FormulaTV Foros

Foro El secreto de Puente Viejo

Subforo La Casona

Eres mi verdad... Toda historia tiene un principio... Raimundo Francisca.

1 2 3 4 5 6 7 Siguiente
#0
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 20:48
Bueno, finalmente me he decidido. En vista del éxito que tiene este relato entre mis queridas Raipaquistas, voy a seguir su consejo. Voy a colgar el relato íntegro aquí. Bueno, íntegro... hasta la página 172 que tiene actualmente. He estado desaparecida casi un año, debido a múltiples motivos, pero he vuelto. Esta novelita no merece quedarse a medias...

Dedicada a todos y todas a los que les guste la electrizante pareja que hacen Raimundo Ulloa y Francisca Montenegro. Porque su historia es muy larga...


Eres mi verdad…

Capítulo 1.

Francisca Montenegro no lo entendía. Por más que su madre, su padre, Rosario, el cura y toda la gente respetable de la comarca se lo dijese, simplemente no lo entendía. No acababa de ver el sentido a aquello. Su distinguida madre se lo había repetido un millón de veces. “- Francisca, hija, recuerda que eres una Montenegro.-“ Había oído esa frase desde que tenía memoria y desde luego que lo recordaba. No lo olvidaría nunca, de eso estaba segura. Y eso le había dicho a su madre, mientras ella la miraba severamente. Su padre también la miraba, pero pese a que en su rostro quería dibujarse un digno enfado, Francisca sabía que tras aquella máscara pretendía asomar una tierna sonrisa.
- Francisca…- volvió a llamarla su madre.
Ella volvió a mirarla.
- ¿Has comprendido lo que te he dicho?- le preguntó severa.
- Sí, madre.- contestó como en una letanía.
- Pues repítemelo.- exigió ella.
Francisca reprimió el impulso de resoplar. Alzó la cabeza y una de sus largas trenzas cayó por su espalda.
- Soy una señorita de alta alcurnia y como tal, debo conducirme. No debo correr por el campo, ni saltar vallas, ni trepar a ningún árbol. No debo juntarme con los muchachos del pueblo ni mucho menos jugar con ninguno de ellos. Siempre llevaré la cabeza alta como corresponde a mi clase y, a partir de ahora, dedicaré a mi tiempo a los quehaceres propios de mi condición.- repitió casi sin detenerse a respirar.
Su madre le clavó una severa mirada. Una cosa estaba clara. Esa muchacha tenía una asombrosa memoria.
- Bien, espero que todo eso entre no sólo en tu cabeza, sino también en tu alma. ¿Entendido?
- Sí madre.
- Ahora puedes retirarte.
Francisca obedeció. Mientras se marchaba, pudo advertir una levísima sonrisa en el rostro de su padre que le hizo sentirse mucho mejor. Una vez que se hubo ido, Alejandro Montenegro miró a su esposa.
- Querida, ¿no crees que eres demasiado severa con ella?
- En absoluto.- ella le miró fijamente.- ¿Olvidas que es la única heredera de nuestra familia? No permitiré que nos deshonre. Quiero que sea una digna sucesora.
- Ya lo es.- insistió él.- Francisca es una muchacha despierta e inteligente.
- No lo dudo, pero no se conduce como debería hacerlo una señorita de buena familia.- rebatió ella.- ¿Acaso es propio de la heredera de los Montenegro que dedique su tiempo de ocio a corretear por los prados como una vulgar campesina?
- Elena, sólo tiene diez años.
La mujer le miró fijamente.
- Con diez años yo era una señorita bien educada, que sabía estar como correspondía. No me dedicaba a trepar a ningún árbol.
Un destello malicioso brilló en los ojos oscuros de Alejandro.
- Te creo, querida. Pero Francisca es una chiquilla llena de energía. Tiempo habrá para que esté sentada bordando sin replicar.- dijo con una sátira amarga.
Elena miró a su marido.
- Alejandro, la culpa de que Francisca sea así la tienes tú. Jamás la regañas por su comportamiento. ¿Qué quieres? ¿Qué se convierta en una joven sin educación, sin distinción? Así no logrará hacer un buen matrimonio.

Alejandro sintió que se lo llevaban los demonios. Siempre le pasaba eso. Odiaba pensar que todo el futuro de su hija se reducía a casarse con un buen partido que se encargase de su patrimonio y que ella enterrase toda su vitalidad, toda su energía y su inteligencia bajo una apariencia de dulce docilidad. Él adoraba a su hija tal como era. Pero sabía que, por más que lo intentase, todo estaba en su contra. Su mujer tenía razón. Francisca debería casarse, simplemente porque en 1864 una mujer no podía ser dueña de ningún patrimonio, ni mucho menos hacerse cargo de él, por muy heredera que fuese. Elena meneó la cabeza, entre desesperada y resignada.
- Si al menos… hubiese podido darte un heredero varón.
Los ojos de él relampaguearon.
- Ningún heredero varón valdría más que ella. Así que no vuelvas a decir una cosa así.- la fulminó con la mirada.- Deberías sentirte mucho más orgullosa de tu propia hija.

Ella le miró sorprendida y temerosa. Alejandro Montenegro le dedicó una última mirada, entre furioso y decepcionado. Después se marchó.
#1
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 21:05
Francisca entró en su habitación y cerró la puerta. Por fin se permitió el lujo de resoplar. Últimamente, lo hacía a menudo. Eso sí, en ausencia de su madre, para quien una jovencita jamás debía resoplar, ni maldecir, ni fulminar con la mirada ni reírse a carcajadas. Elena Montenegro era una auténtica devota del silencio y la compostura. Francisca meneó la cabeza. No le dedicó más pensamientos a la rigidez de su madre. Era algo que había acabado aceptando con tanta naturalidad como que el Sol aparecía todas las mañanas. Paseó la vista por su habitación y vio el bastidor. Bufó. Odiaba con toda su alma aquel maldito utensilio, así como odiaba bordar. Pero sabía que si su madre comprobaba que no había avanzado en la labor, recibiría otra reprimenda. Lo tomó con desgana y empezó con la tarea. Sin embargo, enseguida su mente se desconectó de las puntadas al oír un ruido de pasos. Dejó el bastidor a un lado y abrió la puerta, asomándose cuidadosamente. Sonrió al ver a la persona que avanzaba por el corredor.
- ¡Rosario!...- susurró.
La muchacha se sobresaltó al oír su nombre y se volvió.
- Dígame, señorita.
Francisca frunció el ceño.
- ¿Señorita? Rosario, que soy yo.
- Ya lo sé, señorita, pero su señora madre quiere que la llame así. – respondió la muchacha, mirando inquieta alrededor.- La última vez que me oyó llamarla Francisca casi me da con la vara.
Francisca la miró y puso los ojos en blanco.
- Bueno, ya sabemos cómo se las gasta mi madre.- le guiñó un ojo cómplice.- Delante de ella llámame como mejor consideres, pero entre nosotras, siempre seremos Rosario y Francisca, ¿de acuerdo?
Rosario sonrió.
- De acuerdo. Y ahora dígame… ¿Qué quería?
- Pues… - Francisca remedó un puchero. Rosario reprimió una sonrisa de cansancio, como si adivinase sus pensamientos.- Es que… fíjate qué día tan hermoso hace y yo… tengo que estar aquí encerrada y bordando.
La jovencísima criada meneó la cabeza.
- Ah, no eso sí que no, señorita. No pienso encubrirla otra vez. Su madre nos pillará y nos dará con la fusta a las dos.
- Por favor…- suplicó Francisca, componiendo su mejor cara de pena.- Te lo suplico, Rosario. Tú bordas muchísimo mejor que yo… Y madre no se enterará…
- Precisamente por eso se enterará, Francisca.- repuso Rosario, resignada. Ya sabía que aquella guerra la tenía perdida.- Debería practicar.
No quería mirarla a la cara. La buena de Rosario sabía que si lo hacía, Francisca la desarmaría con esa carita de súplica.
- Por favor… Rosario. Tú eres la única y verdadera amiga que tengo. ¿Vas a permitir que me quede aquí toda la tarde intentando clavarme la aguja en un dedo? ¿Serías capaz de dejarme morir desangrada?- añadió con un gesto tan teatrero que Rosario apenas pudo contener la sonrisa. Finalmente suspiró.
- Está bien…- dijo Rosario derrotada.
Francisca casi saltó de alegría. Sin más, abrazó a una sorprendida Rosario y se dispuso a correr escaleras abajo.
- Señorita, que su madre está abajo…- empezó la muchacha escandalizada y aterrada.
Francisca se volvió. Entró de nuevo en su habitación y abrió la ventana. Rosario creyó morir ante la idea que le cruzó por la cabeza.
- ¿No pensará…?
- Tranquila, Rosario. No es la primera vez que lo hago.- Francisca le sonrió traviesa.
Antes de que la sorprendida y fiel criada pudiese reaccionar, Francisca se descolgó con sobrado arrojo por la ventana. Caminó cuatro pasos por el tejado y saltó al seto. Se volvió, le guiñó un ojo a una atónita Rosario y echó a correr.
________

Una severa voz resonó por las gruesas y altas paredes del enorme caserón.
- ¡Raimundo Ulloa!
- Sí, padre.- dijo una voz entre resignada y temerosa.
Fernando Ulloa miró a su hijo con una mirada que hacía temblar a las piedras. El muchacho tragó saliva, pero permaneció inmóvil sin apartar la vista. Su padre pareció enfurecerse al comprobar que le mantenía la mirada. Pero también se sintió complacido por esa muestra de valor. Avanzó muy serio hacia el chiquillo y alzó una mano ante él. Raimundo tragó saliva. En la mano sostenía su libro favorito. Veinte mil Leguas de viaje submarino, de Julio Verne.
- ¿Se puede saber qué es esto?
- Un… ¿libro?- dijo con un leve rastro de ironía. Se arrepintió en el acto. Su padre se acercó y le golpeó en la cabeza con el canto del libro.
- Muy gracioso.- dijo, sin pizca de humor. Le miró furioso.- ¿Cuántas veces te he dicho que leer es un pasatiempo nada adecuado para un heredero de la fortuna de los Ulloa? A tu edad, yo era el mejor cazador de toda la comarca, y montaba a caballo mejor que muchos mozos que me doblaban la edad. Y ¿tú?, mírate.- le dijo, humillándolo.- Solo te falta bordar… - terminó hiriente.
Raimundo sintió que una lágrima asomaba a sus ojos. Pero la tragó con su orgullo. Estaba acostumbrado a ese trato por parte de su padre. Aunque… a decir verdad… siempre le dolían sus palabras.
- Padre, yo…- intentó empezar.
- ¡No he terminado!- su padre avanzó hacia la chimenea y sin más, arrojó el libro al fuego.
El muchacho creyó morir al ver que su amado libro se deshacía en cenizas y las lágrimas se acumularon en sus ojos. Eso puso más furioso aún a su padre. Se acercó amenazador, apuntándolo con un dedo.
- Escúchame bien, porque no lo pienso repetir. Eres mi heredero. En tus manos acabará toda la riqueza de los Ulloa. Y no pienso permitir que quien la reciba sea un maldito mocoso que llora por un libro. ¡Entendido!
- ¿Qué está pasando aquí?
Fernando Ulloa se volvió. Raimundo también y sus lágrimas se aliviaron al ver entrar a su tío. Esteban miró a su sobrino, y después a su hermano.
- Lo que pase aquí no es de tu incumbencia.- dijo Fernando mirándolo con desprecio.
- Te equivocas, sí lo es.- contraatacó su hermano.- Raimundo es mi sobrino y sí es de mi incumbencia.
Los ojos de su hermano relampaguearon de odio. Raimundo sintió que le desgarraban el corazón.
- ¡Basta ya!- gritó el muchacho.
Los dos hombres se volvieron sorprendidos ante el arranque del chico. Esteban le miró preocupado.
- Raimundo…- empezó, estirando una mano hacia él.
El chiquillo miró a su tío, tragando sus lágrimas. Después miró a su padre. Sintió que la ira hervía en sus venas y le miró desafiante. Fernando lo notó.
- Ven aquí ahora mismo.- le advirtió.
El muchacho en lugar de obedecer, dio media vuelta y echó a correr con todas sus fuerzas.
#2
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 21:12
Francisca caminaba feliz por el sendero. El día no podía ser más hermoso. Siempre le había gustado mucho el otoño, más incluso que la primavera. Los árboles se teñían de un amarillo tan intenso como el oro de las joyas de su madre. Echó una mirada sobre sus hombros, viendo como la Casona se empequeñecía en la distancia. Respiró hondo y echó a correr elevando los brazos como si volase. Si su madre la viese, le daría un síncope. Sólo de pensarlo se echó a reír. Atravesó el pequeño puente y siguió su camino, cogiendo unos cuantos lirios del lecho del arroyo. Caminó sin rumbo definido, colocándose un lirio en cada trenza. De pronto reparó en que se había alejado bastante de su casa. Bueno, tampoco pasaba nada. Conocía los caminos como la palma de su mano. Sin embargo, un aleteo de inquietud la dominó. Frente a ella se encontraban los muros del caserón de los Ulloa. Su madre pondría el grito en el cielo si supiera que se había acercado hasta allí. Pero eso no era sino un aliciente para su rebelde y traviesa cabeza. Miró con suma curiosidad aquellas altas paredes mientras paseaba. De pronto, algo llamó su atención. Había un bellísimo castaño en el patio dentro de la mansión. Tan alto era que sus ramas sobresalían sobre el muro. Sus hojas tenían el color del oro y estaba lleno de suculentos erizos que empezaban a asomar el fruto. Francisca sonrió feliz. Le encantaban los árboles, especialmente trepar a ellos. Y aquel árbol parecía llamarla a gritos.

Se quedó inmóvil. Podía oír a su madre claramente en su conciencia, pero la tentación pudo con ella.
Se acercó con precaución, mirando a todos lados. No había nadie. Alzó la mirada hacia el muro y, respirando hondo, empezó a trepar por él. Enseguida alcanzó la primera rama del castaño y se sentó en ella. Era realmente precioso. Se puso en pie cuidadosamente en la rama y, con suma facilidad, saltó a la siguiente. De pronto, se quedó paralizada al ver que no estaba tan sola como ella creía. Justo debajo había un muchacho, sentado en una de las raíces del enorme castaño. Francisca se quedó totalmente inmóvil. El chico estaba contemplando el suelo cabizbajo. Por un momento, sintió una irrefrenable curiosidad. Pero después, su sentido común se impuso. Empezó a retroceder sigilosa. Pero una pequeña ramita la hizo tropezar. La ramita se rompió con estruendo y ella acabó sentada en la rama mayor, maldiciendo por lo bajo.

Raimundo se sobresaltó al oír un ruido sobre su cabeza. Alzó la mirada y se quedó perplejo. Una niña de aproximadamente su misma edad estaba colgando literalmente en una rama del castaño. La miró con la boca abierta. La chiquilla, pese a lo embarazoso de la situación, le miró alzando la orgullosa cabeza, sacudiendo con el movimiento sus dos hermosas trenzas.
- ¿Qué… estás haciendo tú aquí?- le preguntó la chiquilla.
Raimundo alzó una ceja, sorprendido.
- Eso debería preguntártelo yo, ¿no crees?
La muchacha pareció un tanto desconcertada ante la respuesta. Raimundo la contempló fijamente. Era una señorita de bien, de eso no cabía duda. Su vestido lo revelaba. Pero el hecho de que estuviese balanceándose ágilmente en la rama del castaño no cuadraba en absoluto con su imagen. La chiquilla parecía de repente algo incómoda, pero después frunció graciosamente el entrecejo. Raimundo reprimió la sonrisa ante el gesto y siguió mirándola esta vez más divertido que sorprendido.
- Pues yo… estoy… - la muchacha inspiró irguiéndose con toda su dignidad.- Simplemente, me pareció un árbol muy hermoso y quería…
- ¿Robar castañas?- terminó el chico, con un deje de ironía.
Francisca le fulminó con la mirada. Ya no parecía tan triste como cuando lo vio sentado cabizbajo justo bajo su rama. Ahora un brillo travieso bailaba en sus grandes ojos oscuros mientras la miraba esbozando una ligera sonrisa. Ella alzó la cabeza.
- No me dedico precisamente a robar castañas.- contestó mordaz.- En mi casa hay cientos de árboles que dan muchas más castañas que este.
- Lo dudo.- replicó el muchacho. Ella volvió a mirarle con mala cara. El chico le devolvió la mirada, entre divertido y retador.- Este árbol tiene casi cien años. Apuesto a que en tu casa no hay ninguno así.
Francisca bufó. Se puso en pie en la rama y avanzó un paso. Al hacerlo, la mirada del muchacho descendió involuntariamente. Ella lo advirtió y de pronto, pareció echar fuego por los ojos.
- ¿Se puede saber qué estás mirando?- preguntó furiosa.
- ¿Yo..? Nada.- Raimundo tragó saliva al ver el soberano enfado que había en el rostro de la muchacha. Alzó las manos en un gesto entre defensivo e inocente.- Te juro que no estaba mirando nada.
- ¡Mentiroso! Miraste por debajo de mi falda. ¡Te he visto!- Francisca se sintió entre rabiosa y extrañamente ruborizada.
- Te juro que no…
Antes de que Raimundo pudiera terminar la frase, Francisca cogió uno de los erizos llenos de castañas y lo lanzó hacia su cabeza. El puntiagudo erizo dio de lleno en su coronilla, arrancándole un gemido de dolor.
- ¡Oye, espera, eso duele!- se frotó la cabeza. De pronto, vio que la chica se había armado con media docena de erizos. Apenas esquivó el primero. Aquella condenada chiquilla tenía una puntería realmente buena.- ¿Te has vuelto loca?? ¡Para!
El enfado de Francisca casi se había evaporado. Aquello era demasiado divertido. Tomó con cuidado unos cuantos erizos más y los envolvió en su falda. Después empezó a dispararle uno tras otro. Raimundo esquivaba a duras penas aquella avalancha. Se fue acercando al tronco del árbol como pudo. Otro erizo le dio de lleno en la cabeza.
- ¡Para ya!- era inútil. La muchacha no parecía dispuesta a una tregua. Raimundo la miró furioso y trepó a la rama más baja del árbol.- Verás como te coja…- amenazó.
Francisca siguió tirándole un erizo tras otro, pero el chico también era bastante hábil en manejarse por las ramas. Antes de que pudiese darse cuenta, ya estaba a su lado. Un último erizo impactó contra Raimundo. Francisca retrocedió y saltó a una rama más alta. Él la siguió y antes de que pudiese reanudar la batalla, la cogió de un brazo.
- ¡Suéltame!- exigió ella, procurando liberarse.
- Lo haré en cuanto te deshagas de toda esa munición.- dijo Raimundo, señalando los erizos que le quedaban.

La muchacha se revolvió rabiosa. De pronto, en el forcejeo, Raimundo trastabilló, perdió el equilibrio y se precipitó desde una considerable altura, arrastrando también a Francisca. Los dos muchachos cayeron al suelo. Francisca levantó la cabeza algo aturdida. Aquel chico había amortiguado su caída. Se miró el vestido y descubrió con horror que estaba completamente hecho un desastre. Su madre la mataría. De pronto, otra inquietud la invadió. Miró al muchacho. Estaba tumbado boca arriba e inconsciente. Se acercó.
- Oye… despierta.- dijo, sacudiéndolo suavemente de los hombros.
El chico no reaccionó. Un terror desconocido empezó a invadir a Francisca. Le sacudió con más fuerza.
- Eh, eh! ¡Despierta!- era inútil. Francisca vio que había un golpe bastante feo en su cabeza. Tragó saliva.- Dios mío, ¡le he matado!- le aferró desesperada.- Despierta, por favor, despierta. Perdóname, - suplicó casi llorando.- Por favor, despierta.
#3
EspeLuthor
EspeLuthor
30/09/2012 21:18
¡Oléee nuevo hilooo!
Me encanta tu historia Lourdes y lo sabes, yo ya te lo dije una vez y te lo repito, para mí la juventud de Francisca y Raimundo la has escrito únicamente tú.
bravobravobravo... Y así hasta el infinito.

SPOILER (puntero encima para mostrar)

PD: Estoy deseando llegar al momento perdigonazo... Bueno y a los poemas, y a el enamoramiento de Alejandro, y a la lecturas de Julio Verne... ¡A tantas cosas! carcajada

#4
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 21:20
Raimundo se lo estaba pasando de lo lindo mientras fingía que estaba inconsciente… hasta que por el rabillo del ojo vio que los ojos de la muchacha estaban inundados de lágrimas. El remordimiento le atenazó la garganta. Quería darle su merecido por lo de los erizos, pero tal vez se había pasado un poco. El muchacho abrió los ojos mientras ella sollozaba cubriéndose la cara con las manos.
- Oye, cálmate, que estoy bien.- le susurró, apoyando una mano en su hombro.- Sólo era una broma.
Francisca lanzó una mirada entre aliviada y furiosa.
- ¿¡Una broma?!!- casi gritó.- ¡Una broma! ¡Te voy a…!
Raimundo intentó detenerla, pero ella logró golpearle en el pecho con rabia. Esa muchacha no era una señorita de bien. Era una verdadera fierecilla. Finalmente, Francisca logró calmarse.
- Pensé que estabas muerto.- dijo ella, mirándolo rencorosa.
- Ya me di cuenta. Estabas llorando como en un funeral.- respondió Raimundo risueño. Después la miró un poquito arrepentido.- Lo siento. No quería asustarte tanto. Sólo un poquito.- terminó divertido.
- ¿Asustarme?- repuso ella, muy digna.- Yo no me asusto.
- Entonces, ¿por qué llorabas?- preguntó el muchacho con un brillo astuto en los ojos.
- Simplemente porque… no me gustaría ir a la cárcel por haber matado a un… chico que ni siquiera sabe trepar.- contestó desafiante.
Raimundo se echó a reír.
- ¿Te estás riendo de mí?- pregunto ella, nuevamente furiosa.
- No, no exactamente.- el chico la miró.- Eres una chica muy poco común. Vas vestida como una mocosa repelente y consentida, pero sabes trepar y tienes buena puntería, tanto con los erizos como con las palabras.- le sonrió.- Me has caído bien.
Ella le miró sintiéndose confusa. La había insultado llamándola mocosa repelente y consentida y después había alabado todas esas cualidades que a su madre le parecían espantosas. Era muy extraño.
- Tú tampoco te pareces a los demás muchachos.- dijo, casi sin pensar.
- ¿Ah, no? – el chico alzó una ceja esbozando una sonrisa.- ¿Por qué?
- Porque los demás son imbéciles.- contestó ella sin rodeos.
Raimundo rió de nuevo. Francisca también sonrió. Le gustaba la risa fresca y sincera de aquel muchacho. El chico la miró y extendió una mano.
- Todavía no me he presentado. Me llamo Raimundo Ulloa.
Ella se quedó sin respiración al oír el apellido. Era un Ulloa. Decididamente, ese día había hecho absolutamente todo lo que su madre le había prohibido. Se había escapado a dar un paseo clandestino, había trepado a un árbol, había puesto perdido el vestido y para más inri, no sólo se había acercado a la propiedad de los Ulloa, sino que además acababa de conocer a su hijo. Le miró un tanto inquieta. Raimundo alzó una ceja interrogante.
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?- la apremió, aún estirando su mano hacia ella.
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
Esta vez fue el turno de Raimundo de quedarse sin respiración.
- ¿Eres… la hija de Alejandro Montenegro?- preguntó sorprendido.
La muchacha asintió.
- Vaya…- repuso Raimundo.- Esto sí que es… una sorpresa. Me parece que esta vez mi padre sí que me va a matar.- dijo más para sí que para Francisca.
- ¿Por qué?- preguntó ella, curiosa.
- Bueno, no te ofendas pero…- el muchacho meneó la cabeza.- A mi padre no le caen precisamente bien los Montenegro.
- Al mío tampoco le caen nada bien los Ulloa.- repuso ella.
Los muchachos se miraron, al principio un poco preocupados. Francisca resopló.
- Francamente, estoy hasta las narices de tener que obedecer en todo lo que me dicen.- dijo como si tal cosa.
Raimundo rió al ver una gran verdad expresada de una forma tan contundente.
- No puedo estar más de acuerdo contigo.- dijo él.
De pronto, una voz les hizo sobresaltarse. Una voz nada agradable.
- ¡Raimundo! ¡Raimundo Ulloa! ¡Ven aquí ahora mismo, dondequiera que estés! ¡Como no aparezcas ya, tendrás un verdadero motivo para llorar!
Francisca tragó saliva. Raimundo no perdió un momento y la tomó de un brazo. Se ocultaron tras el enorme tronco del castaño.
- Es mi padre.- susurró el chico.- Como nos descubra, estamos muertos.
Francisca le miró atemorizada. Raimundo alzó un momento la cabeza. Después la miró.
- ¿Crees que podrías llegar a esa rama sin hacer ruido?- le preguntó.
- Está demasiado alta.- susurró ella.
Raimundo se agachó.
- Súbete a mi espalda.
Ella dudó un instante, pero finalmente lo hizo. Raimundo le tendió una mano y ella se agarró. El muchacho se incorporó con extremo cuidado mientras Francisca permanecía en pie sobre sus hombros. Finalmente, la muchacha alcanzó la rama y trepó hasta ella. Desde su posición podía ver como un hombre alto y con cara de pocos amigos iba directo hacia el castaño. Ella se escondió entre las hojas.
- ¡Vamos…!- la apremió Raimundo en un susurro. – ¡Corre!
- ¿Y tú…?- ella dirigió una mirada entre asustada y preocupada hacia el hombre.
- No te preocupes por mí, al fin y al cabo, soy su único heredero y no puede matarme.- le guiñó un ojo a una aterrorizada Francisca.- Venga, Francisca, vete ya.
Ella se volvió, pero después le miró de nuevo.
- Raimundo.- le llamó.
El muchacho alzó la mirada.
- Gracias.- le dijo, un tanto incómoda.
Raimundo sonrió. En ese momento, un furioso Fernando Ulloa apareció amenazante junto al muchacho. Le cogió de la oreja nada delicadamente mientras Raimundo procuraba soportar el dolor.
- ¿Cuántas veces te he dicho que cuando llamo me gusta que me contesten de inmediato?
- Lo siento… padre.- dijo Raimundo con un esfuerzo.
- Lo vas a sentir, pero de verdad.
Su padre se dispuso a llevarlo a rastras de la oreja cuando, de pronto, un erizo impactó con sorprendente fuerza en la cabeza de Fernando Ulloa. El punzante dolor hizo que soltase a Raimundo.
- ¡Por todos los…!- Fernando miró hacia el castaño, furioso.- ¿Qué demonios ha sido eso?
Raimundo miró preocupado el árbol. Disimuladamente, respiró aliviado al comprobar que no había nadie.
- Los erizos, que empiezan a estar maduros y caen solos, padre.- dijo el muchacho.

Su padre le miró con mala cara, pero finalmente lo llevó casi a rastras hacia el interior de la mansión sin decir una palabra más. Raimundo volvió levemente la cabeza al percibir un ligero movimiento en el follaje del castaño. Con un esfuerzo, evitó la sonrisa que amenazaba aparecer en su rostro.
#5
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 21:27
Graciaas guapaa ;-)

Capítulo II.

Francisca soportó estoicamente la perorata de su madre, una vez más. Sin embargo, en aquella ocasión, su mente estaba todavía más lejos de allí de lo que solía estarlo cada vez que Elena Montenegro la reprendía. No dejaba de pensar en aquel muchacho. Raimundo Ulloa. Procuró evitar la sonrisa que amenazaba con brotar en su rostro. Ese chico le resultó simpático, después de todo. Y a pesar de que al principio se habían peleado, reconoció que su primera opinión había sido errónea. Él no la había juzgado por verla trepando a un árbol, sino que había mostrado su admiración. Y además, la había ayudado a escapar. No podía imaginarse qué habría ocurrido si el señor Ulloa la hubiera sorprendido allí.
- ¿Puedes decirme cómo es posible que te pusieras así el vestido?- preguntó su madre, colmándosele la paciencia.
- Trepé a un árbol.- dijo la chica, armándose de valor.- Y me caí de él.
Su madre se santiguó horrorizada. Alejandro Montenegro alzó una ceja imperceptiblemente.
- ¡Dios mío!- la ilustre dama la tomó de los hombros.- ¿Qué clase de… comportamiento es éste?
Francisca no respondió. Aguantó la firme mirada de su madre.
- Esto es… lo más inadmisible que jamás hubiese visto.- la miró muy gravemente.- Y exige un correctivo. Estira tu mano, Francisca.
- Elena…- empezó Alejandro.
- No te metas en esto.- le advirtió. Clavó de nuevo la mirada en su hija.- Si tengo que repetírtelo, el castigo será doble.

La muchacha tragó saliva. Pero, a pesar de que interiormente sentía un temor atroz, alzó la cabeza con todas las fuerzas de su orgullo y estiró la mano. Su madre tomó la vara y le golpeó cinco veces el dorso de la mano. El dolor hizo que las lágrimas apareciesen en los ojos de Francisca, pero apretó el puño de su otra mano y las tragó. Jamás lloraría delante de su madre. Jamás.
- Ahora, vete a tu habitación y hasta que no sientas verdadero arrepentimiento por lo que has hecho, no saldrás de allí.- dijo su madre.
Francisca salió del salón y subió las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y entró. Antes de que pudiera cerrarla, alguien apareció tras ella. Francisca se quedó inmóvil al ver a su padre en el umbral.
- Francisca, ¿realmente es cierto lo que has dicho?- preguntó suavemente.
La chiquilla tragó saliva.
- Lo es. Me caí del árbol.
- No dudo que así fuese pero me sorprende que con la habilidad que tienes para ello, cayeras de ese árbol.
Francisca procuró calmar el aleteo de inquietud. Ella confiaba en su padre, pero sabía que aquello jamás podría contárselo. Alejandro miró a su hija fijamente.
- Hija, soy tu padre y no deberías mentirme. ¿A qué árbol fuiste a trepar?
Ella creyó no poder soportar esa tortura. Nunca mentía. Prefería enfrentarse a cualquier situación, pero mentir… se le daba fatal.
- Al castaño… de los… Ulloa.
El rostro de Alejandro Montenegro pasó de una palidez mortal a una furia a duras penas contenida.
- Francisca, ¿qué te he dicho acerca de esa familia?
- Lo sé, padre, pero…
- ¡Pero nada!- Francisca tembló. Las broncas de su padre le dolían infinitamente más que las de su madre. Tal vez porque a su padre lo quería más. Alejandro pareció ver el temor de su hija y procuró dominarse.- Escucha hija, esa familia… hizo mucho daño a la nuestra. Más del que puedas imaginar. Cuando seas mayor… lo entenderás. No debes acercarte a ellos.- la tomó por un brazo.- ¿Me has entendido?
La chica asintió. Alejandro pareció aliviarse un poco. La miró.
- Francisca, hija, tienes que comprender que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti. Y ya va siendo hora de que te des cuenta de que… la vida es mucho más dura de lo que piensas. Llegado el día, tú heredarás todo esto y deberás luchar por ello, por lo que nuestros antepasados han luchado. Sé que eres aún muy joven, pero también sé que me entiendes, ¿verdad?
Francisca volvió a asentir. Su padre la miró fijamente.
- Ahora cumple con el castigo de tu madre.- le dolía en el alma ser estricto con ella, pero sabía que debía serlo. Ningún Montenegro había sido pusilánime y su hija no sería la excepción. – Más tarde, Rosario te traerá la cena y, si te arrepientes de tu comportamiento, te levantaremos el castigo.
Alejandro se marchó, sin más, después de dirigir una última mirada seria a su hija. Cerró la puerta. Francisca se quedó sola, sentada en su lecho, sintiendo que una burbuja de pena iba a explotar en su interior. Le dolía la mano, le dolían las palabras de su padre, le dolía su orgullo herido. Se sentía furiosa consigo misma por mostrar esa debilidad en sus lágrimas. Pero lo que más le dolía era que alguien a quien por primera vez podía llamar amigo, debía ser su enemigo.

--------------------------

Raimundo se levantó al día siguiente muy temprano. Su padre le había castigado ordenándole que cortase toda la leña que había en el cortijo y, a decir verdad, se esperaba otra pena peor. Tal vez por intercesión del tío Esteban no la había emprendido a correazos con él, como solía ser su costumbre. Abrió la puerta del cortijo. Era una amplia estancia que, a decir verdad, le gustaba más que la fastuosa mansión en la que vivía. Muchas veces se refugiaba allí cuando no podía soportar la densa atmósfera que se respiraba en su hogar. Y más de una vez había pasado la noche allí, en lugar de en su lecho. Había una pequeña habitación que comunicaba con la estancia principal. A menudo su padre lo encerraba en ella para castigarle por cualquier cosa, pensando que el pasar una noche completamente solo le aterrorizaría. Pero se equivocaba. Raimundo acabó cogiéndole cariño a aquel pequeño cuarto, desde cuya ventana podía divisarse un hermoso cielo estrellado por las noches. Por raro que pareciese, en aquella humilde alcoba se sentía al menos libre.

Tomó el hacha y empezó su tarea. Suspiró. Bueno, aquel castigo no era tan liviano como había creído. Había un enorme montón de tocones de madera frente a él. Tragó saliva resignado y comenzó. El hacha restallaba en el aire mientras la madera crujía bajo ella y el sudor iba empapando la frente del muchacho. El monótono trabajo hizo que su mente vagara a la deriva y de pronto visualizó a Francisca Montenegro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Aquella mocosa malcriada no se parecía a ninguna de las demás mocosas malcriadas que conocía o con las que, al menos, trataba su familia. Era una muchacha sorprendentemente distinta. Recordó el genio y el orgullo que brillaban en aquellos ojos castaños y la graciosa mueca de su rostro cuando algo la incomodaba o soltaba alguna respuesta mordaz. Sí, lo reconocía. Esa muchacha le había caído bien.
Se quedó pensativo un momento y después miró con decisión su tarea. Apretó la empuñadura del hacha y reanudó el trabajo con tanto ímpetu que, a la hora de comer ya había terminado de cortar toda la leña. Su padre examinó el trabajo. Finalmente se volvió hacia él.
- Parece ser que cuando te tomas las cosas en serio, sabes hacerlas bien.- dijo en una rara muestra de apreciación. Después le miró severamente.- Espero que hayas aprendido la lección. La próxima vez, el castigo no será partir leña.
- Sí, señor.- contestó Raimundo. El muchacho miró algo temeroso a su progenitor.- Padre, yo… me preguntaba si podría salir esta tarde…
- ¿A dónde, si puede saberse?- Fernando Ulloa le miró desconfiado. La mente de Raimundo trabajó a toda prisa.
- Me gustaría salir a… pescar.
Su padre alzó una ceja.
- Vaya, parece que al menos muestras otras inquietudes más propias de un muchacho que la lectura.- dijo con hiriente sarcasmo.- Está bien. Puedes ir. Será muy interesante comprobar qué has pescado.
- Gracias padre.
#6
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 21:37
Francisca estaba muerta de aburrimiento en su alcoba, mientras daba una puntada en el bastidor. Se clavó la aguja por tercera vez y por tercera vez maldijo por lo bajo. Todavía seguía encerrada en su habitación, pese a que había intentado mostrarse arrepentida a su madre. Sin embargo, ella no se fiaba ni un pelo de sus supuestos remordimientos. Suspiró. Tenía que idear algo para salir de allí o acabaría enloqueciendo.
Repentinamente, un golpe en la ventana llamó su atención. Parpadeó sorprendida. Había sonado como si alguien hubiese tirado algo al cristal. Se levantó y abrió la ventana. Al hacerlo, una castaña se coló por ella y cayó al suelo. Tomó la castaña y miró afuera. Se quedó helada en el sitio.
- ¡Raimundo!
El muchacho estaba subido al muro que cerraba el jardín de los Montenegro. La saludó con una sonrisa.
- Buenas tardes, Francisca.
La chica se quedó de piedra. Miró nerviosa a todas partes, temerosa de que alguien descubriera aquel entuerto.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? Si te ven…
- No lo harán.- el muchacho caminó un par de pasos acercándose a la ventana.- Está todo el mundo durmiendo la siesta. He venido por si te apetecía venir a dar un paseo y a pescar.
Los ojos de Francisca se iluminaron en el primer instante. Pero después, su rostro se apagó al recordar las palabras de su padre. Compuso una expresión seria.
- Yo… no puedo. Y tampoco debo. Estoy castigada.
- Eso explica el “no puedo”. Pero no explica el “no debo”.- dijo Raimundo sagaz.
Francisca bufó por lo bajo, pagando su frustración con él.
- Simplemente, no debo juntarme con ningún Ulloa. – le miró desafiante.- Es una orden y punto.
Raimundo la miró cuidadosamente. Meneó la cabeza.
- Al parecer estaba equivocado contigo.
- ¿Qué… qué quieres decir?- preguntó la chica.
- Pensé que eras una muchacha valiente y distinta, pero está visto que no es así. Prefieres quedarte en casa haciendo algo que odias en vez de decidir por ti misma. ¿No dijiste que estabas harta de que te dijeran lo que tenías que hacer?- el muchacho la miró escéptico.- Creía que tenías más valor.
Francisca le miró enfadada.
- Lo tengo.
- Entonces deja ese estúpido bastidor y ven conmigo.
La muchacha le miró. Ella no era ninguna cobarde. Se quedó pensativa y después volvió su atención a Raimundo.
- Espérame en el camino.
El chico la miró sin comprender, pero finalmente obedeció. Francisca cerró la ventana y salió de su habitación. Bajó al salón componiendo su más lograda cara de abatimiento. Su padre fue el primero en advertir su presencia.
- ¿Qué ocurre, Francisca?
- Padre, madre…- la muchacha les miró acongojada.- No puedo soportar más este cargo de conciencia que me corroe por dentro. Lamento muchísimo haber actuado como lo hice.
Alejandro miró a su esposa. Ésta examinó cuidadosamente a su hija. Francisca pensó en la desgracia que supondría seguir encerrada en su cuarto y su expresión de pesar fue tan lograda que convenció a su austera madre.
- Está bien, Francisca. Veo que has aprendido la lección.
- Madre, la he aprendido. Y le suplico que me permita ir a la iglesia. Necesito confesarme.- rogó desesperada.
Elena se sintió realmente complacida.
- Ve hija, ve. Celebro que lo hayas comprendido.
- Gracias madre.- dijo la muchacha, inclinándose.
Francisca se volvió y salió por la puerta de la Casona. Atravesó el jardín, haciendo verdaderos esfuerzos para que su paso se mantuviera recatado. Por fin dejó atrás su hogar. Respiró aliviada, aunque a decir verdad, sintió un poquito de culpa por el teatro que acababa de representar. Todas sus cuitas se esfumaron cuando vio a Raimundo en un recodo del camino. El muchacho se acercó, entre sorprendido y risueño.
- Vaya, pensaba que no vendrías. Parece que no eres tan cobarde como creí.- la miró, un tanto extrañado.- ¿Cómo te han dado permiso para salir?
- Porque les dije que estaba tan arrepentida por todo que necesitaba confesarme.- respondió ella un tanto embarazada.
Raimundo la miró con la boca abierta. Después se echó a reír a carcajadas.
- Sí que vas a tener que confesarte, Francisca. Cuando lo hagas de verdad, estarás un día entero castigada rezando.- dijo divertido.
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
- Te echo una carrera hasta el río.- dijo Francisca divertida. – A la de tres. Uno… dos…
De pronto la muchacha salió corriendo a toda velocidad, mientras reía traviesa. Raimundo se quedó boquiabierto durante un segundo.
- ¡Eh! ¡Espera, tramposa!!
#7
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 22:02
La tarde transcurrió apacible y feliz. Francisca descubrió que aquello de pescar podía ser muy divertido, especialmente cuando Raimundo en su ansia por atrapar una escurridiza trucha acabó cayendo de cabeza a un remanso del río. La muchacha casi se murió de la risa mientras un enfadado y empapado Raimundo la miraba reprobador.
- ¡No le veo la gracia!- le espetó.- Te dije que sujetases la caña con fuerza mientras yo le quitaba el anzuelo a la trucha.
- Lo siento…- intentó poner cara de pena, pero enseguida las carcajadas se apoderaron de ella. Retrocedió sujetándose el estómago mientras reía.
Raimundo suspiró. Sí, la situación era muy graciosa… especialmente porque no era ella la que estaba empapada. Tiritó levemente. Si seguía con aquella ropa mojada encima, cogería una pulmonía. Sin más, se sacó rápido el chaleco y la camisa. Francisca dejó de reírse automáticamente mientras sentía una oleada de pudor.
- ¿Qué estás haciendo?- preguntó.
- ¿Tú qué crees? No voy a pescar una pulmonía sólo porque a ti no te dio la gana de hacer lo que te dije.- repuso mientras se disponía a quitarse los pantalones.
- ¡No puedes… hacer eso delante de una señorita!- replicó ella, sintiendo que la vergüenza le subía al rostro.
- ¿Una señorita?- el muchacho la miró y después miró a su alrededor.- Yo no veo ninguna.
Raimundo rió interiormente. Después se quitó los pantalones, quedándose en polainas. Recogió toda su ropa y empezó a tenderla en las ramas de un árbol vecino como si fuese lo más natural del mundo, ignorando totalmente a Francisca. La chica le observó confusa. Desde luego, ese muchacho era un sinvergüenza, un ateo y un caradura. No parecía avergonzarse por nada. Ella se sintió a partes iguales enfadada y un tanto envidiosa. Le gustaría hacer lo mismo. Despreocuparse de las opiniones de los demás y ser un poquito más libre. Finalmente, meneó la cabeza. Ya no se sentía tan indignada. A decir verdad, si había que elegir entre una pulmonía y el decoro… A riesgo de que a su madre le diese un infarto, en lo más profundo de su mente reconocía que Raimundo tenía razón.
Sin embargo, se irritó de nuevo al recordar que Raimundo había dicho que ella no era una señorita. Se acercó a él.
- Yo soy una señorita.- recalcó adoptando su típica pose orgullosa.
Raimundo terminó de colgar toda su ropa y se giró hacia ella, meneando la cabeza.
- Claro… una señorita que trota por el campo, trepa a los árboles y tiene una estupenda puntería. Pero señorita al fin y al cabo.- terminó irónico.
Por vez primera, Francisca se quedó sin palabras. Se enfureció consigo misma. Raimundo sonrió.
- No te preocupes por eso, Francisca. Las señoritas son demasiado aburridas. Además, es una soberana tontería eso de que las chicas tienen que bordar y los chicos tienen que trepar. Si te sirve de consuelo… mi pasatiempo favorito no es precisamente el más acorde para un chico.- dijo un poco incómodo.
Ella le miró presa de una irrefrenable curiosidad.
- ¿Cuál es?
- Leer.
Francisca le miró.
- Cuando estabas sentado al pie del castaño, estabas cabizbajo pero no estabas leyendo.
Raimundo sonrió con tristeza.
- No, no lo hacía. Mi padre odia que lea. No le parece una actividad suficientemente “viril” para el futuro heredero Ulloa.- dijo con sarcasmo.- Encontró mi libro favorito, “Veinte mil leguas de viaje submarino”.- la sonrisa del chico se apagó, sustituida por una expresión de dolor.- Lo arrojó a la chimenea. Ese libro me lo regaló mi madre cuando me enseñó a leer.
Francisca sintió que la tristeza también la invadía a ella. No sabía por qué, pero no le gustaba ver a Raimundo con ese dolor tan patente en su cara. Sin pensarlo, apoyó suavemente la mano en su brazo, intentando reconfortarlo.
- Lo siento.- susurró.
Raimundo sacudió la cabeza con una sonrisa triste, procurando restarle importancia. Miró la mano que se posaba en su brazo y al hacerlo su expresión cambió.
- ¿Qué te ha ocurrido en la mano?- preguntó preocupado. La tomó con cuidado examinando las rojas marcas que había en el dorso. Francisca procuró retirarla pero él la retuvo y la miró.
- No es nada… Mi madre… me castigó ayer por llegar con el vestido roto.- Francisca parecía súbitamente tímida.- En serio, no es nada.
El chico sintió que la cólera hervía en sus venas. Meneó la cabeza, desesperado.
- Francisca… no sé si esto es una buena idea.
- ¿A qué te refieres?- preguntó ella inquieta.
- A que tú y yo seamos amigos. No quiero meterte en problemas. Y si seguimos siendo amigos, los tendrás. Los Montenegro y los Ulloa se odian desde que tengo memoria.
La chica se estremeció. Sabía que tenía razón. Se acordó de las palabras de su padre. Le miró triste.
- Tú… ¿no quieres que seamos amigos?- preguntó con una burbuja de pena en su pecho.
- Por supuesto que quiero.- respondió él.- Lo que no quiero es que…- respiró hondo.- …por mi culpa te castiguen.- meneó la cabeza, desesperado.- Mírate… otra vez con el vestido hecho un desastre y hasta mojado.
Francisca sintió una indescriptible alegría al ver la cara de preocupación que estaba poniendo él. En un impulso, le echó los brazos al cuello y le dio un sorpresivo beso en la mejilla. Después se separó de él y se levantó a toda prisa.
- Vamos, coge tu ropa y vístete. Se me acaba de ocurrir una idea fantástica.- dijo entusiasmada.
Sin más preámbulos, Francisca Montenegro dio media vuelta y empezó a andar. Raimundo se quedó en su sitio totalmente paralizado. Sentía un extraño cosquilleo en su mejilla y un nudo en la garganta. Se llevó la mano al rostro.
- ¿Qué demonios…?
Vio que Francisca estaba ya muy lejos. Se levantó como un resorte y recogió toda su ropa. Intentó ponerse los pantalones con tanta prisa que tropezó y cayó de cabeza al suelo. Gruñó por lo bajo. Al menos su ropa estaba casi seca. Terminó de vestirse y corrió tras ella.
#8
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 22:39
Francisca caminaba a paso rápido por el sendero, con paso firme y orgulloso. Como si fuese toda una reina, pese a que llevaba el vestido salpicado de agua y barro, la falda mojada y sus trenzas casi deshechas. Raimundo la alcanzó jadeante.
- Espera, Francisca.- ella sólo volvió la cabeza para dirigirle una sonrisa.- ¿A dónde diablos vamos?
- A mi casa.- contestó la muchacha como si tal cosa.
Raimundo se quedó clavado en el sitio mientras ella seguía su camino. Sólo pudo reaccionar cuando vio que ella de nuevo se distanciaba. Corrió otra vez hasta colocarse a su altura.
- ¡Espera! ¿Qué..?!- la tomó de los hombros, deteniéndola y obligándola a hacerle caso.- ¿Te has vuelto loca?
- Lo tengo todo calculado.- dijo ella.- Lograré que mi padre no te vea como un enemigo. Confía en mí.
Sin más, ella se soltó y siguió andando. Raimundo caminó a su lado.
- Has perdido irremediablemente el juicio.- el muchacho meneó la cabeza, como si hablase consigo mismo.- Francisca, esto no saldrá nada bien. Sea lo que sea que haya pasado por tu cabeza… no funcionará. Tu padre te echará la bronca y a mí me matará. Además, ni siquiera me has dicho qué planeas hacer.
- Ya lo verás.- ella le guiñó un ojo.
Al poco tiempo la Casona apareció ante su vista. Raimundo tragó saliva nerviosamente. Estaba a punto de dar media vuelta y echar a correr, pero Francisca adivinó sus intenciones y le cogió de la mano, tirando por tierra su idea. Después, sin más ceremonia, la muchacha cruzó la entrada del jardín y subió las escaleras, llevando consigo a un aterrorizado Raimundo. Llamó a la puerta. La cara de Rosario apareció tras ella.
- Señorita, ¿dónde se había metido? Su madre…
La buena muchacha se quedó lívida al ver a Raimundo. El chico sonrió un tanto avergonzado.
- Hola… Rosario.
Francisca le miró sorprendido.
- ¿Os conocéis?
- Más o menos.- explicó Raimundo.- En realidad a quien conozco más es a José Castañeda, que trabaja en las tierras de mi padre. Él me ha hablado de una muchacha dulce y buena que trabaja en la Casona.- un tenue rubor tiñó las mejillas de la turbada Rosario.- Y como tú no eres ni dulce ni buena, ni trabajas en la Casona, pues deduje que ella era Rosario.- terminó guiñándole un ojo burlón a Francisca.
La muchacha le fulminó con la mirada, pese a que en el fondo sentía ganas de reír. Pero olvidó pronto su enfado espoleada por la curiosidad.
- Nunca me habías hablado de ese Castañeda.- le dijo pícara a la buena doncella. Rió maliciosa.- Te has puesto colorada.
- Señorita, por Dios, ¿qué dice?- la pobre Rosario intentó cambiar de tema.- Su madre la está buscando, y no creo que para nada bueno.
Francisca pareció recordar el motivo por el que había llevado a Raimundo casi a rastras hasta allí.
- ¿Está en el salón?
- Así es, señorita.
Francisca respiró hondo y entró. Raimundo se quedó inmóvil y al advertirlo, la chica se volvió.
- Creía que eras más valiente, Raimundo Ulloa.- le desafió burlona.
El chico le clavó la mirada y a modo de respuesta, apretó los puños y entró.
Elena Montenegro bordaba intentando calmar sus nervios. Su marido Alejandro se encontraba tranquilamente sentado leyendo el periódico. Un suave carraspeo les llamó la atención. Alzaron la vista y quedaron sin habla. Francisca se encontraba ante ellos, con el vestido sucio y mojado y las trenzas casi deshechas. Su madre empezó a abrir la boca con horror cuando de repente reparó en el muchacho que estaba a su lado.
- ¡Francisca Montenegro!- empezó su madre.
De pronto fue interrumpida por su marido. Alejandro se levantó como un resorte al ver a Raimundo. La ira destelló en sus ojos oscuros. El muchacho tragó saliva pero aguantó estoico esa fiera mirada. Bueno… a decir verdad, no era tan fiera como la de su propio padre. Pero aún así sentía que el corazón le iba a salir por la garganta. Francisca miró a su padre.
- ¿Qué significa esto, Francisca?- preguntó él con un tono de voz calculadamente suave que atemorizaba más que los peores gritos.- ¿Qué está haciendo un Ulloa en mi casa?
Francisca sintió por primera vez que le faltaban los arrestos de los que hacía gala habitualmente. Miró a Raimundo. Aunque el muchacho parecía tan aterrorizado como ella, le dirigió un levísimo gesto de apoyo. La chica inspiró hondo.
- Padre… madre… Yo…he traído aquí a… Raimundo porque… quería explicar…
Su padre la miraba alzando una ceja. Elena se levantó.
- ¿Cómo demonios te has puesto así el vestido?
Francisca miró su falda. Soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.
- Yo… me caí al río.
Alejandro y Elena miraron perplejos y atónitos a su hija. Raimundo reprimió con toda su voluntad el impulso de imitarles. Si lo hacía, los padres de Francisca sospecharían.
- ¿Qué??- Alejandro sintió súbitamente que le invadía el pánico.- Pero…¿cómo…?
- Se me ocurrió ir a… rezar al río.- Francisca tragó saliva. Sí, esta vez estaba segura de que ardería en el infierno por esa mentira. Pero procuró no pensar en ello en ese momento.- Después de confesarme, fui a cumplir la penitencia y fui a rezar al río. Quise inclinarme para ver mi imagen en el agua y… resbalé.
Los padres de la muchacha se miraron atónitos. Raimundo simplemente intentaba seguir respirando.
- Por suerte… Raimundo pasaba por allí y me vio. Él me rescató.- Francisca miró a Raimundo y después se volvió a su padre.-Lo siento, padre. Le juro que… no pensaba en meterme en líos. Fue un… accidente.
#9
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 22:44
Alejandro conocía muy bien a su hija. Sabía que todo aquello era una sorprendente mentira sacada de su cabeza para evitar que su madre pusiera el grito en el cielo y para intentar que él mismo no lo hiciera al verla en compañía de un Ulloa. Por eso miró fijamente al muchacho, esperando su respuesta.
- Sí, señor.- Raimundo le sostuvo la mirada.- Así es.
Elena le miró entre sorprendida y complacida.
- Entonces… ¡eres todo un héroe!- le alabó.- Has… salvado a mi hija.- la mujer se acercó y apoyó una mano en su hombro.- Te estaré eternamente agradecida.
- No fue nada.- dijo Raimundo, incómodo.- Cualquiera… lo habría hecho.
Alejandro miró al muchacho, evaluándolo cuidadosamente durante un momento. Finalmente, extendió su mano hacia él.
- Si eso es cierto, te lo agradezco.
Raimundo le miró. Tenía la sensación de que aquel teatro no había acabado de dar todos sus resultados, pero finalmente, estrechó la mano de Alejandro Montenegro. La madre de Francisca se acercó.
- ¿Te apetecería cenar con nosotros?
- Se lo agradezco, señora, pero no puedo.- respondió Raimundo cortés.- He de… volver a mi casa. Mis padres estarán preocupados.
La mujer le sonrió.
- Como gustes. Eres un muchacho muy considerado.
Raimundo se inclinó caballeroso. Después se volvió a Francisca.
- Hasta mañana, Raimundo- se despidió ella.
Alejandro guardó silencio. Raimundo le dirigió una breve mirada antes de dirigirse a Francisca.
- Hasta mañana.
Antes de que pudiera formarse una hecatombe, Raimundo Ulloa caminó hasta la puerta y desapareció tras ella.
Francisca estaba recostada ya en su lecho. Se disponía a apagar la luz cuando oyó que llamaban suavemente a la puerta.
- Adelante.
Se quedó sorprendida al ver a su padre en el umbral de su habitación.
- ¿Puedo hablar un momento contigo, hija?
Un aleteo de inquietud la recorrió pero asintió. Alejandro entró y se sentó a su lado en el lecho. La chica intentó dominar el nerviosismo ante la escrutadora mirada de su padre. Pero era realmente difícil. Su padre parecía tener el don de adivinar sus pensamientos. Él decía que era debido a que en el fondo se parecían bastante. Tal vez tuviera razón.
- Francisca.- empezó él.- ¿Por qué me has mentido?
Ella sintió que un sollozo se atravesaba en su garganta. Su padre no le había gritado. Sólo le había hecho una pregunta con un tono de voz triste, defraudado. Prefería un millón de veces antes los gritos, las reprimendas y los castigos. Ver que su padre estaba decepcionado con ella era el peor castigo que pudiera soportar.
- Yo…- la muchacha bajó la cabeza.- …sólo quería…
- ¿Desobedecerme? ¿Desafiarme?- Alejandro sentía que la rabia crecía en su interior.- ¿Cuántas veces te dije que no te acercaras a los Ulloa?- preguntó.
- Lo sé, padre.- las lágrimas empezaron a acumularse en los ojos de Francisca.- Pero… yo no sabía que era un… Ulloa. Ni siquiera le conocía.
- Lo viste cuando fuiste al caserón, ¿cierto?- ella asintió.- Entonces, ¿cómo no iba a ser un Ulloa?
Francisca alzó los ojos inundados de lágrimas.
- Rosario vive aquí y no es una Montenegro.- dijo.
Alejandro se quedó sin palabras ante esa respuesta. Esa chiquilla tenía razón. Pero no le estaba resultando nada sencillo reconocerlo.
- Yo sólo vi que había un muchacho en el patio.- dijo ella, sorbiendo aire por la nariz.- Él me descubrió en el castaño. Al principio nos peleamos pero después, gracias a él pude marcharme sin que me descubriese su padre.
- Pues ahora ya sabes que es un Ulloa. Así que no quiero volver a verte con él.
- ¿Por qué?- preguntó la muchacha, sintiendo que algo se rompía en su interior.- Es un buen chico. Y accedió a venir hasta aquí y… apoyarme en…la historia del río a pesar de que… él no quería. Pero aún así lo hizo.
- Es un Ulloa.- repitió su padre.- Con ese apellido, nada bueno se puede esperar de él.
- Padre, tenga el apellido que tenga… - Francisca sacudió la cabeza.- Lo único que sé es que es el primer muchacho que no me insulta sólo porque trepe a un árbol mejor que él. Es un buen amigo. Por favor, padre… Nunca había tenido un amigo de verdad… antes.- suplicó en un sollozo.
Alejandro sintió como propia la pena de su hija. Meneó la cabeza desesperado por un dilema que le reconcomía. Vio los ojos oscuros llenos de lágrimas. También recordó el valor que le había echado el hijo de los Ulloa cuando se presentó allí y dio como cierta una historia inventada sólo para evitarle un buen problema a Francisca. Pensándolo fríamente, era una buena prueba de que ese muchacho apreciaba a su hija. Suspiró. Él nunca había sido un tirano irracional. No soportaba la idea de que pudieran hacerle daño a su niña, pero tampoco podía soportar el dolor que había en ese momento en sus ojos.
- Está bien, Francisca. Raimundo puede ser tu amigo. Pero como me entere de que…
No pudo terminar la frase. Francisca se había arrojado a sus brazos y se apretaba contra él con todas sus fuerzas. Alejandro sintió una burbuja de felicidad y abrazó a su hija con toda su alma.
#10
chatosara
chatosara
30/09/2012 23:14
*_____________* Que emotivo el momento Alejandro-Francisca, oh*_* Eeespero más trozos de tu relato. Están geniaaaaaaaales, de verdad. Espero que relates cuando engendraron a Tristán, jiji, ya sabes:$
#11
lnaeowyn
lnaeowyn
30/09/2012 23:28
A ver si funciona este link...

Eres mi verdad.doc

He intentado colgar el relato, tal como sugirió certeramente Miri. No sé si funcionará el invento...

Reedito. Mi internet es un jodido ascoooo. Lo intentaré mañana en el insti. Besitos a tod@s
#12
chatosara
chatosara
30/09/2012 23:46
Mañana me lo descargo y lo comprueba. Ahoraaaaaa me voy a dormir, bona nit<3
#13
lnaeowyn
lnaeowyn
01/10/2012 10:33
http://creafile.com/download/bc66df303cea6e1dfec8a51c66b93d7b.html

Ese siiii que creo que funciona.
Nos vemos...
#14
lnaeowyn
lnaeowyn
01/10/2012 13:18
Chicas, por fin la continuación. Para rememorar... estábamos en la tediosa reunión social de los Castro. Francisca y Raimundo ya se habían escaqueado... y ahora Alejandro y Alicia iban a hacer lo mismo...;-)

______________________________________________

Alicia tomaba el brazo de Alejandro, apoyándose compungida, con el rostro extrañamente fatigado. Alejandro la guió hasta donde se encontraban charlando amigablemente Elena y Fernando Ulloa. Ambos levantaron la mirada un tanto sorprendidos al verlos.
- Querida.- Alejandro dirigió un impecable y cortés gesto hacia ella.- Fernando.- sus ojos oscuros se encontraron con los azules e inquisidores del Ulloa.- Lamento interrumpirles, pero parece ser que... su prima se encuentra indispuesta.
Fernando miró a Alicia sin disimular su irritación. Ella no se amilanó.
- Tengo una horrible jaqueca, Fernando, y me gustaría irme a casa.
Él la fulminó con sus dagas de hielo. Era lo que le faltaba. Tener que renunciar a una tarde apacible por acompañar a esa... mujerzuela hasta su propia casa. Paseó la mirada alrededor, como si buscase a alguien.
- Ya he buscado a su hermano, para evitar molestarle a usted.- Alejandro pronunció las palabras con su seriedad acostumbrada.- No he podido encontrarle.
- Y... ¿a mi hijo tampoco?- cuestionó Fernando.
- Tampoco.- Alejandro negó de nuevo.
Fernando no ocultó un bufido de molestia. Alejandro le miró cuidadosamente.
- Entiendo su incomodidad. Si mi querida esposa aquí presente no tiene inconveniente, no me importaría acompañarla yo mismo.
Fernando le miró, sintiéndose a dosis iguales aliviado... y también susceptible. ¿A cuento de qué ese generoso ofrecimiento del Montenegro... y aún por encima para hacerle un favor a él? Sin embargo, Elena distrajo el curso de sus pensamientos.
- Qué detalle de tu parte, querido. No te preocupes, puedes acompañarla.- sonrió a Fernando, afectadamente.- … suponiendo que para el señor Ulloa no suponga un grave perjuicio escoltar a una dama indefensa hasta su casa.
Alicia miró perpleja a Elena. ¿Era su imaginación o aquella víbora se estaba medio insinuando a su primo? -”¿Qué diablos te importa? Concéntrate en lo que estás”- la reprendió su conciencia. Cierto sí. Lo primero era lo primero. Volvió a adoptar la expresión de pena dolorosa. Alejandro miró disimuladamente a su esposa. Fernando también la miró.
- Faltaría más, señora.- dijo inclinando caballeroso la cabeza.
- Bien, sea entonces.- Alejandro miró a Fernando.- Gracias por su amabilidad.- Su cabeza se inclinó cortés hacia ellos.- Querida.- añadió a modo de despedida, mirando a Elena.
Sin más, Alejandro y Alicia dieron media vuelta y comenzaron a caminar hacia la salida con paso cuidadosamente lento. Atravesaron la entrada principal de la hacienda y salieron al camino. Cuando estuvieron a una prudente distancia, Alicia se soltó de su brazo y empezó a avanzar dando saltitos, como una niña traviesa que había logrado su cometido.
- Dioos, por fin. Eso ya era peor que el convento y todo.- rió feliz, impulsándose con los brazos en cada saltito. Se detuvo un instante y se giró hacia él.- ¿Qué tal he estado?
- Sublime.- Alejandro sonrió entre amoroso e irónico.- Eres la impostora más magnífica que conozco.
- Gracias.- ella sonrió divertida.- Tú también estuviste fantástico... con ese porte de caballero tan serio y cortés.- se puso firme, imitando su pose.- “Si mi esposa aquí presente no tiene incoveniente, no me importaría acompañarla yo mismo”.- recitó, imitándole sorprendentemente bien.
Alejandro la miró perplejo.
- ¿Te estás burlando de mí??
Alicia detuvo su teatro.
- Ehm... ¿Lo he hecho bien?- preguntó con una irresistible mezcla de ironía, burla y falsa inocencia pintada en su hermoso rostro. Alejandro no pudo evitarlo. Rompió en una suave carcajada que le produjo escalofríos.
- Deliciosamente bien.- susurró acariciador, acercándose a ella peligroso.
Alicia sintió un millón de escalofríos cuando las manos de él acariciaron su cintura. Una de ellas ascendió por su columna vertebral, trazando un imaginario dibujo que le arrancó la respiración. Esa torturadora mano terminó en la sensible piel de su cuello.
- Ya va siendo hora de que... vayamos a casa.- susurró a dos centímetros de sus labios.
Alicia creyó desmayarse. Él la levantó en sus brazos al tiempo que saciaba su sed en sus labios. Se separó para no morir en dos segundos... y por fin advirtió que ese camino que él estaba tomando no era el del Caserón.
- ¿A... dónde... vamos?
- ¿Tú qué crees?
No pudo contestarle. Él había enterrado sus torturadores labios en su cuello. Antes de perder el juicio definitivamente, pudo percibir los muros de la Casona en la distancia.
#15
lnaeowyn
lnaeowyn
01/10/2012 13:22
Raimundo acarició tierno la hermosa cabellera oscura que se desparramaba sobre su pecho. Francisca sonrió ante la caricia y alzó la cabeza. Dos pares de ojos profundamente castaños se alinearon. Raimundo acercó el rostro de la joven y la besó con tal inmenso amor en la frente que Francisca no pudo evitar temblar. Se miraron de nuevo, como si no pudiesen hacer otra cosa.
- ¿Crees que la estúpida “reunión social” habrá terminado ya?- Francisca alzó una ceja burlona. Raimundo ensanchó la sonrisa.
- Eso espero… por la salud mental de mi tío y mi prima.- contestó divertido.
Francisca puso los ojos en blanco.
- Dios mío, no puedo creer que mi pobre padre esté allí todavía. Y todo por culpa de la loca de mi madre.
Raimundo se echó a reír, contagiando también a Francisca. El joven Ulloa meneó la cabeza divertido.
- Tal vez ni tu padre ni mi prima estén allí. Puede que estén… en el caserón.
Francisca abrió mucho los ojos. Raimundo volvió a carcajearse.
- ¿Tú crees?- Francisca parecía no ser capaz de dominar su curiosidad.-¿Y… si… nos acercásemos a comprobarlo?
Raimundo dejó de reír y la miró boquiabierto.
- ¿¡Qué?? ¿Has perdido la cabeza? ¿A qué viene esa retorcida curiosidad?
- Sólo quería divertirme un poquito a su costa.- Francisca jugueteó con un mechón de su cabello con una mueca inocente y a la vez maliciosa. Raimundo meneó la cabeza.
- Eres peor que todos los diablos de Pedro Botero.- el joven no pudo evitar carcajearse. Adoraba aquella irresistible maldad de su pequeña. Puso un gesto entre irónico y culpable.- ¿No crees que tu venganza hacia tu padre por habernos interrumpido ya la cumpliste con creces?
- No, no lo creo. Siempre tenemos que estar escondiéndonos. No es justo. Ni siquiera puedo besarte delante de él.
- Francisca, es tu padre.- Raimundo parecía estar explicándole a un niño pequeño que dos y dos eran cuatro.
- Eso no justifica que actúe como si fuese la Santa Inquisición.- la joven frunció el ceño.
Raimundo sonrió. Iba a contestarle cuando de pronto, la puerta del cobertizo se abrió con estrépito. Los dos jóvenes se escondieron aterrados tras un enorme montón de heno. Raimundo se puso a toda velocidad los pantalones mientras Francisca se colocaba de mala manera el vestido. Pese al peligro, la curiosidad pudo con ella. Raimundo vio con horror cómo Francisca se incorporaba silenciosa como una gata y espiaba ocultándose tras dos pacas de paja.
- ¡Francisca!- susurró Raimundo.- ¿qué demo..?

Ella se volvió hacia él y lo silenció con un gesto. Volvió la mirada y, al hacerlo, pensó que se desmayaría. La mandíbula se le descolgó. Raimundo la miró inquieto. Gateó hacia ella y se colocó a su lado. Su boca también se descolgó. Frente a ellos, unos desesperadamente apasionados Alejandro Montenegro y Alicia Ulloa acababan de abrir la puerta a trompicones y ahora estaban en el suelo, besándose como si estuviesen a punto de morir mientras forcejeaban con sus respectivas ropas.
Los dos jóvenes estaban completamente paralizados. Raimundo fue el primero en reaccionar.
- Parece que no va a ser necesario que te acerques hasta el caserón…- el joven Ulloa se llevó una mano a los ojos. La retiró y vio que Francisca parecía haberse quedado en el limbo.- Francisca…- la tomó del brazo, intentando que despertara.- Deberíamos… irnos.
- Madre de…- la joven pareció volver en sí. Tragó saliva. Sí, aquella situación era cuanto menos… embarazosa. Sin embargo su obstinado orgullo no parecía menguar ni en esas circunstancias.- ¿Por qué diablos nos tenemos que retirar educadamente? Si la situación fuese a la inversa, ellos no lo harían. Mi padre no lo haría.
- Francisca, por lo que más quieras…- el pobre Raimundo la aferró de los hombros.- No podemos interrumpirles. Sería imperdonable. Y lo sabes tan bien como yo.
Francisca miró a Raimundo. Sí, tenía razón. Y odiaba que tuviese razón en ese momento.
- Está bien.- resopló.
Raimundo esbozó una débil sonrisa. Francisca meneó la cabeza. Los dos jóvenes tragaron saliva al ver que la pasión entre los intrusos estaba creciendo a pasos agigantados. Alejandro ya había perdido hacía tiempo su elegante chaqueta, chaleco y camisa. Alicia tenía la espalda casi totalmente desabotonada.
- ¿Por dónde demonios se supone que vamos a salir?- preguntó en un susurro Francisca.
Raimundo tragó saliva otra vez. Cierto. La puerta estaba… justo detrás de los desesperados amantes. El joven resopló.
- ¿Por qué diablos nos pasan estas cosas?- preguntó alzando los ojos al cielo. De pronto, su mirada tropezó con algo que le llamó la atención.- Francisca…
Ella le miró y siguió la dirección de sus ojos. Sobre sus cabezas había una pequeña ventana.
- Ah, no, eso sí que no. No pienso saltar por esa ventana ni arriesgar el pellejo sólo porque mi padre y tu prima no puedan contener sus bajos instintos.
- Vamos, Francisca. Podemos hacerlo. ¿Qué prefieres? ¿Qué nos descubran aquí?
Ella le miró y de nuevo resopló con rabia.
- Está bien… Pero… ¿Cómo se supone que vamos a alcanzar esa ventana? Está demasiado alta.
- Te ayudaré.
Francisca miró perpleja y nada convencida cómo Raimundo se inclinaba para que se subiese a su espalda. Aquello le recordaba muchísimo a cuando eran un par de mocosos y trepaban a los árboles. Bufó de nuevo, pero finalmente se encaramó a los hombros de Raimundo. El joven se irguió con infinito cuidado, logrando que ella pudiera alcanzar la ventana.
- Vamos Francisca…
De pronto, Raimundo se apoyó en una traicionera tabla oculta por el heno del suelo. Su pie derecho se torció y el precario equilibrio se fue al infierno. Un agudo dolor le atravesó el tobillo, pero su única preocupación fue atrapar a Francisca para evitar que se hiciera daño al caer.
Alejandro y Alicia se quedaron inmóviles en medio de un apasionado beso al oír un tremendo estrépito tras ellos. Alzaron la cabeza.
- ¿Quién diablos anda ahí?- tronó la voz de Alejandro Montenegro.
#16
lnaeowyn
lnaeowyn
01/10/2012 13:27
Raimundo sentía un torturante dolor en su pie, mientras abrazaba a Francisca. Sí… estaba claro que en el fondo o le caía realmente bien a su querido suegro… o acabaría matándole.

Alejandro Montenegro apareció tras el enorme montón de paja que los ocultaba. Su rostro mostró en un primer momento la feroz determinación de enfrentarse a cualquiera que hubiera entrado en su propiedad sin ser invitado. Pero esa expresión cambió en dos segundos al ver a los jóvenes. Se quedó como si le hubieran dado una patada en el estómago.

- Alejandro…- Alicia apareció a su lado. Tomó su brazo preocupada al ver el rictus de horror en el apuesto rostro. Siguió su mirada… y la mandíbula se le descolgó. Allí estaban, Francisca y su primo Raimundo, tirados entre un montón de heno que todavía revoloteaba a su alrededor. Miró la tabla caída y la ventana sobre sus cabezas y suspiró al deducir el fallido e improvisado plan de fuga.
Francisca fue la primera en reaccionar… o al menos en moverse. Se levantó como un resorte. Iba a decir algo, pero por primera vez en toda su vida sintió verdadero pánico al ver los oscuros ojos de Alejandro Montenegro destellar de ira. Un cúmulo de vergüenza, impotencia y dolor al leer el pensamiento de su padre hizo que los ojos le ardieran. Ni siquiera podía pensar en que aquello que tan dolorosamente le reprochaba su padre sin decir ni una palabra, era precisamente lo que él pretendía también hacer con Alicia Ulloa.

Alicia miró al padre y a la hija. La atmósfera estaba demasiado densa. No pudo aguantar más.
- Bueno, ya que nadie va a decir nada…- miró a su primo, que seguía tirado en el suelo. Meneó la cabeza.- Raimundo, querido primo, al menos podrías levantarte, ¿no?- dijo con retintín burlón.

Raimundo sintió todas las miradas sobre él. En realidad, lo que deseaba en ese momento era que la tierra se abriera bajo él y lo engullera. Pero fue ver a Francisca y todo su temor desapareció. Si tenía que perecer por admitir ante Alejandro que amaba a su hija más que a nada en el mundo, que así fuera. Vio el triste y amado rostro de su pequeña. No. Jamás. Moriría antes de permitir que el dolor se instalase en sus preciosos ojos. Se incorporó, pero al apoyar el pie fue consciente de que se lo había torcido. Cayó de rodillas con un quejido de dolor.
- Raimundo…- Francisca se volvió en un instante, olvidando todo en un segundo para arrodillarse a su lado.
- ¿Estás bien, primo?- Alicia también se acercó, preocupada.
- No es nada.- Raimundo se levantó apretando los dientes para mitigar el dolor. Alicia meneó la cabeza.
- ¿Qué no es nada? Te has torcido el tobillo pero bien.- miró el pie hinchado.- ¿Cómo diablos te has hecho eso?
Raimundo respiró hondo. Miró a Alejandro, que no apartaba su iracunda mirada de él.
- Nosotros… intentamos marcharnos para no…molestarles.- el joven tragó saliva.- Y, al estar la puerta al otro lado, pensamos en salir por la ventana. Ayudé a Francisca a alcanzarla pero… perdí el equilibrio al subir a la tabla y… nos caímos.
Alicia meneó la cabeza.
- Pues para haberos matado. Tampoco pasaba nada si nos interrumpíais.
Raimundo y Francisca miraron a Alicia parpadeando sorprendidos. Todos estaban tremendamente azorados o furiosos por lo ocurrido… todos menos ella. Alejandro por vez primera apartó la furibunda mirada de los dos jóvenes para posarla en Alicia, perplejo. Ella le ignoró.
- Vamos Raimundo, necesitas que alguien te cure ese pie. Apóyate en mí. Francisca, ayúdale por el otro lado. Te meteremos en casa y…
- ¿¡Qué…?!
Todos miraron a un incrédulo Alejandro Montenegro. Esta vez los ardientes ojos oscuros se clavaron en Alicia.
- ¿Se puede saber…?- agitó la cabeza, como si quisiera borrar los últimos minutos.- Alicia, el tobillo de Raimundo puede esperar.- dijo serio.- Además, no creo que vuelva a necesitarlo porque… ¡Lo voy a matar!
Alejandro se acercó amenazador. Francisca se colocó delante de Raimundo casi por instinto. Pero Alicia fue más rápida. Se plantó con los brazos en jarras a un palmo de distancia de Alejandro.
- Vaya, el refinado caballero perdiendo sus exquisitos modales.- ladeó la cabeza burlona.- ¿Qué diablos pretendes hacer?
- Ya te lo he dicho. Apártate Alicia.
La mujer meneó la cabeza, agitando sus rizos dorados. Pero no cedió ni un ápice.
- No me voy a apartar. Y ahora, escúchame bien Alejandro Montenegro. ¿A cuento de qué viene montar semejante escena? Quieres matar a Raimundo por algo que hasta hace cinco minutos tú también estabas dispuesto a hacer. ¿O me equivoco?- le miró traviesa.- Además… no la tomes con los chicos. Al menos ellos están completamente vestidos. Cosa que tú… ni yo creo…- se llevó una mano a la espalda, procurando abrochar los botones.-… podemos decir.

En ese momento, Alejandro fue consciente de que sólo llevaba puestos los pantalones. Y lo más increíble es que tanto Raimundo como Francisca parecieron también no advertirlo hasta ahora. La furia se mezcló con la vergüenza, haciendo que las mejillas de Alejandro se colorearan.
#17
chatosara
chatosara
01/10/2012 16:05
No me lo sé descargar ._.

Edito: VALEEEEEEEEEE, MISIÓN CUMPLIDAAAAAAA. A leer como una loca. Ya voy por la pàg. 50jiji:$ *_* Pooooooooor favor, me derrito con los besos bravo
#18
chatosara
chatosara
01/10/2012 20:15
asombrado

'Francisca despertó poco a poco. Abrió los ojos y sintió el calor de la piel de Raimundo bajo ella.'
*___________________________* POR FAVOR, estoyyyyyyyy enganchadísima xd. Qué romántico. Lourdes... te quiero.
#19
lnaeowyn
lnaeowyn
01/10/2012 22:56
En ese momento, Alejandro fue consciente de que sólo llevaba puestos los pantalones. Y lo más increíble es que tanto Raimundo como Francisca parecieron también no advertirlo hasta ahora. La furia se mezcló con la vergüenza, haciendo que las mejillas de Alejandro se colorearan.
- No… cambies de tema.- Alejandro miró desesperado alrededor, buscando su ropa.
- No lo hago.- Alicia le miró risueña, causando que el rubor de él se convirtiese en rojo escarlata. Le pareció tan adorable que se acercó para revolverle el oscuro cabello como si fuese un niño e izarse de puntillas para depositar un suave beso en sus labios.

Alejandro se inclinó hacia Alicia cuando ésta se separó con dulzura, en un vano e instintivo intento de continuar el delicioso beso. En ese momento, se fijó en su hija y su condenado futuro yerno. Francisca alzaba una ceja burlona ante la tierna escenita mientras se cruzaba de brazos. Ya no se sentía ni abochornada ni nada por el estilo. Al contrario. Por un lado tenía ganas de echarse a reír y por otro, de lanzarse hacia su padre para darle la enhorabuena. Raimundo, a su lado, estaba perplejo. No se había imaginado que su prima y su “suegro” fuesen un par de tortolitos quinceañeros enamorados. Le costaba creer que Alejandro Montenegro, ese hombre impecable, perfecto caballero, orgulloso, digno, inflexible y un largo etcétera apareciese ahora como un cordero degollado y manso. Increíble. Por un instante pensó en si él también aparecería así ante el resto del mundo cuando estaba con Francisca. “No, por supuesto que no”- pensó orgulloso para sus adentros. Sin embargo, al ver la sonrisa de Francisca pronto se encontró a sí mismo adorándola con sus ojos. Bueno, vale, era posible que también tuviera la misma cara de cordero degollado pero… ¿qué más daba?

Alejandro sintió un enorme bochorno. Sí, no cabía duda. Alicia tenía razón. Él no era el más indicado para matar a Raimundo ni abroncar a su hija. Miró a aquella mujer que sonreía con dosis iguales de ternura y malicia. Sus rizos dorados, cayendo como una cascada. Su nariz respingona. Sus brillantes ojos de chocolate derretido. Su boca deliciosa y su esbelta figura erguida y orgullosa. Miró otra vez a los jóvenes, y bajó la cabeza, derrotado.
- Tienes razón, Alicia… -dijo capitulando con un suspiro.
- Vayaa, su excelencia, el ilustrísimo Don Alejandro Montenegro me está dando la razón...- Alicia sonrió triunfante, haciendo una cómica reverencia.- Quién lo hubiera dicho…
- No te pases…- le advirtió atravesándola con la mirada, recuperando el orgullo marca Montenegro.

Alicia se echó a reír. Alejandro la fulminó con la mirada. Francisca y Raimundo se limitaron a menear la cabeza. Francisca intentó evitar reírse con Alicia. Estaba claro que esa mujer era justo lo que necesitaba su padre para retarle, embromarle, meterse con él… en definitiva, para hacerle sentir vivo. A decir verdad, se complementaban magníficamente. La combinación Montenegro-Ulloa desde luego era estupenda. Alicia se acercó de nuevo a Alejandro para darle un sonoro beso en la mejilla.
- Aunque tengas razón, eso no impide que esté enfadado contigo, Francisca.- Alejandro intentó recuperar su pose severa, pero era bastante difícil de lograr teniendo colgada del cuello a Alicia. Francisca intentó evitar la risita, pero fue superior a ella.
- Te estoy hablando muy en serio, hija.- recalcó.

Francisca simplemente se acercó hasta su padre y le echó los brazos al cuello, dándole otro sorpresivo beso. Raimundo casi sonrió al ver al pobre Alejandro Montenegro inmovilizado por Alicia y Francisca.
- Me alegro mucho por usted, padre.- dijo la joven rebosante de cariño.
#20
mariajo76
mariajo76
02/10/2012 00:00
Lourdes por favor que me da algo, ahora mismo estoy con el corazón a mil, mi niño precioso, mi Alejandro ha vuelto, lo adoro lo adoro y te adoro ¿por que no me habías dicho que abrías un hilo para esta historia?, tengo un nudo en la garganta, te juro que pensaba que te habías olvidado de ella.

Lourdes muchas gracias de verdad, y SIGUEEEEEEEEEEE
1 2 3 4 5 6 7 Siguiente