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Foro El secreto de Puente Viejo

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eiza
eiza
23/10/2011 12:32
labibliotecal-z

EL RINCÓN DE LADYG
labibliotecal-z
El único entre todos I, II, III, IV, V

EL RINCÓN DE LAPUEBLA
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Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos

EL RINCÓN DE LIBRITO
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Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV

EL RINCÓN DE LNAEOWYN
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Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...

EL RINCÓN DE MARTILEO
labibliotecal-z
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida

EL RINCÓN DE MARY
labibliotecal-z
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV

EL RINCÓN DE MIRI
labibliotecal-z
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos

EL RINCÓN DE NHGSA
labibliotecal-z
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II

EL RINCÓN DE OLSI
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Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida

EL RINCÓN DE RIONA
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Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V

EL RINCÓN DE RISABELLA
labibliotecal-z
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión

EL RINCÓN DE VERREGO
labibliotecal-z
Lo que tendría que ser...

EL RINCÓN DE VILIGA
labibliotecal-z
Tristán y Pepa: Mi historia

EL RINCÓN DE YOLANADA
labibliotecal-z
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII

EL RINCÓN DE ZIRTA
labibliotecal-z
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#261
Aricia
Aricia
14/12/2011 14:28
Gracias, Pepa, gracias por escuchar nuestras súplicas y habernos regalado este hermoso final para tu pedazo de historia que nos ha tenido estos días en vilo.

Espero el siguiente :D
#262
martileo
martileo
14/12/2011 15:33
Lo dicho, que eres genial escribiendo. Deseo que las musas no te abandonen por mucho tiempo para que nos sigas regalando joyas como ésta. GRACIAS :)
#263
atrevi
atrevi
14/12/2011 16:23
Lapuebla, muchísimas gracias por un relato tan maravilloso, después de tantas intrigas y pesares que nos tenían en vela lo has rematado de una manera increíble.
Enhorabuena.
#264
riona25
riona25
15/12/2011 17:59

UNA ENTRE UN MILLON



Llevaba el cabello suelto. No recordaba haberlo visto nunca caer así, en cascada sobre su espalda, aunque eso no le impedía reconocerla, lo haría entre un millón. La observó alejarse con su rápido y pequeño caminar y no pudo evitar preguntarse qué andaría haciendo por allí. ¿Acaso habría ido al recibirlo y se había arrepentido al verlo llegar acompañado? No, eso no tenía sentido, igual de improbable era que tuviera interés en su llegada, o que le molestase el que no lo hubiera hecho solo. Laura, que aguardaba a su lado le sonrió y él le devolvió la sonrisa, aunque un tanto forzada, y, añadió un gesto con la que le instó a seguirlo.

De camino a su casa se topó con más de una mirada escrutadora, de ésas que juzgan y sentencian y, aunque se dijo así mismo que no importaba, sí lo hacía y mucho. Poco tardaría en correr como la pólvora el chisme de que había vuelto al pueblo trayendo a alguien consigo, tardarían poco en ennoviarlo con ella y menos aún en casarlo, y toda aquella falacia acabaría en oídos de Emilia. Se repitió que no tenía importancia, ella habría sacado sus propias conclusiones al verlo bajar de la diligencia, pero ahora, como en aquel momento, tuvo que morderse las ganas de ir corriendo a la Casa de Comidas a jurarle que no tenía nada de qué preocuparse, que la amaba igual o más que antes. Pero siguió caminando, sin despegar la vista del camino hasta su casa.

Cuando entró, hubo más de un grito de júbilo. Tal y como imaginaba, su madre, Mariana y Paquito estaban esperándole, incluso se encontraba allí Hipólito con quien no contaba. Su familia se acercó a saludarlo y lo mismo hizo el muchacho, aunque lo miraba con cierto recelo al igual que a su acompañante.

-Laura, qué sorpresa –exclamó su hermana al verla. –Madre, ésta es la muchacha de la que le hablé –hizo las presentaciones oportunas.

La hicieron pasar tratándola con simpatía y calidez y, un poco de picardía, sobre todo por parte de Mariana que de vez en cuando le guiñaba el ojo a su hermano, aunque a Hipólito se le iba endureciendo el gesto a cada minuto que pasaba, mientras Rosario colmaba a su hijo de besos y lo miraba una y otra vez para convencerse de que la distancia no había hecho mella en él.

-Hijo, no sabes cuánto me alegra que hayas venido –le decía.

-Pues yo sé de alguien que también se alegrará mucho de tu visita –intervino por fin Hipólito, con aquel deje de inocencia e ingenuidad que parapetaban en realidad un propósito bien definido. –Voy a avisar a Emilia –dijo sonriente mientras se acercaba a la puerta.

-Tú no vas a avisarle nada a nadie –lo detuvo Rosario, casi con malas maneras. –No hace ninguna falta –trató de suavizar el tono, aunque un poco tarde.

El muchacho se había parado en seco con gran asombro, mirando a Alfonso, quien callaba por no pecar, total, Emilia ya sabía de su llegada, pero parecía que Rosario no contaba con la naturaleza porfiada del Mirañar.

-Pues yo creo que le vendría muy bien una alegría como ésta –continuó Hipólito como si la cosa no fuera con él. –Sobre todo en estos días que todos se están portando tan mal con ella.

-Hipólito… -masculló Mariana, haciéndole un gesto de disgusto por su indiscreción.

-¿Cómo? –ignoró Alfonso el aspaviento que hacía su hermana, quien deseaba que el de Mirañar se mordiera la lengua. -¿Qué le sucede a Emilia?

-Bueno… han aparecido ciertas pintadas maledicentes referidas a su persona y… a su situación –hizo aquí especial énfasis, sabiendo que lo entendería. –Aunque ella está aguantando estoicamente todo sapo y culebra que le lanzan las malas lenguas y a pesar de que nadie haya alzado mínimamente la voz por ella –miró de reojo a Mariana con claro reproche.

Alfonso observó a su hermana, sin entender muy bien la silenciosa conversación que se llevaba con Hipólito pues bajaba la cara avergonzada.

–Aunque eso es una chiquillada en comparación con el episodio acaecido con Mauricio –continuó el joven con su tono monótono, como si hablase de cosas triviales cuando eran todo lo contrario, tanto que Alfonso se crispó al escucharlo. –Y poco le importó que estuviera la taberna llena de gente disfrutando del espectáculo.

-¿Quieres ir al grano de una vez? –Alfonso comenzó a exasperarse.

-Lo que tiene que hacer es dejarse de cuentos –intervino Rosario. –Seguro que no es para tanto.

-Pues a Mauricio no creo que se le haya olvidado el sopapo que le soltó Emilia cuando le reprochó ser el único que no había disfrutado de los servicios de la posadera –recitó alzando la barbilla que fruncía con malestar.

-Esto sí que no –se revolvió Alfonso como un animal enjaulado y se fue hacia la puerta. Su madre corrió tras él para impedírselo pero se había alejado algunos pasos de la casa cuando lo consiguió.

-Espera –lo tomó del brazo. -¿Qué vas a hacer?

-¿Es que no ha oído a Hipólito? –le extrañó la pregunta.

-Eso a ti ya no te incumbe –apuntó. –Además, ella se lo ha buscado.

Alfonso la miró de arriba abajo, desconociéndola.

-¿Cómo puede decir eso?

-Hijo, ella no quiso casarse contigo…

-¿Y por eso merece que caiga una lluvia de fuego sobre ella? –le rebatía algo que no creía necesario hacer.

-Eso tampoco –reconoció, -pero es que yo no puedo olvidar tu dolor, Alfonso. Te fuiste del pueblo por su culpa.

-Eso no es cierto, madre –replicó, cortante. –Yo escogí marcharme porque creí que la distancia me ayudaría a olvidarla pero, lejos de eso, su recuerdo se me graba cada día más hondo.

-Pero, ¿y esa muchacha? –preguntó con una pizca de esperanza.

-Decía que su intención al acompañarme era la de conocer el pueblo –le aclaró. –Y si verdaderamente el motivo era otro, ahora no creo que le cueste mucho percatarse de mi realidad.

-Y ésa es que…

-Que estoy enamorado de Emilia –dijo con rabia, -aunque a usted le pese.

-¿Vas a rebajarte de nuevo? –le cuestionó al ver su ademán de marcharse.

-Decirle a alguien que lo quieres no es humillarse –sentenció y zanjó la conversación emprendiendo el camino hacia la posada.
#265
riona25
riona25
15/12/2011 18:00
Trató de respirar hondo mientras reunía todo su temple. Debía reconocer que no era fácil volver a ver a Emilia tras su ausencia y, aunque no podía darle la razón a su madre, sí era cierto que un nuevo desdén por su parte lo destrozaría. Pero dejó aquella idea atrás, tal vez Emilia no aceptaría sus palabras de amor pero sí las de un amigo e imaginaba, por lo que había escuchado de boca de Hipólito, que era lo que más necesitaba en ese momento.

Cuando llegó a la taberna, Raimundo lo recibió con un abrazo.

-Me alegra mucho verte por aquí –le dijo con total sinceridad.

-Yo quisiera ver a Emilia, si es posible –le pidió.

-Creo que está en su habitación –asintió, -pero te advierto que no quiero que te marches sin que me cuentes cómo te va.

Alfonso asintió agradecido y se dirigió al cuarto de Emilia.

-Pasa –escuchó su voz llorosa desde dentro.

El muchacho entró con cautela, con esa contestación debía estar esperando a otra persona y, así era porque, cuando Emilia se percató de su presencia, casi se levantó de la cama de un brinco.

-Creí que era Pepa –se disculpó enjugándose con rapidez las lágrimas.

-Emilia, ¿qué te…?

Intentó acercarse pero ella extendió su mano deteniéndolo.

-¿Qué haces aquí? –preguntó con reproche y asombro.

-¿Y tú por qué has venido a recibirme a la diligencia para luego marcharte? –la tanteó y vio como sus mejillas sonrojadas por la congoja palidecían.

-Sólo quería comprobar que estabas bien –dijo cuando consiguió ordenar las palabras.

-Ya has visto que no lo estoy.

Emilia frunció el ceño creyendo haber malinterpretado su respuesta pero lo dejó estar.

-No deberías estar aquí –aseveró en cambio con mayor firmeza. –No quiero crearte problemas.

-¿Lo dices por las habladurías de la gente? –se molestó.

-Y por tu familia –añadió ella. –Y por tu nueva…

Emilia se mordió la lengua, callando temerosa al no saber cómo debía definir la relación de Alfonso con aquella muchacha. Él, en cambio, era de lo que menos quería hablar.

-Estás muy guapa con el pelo suelto –le susurró, alargando su mano hacia su cabello amarrado nuevamente en su acostumbrada trenza.

Emilia se dio la vuelta alejándose de él. Ese simple toque era capaz de hacerla estremecer y él no debía percatarse de ello.

-Ella también es muy guapa –dijo, tragándose su propia hipocresía.

-No me he fijado –replicó él no queriendo que ella creara una barrera entre los dos que no existía en realidad.

-Y podrá darte hijos propios –se giró ahora para que él viera la sonrisa que con gran esfuerzo había dibujado en su cara.

-Tú también podrías –dio un paso hasta ella.

-Ya es tarde, Alfonso –negó con la cabeza. –Este hijo es de otro.

-¿Es que si no estuvieras embarazada te casarías conmigo? –preguntó con ironía aunque desapareció por completo de su rostro al ver como se ensombrecía el de Emilia.

Entonces la tomó por los brazos y la acercó a él, demasiado tal vez, casi podía saborear su aliento.

-Responde –le exigió, pero ella seguía callada. –No juegues conmigo, Emilia –le pidió con desespero, -¿o es que no sabes que el que calla, otorga?

Emilia siguió en silencio. Tal vez ésa era una forma de decirle lo que se había prohibido a sí misma hacer a viva voz, pero antes de que Alfonso lo tomara como la respuesta que buscaba, le dio la espalda y se alejó de él, refugiándose en la poca distancia que le permitía aquella habitación.

-Espero que seas muy feliz –recitó con la mayor honestidad que pudo reunir.

-Claro que lo voy a ser –concluyó él y, con sólo una par de zancadas, consumió los metros que los separaban y tiró de su brazo para llevarla hasta él. Por el camino, y sin que Emilia tuviera posibilidad de impedirlo, atrapó sus labios, en un beso ávido y sediento, con el que trató de llenar el vacío de todos aquellos que había querido darle y no le había dado. Sintió, tal y como deseaba, que Emilia se abandonaba a su caricia, como si se hubiera rendido en una guerra en la que se había cansado de luchar. Allí, entre sus brazos, entre sus labios, comprendió que lo estaba amando, que lo amaba desde quien sabe cuándo, pero que era un sentimiento que ella no creía merecer.

-Si serás tonta –sonrió Alfonso sobre los labios de Emilia que temblaban por el ardor de su beso. –¿Cuántas mujeres se casan sin amor para ocultar un embarazo ilegítimo? Pero tú, ni aún queriéndome…

-¿Es que nadie entiende que por eso mismo no quería aceptarte? –quiso zafarse de su abrazo para dar rienda suelta a su indignación pero él se lo impidió. –No creo que criar el hijo de otro sea lo mejor para ti.

-Habla en pasado –le pidió. –Y convéncete de una vez de que tú eres lo que quiero en mi vida, lo único que puede hacerme feliz.

-Pero…

Alfonso la hizo callar con un beso, apretándola contra él, para dejar grabado en ella de algún modo que ya no iba a renunciar.

-No me importa lo de digas –le advirtió. –Tu cuerpo me dice lo que tú te niegas a aceptar.

-No, si yo estaba pensando en la muchacha con la que te he visto llegar...

Alfonso lanzó una carcajada.

-Mentirosa –acarició su mejilla en la que aún quedaban surcos de sus lágrimas. –Aunque, para aplacar tus celos, te diré que no hay nada de lo que debas preocuparte.

-¿Celosa yo? –se hizo la digna.

-Anda, vamos –se separó de ella y tiró de su mano.

-¿Adónde? –preguntó sorprendida.

-A hablar con Don Anselmo.

-Espera…
#266
riona25
riona25
15/12/2011 18:00
Y Alfonso se detuvo, aunque no porque se lo estuviera pidiendo ella sino, porque desde el otro lado de la plaza, se aproximaba a ellos Mauricio, con una mueca burlona en su cara.

-Contigo quería hablar yo –le dijo Alfonso al capataz tras haber soltado a Emilia.

-Así que te tenemos otra vez por…

Pero no pudo acabar la gracia. El puño de Alfonso se estrelló contra su quijada, con tanto ímpetu que lo derribo de espaldas contra el suelo.

-Como vuelvas a acercarte a un metro de ella, te recordaré el encuentro que acabamos de tener –le advirtió Alfonso mostrándole el puño desafiante.

Lejos de amilanarse, sentado en el suelo, Mauricio soltó una risa socarrona mientras se limpiaba con el dorso de la mano el hilo de sangre que le corría por la comisura de la boca.

-¿A ti también te ha engatusado?

Lleno de cólera, Alfonso lo agarró de las solapas y tiró con fuerza hasta hacerlo levantarse.

-¡No! –gritó Emilia al ver que el muchacho volvía a alzar su puño contra él. –No vale la pena.

-Tienes razón –lo soltó de un empujón. –Pero para que te quede claro a ti, y a todos –elevó la voz para que lo escucharan todos aquellos que se habían detenido a ver la función, -Emilia es mi prometida y el bebé que está esperando es mío. ¿Algún chisme más que satisfacer? –dirigió ahora la mirada hacia el colmado, desde donde Dolores observaba con crecido interés, aunque bajó la vista al recibir de lleno la indirecta.

Como era de esperarse, nadie dijo nada, incluso muchos sonreían. En definitiva, eran muy pocos los que querían mal a la hija del tabernero. Pero, cuando se giró hacia Emilia, vio como de su rostro parecía haberse esfumado la felicidad que radiaba segundos antes, habiendo ocupado las dudas de nuevo su lugar. Así que tomó sus mejillas entre sus manos y, con dulzura, depositó un beso en sus labios, lleno de amor, mas de pasión contenida, ésa la reservaría para sus momentos a solas.

Al separarse, el color y la sonrisa volvieron al rostro de Emilia, así que tomó su mano dispuesto a hacer lo que había quedado interrumpido.

-¿Vamos? –le preguntó, aunque ya tiraba de ella.

De camino a la iglesia, Emilia apenas sentía que los pies tocaran el suelo al andar, parecía flotar sobre una nube de felicidad. Antes de entrar por la puerta, Alfonso la miró lleno de dicha y supo que sería la que ambos compartirían a partir de ese instante.
#267
yolanada
yolanada
15/12/2011 20:20
Riona
¡Que bonito relato has escrito! espero que la serie alcance a darnos algo tan exquisito como lo que sale de tu pluma( es un decir).
Es ver que has escrito algo y lo dejo todo para leerlo a la de "ya". Gracias.
#268
verrego
verrego
18/12/2011 11:22

UNA HISTORIA DE DOS



ESCRITO POR: ARTEMISILLA Y VERREGO


Tengo la boca seca, el pulso acelerado y la frente perlada de sudor, a pesar de que el frío de la noche se cale en los huesos. Cierro los ojos un instante y noto el corazón desbocado en mi pecho. He servido en las milicias, batallado en ultramar, condenado a muerte e incluso he sufrido la peor de las pérdidas que puede sufrir un padre. Pero si ella no viene esta noche, mi corazón se detendrá para siempre, sin remedio.

Mi fiel Rosario, como siempre, está a mi lado, consolándome con su sola presencia. A veces hubiera dado todo mi patrimonio y hasta un brazo por ser un Castañeda más y recibir a tiempo completo los mimos de esa mujer tan ancha de carnes como de corazón.

Por su parte, Don Anselmo intenta tranquilizarme diciendo que todas las novias llegan tarde, que es la costumbre y que nosotros, después de todo lo que hemos pasado, nos merecemos ser felices; eso sí, siendo bendecidos primero por Dios y por la Santa Madre Iglesia Apostólica y Romana. Pero es precisamente por todo lo que hemos pasado Pepa y yo por lo que estoy tan nervioso. Aún persiste en mi recuerdo Carlos Castro, el doctor Guerra, la pérdida de mi pequeño, los ardides de mi madre...

Estoy a punto de desfallecer cuando la marcha nupcial de Mendelsshon me avisa de la llegada de Pepa, cogida del brazo de Raimundo. Dios mío, está bellísima... el vestido es sencillo, lo cual realza la belleza de mi querida Pepa.

-Tristán, hijo, ¿estás en este mundo? - Don Anselmo me apremia.

-Está bien, hijo, pero atiende, que no he salido de la cama a las doce de la noche para que el novio no atienda en su propia boda.

-Prosiga, padre.

-Está bien. Pero me vais a perdonar que sea breve, que ya se sabe que si lo bueno es breve, dos veces bueno. En fin, como iba diciendo, estamos aquí reunidos, en este altar, para que Dios nuestro Señor, bendiga la unión entre dos de sus hijos que tanto se aman, por tanto, yo os pregunto sobre vuestra intención:

Tristán Castro y Josefa Mesía, ¿venís libres y de mutuo acuerdo a ser bendecidos en matrimonio ante los ojos de Dios y de los hombres?

-Sabe que sí, padre.

-Hijo, es mi obligación preguntar... ¿Estáis dispuestos a criar a los hijos con los que Dios os bendiga en la fe cristiana?

-Sí, estamos dispuestos.

-Siendo así, coged vuestras manos y expresad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.

Si he de ser sincero, no recuerdo bien aquel momento. Contestaba a todas las preguntas que me hacían, asentía y repetía palabras ya aprendidas como un autómata, pues sólo podía pensar en la mujer que tenía justo delante de mi, sonriendo como una chiquilla con zapatos nuevos. Según cuentan los pocos asistentes a aquella boda clandestina, mi semblante mostró durante todo el enlace una sonrisa bobalicona propia de un loco.

-Yo os declaro, marido y mujer. Puedes besar a la novia.

No podía dar crédito. Habíamos tenido que soportar injurias, matrimonios dolorosos y tuvimos que organizar una boda en apenas veinticuatro horas, con nocturnidad y alevosía, a espaldas de gente a la que apreciamos y que nos aprecia, pero sin duda puedo decir que mereció la pena. Pepa era mía y yo era suyo. Ahora nadie podría separarnos.

Es la boda más sencilla que he visto, pero la más hermosa, aunque fuese una boda clandestina, en un claro del bosque y en medio de la noche. Alfonso, Ramiro, Mariana, Hipólito y Emilia no paran de pedir besos de los recién casados. ¡Vive Dios que no me hacen falta ruegos de nadie para besar a la mujer más hermosa sobre la faz de la Tierra!

CONTINUARÁ...
#269
verrego
verrego
18/12/2011 11:23
“¿Me vas a dejar penando?” “Esa es la vida de los hombres soldado, penar, acostúmbrate” y yo le dije yo toda orgullosa y sonreía como solo el sabe hacerlo. Estas fueron las primeras palabras nos cruzamos el capitán y yo. Mucho tiempo ha pasado desde aquella primera vez, discusiones, lágrimas, sonrisas...mas lágrimas que alegrías si soy sincera, pero... aquí estoy de camino a la iglesia...me pongo más nerviosa solo de pensar que estará allí en el altar esperándome...hasta aquí hemos llegado, en contra de todo y de todos, el capitán y la partera analfabeta que resulta ser una rica heredera.

Ya hemos llegado.

Raimundo, ese hombre que desde el primer día me ha querido como una hija, hoy es mi padrino. Es que no podía ser otro. Siempre al lado de los suyos, al lado de los que quiere. Siempre preocupado, siempre me ha ayudado en los buenos y malos momentos. Me acogió como un miembro mas de su familia y, así, siendo mi padrino le agradezco todo lo que ha hecho por mi.

-Pepa, hija, estás temblando. Tranquila.

-Raimundo yo...

No digas nada. -Dijo mientras me miraba. -Cierra los ojos y respira profundamente. -Me dijo para tranquilizarme.

Estoy muy nerviosa, me tiembla todo el cuerpo, creo que el camino hacia la iglesia se va hacer muy largo...tengo una sensación extraña, no sé si tengo ganas de reir o de llorar de la emoción que me embarga. Raimundo me habla y no soy capaz de articular palabra, lo hace para intentar tranquilizarme. Me agarra fuerte, miro para él, él mira para mi, sonreímos y comenzamos a caminar. “Lo mío con Tristán simepre ha sido un cuento y...que sepa todos los cuentos tiene un final feliz” Cuantas veces se lo dije a mi querida Emilia, cuantas veces lo he pensado, cuantas veces he llorado porque creía que había llegado el final, que equivocada estaba cuando aquella tarde...aquella tarde “pero ya que hacemos esto por tercera vez, hagámoslo bien para que esta vez sea la definitiva. Pepa, ¿quieres casarte conmigo?” Allí estaba mi soldado arrodillado en medio de la plaza, toda la gente mirando “sí” que le iba a decir si no.

Raimundo apoyó su mano dereccha sobre la mía. Ya estábamos en la puerta de iglesia.Volví a la realidad. La mirada de Raimundo me tranquila. Miro al frente y ahí está él, mi soldado, mi capitán, Tristán. Está guapísmo con ese traje. Me mira, me está mirando, me sonríe.Está nervioso, lo sé, lo conozco. Vamos caminando, ya queda menos para llegar a junto de él. Me parece estar soñando y si es un sueño, es el más bello de todos los que he podido soñar. El camino se acorta, ahora lo veo más con claridad. Nos miramos y sonreímos. Viene hacia nosotros...Raimundo y él se abrazan, se miran y Raimundo le entrega mi mano. Tristán me mira, yo lo miro, por un instante parece que estamos solos...

Volvemos a la realidad, andamos dos pasos y ya estamos en el altar. A mi derecha Raimundo, a la derecha de Tristán, Rosario, la mujer que siempre nos habló desde el corazón y la que siempre nos animó a luchar. A nuestra espalda quedaban Sebastián, Emilia, Alfonso, Mariana y Paquito, un familiar de los Castañeda. Pero...me falta alguien en este momento tan especial en mi vida, mi madre, mi verdadera madre, Águeda de Mesía. Esa mujer que me ha apoyado contra ciertas personas, la madre que me ha animado a irme a Madrid...como me gustaría que estuviera aquí...

-Tristán, hijo, ¿estás en este mundo? - Don Anselmo me apremia.

-Está bien, hijo, pero atiende, que no he salido de la cama a las doce de la noche para que el novio no atienda en su propia boda.

-Prosiga, padre.

-Está bien. Pero me vais a perdonar que sea breve, que ya se sabe que si lo bueno es breve, dos veces bueno. En fin, como iba diciendo, estamos aquí reunidos, en este altar, para que Dios nuestro Señor, bendiga la unión entre dos de sus hijos que tanto se aman, por tanto, yo os pregunto sobre vuestra intención:

Tristán Castro y Josefa Mesía, ¿venís libres y de mutuo acuerdo a ser bendecidos en matrimonio ante los ojos de Dios y de los hombres?

-Sabe que sí, padre.

-Sí.

-Hijo, es mi obligación preguntar... ¿Estáis dispuestos a criar a los hijos con los que Dios os bendiga en la fe cristiana?

-Sí, estamos dispuestos.

-Siendo así, coged vuestras manos y expresad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.

Sus manos cogen las mías, son de tacto suave. Mis manos están frías en comparación con las de él. La agarra con fuerza, sentir las suyas sobre las mías me tranquiliza, me da seguridad. Nos estamos mirando fijamente y estoy contestando las preguntas sin pensar pero...solo puedo pensar en la persona que tengo enfrente de mi, él único hombre que ha sabido leer mi alma...

-Yo os declaro, marido y mujer. Puedes besar a la novia.

Nos miramos, sonreímos y cuando me di cuenta sus labios ya estaban sobre los míos, era nuestro primer beso como esposos, como marido y mujer, era el primer beso del comienzo de una nueva vida.

CONTINUARÁ...
#270
verrego
verrego
18/12/2011 11:24
-¡¿Pero qué despropósito es este?!

Durante una centésima de segundo pensé que no podía ser cierto, pero lo era. Mi madre lo había descubierto todo y se presentaba ante nosotros furibunda y con el rostro desencajado.

-Hijo, ¿es que realmente has perdido el oremus? Y usted, Don Anselmo, ¿es que no aprendió la lección después de casar a mi hija y al destripaterrones de Juan Catañeda?

-Sin faltar, señora, que yo a usted no la he insultado en ningún momento - dijo Rosario.

-Madre, siento decirle que llega tarde, Pepa y yo somos marido y mujer, le pese a quien le pese. Guste a quien guste. Y si usted no gusta, le sugiero que vuelva a la casona; hace frío y podría resfriaarse.

-Tristán, te lo dije en su día y te lo vuelvo a repetir: te dije que si te casabas con la zarrapastrosa de la partera, te desheredaba. Pues bien, que sepas que desde este mismo momento, tu hermana Soledad es la heredera universal de todo mi patrimonio.

-Madre, ¿de verdad cree usted que me importan todos sus bienes cuando tengo a mi lado el mayor tesoro del mundo? Además, no le permito que diga una sola palabra en contra de Pepa, porque Pepa y yo somos uno.

-Déjalo Tristán. No te enfurezcas, eso es lo que quiere.

Cogí a mi marido del brazo y lo agarré con fuerza.

-Usted nunca sabrá lo que es amar de verdad, porque no sabe lo que es el amor, no sabe lo que es amar alguien con todo su ser, solo se quiere a sí misma y hacer daño a los que le rodean. Pero no le voy a permitir que le estropee este momento a su hijo.

-¿Qué hijo, partera?

-Su hijo. Por mucho que le pueda decir es su hijo, lo haya llevado en sus entrañas y que sepa que ha dado vida a una persona maravillosa y ni usted siendo su madre lo ha podido corromper.

-Madre me considero inmensamente rico si me despierto todas las mañanas justo a Pepa, una mujer con mucha más clase e inteligencia que usted. Por eso no me importa su dinero. Y ahora, si nos permite, tenemos un convite que celebrar.

-Está bien, como quieras, Tristán. Sólo te voy a pedir dos cosas; la primera es que jamás vuelvas a poner un pie en mis tierras ni me llames “madre” mientras sigas casado con esa furcia que sólo busca tu dinero. Y a vosotros, id a vuestras casas y a vuestra posada de mala muerte a esperad mi venganza, porque hasta ahora no habéis conocido a la verdadera Francisca Montenegro.

Raimundo se acercó hasta ella y apartándola unos metros de donde nosotros estábamos, le habló al oído. Ellos pensaban que su conversación quedaba en secreto, pero tantos años en la guerra te dan la destreza necesaria para leer los labios en caso de que una explosión te prive del oído durante un tiempo o para comunicarte en silencio con los compañeros que te cubren las espaldas, así que pude reproducir su conversación sin mayores problemas:

-Francisca, por favor, deja ya este numerito, que no tienes edad.

-¿Y a ti quien te ha dado vela en este entierro, condenado tabernero?

-Pues tú, mi pequeña. Dices que nadie conoce a la verdadera Francisca Montenegro, pero yo sí que la conozco. O la conocí, y era una muchacha dulce, cariñosa, jovial y dicharachera, con el corazón más grande que jamás he visto. La Francisca de la que me enamoré. Y de la que aún... bueno, da igual. Sólo venía a pedirle a esa Francisca de hace treinta años que recapacite y que se de cuenta que el dinero no lo es todo y lo que importa es la felicidad de los hijos. Y yo te aseguro que Pepa es lo mejor que le puede pasar a tu hijo. Además, déjales que celebren esta noche su boda, a fin de cuentas, ya se han casado y tú, por muy poderosa que seas, esta noche no puedes hacer nada.

- Y no me hables de esa Francisca de hace treinta años, porque está muerta y enterrada, y la mataste tú al abandonarne por aquella infeliz.

-¿Sabes una cosa, Francisca? Eres testaruda y orgullosa como tú sola. Ya te expliqué las razones que me llevaron a hacer aquello y lo que hice después, pero tu maldito orgullo era incapaz de perdonar y de admitir que te habías equivocado. En fin, Francisca, soy el padrino de la boda más hermosa que he visto en mucho tiempo, y me voy a seguir con la celebración en mi posada de mala muerte. Con Dios, señora.

Tardé unos segundos en reaccionar. ¿Raimundo y mi madre...? No, aquello era imposible, seguramente habría perdido práctica leyendo los labios...

CONTINUARÁ...
#271
verrego
verrego
18/12/2011 11:24
Todos comenzaron a rodearnos como queriendo separarnos de la escena que se está produciendo a escasos metros de nosotros, pero al mirar a Tristán sé que algo está pasando. Intento hacer caso a las palabras de nuestros amigos, contesto con monosílabos, intento estar pendiente de lo que nos dicen, pero sé que hay algo que a Tristan le está turbando, por un momento su expresión ha sido de sorpresa como si supiera lo que están hablando Raimundo y Doña Francisca. Espero que la celebración no se vea enturbiada por la presencia de esta mujer.

Después del espectaculo montado por doña Francisca, nos dirigimos a la taberna donde tendría lugar el convite. La celebración fue sencilla, pero hay que reconocer que no hubiese podido imaginar una celebración mejor. Entre Emilia y Rosario habían organizado un banquete digno de los dioses. Tampoco era muy difícil, a fin de cuentas son quienes nos han dado de desayunar, almorzar y cenar desde que nos conocen, así que tenían que saber cuáles eran nuestros manjares predilectos. El resto convidados también aportó su granito de arena y así el que no cantaba, tocaba algún instrumento o contaba chistes. Pero yo no podía centrarme en aquella algarabía, pues veía a Pepa y se me nublaba el entendimiento. Iba radiante, con la sonrisa más hermosa y tranquilizadora que jamás le haya visto. Sí, éramos felices.

Estaba equivocada, si Doña Francisca fue a la Iglesia con la intención de estropear ese momento mágico que estábamos viviendo, lo único que ha conseguido es que la celebración salga a la perfección tal y como queríamos. Aún así echo de menos a mi madre y mi...

-¡Madre!

-¡Hija mía! -Dijo Águeda con lágrimas en los ojos.

Todos los invitados dejaron de hablar. Un profundo de silencio inundó la taberna, que había cerrado especialmente para esta celebración. Tristán se levantó y se acercó a la familia de la que ya era su esposa.

-Olmo. -Dijo Tristán ofreciéndole su mano.

-Tristán. -Dijo Olmo con suma cordialidad.

Águeda se separó de su hija.

-Tristán. -Dijo abrazando al joven Castro.

Madre nos coge de la mano a Tristán y a mí. Sonríe y me gusta cuando lo hace. La he echado de menos y me alegra que ella y mi hermano estén aquí y ahora.

-He venido a pediros disculpas si alguna vez he podido dañaros. Era lo último que pretendía. Pensé que este amor no era tan fuerte como lo es y no quiero oponerme a él. He esperado muchos años para poder estar con mi hija, con mis hijos juntos y no quiero por nada del mundo perderos. Somos una familia y en ella hay lugar para las personas a las que amáis.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y en mi garganta se formó un nudo que me enmudecía. Olmo se acerca a mi y me abraza. Mi madre, también con ojos llorosos, me abraza de nuevo y acaricia a Tristán. Nunca me imagine que pudiera ver, al final de todo, la aceptación de mi madre a Tristán. Por su parte, Tristán le cogió la mano y se la besa como el caballero que es. Olmo tenía su mano rodeándome la cintura, nos miramos y sonreímos.

Raimundo al ser testigo de la escena ya había colocado dos sillas más, una para madre y otra para Olmo. Doña Águeda estaba cómoda, conocía a todos lo que están en la mesa. Olmo disimula un poco, no está a disgusto, pero tampoco está cómodo por completo. Lo he podido observar en silencio, en más de una ocasión estando en El Jaral y creo que lo conozco un poco y, la verdad, me gustaría conocerlo más. Hay cosas de él que me intrigan, me resulta misterioso.

CONTINUARÁ...
#272
verrego
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18/12/2011 11:25
-Venga, y ahora el momento que tanto estábamos esperando -anunció Raimundo- la pareja tiene que bailar el vals.

No sé de dónde, pero de algún sitio empezaron a emanar las notas del vals del Cascanueces, envolviéndonos a Pepa y a mi. No recuerdo cuánto duró el vals, sólo sé que en aquel tiempo el mundo desapareció; la taberna, el pueblo, el mundo. Yo mismo desaparecí, quedando sólo los grandes ojos de Pepa mirándome como sólo ella sabe hacerlo.

Tristán se puso de pie a mi lado y me ofreció su mano. Ahora sí que estoy en un compromiso, no soy muy ducha en esto de los bailes.

-Yo es que...

Una fuerza detrás de mi me empuja hacia delante. Son las manos de mi madre, mi madre es la que me empuja.

-Venga Pepa. Tú solo déjate llevar por la música y Tristán dirigirá tus paso. -En ese momento Águeda mira para Tristán. Él sin pronunciar palabra asiente con la cabeza.

No me queda más remedio que levantarme y aceptar lo que quieren todos, que baile. Me levanto con un gran peso sobre mi cabeza. La música empieza a sonar. No la reconozco, me da la sensación que esta música no es de España sino extranjera, pero es muy bella la melodía. Me dejo llevar, la música lo inunda todo, nos inunda. Tristán no me retira sus ojos de mi, me mira fijamente, yo solo puede sonreir. A lo lejos hay algo que me hace regresar a la realidad de una forma fugaz. Es mi hermano.

-Madre, ¿baila?

-Por supuesto hijo mío.

Creo que no nos habíamos dado cuenta pero todos lo invitados están bailando como nosotros.

Las últimas notas habían cesado, pero yo estaba tan absorto en los ojos de mi mujer que ni cuenta me había dado. Tuvo que ser Raimundo quien se acercara que ahora lo que era menester era que el padrino y la novia bailasen. Cuando volví a la realidad hice lo propio con Rosario y juntos bailamos. No fue nada nuevo, pues Rosario siempre bailaba conmigo y con mi hermana en la cocina o en el jardín cuando éramos apenas unos zagales. De hecho, se podría decir que mi hermana empezó a bailar antes que a andar.

CONTINUARÁ...
#273
verrego
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18/12/2011 11:25
Cuando la música terminó unos golpes en la puerta nos sobresaltaron a todos. Por un momento temí que fuese mi madre, pero resultó ser doña Dolores Mirañar, la mujer del alcalde, que venía hecha una furia y sin ni si quiera pararse a mirar se fue directa a Raimundo, que estaba justo delante de la puerta.

- ¿Se puede saber qué es lo que pasa aquí, Raimundo? Que no son horas para que haya este alborozo.

-Disculpe usted, Dolores -me apresuré a decir- Le pido disculpas si hemos podido importunarla a usted o a cualquier vecino, pero sepa usted que es la celebración de mi boda con Pepa y la ocasión merecía un buen festejo.

En aquel momento, la alcaldesa consorte, como a ella le gustaba denominarse, se puso primero blanca, luego amarilla, es posible que luego roja y después de un color que no podría describir. Cuando el estupor por la sorpresa se hubo pasado, habló bastante afectada.

- ¿Un casorio? Mi más sincera enhorabuena, don Tristán. Pepa, enhorabuena, te llevas a una joya de hombre. ¿Y cómo es que no he sido informada, como fuerza viva que soy de este pueblo?

- Le reitero mis disculpas, pero es que ha sido una boda clandestina, ya sabe, para evitar habladurías y que lenguas maledicientes fueran con el cuento a quien no debía escuchar. Así, cuantas menos personas lo supieran, mejor.

-Bueno, bueno, no pasa nada, lo entiendo, aunque no le niego que me hubiera gustado asistir. Yo me voy ya al catre, que mañana madrugo. Buenas noches nos de Dios.

-Doña Dolores, espere. -Le dijo Doña Águeda. -Para compensar que no la hayamos invitado nia a su familia ni a usted, ¿Le gustaría llevarse un poco de pastel?

Madre nos miró a Tiristán y a mi, nosotros dimos nuestro consentimiento. Después lo buscó en las artifices del postre más delicioso. Ni Emilia ni Rosario pusieron impedimento. Así Raimundo cogió un plato limpio de la barra y fue la propia Rosario quien corta el pastel para la familia Mirañar. Águeda se lo entrega en mano a Doña Dolores.

-Muchas gracias, Señora. -Dijo la ella con una sonrisa.

-Era lo mínimo que debíamos hacer después la falta de cortesía hacia la familia del alcalde. Sólo disfruten de tal manjar. -Le dijo con una sonrisa madre.

-Buenas noches y con Dios.

Dolores se marchó contenta a su casa. Cuando la “fuerza viva” salió por la puerta todos rompimos a reír. Madre se quedó en la puerta mirando hacia fuera. Se gira hacia nosotros.

-Bueno, la alcaldesa consorte ya ha entrado en su casa. -Dijo Águeda.

-Doña Águeda una pregunta. -Dijo Raimundo. -¿Cómo se le ha ocurrido darle un trozo del pastel nupcial? -Le pregunta con cierto interés el Raimundo.

-Era lo que debíamos hacer, para que la “primera fuerza viva” de este pueblo, en cuanto a cotilleos se refiere, esté de nuestra parte. -Le respondía a Raimundo con una gran sonrisa.

-Madre nunca dejará de sorprenderme. -Le dice Olmo mirándola dulcemente.

Era una mujer increíble, conocía a la gente y sabía como tratar la situación en todo momento. Tristán no puede tener una cara de incrédulo, sé que no está dando crédito a lo que mi madre acaba de hacer. Pero si queremos que la lengua de Dolores no esté tan suelta como siempre, era lo que se debía hacer, en cierto modo comprarla.

-Doña Águeda si me permite. -Le dice Rosario.

-Claro Rosario dígame.

Madre se acercó a la mujer más buena que había en ese pueblo.

-Soy de su opinión. Hizo muy bien en ofrecerle un trozo de pastel, porque sino lo llega a hacer mañana estamos en boca de todo el pueblo. -Rosario sonreía mientras hablaba.

-De eso no te quepa la menor duda Rosario. -Le dijo Raimundo.

-Además hay que evitar que se entere...

-La Montenegro ya lo sabe, Doña Águeda. -Le dijo Sebastián.

-¿Es eso cierto? -nos pregunta sorprendida.

Fue inemdiato el cambio que sufrió el rostro de Olmo.

-Si madre, lo es.

-Vino a la iglesia, apareció después de la ceremonia para decirme que me desheredaba y que todo quedaba en manos de mi hermana.

Olmo mira a madre, ella lo mira a él, era como si se hablaran con solo mirarse. Están pensando lo mismo o eso parece, sé que no les ha gustado que Doña Francisca apareciera, pero ninguno de los allí presentes sabíamos que aparecería. El está llenando la taberna, con solo nombrarla la felicidad se borra de cualquier estancia.

CONTINUARÁ...
#274
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18/12/2011 11:26
Olmo mira a madre, ella lo mira a él, era como si se hablaran con solo mirarse. Están pensando lo mismo o eso parece, sé que no les ha gustado que Doña Francisca apareciera, pero ninguno de los allí presentes sabíamos que aparecería. El está llenando la taberna, con solo nombrarla la felicidad se borra de cualquier estancia.

-¿Por qué no seguimos con la fiesta? -Propuso Sebastián.

-Eso la noche de los recien casados y no permitiremos que ni la misma Doña Francisca la estropee. -Dijo Alfonso dándole la razón al joven Ulloa.

Raimundo se acerca al gramófono y la música suena de nuevo. Tristán me agarra por la cintura, pero hay algo que lo frena, es Olmo.

-¿Me permitirías bailar con mi hermana? -Pregunta mientras no mira.

-Sí, porsupuesto que sí. -Dijo Tristán echándose hacia atrás.

-Tristán baila conmigo. -Le dijo madre.

Tristán se acerca a madre y comienzan a bailar. Por un instante nos miramos y sonreímos.

-No sé cómo habrá sido la boda, pero la celebración es preciosa -dijo mi ahora suegra.

-Me hubiera gustado otro tipo de boda para su hija, Doña Águeda, pero si queríamos ser marido y mujer debía ser así. Lástima que al final llegara mi mad... Francisca Montenegro a ensuciarla con sus amenazas.

-Espero nada más ensucie algo que tengo que ver con mi hija.

Aquellas palabras me helaron la sangre. Las había dicho con tanta dulzura y con una sonrisa tan perfecta que casi resultaron armónicas a mis oídos. Pero reaccioné enseguida. Por un instante creí ver a Francisca Montenegro unos cuantos años antes y eso me haría estar alerta el resto de mis días.

- No aflija, Doña Águeda. Yo mismo velaré por el bienestar de su hija, dando mi vida si fuera menester.

- Y no lo dudo. Pero comprende que soy su madre y que si a Pepa le pasara algo, yo tendría que tomar cartas en el asunto -dijo mientras notaba su tacón hundiéndose en mi zapato- Lo siento, ¿te he pisado? Llevo tantos años recorriendo los caminos buscando a mi hija que mis tobillos se han resentido. Sólo te pido que la cuides como se merece.

- La duda ofende, señora.

Olmo me sujeta por la cintura, me coge la mano para comenzar a bailar. Sus pies son más expertos que los míos. Él se ha dado cuenta, porque sus labios dibujaron una sonrisa. Estoy un tanto nerviosa, no por Olmo, sino porque me siento patosa.

-¿Es la primera vez que bailas? -Me pregunta.

-Como si lo fuera...lo siento no soy buena...

-Sigue mis pasos. -Me dijo. -Levanta la cabeza y no mires los pies. -Dijo manteniendo la mira fija en mi. - Déjate llevar por la música.

Seguí los consejos que me había dado y, la verdad, por instante parecía que los pies me flotaban de lo bien que se movían.

-Nunca pensé que llegaría a bailar contigo. -Me dijo Olmo todavía mirándome.

En cierto modo, sus ojos nunca se desviaron de mi desde que comenzamos a bailar.

-Nunca pensé que llegaría este momento. -Dijo con cierta alegría en su tono de voz.

-¿Leváis mucho tiempo buscándome? -Pregunto casi de forma ingenua.

-Desde que mi padre y madre contrajeron matrimonio. Mi padre, Gonzalo Mesía, fue quien comenzó las búsquedas, cuando murió seguí yo, nunca me di por vencido y no me arrepiento.

La voz de Olmo y su forma de mirarme me envolvían. No éramos hermanos pero como si lo fuéramos. A veces me resulta difícil saber que es lo que piensa, otras me resulta un hombre misterioso, casi fascinante, pero ahora me estaba abriendo parte de su corazón.

-Desde que te encontré, desde que Doña Águeda se dio a conocer...hacía tiempo que no veía sonreír a madre de la forma en que lo hace...

-¿Cómo? -Le interrumpí sin querer.

-Con alegría. -Me respondió. -Siempre fue una mujer alegre y risueña, pero siempre se notaba un rasgo de tristeza en sus ojos. -Dijo mirándome. -Desde que estás entre nosotros esa tristeza ha desaparecido. Así era como le gustaría verla a mi padre.

-¿Nunca pensaste en rendirte? -Quise saber.

-No me premitía caer en esos pensamientos. Era hacerle daño a madre y era lo último que quería, además le prometí a mi padre en su lecho de muerte que acabaría lo que él había comenzado...y así lo hice.

-Gracias. -Le dije.

Olmo me miró extrañado, no se esperaba esa respuesta.

-Sé que al estar buscándome sin descanso has perdido oportunidades...

-Pepa, si lo dices porque no he formado mi familia, la verdad es que no he encontrado a la persona adecuada. No he tenido tu suerte...es cierto que he conocido a mujeres increíbles, pero en aquellos momentos no me lo podía permitir, madre me animaba a buscar a una futura esposa, pero sabía que si contraía matrimonio tu búsqueda iba a pasar a un segundo plano...

-Por ello te doy las gracias. -Le dije casi de una forma desesperada. -Gracias a ti sé lo que es tener una familia...

-Pepa, hermana, no tienes que porque dármelas, si se las tienes que dar a alguien es a madre, no a mi.

Los dos nos miramos y sonreímos. Me gusta estar con Olmo.

-Lo que te puedo decir es que el futuro te deparará muchas sorpresas y espero compartirlas contigo.

Sus palabras me sonaron extrañas. Al mirarlo, aunque seguía sonriéndo sus ojos me decían que sabía cosas que yo todavía desconocía. En ese preciso instante la música paró, mientras Olmo me dedicó una caricia.

CONTINUARÁ...
#275
verrego
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18/12/2011 11:26
Agradecí infinitamente que la música parase. Era más que evidente que aquel pisotón no había sido ni casual ni exento de inquina. Estaba claro que sin hacer nada me había llevado un pisotón más propio del mostrenco de Mauricio, haciéndole daño a su hija me pasaría algo mucho peor. Era la advertencia más clara y más sutil que había recibido en toda mi vida.

La fiesta siguió un par de horas más, hasta que los Castañeda decidieron que era hora de ir al catre. Nosotros disfrutaríamos de nuestra luna de miel, pero ellos se tenían que partir el espinazo desde bien temprano. Pero aquellas dos horas se me hicieron eternas. Bailase con Pepa, hablase con Raimundo o fuese al excusado, siempe notaba los ojos de Doña Águeda pegados a mi nuca, y siempre que me volvía, la veía observándome con su encantadora sonrisa capaz de causarme escalofríos. Era la misma mirada que me dedicaba mi madre cuando iba a darme una sorpresa. Estaba claro que ella sabía algo de mí que yo mismo desconocía.

En una de las veces que iba a la barra a por más cuartillos de vino, vi como a Emilia se le descoloría la faz y se le aflojaron las piernas. La suerte quiso que yo estuviera cerca para sujetarla antes de que cayera al suelo.

- ¡Dejadle respirar! - pedí a los allí presentes- Traedle...

Antes incluso de haberlo pedido, Alfonso Castañeda traía un vaso de agua y el abanico de su hermana. Pepa se había acercado hasta Emilia y al ponerle la mano en la frente lo comprendió todo y tras dar las gracias a nuestros amigos por asistir, les indicó que la fiesta había terminado.

-Emilia, ¿cómo te encuentras? -inquirí.

-Me encuentro perfectamente, gracias por preguntar, don Tristán.

-No hay por qué, Emilia. Y ya sabes, si necesitas cualquier cosa, no tienes más que pedírmela.

- Se lo agradezco, de veras, pero no hará falta. Ya tengo quien vele por mí.

-Lo sé, y me alegro. Pero aún así, me gustaría que si necesitases algo me lo pidieses. Buenas noches, Emilia.

- Buenas noches, Don Tristán.

Cuando me di la vuelta para coger mi chaqueta, que había quedado reposando en una silla, Doña Águeda se me acercó.

-¿Siempre eres tan atento con todo el mundo, yerno?

- Con todo el mundo que se lo merezca y lo necesite, sí.

- Emilia es muy bella.

- Sí, es cierto, es una muchacha muy hermosa, aunque no tanto como su hija.

- Eso es evidente, Tristán, pero lo preguntaba porque me parecía que te estabas tomando demasiadas molestias por alguien con quien no te une ningún lazo.

- Se equivoca, suegra. Nos unen los lazos de la lealtad y la amistad. Emilia, su hermano y yo hemos jugado juntos desde que no levantábamos ni dos palmos del suelo. Cuando he tenido algún problema, su familia me ha ayudado y si el problema lo han tenido ellos, he sido yo el que los ha ayudado. Son como mi familia, y créame si le digo que siento a Raimundo como mi padre, pese a no compartir la misma sangre. Cuando me rompía los pantalones por subir al campanario de la iglesia con Sebastián, Natalia me los cosía a escondidas para que mis padres no se enterasen.

- Tuvo que ser una buena mujer Natalia. Aunque tampoco creo que las represalias por unos pantalones rasgados fuesen muy temibles. Seguro que tuviste una infancia muy feliz.

Por un instante volví al pasado. Pude oler el hedor a alcohol y mala vida que desprendía mi padre. Pude sentir la madera del suelo crujir bajo sus botas y el sonido del cinturón deslizándose por las trabillas del pantalón. Pude sentir cómo el vello se me erizaba al oírle gritar sus insultos y sus amenazas y finalmente recordé el cincho cayendo sobre mí y me estremecí de tal manera que doña Águeda tuvo que preguntarme si me encontraba bien.

- Sí, me encuentro bien. Ha sido una noche muy ajetreada y necesito descansar.

-Buenas noches, pues. Que descanses.

-Igualmente, doña Águeda.

CONTINUARÁ...
#276
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18/12/2011 11:26
Madre y Olmo se miraron. Ella lo avisó que ya se retiraban. Olmo me busco con la mirada y me encontró.

-Pepa. -Me dijo con su voz profunda. -Madre y yo nos retiramos, ya es tarde y en unas horas tengo que estar solucionando unos asuntos.

-Claro. -Dije casi incredula. -Buenas noches. -Le dije.

Buenas noches. -Me dijo él acercando su cara a la mía y dándome una beso en la mejilla.

Fue la primera vez en todo este tiempo que Olmo se había mostrado tan cariñoso. Por último nos miramos y esa mirada en sus ojos nunca la había percibido antes. Madre se acercó a mi y me abrazó, en aquellos momentos sentir su abrazo me calmo en todos los sentidos. Nos miramos por unos instantes, las dos sonreímos como dos niñas y can voz dulce me dijo:

-Buenas noches mi niña.

-Buenas madre. -Le dije mientras la cogía de la mano.

- Tristán -Olmo se acercó a mí y me estrechó la mano- Ha sido una velada maravillosa. Espero que mi hermana y tú seáis muy felices y que trates a mi hermana como si lo fuera.

-Gracias, Olmo. Lo mismo te digo.

-¿A qué te refieres, Tristán?

-A que trates a mi hermana como se merece. Me da igual si estás enamorado de ella o no, sólo quiero que nadie le haga daño. ¿Cuáles son tus intenciones para con ella?

-Las mejores, por supuesto. Tristán, su hermana es un ser demasiado delicado y especial como para desearle mal alguno, ¿no le parece?

-No sería la primera vez que alguien le desea lo peor a mi hermana. Y si se vuelve a repetir, juro por Dios que le perseguiré hasta el fin del mundo hasta hacerle pagar todas y cada una de las lágrimas que haya derramado mi hermana. Así que le recomiendo que si no siente nada por mi hermana, que se lo deje claro desde el principio. Mi hermana es muy joven, pero ha tenido que madurar a base de golpes y lágrimas.

-Por mi parte puede estar tranquilo, Tristán. Y ahora he de marcharme, el sol debe estar a punto de salir y tengo asuntos que atender. Hasta otra.

CONTINUARÁ...
#277
verrego
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18/12/2011 11:27
Cuando Pepa y yo nos quedamos solos en la posada pensé que había sido el día más extraño de toda mi vida. Me considero una persona racional y cabal que no se deja caer en supercherías, pero he de admitir que tuve un mal presentimiento que hizo que se me erizara hasta el último vello de mi cuerpo.

No había sido la boda más espectacular, por eso me prometí a mí mismo que la noche de bodas sí que lo sería. El día antes, le había pedido a Emilia que en un descuido de Pepa esparciese por la cama un saquito de pétalos de rosa recién cogidas y colocase algunas velas por la habitación que serían encendidas cuando le hiciese una seña a Emilia. Sí, aquella noche de bodas debía ser especial.

Cogí a Pepa en brazos y antes de que pudiera protestar le callé con un beso. Abrí la puerta y me quedé sorprendido del buen hacer de Emilia. Deposité a Pepa con suavidad sobre la cama. Estábamos muy cansados, pero el fuego de nuestros ojos nos impedía descansar.
Iba hacia el interior de la taberna cuando noto que mi cuerpo se elevaba. Es Tristán que me coge en brazos. No me permitió hablar, cuando me di cuenta sus labios están sobre los mios, nuestras bocas se entre abrieron dejando espacio a nuestras lenguas. Es en esos momentos cuando mis sentidos y mi razón se pierden por completo.
Con sumo cuidado me acerco a sus labios y los rozo con los míos, desencadenando una pasión jamás vista. He hecho el amor bastantes veces, y no es la primera vez que Pepa y yo nos dejamos arrastrar por la pasión, pero siento que es especial.
En mi cuerpo comienzo a notar como el cansancio va dejando paso a la pasión. No es la primera vez que tengo un encuentro amoroso con Tristán, pero será el más distinto a todos. Me tumba en la cama y sus manos, caprichosas como siempre, buscan cualquier grieta para colarse y sentir mi piel.
Mis besos se derraman por su cuello, y bajan hasta su pecho aprisionado por el inmaculado vestido que se resiste a ser desabotonado, pero al final consigo que el vestido deje a la vista el cuerpo de mi mujer. “MI MUJER” qué bien suenan esas dos palabras juntas y cuánto he luchado por poder pronunciarlas.
Le voy quitando la chaqueta, el chaleco, el corbatín, poco a poco mis manos, nerviosas también, le van desabotonando la camisa blanca. Mientras la camisa se va abriendo mis dedos van rozando el torso casi desnudo de Tristán. Al fin consigo deshacerme de la dichosa camisa, se la quito casi con una fuerza insusual en mi, por fin noto el tacto de su piel. Mientras me besa el cuello mis manos se enrredan entre sus cabellos e inhalo su perfume embriagador.
He visto el cuerpo desnudo de Pepa muchas veces, pero esta vez creo que está más hermosa que nunca. Es como si el mismísimo Dios hubiese esculpido su cuerpo sólo para mí. Vuelvo a besarla, y esta vez ni mis manos ni mis labios se ponen límites. Mis labios besan los suyos como si esta noche fuese la última, y mis manos cubren cada centímetro de su piel con suaves caricias.
Por un instante el mundo se paró, nos miramos, hasta que sin poder frenarlo nuestros labios se volvieron a juntar en un beso, un beso como ningún otro, era la primera vez que nos besábamos de ese modo. Mis manos habían acabado de despojarlo de todas sus ropas, así con más facilidad podía recorrer cada centrímetro de su piel, pero no había espacio en su cuerpo que mis manos no hubieran tocado antes. Por un momento mis ojos se abrieron y me di cuenta de una cosa: las velas

Sin previo aviso Pepa se incorpora y sale corriendo del catre, dejándome boquiabierto.

- ¿Es que me vas a dejar penando, mujer? -le dije mientras sonreía al recordar las primeras palabras que nos cruzamos.

-Nunca, soldado. Pero aquí hay muchas velas y mucha tela, no quiero que tengamos un disgusto...

En cuanto pepa volvió al catre me abalancé sobre ella y en un rápido movimiento la tumbé en la cama para darle una noche de bodas inolvidable. Mis labios besan los suyos con pasión, ternura y desesperación a partes iguales mientras mis manos, traviesas, se deleitan con su anatomía yendo de arriba a abajo por su cuerpo hasta que decidieron posarse en sus pechos para dibujar sus redondeces hasta que decidieron bajar por las piernas hasta rozar su entrepierna, arrancándole un gemido de placer.
Vuelvo al catre y en ese momento los brazos de Tristán me agarran de tal modo que no pudiera escapar, cosa que no tenía pensado hacer. Me tumba en la cama, mientras que nuestros labios se unen de nuevo en un beso largo y húmedo. Nuestras bocas siguen besándose, mientras que mis manos se pierden en la espalda larga y ancha de Tristán, en ningún momento mis manos se encuentran. Sus manos acarician mi cuerpo como si lo estuvieran modelando, dibujan el contorno de mis piernas, hasta que noto como se quieren hacer paso entre mis muslos, pero sin saber como ya había entrado en lo profundo de mi ser y sin poder evitarlo me estremecí entre sus brazos.
Con toda la delicadeza de la que fui capaz, me posé encima de ella, hundiéndome en su cuerpo mientras le susurraba al oído que la amaba.
Poco a poco y con sumo cuidado, Tristán se coloca encima de mi, mientras iba notando la fuerza y la dureza de su miembro. Nuestros cuerpos se colocaron de tal modo que, poco a poco, iba entrando dentro de mi. Nos miramos, su mirada es dulce y al mismo tiempo extenuada por el momento. Mis manos se posan en sus mejillas. Él baja la cabeza hasta que hacerse un hueco junto la mía. Nuestros cuerpos se mueven en un ritmo acompasado...
Dicen que alcanzar el clímax es como morir un instante, y puede que lo sea, porque con Pepa llegué a tocar el Paraíso.
A un mismo tiempo nuestro cuerpos, extenuados por el amor y la pasión, cesan en sus movimientos. Habíamos llegado a lo más alto del cielo. Así comencé a notar como el cuerpo de Tristán se desploma encima del mío. Levanta su cabeza y nos miramos, momento en el que él se coloca a mi lado y me rodea con sus brazos. Yo me aferro a su cuerpo notando su piel húmeda por el sudor.
Toqué el paraíso, pero al regresar a la Tierra me esperaba un ángel. Con el cuerpo aún temblando por el agotamiento y el deseo, me dejé caer sobre el cuerpo desnudo de Pepa, que me miraba con tanto amor que pensé que moriría de felicidad. Para no hacerle daño, me coloco a su lado y la rodeo con mis abrazos en un intento desesperado de transmitirle todo el amor del que soy capaz. Su cabeza queda unos centrímetros por debajo de la mía, por lo que puedo oler perfectamente el aroma a canela de su cabello suave y sedoso. Con su piel caliente tocando mi cuerpo y su aroma envolvente caigo rendido en brazos de Morfeo.
Apoyo mi cabeza sobre su pecho. Escucho como su corazón recupera su ritmo normal. Nuestra respiraciones, al principio algo aceleradas, se vuelven tranquilas ante el reposo. Antes de cerrar los ojos le doy un suave beso en el pecho. El cuerpo me pesa mucho, el cansancio que tenía al principio ahora regresa haciendo que me sea imposible tener por un segundo más los ojos abiertos. Así me rindo al sueño.

CONTINUARÁ...
#278
verrego
verrego
18/12/2011 11:28
Los primeros rayos de sol entraron por la ventana. Ellos me despertaron de un dulce sueño del cual no quería despertar. La mano de él está sobre la mía, nuestros dedos están entrelazados. ÉL, Tristán, mi marido...no lo puedo evitar, cada vez que lo pienso sonrío, al fin estamos juntos y nadie nos separará jamás. “Pepa no seas incrédula”. No soy incrédula, no soy tonta, solo soy una mujer enamorada del hombre que tiene a su lado.

No quiero moverme, no me gustaría interrumpir su sueño. Me voy a mover un poco a ver si él...Poco a poco y con sumo cuidado me voy soltando del brazo que me tiene sujeta. Tristán se mueve y sigue durmiendo sin darse cuenta que estoy despierta. Me siento en la cama, lo miro, es un encanto hasta cuando duerme. Quiero pensar que lo sabe o que al menos se lo imagina, pero...nadie sabe cuanto lo quiero. Un impulso me lleva a acercarme a su rostro, huelo su cabello por un instante, acerco mi boca a su oído...

-Te quiero.

Miro para él. Mueve ligeramente la cabeza. Sigue su sueño sin que nada le perturbe. Pongo los pies en el suelo y...”¿qué hay en el suelo?” No sé como miro y veo pétalos de rosas. Hay pétalos por todos lados, a parte de la ropa que está esparcida por toda la habitación. Ropa que muestra lo que ocurrió la noche anterior. Sin hacer ruído me hacer a la ventana, levanto un poco la cortina y veo como la taberna está abierta. Está Raimundo sirviendo algunas mesas y juraría que la figura que se mueve con tanta rapidez es Emilia, mi fiel y querida Emilia. Que muchacha, cuántas veces tengo que decir que haga las cosas con más tranquilidad? Es cabezona...bueno en algo nos teníamos que parecer. Ahora entra una figura esbelta, una mujer bien vestida...ese tocado me suena...un momento: -¿madre?

CONTINUARÁ...
#279
verrego
verrego
18/12/2011 11:28
-¡Buenos días Doña Águeda! -Dijo Raimundo.

-¡Buenos días Raimundo! -Dijo Águeda con esa sonrisa que la caracteriza.

-¿Qué le trae tan temprano por aquí? -Preguntó el hombre con con curiosidad.

-¡Doña Águeda! -Dijo Emilia saliendo de la cocina. -¡Qué sorpresa!

-¿Cómo estás hoy? -Pregunté a la joven.

-Mejor, mucho mejor. -Respondió Emilia.

-Tener un hijo es el mayor regalo que Dios le puede hacer a una mujer. -Le confesó.

-Lo sé señora, ahora lo sé. -Le respondió la muchacha.

Doña Águeda cogió y apretó la mano de Emilia, las dos se miraron y sonrieron.

-Por cierto, ¿quiere desayunar?

-sí claro que sí. -Le respondió. -Si no es mucho pedir me gustaría que me pusieras una buena taza de chocolate, porque me han dado buena referencia de él. -Le dijo dulcemente.

-Pues que no se diga que en la taberna de los Ulloa hacemos esperar a los clientes. -Dijo Raimunod dirigiéndose a ellas. -Venga por aquí doña Águeda. -Dijo Raimundo señalando una mesa vacía.

-Gracias Raimundo. -Dijo Águeda tomando asiento.

Ya sentada, Doña Águeda torna su vista para mirar la puerta que lleva a la zona de las habitaciones.

-Ninguno de los dos muchachos se ha levanta aún. -Le dijo Raimundo mirando para donde ella miraba.

Raimundo le sirvió el chocolate, mientras que Doña Águeda seguía mirando la puerta.

-Siento entrometerme pero, ¿qué es lo que le preocupa? -Se interesó Raimundo.

Doña Águeda le hizo un gesto para que tomara asiento. Mientras, Emilia viendo que su padre tomaba asiento junto Doña Águeda, acercó a la mesa un plato con unas magdalenas que había preparado ella misma.

-Raimundo, lo que le voy a confesar le pido por lo más Sagrado que no revele a nadie...hasta que los muchachos salgan de la habitación...

-Se lo prometo.

-Tristán y mi hija son...so hermanos...

Águeda contuvo las lágrimas. Raimundo se quedó impresionado ante la revelación de la mujer.

-¿Cómo puede ser eso posible?

-El padre de Pepa es Salvador Castro.

Raimundo estaba intentando asimilar aquella información. No podía dar crédito a lo que sus oídos habían escuchado hacía unos segundos.

Me visto con la presteza de la que soy capaz, pero intentando velar en el sueño de Tristán. Todavía no me extraña a su lado. Mi mente comienza a dar vueltas buscando alguna razón por la que mi madre, tan de mañana, pueda acercarse a la posada. Me acerco a la ventana, está hablando con Raimundo...me da la sensación que las noticias que trae no son para nada buenas, “¿qué habrá pasado?” Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me calzo, voy de puntillas hasta la puerta, la abro, salgo y la cierro tras de mi. Cojo aire, quiero llenar mis pulmones de aire antes de echar a andar. Lo hago, comienzo a caminar, algo en mi interior me dice que no lo haga, pero quiero saber que es o que está pasando.

-Doña Águeda, conténgase...se acerca Pepa. -Le dijo Raimundo por la bajo cuando vio la figura de la muchacha salir de la habitación.

-Buenos días. -Dije intentando disimular y con lo mal que se me da.

-Pepa intuye algo. -Le dijo Raimundo a Águeda otra vez por lo bajo.

Doña Águeda lo mira extrañada.

-A su hija se le da mal disimular. -Le dijo con seguro de lo que decía. -Buenos días para ti también Pepa...

-Buenos días Raimundo. -Le interrumpí sin querer. -Madre, ¿qué hace tan temprano aquí? -Tenía que soltarlo.

-Buenos días hija mía. -¿Y Tristán? -Le preguntó mirando hacia la puerta para mirar si venía.

-Está durmiendo. -Algo pasa y es grave.

-Será mejor que lo despiertes...Tengo que daros una noticia a los dos.

CONTINUARÁ...
#280
verrego
verrego
18/12/2011 11:29
Estos son los mejores momentos de día, cuando estoy despertando y sé que puedo remolonoear un rato más en el catre con Pepa. ¿Pepa? Abro los ojos sobresaltado y no la encuentro. Mi mente me dice que habrá ido al baño o a desayunar, pero algo en lo más profundo de mi ser me dice que algo malo pasa y el corazón se me desboca y no puedo evitar sentir un pellizco en el estómago al recordar las premoniciones que sentí ayer.
Justo cuando voy a salir en busca de Pepa, entra ella con el semblante serio.

- ¿Son estos los buenos días que le dedicas a tu recién esposo, partera?
Sé que algo malo pasa, pero hago chanzas con la vana esperanza de que sólo sean imaginaciones mías.

- Tristán, vístete. Mi madre aguarda fuera para contarnos algo.

- ¿Tienes idea de lo que pueda ser?

- No, pero no debe ser bueno...

Mientras me visto, toda clase de pensamientos se agolpan en mi cabeza y no se me ocurre nada peor que Carlos Castro y Alberto. “No -me digo a mí mismo- no puede ser tan grave”

Cuando salimos de la habitación veo a una Águeda compungida y temerosa por el dolor que van a causar sus palabras. Puedo reconocer a leguas esa expresión porque yo mismo me he visto en la tesitura de comunicar a los familiares de algunos de mis hombres la terrible pérdida de sus seres queridos en el campo de batalla. Por eso mismo abrazo a Pepa con fuerza, pues sé que el trance que va a recibir es duro. Supongo que algo le habrá pasado a Olmo, pues no le veo...

-Buenos días, Doña Águeda. ¿Qué ha pasado? ¿Está Olmo bien?

-Lo de buenos es discutible, Tristán. He de deciros algo que no va a ser plato de gusto para nadie. Por Olmo no te preocupes, está en el Jaral enfrascado en unos asuntos con los albañiles. Pero no es de eso de lo que quiero hablaros.

Pepa y yo tomamos asiento mientras Emilia viene presta a traernos el desayuno.

- ¿Y bien? -pregunto impaciente.

Sé que la curiosidad mata al gato pero, al igual que Tristán, quiero salir de este sin saber que me mata por dentro.

- Siento tener que deciros esto, pero tenéis que empezar a tramitar la nulidad matrimonial de vuestro enlace.

Por un momento siento que aún sigo dormido y mis oídos distorsionan las palabras. ¿Nulidad? Pero Dios Santo, si no hace ni veinticuatro horas de nuestro enlace.
Raimundo en ese momento se levanta de la mesa y echa fuera de la taberna a los pocos paisanos que hay...no sé que decir...no doy crédito a lo que mis oídos están escuchando... no sé como tomármelo, la voz de Tristán me vuelve a la realidad.

- ¿Cómo dice, doña Águeda?

- Veréis. He intentado mantener esto en secreto, pues hay palabras y nombres muy difíciles de pronunciar, pero veo que no me queda otra alternativa. Pepa, mi niña... tu padre era Salvador Castro. Tristán y tú sois hermanos.

Me siento bapuleada, golpeada por la fuerza de un destino que lo único que quiere es que llore...me siento tan ahogada que no noto mi alma dentro de mi.

En aquel momento el mundo se paralizó. ¿Había dicho Salvador Castro? ¿Pepa era hija de mi padre?

- Con todos mis repetos, Doña Águeda -dije al tiempo que apretaba la mano de Pepa- pero aquí debe haber una confusión... ¿seguro que se refiere al mismo Salvador Castro?

- Con todos mis respetos, Tristán, pero ¿acaso tú confundirías a la persona que te deshonró, que te dio el mejor regalo de tu vida y que luego amenazó con matarte a ti, a tu hijo y a tu familia? ¿Acaso confundirías a un demonio reencarnado? Dime, Tristán, ¿confundirías a quien te hizo derramar las lágrimas más amargas que la hiel?

- No, supongo que no. -Entonces una idea me estremeció- Entonces, Martín...

- Tranquilo, Tristán, poca gente lo sabe, pero el verdadero apellido de Carlos no era Castro, sino Ibarra. Estuve investigando y al parecer la primera mujer de tu padre se casó embarazada de un mozo de servicio. Martín no fue el fruto del incesto.

A mi lado Pepa lloraba.

Sin poder evitarlo las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Mi cuerpo, mi Ser han muerto en menos de un minuto...ya no sé lo que siento...la felicidad que hace unas horas sentía se ha vuelto a convertir en el camino pedregoso y lleno de espinas del que pensaba había salido para siempre.

- Siento de veras tener que daros esta noticia. Os juro que nada me gustaría más que poder veros envejecer juntos, pues sé que vuestro amor es mutuo y sincero, pero no puedo cambiar las leyes de Dios y de los hombres.

El silencio se apodera de la estancia y durante unos segundos parece que el tiempo se hubiera detenido. Creo que todos los allí presentes quisiéramos estar muy lejos de allí, pero sólo Pepa tuvo el valor de reconocerlo y actuar en consecuencia.

No aguanto más, algo me está oprimiendo, no soy capaz de respirar, no me llega el aire a los pulmones. Soy un manojo de nervios, me incomoda la presencia de todas las personas que están aquí, quiero estar sola, ¿pero cómo? Por un momento cierro los ojos y lo veo todo más claro, “tienes que salir de aquí” me dice una voz interior y así lo hago.
Me levanto y la silla golpea la mesa que está justo detrás, voy corriendo hacia la puerta, la abro y una ráfaga de aire me golpea la cara, sin pararme vuelvo a correr para que nadie sea capaz de alcanzarme. Las gentes que están en la plaza me miran desconcertadas, no saben lo que ha pasado...no quiero que lo sepan.

- ¡Pepa! -exclamó Emilia, asombrada, al tiempo que Pepa salía como alma que lleva el diablo de la taberna.

Hice ademán de salir tras ella, pero Doña Águeda me detuvo poniendo su mano en la mía.

- No, Tristán, déjala. Necesita tiempo para asumir lo que acabo de decir. Tardaréis tiempo en asimilarlo, pero necesitáis tiempo y, sobre todo, espacio.

- Sí, supongo que tiene razón, pero si veo mal a Pepa tengo la necesidad de salir tras ella a protegerla de cualquier mal que pueda acecharla.

-Y puedes hacerlo, Tristán, pero como su hermano que eres.

No pude evitar pegar un puñetazo en la mesa, presa de la impotencia e indignación. ¿Por qué el destino es tan cruel? ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? Mi mundo se había desplomado por completo, ladrillo a ladrillo, y yo no sabía qué hacer con tanto ladrillo. En apenas unas horas había perdido a mi familia y a la única mujer a la que de verdad había amado en mi vida. Me despedí de Águeda y salí de la posada sin rumbo fijo.

CONTINUARÁ...
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