónde vas, Alfonso? ¿No irás a buscar a Emilia?—me pregunta al verme como me levanto y camino hacia la puerta.

- Sólo voy a pasear, madre. Regresaré en un rato.

Al salir de la casona comienzo a andar sin darme cuenta de que mis pasos me están llevando hasta el pueblo. Ya es tarde y hay poca gente en la calle. La gente está recogida en sus casas e incluso la taberna está prácticamente cerrada. Mi primer impulso es ir hacia la posada y lo reprimo. Puede que yo haya estado en los pensamientos de Emilia, pero también es cierto que ella me rechazó varias veces antes de marcharme. Al final puede más mi orgullo y retrocedo, alejándome de la posada, aunque mis pasos no me llevan más lejos de la fuente.

Sentado junto a la fuente sigo mirando cabizbajo la posada. Puede que mi orgullo haya hablado por mí, pero eso no implica que no me esté muriendo de ganas por volver a Emilia aunque sea desde la distancia. Estoy tan ensimismado que no oigo cómo se aproximan a mí hasta que siento la presión de una mano sobre mi hombro.

- Bienvenido y bienhallado, Alfonso Castañeda—dice Hipólito colocándose a mi lado. –No sabía que habías vuelto a Puente Viejo.

- Se acercan fechas importantes, Hipólito. Fechas para pasarlas en familia.

- Y de la gente a la que quieres—añade misteriosamente.

Levanto mi cabeza para enfrentarlo y veo una sonrisa torcida y una mirada cómplice en el rostro de Hipólito. Para confirmarlo, gesticula varias veces con su cabeza hacia la posada y por un momento, temo que su cuello vaya a salirse de su lugar.

- No sé a lo que te refieres, Hipólito—finjo indiferencia mientras me pongo de pie.

- Hablo de la bella Emilia, por supuesto. ¿Has ido a hablar ya con ella? Seguro que se habrá puesto contentísima al saber que has vuelto.

- No, no he ido a hablar con ella. Y de todas formas, ¿por qué iba a ponerse feliz por volver a verme? Semanas atrás me dejó bien claro que no quería saber nada de mí.

- Sabes que eso no es así, Alfonso. La bella Emilia suspiraba y suspira por ti—me revela. –Cuando tú no has estado, ha estado penando por tu ausencia. Ha estado menos pizpireta y animosa… Aunque también puede ser por lo que se habla por el pueblo.

- ¿Qué es lo que se habla por el pueblo?

No me he dado cuenta, pero mi voz se ha elevado más fuerte.

- La gente murmura, Alfonso. Y aunque Raimundo ha intentado defender es muy difícil de proteger todas las maledicencias que rondan a su alrededor—comenta apenado. –No hace más de media hora, Emilia ha descubierto una pintada en la pared sobre ella.

- ¿Quién ha sido el canalla?—estallo estrujando la gorra entre mis manos. Una rabia inmensa se ha apoderado de mí y siento la imperiosa necesidad de liberarla.

- No… no lo sé—titubea Hipólito. –Podría ser cualquier buena gente del pueblo… Bueno, no tan buena gente si van propagando estos rumores… Todo el mundo habla, y ya sabes que los rumores son lo más difícil de acallar… Y más de éste género.

La rabia sigue bullendo en mi cuerpo. Y ahora siento también dentro de mí como me acompaña la impotencia. Si tan sólo Emilia hubiera aceptado casarse conmigo, yo la habría podido proteger de las infamias de la gente.

- Tengo que irme—anuncio a Hipólito, ansioso por descargar de algún modo la rabia que me embarga. En esos momentos me gustaría golpear hasta la extenuación a alguien.

- ¿Entonces no vas a ver a la bella Emilia?—pregunta a mis espaldas.

- No… No ahora.

**CONTINUARÁ**
#1056
CUQUINA37
CUQUINA37
16/12/2011 02:49
SIGUELO....por favor de rodillas...para una pobre insomne....
#1057
atrevi
atrevi
16/12/2011 11:03
Por fa... haz caso a Cuquina... sigue... me gusta mucho que sea él quien lo narra.
#1058
Aricia
Aricia
16/12/2011 12:17
**DERRIBANDO MUROS- CONTINUACIÓN**

Estos dos últimos días todo ha transcurrido a mi alrededor como una lenta agonía. La situación con Juan se está desbocando y en cualquier momento podría suceder lo que más temo. Tristán ya no atiende a razones y para añadir más leña al fuego, los Montenegro le han ido con la historia a Olmo Mesía. Ahora sólo es cuestión de tiempo de que todo estalle, de que la casa que me vio nacer, donde he crecido, se convierta en un campo de batalla.

Pero lo que me ha quitado el sueño es pensar en Emilia Ulloa. Si ya era difícil no pensar en ella todo este tiempo, después de hablar con Hipólito no puedo evitar que mis pensamientos vuelen una y mil veces hacia ella. Ojalá me hubiera permitido protegerla, defenderlas de las malas habladurías, darle mi amor a ella y al hijo que espera.

También recuerdo las palabras de Hipólito. “Emilia suspira por ti”. ¿Será cierto? ¿O será un nuevo desatino de Hipólito que ve cosas donde no hay nada que ver? Mi corazón me grita que Emilia me quiere, que era ella la que vi en las postas.

No he terminado de tomar mi decisión, cuando Paquito irrumpe en mi camino sin resuello. El mozo parece haber venido corriendo un largo trecho para encontrarme.

- Alf… Alfonso—jadeaba Paquito. –Tienes… tienes que ir a casa.

- ¿Qué ocurre, Paquito?

- Los Montenegro. Y el señor Olmo Mesía. Van con hombres armados y están irrumpiendo a la fuerza en la casa.

Antes de Paquito haya terminado de hablar he echado a correr camino de mi casa. “Por favor, que Juan entre en razón”, voy rogando mientras sigo corriendo. “Que no cometa una locura”. Cuando Paquito y yo llegamos a la casa, todo parece ya haber finalizado. Soledad está acurrucada entre los brazos de su hermano Tristán, y el Mesía sigue dando instrucciones a sus hombres. Pero no hay señales de Juan ni de sus pistoleros.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Juan?—pregunto casi sin aliento, temiendo hallar el cadáver de mi hermano cosido a balazos.

- Ese cobarde ha salido corriendo con el rabo entre las piernas—contesta Mauricio con sorna y desprecio en su voz.

- ¿Está vivo?

- Sí, pero no por mucho tiempo…

- Mauricio. Cierra la boca—grita Tristán dejando a su hermana momentáneamente al cuidado de Olmo. –Tranquilo, Alfonso, no ha habido ningún herido en la casa. Sólo disparos al aire. Tu hermano está bien. Y espero que ya muy lejos de aquí… Por su bien.

- ¿Entonces no va a tomar represalias?—pregunto recordando el pacto hecho entre nosotros.

- Por el inmenso cariño que tengo a tu madre, no vamos a…

- Pero, serñor. La señora se va a enfurecer—corta Mauricio a nuestras espaldas.

- Repito, y quiero que quede a todo el mundo claro. No vamos a tomar represalias en contra de Juan. Pero si vuelve a acercarse a mi hermana…

- No se preocupe, Don Tristán, eso jamás ocurrirá. Me encargaré de ello—prometo.

Tristán asiente con su cabeza, cerrando el pacto conmigo, y vuelve a ocuparse de su hermana. En unos minutos, casi todos han partido y sólo queda Mauricio y un par de sus hombres. El secuaz de la Montenegro no parece satisfecho con las palabras de Tristán.

- Dile a tu hermano, que si vuelve a acercarse a Puente Viejo, es hombre muerto—amenaza Mauricio en contra de las órdenes de Tristán.

- Antes tendrás que pasar por encima de mí.

- Con mucho gusto, Castañeda… Y no creo que me cueste mucho… Un hombre que no sabe meter en vereda a su familia y a su mujer, no es un hombre.

- ¿Qué estás insinuado?—pregunto sintiendo unas ganas tremendas de callar su boca a golpes.

- No hagas caso, Alfonso—dice Paquito tras de mí, sujetándome por el brazo.

- No insinúo nada, Castañeda. No es rival para nadie un hombre incapaz de mandar en su casa ni a su mujer—repite socarrón. –Es bien sabido por todos que la hija de Raimundo se cansó de usarte y te tiró como un trapo viejo. Ahora mismo debe de estar buscando tu sustituto. Tal vez yo me ofrezca al puesto.

Paquito no puede hacer nada. Me he librado de su agarre con una sacudida mientras con mi cuerpo me abalanzo sobre Mauricio. Él no espera mi golpe, por lo que mi primer puñetazo lo tira al suelo con al labio partido. Sin pensármelo dos veces me lanzo sobre su cuerpo caído y continúo machacando su rostro. Si no es por la intervención de Paquito, hubiera sido capaz de matarlo en ese mismo lugar.

- Alfonso, para. No merece la pena. No te arriesgues a ir a la cárcel por una basura como él.

Sus palabras consiguen despertar mi conciencia entre la rabia asesina que me ha cegado por unos minutos. Me alejo del despreciable de Mauricio y le aseguro a Paquito que ya puede soltarme.

- Si te acercas a mi familia o si tan sólo vuelves a posar tu sucia mirada sobre Emilia, juro que acabo contigo.

Y sin decir más, porque sé que si no me alejo de esa basura soy capaz de terminar lo empezado, me marcho de allí ante la preocupada mirada de Paquito.

**continúa**
#1059
Aricia
Aricia
16/12/2011 15:42
**continuación**

Está decidido. Tengo que hablar con Emilia.

Puede que ella me haya rechazado antes. Que diga que no quiere que yo cargue con el hijo de otro. Que me mienta diciéndome que no me quiere, porque yo sé que me ama. Lo sé. Cada poro de mi ser sabe que Emilia Ulloa me ama. Y hasta ahora ella me lo ha negado, me ha rechazado por un tonto sentimiento de protección.

Que me merezco una mujer mejor, me dice. Mentira. Yo la merezco a ella, la necesito y ella me necesita a mí. Y eso es lo que ahora mismo voy a demostrarle.

La plaza está en pleno apogeo. La gente se ha echado a la calle a hacer las últimas compras para esta noche, porque hoy es Nochebuena. Saliendo por la puerta del colmado la veo a ella. Mi Emilia. Está preciosa, con las mejillas arreboladas por el frío y su trenza castaña echada sobre el hombro. Camina cabizbaja, incapaz de mirar al rostro a la gente que la rodea, sus paisanos que ahora parecen mirarla por encima del hombro y cuchichear a sus espaldas.

Detrás de ella veo a Dolores Mirañar asomándose por la puerta del colmado con otra clienta. Ambas miran con descaro a Emilia y sé por sus posturas que están cotilleando sobre ella. Eso hace hervir mi sangre y me dan ganas de ir hasta ellas y zarandearlas. Emilia no tiene nada de qué avergonzarse. Es el ser más bueno y puro que jamás he conocido, y ninguna de esas personas que ahora se atreven a juzgarla le llegan a la altura de sus zapatos.

Emilia se arrebuja en su capa. Hace mención de ir hacia otro puesto, pero al verse con la mirada reprobatoria de otra cotilla, echa un paso atrás y da media vuelta hacia la posada. Esa es la gota que colma el vaso de mi paciencia. Con paso decidido camino hacia Emilia dispuesto a batallar por ella y protegerla.

- Buenos días, Emilia—saludo un poco más alto de lo normal para que llegue al resto de paisanos. –Deja que te ayude con esa cesta. Parece muy pesada.

- Alfonso. ¿Qué haces aquí?—me pregunta asombrada sin poder rechazar mi ayuda.

- He venido por ti. Me moría de ganas de verte.

Ella me lanza una mirada desconfiada y veo como sus labios se fruncen en un puchero. Algo me dice dentro de mí que Emilia no está contenta conmigo.

- ¿Te acercas a la plaza a saludarme después de haber llegado hace varios días y encima tienes el descaro de decir que te morías de ganas de verme?

Asiento esperanzado, muriéndome de ganas por estirar mis brazos y abrazarla.

- Pues ya puedes volver por donde has venido, Alfonso Castañeda. Seguro que tu novia tendrá más ganas de verte que yo—me contesta altanera.

Por unos segundos me quedo sin habla. ¿Mi novia? ¿De qué demonios está hablando Emilia? Y entonces caigo en que ella me ha debido de ver en compañía de Laura cuando llegué al pueblo. Sonrío, y estaba vez es una sonrisa de satisfacción y, sobre todo, esperanza.

- Y encima te ríes—me acusa Emilia indignada. Y en su indignación la encuentro aún más hermosa. –Pensaba que eras diferente, Alfonso, pero veo que me he equivocado.

- Emilia, mi amor, no te enfades. Te juro que no hay otra mujer en mis pensamientos más que tú. El otro día sólo me viste siendo amable con una joven que hizo mi mismo trayecto.

Emilia queda callada ante mis palabras y, con preocupación, veo como sus ojos empiezan a empañarse por las lágrimas y como muerde sus labios por no empezar a llorar.

- Emilia, ¿qué te ocurre?

- Alfonso, por dios, no juegues conmigo. Demasiado duro es saber ya que soy la comidilla de este pueblo, para que además tú juegues conmigo.

- ¡Que se vayan al infierno estos cotillas!—exclamó elevando mi voz para que todos lo oigan. –Me importa un bledo lo que ellos piensen, Emilia. Y si tengo que enfrentarme a todos y cada uno de ellos así lo haré… Sólo me importas tú.

Ya no puede ocultar sus lágrimas y estás comienzan a rodar por sus mejillas. Emilia me mira una última vez antes de echar a correr hacia la posada y desaparecer. Pienso en volver a gritar su nombre, pero ya he dado suficiente espectáculo a esa terna de chismosos. Miro mis manos entre las que todavía guardo su cesta y, recomponiendo mi atuendo, echo a andar hacia la posada.

- Alfonso, has vuelto—lo saludó Raimundo desde la barra. –Pero, ¿qué haces con la cesta de Emilia? ¿Has tenido tú algo que ver con su estado actual?

- Raimundo, tiene usted como hija a la muchacha más teca del mundo. Por su cabezonería me rechazó antes, aún queriéndome. Y ahora está empeñada en no querer mis explicaciones.

- Entonces, ¿lo sabes? ¿Ella te ha dicho que te quiere?

- No, aún no. Pero sé que me quiere, Raimundo. ¿Dónde está ahora? Tengo que hablar con ella y terminar por aclarar este asunto.

- Está en su habitación, Alfonso. Pero será mejor que no vayas allí. Ya hay demasiados chismorreos sobre Emilia y no quiero meterla en ninguno más. No podré protegerla de todas las murmuraciones.

- Y no puede protegerla, Raimundo, pero yo sí—declaro con convicción. –Pero para ella tengo que hablar con Emilia y convencerla de que se case conmigo. Que me deje darle mi apellido a su hijo. Nuestro hijo.

- ¿Estás seguro, muchacho?

- Nunca he estado más seguro en mi vida.

- Pues entonces, suerte, porque no va a ser nada fácil convencerla—me dice palmeando mi espalda.

**contiuará**
#1060
laia1990
laia1990
16/12/2011 16:56
Aricia, ten piedad, continua, que está tan interesante que me estoy quedando sin uñas!!! angel
Anterior 1 2 3 4 [...] 50 51 52 53 54 55 Siguiente