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Destino (terminado)

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#0
bandofan
bandofan
18/02/2012 21:33
Hola a tod@s:

Destino es un fic empezado y acabado ya. Para quien se anime a leerlo, espero que le guste ;-) Y bueno, guste más o menos, se trata de una historia con un principio, un nudo y un desenlace yo creo que coherentes…

Debo decir, para no herir sensibilidades, que se trata de un fic Sara-Adolfista (aunque paradójicamente la única escena sexual que hay es con Miguel, y no con Adolfo), pero sí, Adolfo sale, y mucho, aunque Miguel está presente de alguna manera de principio a fin.

Lo dicho. Si te has decidido a leerla, espero que te guste. Si alguien quiere la versión en PDF para leer más cómodamente me la puede pedir en este post o por un privado.

Un beso y gracias!!!
#1
bandofan
bandofan
18/02/2012 21:46
DESTINO

1. La decisión
Sara miraba la cara descompuesta de Juan mientras el Galeno atendía en silencio a Alejandro. Cuando el marqués levantó la vista del cuerpo malherido de su hijo sólo lo hizo para negar con desesperación, y la miró:
Juan: Deberías irte a casa a descansar, jefa. Ya has tenido bastante ajetreo por hoy… El Galeno se ocupará de todo.
Sara: No me iré hasta que esté mejor.
Pero justo entonces Marcial se levantó, esta vez con expresión más optimista, pues había bajado la fiebre del chico.
Marcial: Se recuperará.
Juan sonrió y tras un tímido “¿Seguro?” abrazó a su compañero de partida. Marcial se alejó de Alejandro para dejarlo con su padre y se acercó a Sara. La inglesa contemplaba la escena aún preocupada.
S: Gracias, Galeno. No sé qué haríamos sin ti. –la única respuesta del médico fue un modesto asentimiento-. Nunca había visto así a Juan... Parece que se sufre mucho con esto de los hijos…
M: Así es, pero bendito sufrimiento, ¿no?
Sara miró a Marcial sin comprender
M: A pesar de los pesares, en estos casos siempre pienso que ojalá no hubiese perdido a aquel hijo… y pudiera verlo hecho un hombre como Alejandro.
Sara se quedó aún más sorprendida. No era habitual que el Galeno abriera su corazón así como así. Probablemente se había puesto sentimental por ser Alejandro el miembro más joven de la partida.
S: No sé qué decirte… -dijo torpemente, sin encontrar palabras de consuelo a su repentino disgusto-.
M: No te preocupes. Ya he asumido que nunca podré ser padre -y cambió de tema-. Sara, coincido con Juan. Deberías irte a descansar inmediatamente.
Esta vez la jefa dejó a un lado su tozudez y asintió. Una vez fuera de las cuevas, subió con discreción al caballo y esa vez fue a un trote muy ligero.

Chelo le abrió la puerta con cara de cansancio y Jimena la esperaba en el sofá.
Jimena: Sara, por fin… ¿Cómo vienes tan tarde?
Sara no supo bien cómo mirar a la joven. Sabía que empezaba a sentir algo por Alejandro y recordaba el cuerpo maltrecho del nuevo bandolero. Sentía tener que engañarla, pero por el momento no había otra alternativa.
S: Adela me invitó a cenar. Ya sabes que la aprecio, por eso acepté. Siento haberte preocupado –mintió mientras le frotaba el brazo. De pronto reparó en que en la mesita junto al sofá había carboncillo y unos dibujos, además de las telas que había traído Adolfo Castillo-. ¿Qué es todo esto?
J: ¡Ah! He pensado algo en lo que ocupar mi tiempo, aparte de tus lecciones, claro. Como el señor Castillo te regaló esas telas he pensado que podría hacerte unos vestidos.
S: Ignoraba que supieras coser.
J: Mi madre me enseñó. No se me da mal del todo.
S: Seguro que te quedan preciosos –dijo mientras se sentaba con cara de cansancio-. Pero mejor hazlos para ti, que yo ya tengo vestidos de sobra.
J: Ya… tienes para ahora, pero ¿y para dentro de unos meses? ¿has pensado en cuando empiece a notarse tu embarazo?
La inglesa entonces bajó la cabeza. Lo que llevaba dándole vueltas a la cabeza durante el camino a casa se le vino encima de pronto. Recordó los tiros, la cabalgada hasta el pueblo y de vuelta a las cuevas, y el disparo que Alejandro había recibido en el vientre. Jimena se preocupó por su expresión taciturna y se sentó a su lado.
S: Ey, Sara ¿a qué viene esa tristeza? Pensé que a pesar de todas tus preocupaciones estabas feliz con la idea de ser madre.
S: No es eso –replicó categórica, y miró a los ojos a su amiga-. He puesto en riesgo la vida de mi hijo hoy.
Aún le temblaba la voz al pronunciar aquel “mi hijo” que tan raro sonaba en sus labios, como si no pudiera creérselo del todo. Pero por mucho que hubiera tardado en aceptarlo, era cierto.

~
#2
bandofan
bandofan
18/02/2012 21:47
Cierto era también para Teresa que sus planes acababan de irse a pique estrepitosamente. Pero no pensaba permitirlo bajo ningún concepto, desde luego que no. Llegó hecha una fiera a la cocina, donde Álvaro estaba sentado con una botella de coñac.
Álvaro: ¿Qué tal primita? ¿Ya se ha ido a hurtadillas tu semental?
Teresa: Semental, ¡y un cuerno! Calla y sírveme un trago.
A: Podrías dañar al infante, si es que ya te ha prendido la mecha –comentó divertido mientras le ponía la copa-.
T: Aníbal Ruíz ha resultado ser un fiasco. Acaba de confesarme que es estéril.
Tras unas milésimas de segundo en silencio Álvaro no pudo reprimir una carcajada, pero no hizo más que empeorar la cara de pocos amigos de Teresa.
T: ¡Maldito imbécil! Y pensar que llevo noches y noches perdiendo el tiempo...
A: Bueno, ni tan perdido… Con embarazo o no, que te quien lo bailado.
T: ¿Quieres que vuelva a cruzarte la cara? -comentó molesta, y Álvaro dejó las bromas-
A: Bueno, primita, comprendo que estés así. Esto supone que tu plan se va al traste.
T: No pienso dejar que eso ocurra –anunció-
A: No tienes elección. El tiempo juega en tu contra. De hecho, ya resulta poco creíble que el banquero te dejara preñada antes de morir. Aunque yo estoy dispuesto a testificar que os vi retozando como potrillos el mismo día de su muerte si es preciso –replicó volviendo a las guasas-.
T: Es ahora o nunca. Mañana mismo le diré a la vieja que estoy embarazada de Fernando.
A: Me parece perfecto. Sólo veo un pequeño problema: que no lo estás –dijo bajándola a la realidad de nuevo-.
T: Ya me ocuparé de eso luego. Si espero no se lo tragará.
A: ¿Me estás diciendo que vas a buscarte a otro que te haga el hijo? Pero… ¿quién? ¿y si no te quedas embarazada? No puedes decírselo antes a Leonor Velasco. Ese vejestorio parece de armas tomar. Si descubre que la has engañado nos hundirá.
Teresa tardó en contestar. Antes de hacerlo apuró su copa al máximo.
T: Tú déjame a mí. Sé lo que hago. He salido de apuros peores.
Teresa se fue con pasos precipitados. Álvaro acabó también su copa con rapidez y la dejó en la mesa con un sonoro golpe. Debía disuadir a su prima de aquel disparate. Aquello podría hacer caer sobre ellos todo el peso de la Banca Velasco, pero para mal. Por no hablar de que el comportamiento promiscuo de Teresa empezaba a causarle cierta repulsión.

~

Mientras en los viñedos, Sara había desviado el tema, al darse cuenta de que tendría que dejar aquella verdad a medias ante los ojos de Jimena, pero ni aun así había borrado de su rostro su profunda preocupación.
Jimena: Sara, si no quieres no me digas lo que te ha pasado, pero serénate ya. No te hace bien.
S: Jimena, hay tantas cosas de mi vida que ignoras… Verás: cuando llegué a Arazana lo hice en busca de aventuras e historias; quería descubrir un mundo nuevo. Pero no buscaba el amor. Sin embargo me enamoré, como jamás pensé que podía hacerlo. Yo solía huir de ese sentimiento por miedo a que coartara mi libertad. Y entonces llegó Miguel, y todo cambió -susurró emotivamente-. Descubrí que el amor verdadero no te ata, te hace libre; descubrí que se puede ser tan feliz que seas capaz de oír el sonido de tu corazón al palpitar. Él lo era todo. Hasta el punto de que me hizo plantearme cosas que nunca antes me habían pasado por la cabeza, como el deseo de tener un hijo.
J: Debió de ser muy duro perder ese bebé…
S: Lo fue. Ahora vuelvo a estar embarazada de nuevo, y cuando lo supe ni si quiera pensé en el niño, sólo en que no era de Miguel –negó con la cabeza y retomó su monólogo a los pocos segundos-. Me he comportado como una necia. Hoy hablando con el doctor Buendía me he dado cuenta de que resulto patética... Cuando supe que estaba embarazada de Miguel tuve el mismo ataque de pánico, el mismo. Y para cuando me di cuenta de que quería a ese niño fue demasiado tarde. Voy a dejar de quejarme por este bebé –dijo con determinación-. Es un regalo de la vida, sea o no de Miguel.
J: Claro que sí –y sonrió tomando su mano, logrando que Sara también sonriera-. No estás sola. Yo te ayudaré en todo.
Sara la abrazó, y al hacerlo sus ojos se posaron en uno de los dibujos que Jimena había estado bocetando para hacer los vestidos. Se sorprendió de lo bien que dibujaba, pero sobre todo de la enorme tripa que le había pintado al maniquí que supuestamente debía de ser ella.
S: Dios mío. ¿Me voy a poner así? –comentó con risa y miedo a la vez-
J: No, ese rojo sólo es para los cinco o seis meses. Luego te vas a poner así –replicó mostrándole otro vestido de color satén, a cuya portadora había dibujado un tripón todavía más grande.
Chelo entró en el salón interrumpiendo sus risas.
Ch: Señorita, el señor Castillo está aquí. Ya le he dicho que es muy tarde…
S: ¿El señor Castillo? –preguntó con desconcierto, y casi instintivamente guardó los dibujos debajo del sofá, temiendo que irrumpiera sin esperar a ser anunciado, como en anteriores ocasiones-. Está bien, dile que pase.
#3
bandofan
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18/02/2012 21:48
J: Bueno, yo me voy –anunció la joven con picardía y Sara le señaló las telas, indicándole que se las llevara-.
Adolfo: Muy buenas noches, señorita –dijo cuando entró, a los pocos segundos. Besó su mano y se sentó frente a ella sin ser invitado-. Siento la hora, pero me urgía verla.
S: No me sorprende mucho viniendo de usted, aunque ciertamente la hora es intempestiva -murmuró, y le sirvió una copa de Sherry Reeves-
Ad: Vaya, esto va mejorando. Me sirve sin que se lo pida. Gracias –sonrió aceptado la copa. Sara se sirvió agua-.
S: Ya estoy curada de espanto, prefiero ofrecérselo yo a que me lo pida con descaro. Y dígame, ¿qué le trae por mi casa a una hora tan… desatinada?
Ad: Necesitaba contarle que hoy he sido citado por doña Leonor Velasco.
Sara contuvo la respiración unos segundos. Hasta el agua podía sentarle mal tras escuchar ese nombre.
S: ¿Con qué propósito?
Ad: Ha querido pagarme una cantidad desorbitada de dinero a cambio de que escribiera un artículo que no escatimara en halagos hacia su banca.
S: Vaya… ¿Y cuántas monedas más rico es usted ahora?
Ad: Pero, ¿por quién me toma señorita Reeves? He rechazado su oferta.
Sara asintió, un poco sorprendida al principio, pero sin entender qué hacía entonces allí aquél periodista.
S: Muy bien, señor Castillo. No ha sucumbido esta vez a las garras del soborno, ¿qué espera? ¿un aplauso?
Ad: No, esperaba contarle que justo cuando llegué al despacho de la banquera estaba allí el mercenario de la cicatriz, ¿cómo se llama? Mendoza.
Sara se revolvió en el asiento al oír el segundo nombre que más náuseas le producía.
Ad: Tras salir de allí averigüé que Mendoza volvía de un nuevo intento infructuoso de vencer a los bandoleros. Y el hecho de que estuviera allí dándole explicaciones a la viuda de Del Caz me resulta sospechoso... Tal parece como si la señora Velasco estuviera financiando las batidas de ese carlista y sus hombres.
Sara alzó las cejas con asombro. Desde luego, aquel periodista era astuto, y muy agudo.
Ad: Por otro lado, la guardia civil me parece de una incompetencia supina. ¿Cómo pueden confiar en ese petimetre para atrapar a los bandoleros? Está claro que son mucho más astutos que él. Cada vez me interesa más el mundo de los bandoleros. Es por ello que he venido a proponerle un negocio.
S: Su concepto de negocio y el mío distan tanto que no podrían encontrar un punto común.
Ad: Se equivoca. A usted las hazañas de los bandoleros le entusiasman tanto como a mí, me consta.
Sara puso los ojos en blanco y se dio la vuelta para no tener que mirarle mientras soltaba todas aquellas paparruchas sin tener ni idea.
Ad: Y ya que usted tiene un conocimiento mucho más exhaustivo de los bandoleros que yo, quiero pedirle que escriba un artículo en coautoría conmigo.
Sara volvió a mirarle de nuevo, esta vez con los ojos muy abiertos y los brazos en jarra. Ad: Sería un gran reportaje –se apresuró a aclarar-. Un estudio sobre los grandes bandoleros de la historia, con especial énfasis en El Chato y en ese Bandolero del Rifle. Contaríamos sus proezas y sus…
S: Basta, basta –lo cortó con suavidad-. Señor Castillo, Olmedo ya nos odia bastante por separado… ¿Qué cree que pasaría si escribimos ese artículo? ¿Quiere usted que nos echen de Arazana?
Ad: Lo cierto es que no. Casi he perdido ya el interés por volver a Madrid. No me mire así –dijo encajando un nuevo alzar de cejas de Sara-, este pueblo tiene más chispa de la que esperaba. Bueno, da igual, tengo otras propuestas que hacerle.
#4
bandofan
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18/02/2012 21:48
La pausa que hizo el periodista, su tono enigmático y el hecho de que abandonara su posición cómoda en el respaldo del sillón para hundir los codos en las rodillas y acercarse así más hacia ella la hizo sentir algo incómoda.
Ad: Son más bien peticiones, de hecho.
S: ¿Qué quiere?
Ad: Un ejemplar de su novela, “Recuerdos de Arazana”.
Sara dejó de respirar por unos segundos.
Ad: Sé que existe, pero no he podido encontrarla en ninguna parte. Debido a que la editó en Inglaterra hay muy pocos ejemplares traducidos, pero supongo que usted conservará uno.
Adolfo no sabía por qué, pero había percibido de inmediato que Sara había cambiado de cara.
S: ¿A qué se debe ese interés en mi novela?
Ad: Ya le he dicho que me despierta una gran admiración, sincera admiración –puntualizó-. Sus artículos me han dejado ávido de más literatura al más puro estilo Reeves. No me dejará usted con esta sed intelectual…
S: Ese libro es privado –espetó seca, y Adolfo se revolvió en su silla sin comprender-
Ad: Pero… es un libro publicado. Usted misma lo ha elevado a un foro público…
Sara bajó la cabeza. Ciertamente su observación era absurda. Pero en el momento en el que escribió aquel libro en el que tanto mencionaba a Miguel, aunque sin nombre y apellidos concretos, nunca pensó que vería la realidad desde la perspectiva actual: con Miguel muerto y tantos cambios en su vida. No sabía precisar del todo por qué, pero no quería que el periodista accediera a una parcela tan íntima de su vida, a aquel relato en primera persona.
S: Ya, ya lo sé… Pero no.
Ad: (frunció el ceño) ¿Cómo que no?
S: Usted me ha hecho una petición, y mi respuesta es no. ¿Puedo negarme, no es así? –añadió a los pocos segundos, al ver que lo había dejado completamente descolocado, incluso triste-.
Ad: Sí, claro… Está en su derecho… -dijo con el ánimo desinflado-. Sólo espero entonces que no me niegue también mi segundo ruego, porque esta vez lo formularé en forma de ruego.
La bandolera bajó la cabeza para esconder una sonrisa. No podía negar que los ocurrentes rodeos del señor Castillo eran cuando menos entretenidos, aunque su insistencia resultaba agotadora.
Ad: ¿Seguro que no quiere reconsiderar lo de prestarme el ejemplar de su novela?
S: Ya le he dicho que no.
Ad: Vaya, veo que la muralla china vuelve a interponerse cuando se trata de usted. Sacaré de la chistera mi segundo ruego, pues. Verá, yo mismo voy a animarme a escribir un libro. Lo tengo bocetado. Me gustaría que usted fuera mi correctora de estilo.
Sara entrecerró un poco los ojos sin dar crédito.
S: ¿Pero qué dice? Usted estudió periodismo, no yo.
Ad: ¿Qué importancia tiene eso cuando usted me supera en destreza y habilidades? Hasta el discípulo más aventajado debe rendirse ante la genialidad de un maestro.
La inglesa volvió a reír con ganas, y esta vez no dejó de hacerlo cuando Adolfo se levantó de su sillón y se colocó más cerca de ella, apoyando una de sus rodillas en la alfombra y mirándola implorante.
Ad: Se lo pido de rodillas, señorita Reeves. Por favor, rescáteme. No quiero escribir una bazofia sensacionalista que me haga tocar fondo.
S: He de admitir que sería una gran labor por la humanidad –concedió entre risas-. ¿Y de qué trata su libro?
Ad: Acceda primero a tutorizarme y mañana vendré con los primeros capítulos y todos los detalles. Es poco lo que le pido. Una hora al día, quizás.
S: ¡¿Una hora?!
Ad: Cuando a usted le viniera bien, por supuesto. No me importa si es a última hora de la tarde o con el canto del gallo. Yo me amoldaré a su apretada agenda de empresaria.
S: Una hora… -seguía murmurando con asombro-. Lo que usted pretende es que le escriba el libro yo.
Ad: Bueno, quien dice una hora dice tres cuartos, o media… -siguió corrigiendo al ver que Sara negaba con la cabeza con la vista en el suelo y sonriendo-. No tiene por qué ser todos los días tampoco…
S: Está bien.
Ad: ¿Cómo dice?
S: He dicho que sí. No sé el tiempo que podré dedicarle a psicoanalizar sus inquietudes como escritor, pero estoy dispuesta a evitar que dé usted a luz a un libro mediocre y lleno de morralla.
Ad: Muchísimas gracias. Me salva usted la vida –se alborozó con asombro-.
S: Si quiere podemos empezar mañana. Ahora tengo cosas que hacer, en primer lugar descansar -recalcó mirando el reloj-.
Ad: Y desde luego yo no quisiera quitarle más horas de sueño, Sara –aseguró, eliminando la formalidad del apellido-. Pero me temo que he reservado el más angustioso de los motivos de mi visita para el final. Tengo aún que darle una mala noticia. Es sobre el incendio que acabó con los padres de Jimena García.
S: ¿Y si tenía información a ese respecto por qué no ha empezado por ahí?
Ad: No quería arriesgarme a que se negara a mis peticiones anteriores –confesó sin demasiados tapujos-.
S: Hable. Pronto -ordenó-.
Ad: Cuando irrumpí en el despacho de doña Leonor Velasco lo hice sin llamar.
S: (con ironía) ¿No me diga?
Ad: Y no me arrepiento, porque como le digo la sorprendí hablando con Mendoza, reprochándole, más exactamente, algo relacionado con el incendio de la casa de su protegida. Tras rechazar la oferta que me hizo, la confronté sobre ese tema. Le pregunté directamente si Mendoza tenía algo que ver. Ella por supuesto lo negó, pero nadie me quita de la cabeza que fue así. Su expresión de apuro, de culpabilidad… habló por ella.
S: No es preciso que investigue usted más. Esa mujer es perfectamente capaz de haber ordenado la quema de la casa.
Ad: ¿Qué sabe sobre ella?
S: Hágame caso, Adolfo. Deje ese tema. Sólo conseguirá enfurecer más a Mendoza y a Leonor, y podrían tomar represalias contra usted.
Adolfo hizo entonces ademán de ir a decir algo, pero Sara se lo impidió levantándose con apremio.
S: Y ahora si me disculpa, es casi medianoche.
Ad: La dejo descansar, señorita Reeves. Mañana vendré al caer la tarde con mis guiones preliminares.
S: Hasta más ver –pronunció quedamente, y evitó darle la mano para que se la besara-.
Cuando lo hubo perdido de vista, Sara dejó escapar un ligero suspiro y se retiró a su habitación con la mente llena de cavilaciones.
#5
Romeria
Romeria
18/02/2012 22:07
Bienvenida bandofan y gracias por tus historias. La verdad es que tenemos mejores guionistas aquí que en la serie... si te metes en el post de miguelromeristas verás que FanBandolera tb escribe unas historias muy buenas y... bueno, esto está lleno de "genios", yo me limito a disfrutar con lo que escribís, los montajes, etc. saludos.
#6
bandofan
bandofan
18/02/2012 22:15
Gracias Romeria por ser la primera en contestar!! Decirte que yo tb soy fan del teniente por sobre todas las cosas, y aunque no planeo resucitarlo en esta historia, tampoco planeo que Sara lo olvide ;-)
Gracias de nuevo por la bienvenida
#7
bandofan
bandofan
19/02/2012 11:06
Buenos días! Me marcho al carnaval, pero antes continúo con dos capítulos más.

2. Argucias

Apenas habían tocado las nueve cuando Teresa se internó en la Banca Velasco. Antes de buscar a su suegra llamó al despacho de Aníbal. El capitán se puso de pie con una gran sonrisa al verla entrar y fue a besarla mientras le daba los buenos días, pero ella le quitó el rostro y lo miró con seriedad. Sin que la voz le temblara si quiera al hacerlo, dejó al falso banquero de una pieza con su declaración de intenciones.
Teresa: Aníbal, es preciso que te diga algo que te va a doler, y prefiero hacerlo rápido.
Aníbal: Pero no me asustes, cariño. ¿A qué viene esa cara de circunstancia?
T: Ayer supe que estaba embarazada. Cuando estábamos en la cama, de hecho, esperaba el momento propicio para decírtelo. Daba por hecho que era tuyo, después de los ratos de pasión que hemos compartido. Pero tras tu confesión supe que eso no podía ser así, que el único padre de mi hijo es Fernando del Caz.
El capitán abrió la boca con asombro, y apenas pudo articular palabra.
T: Comprenderás que esto me obliga a interrumpir nuestras relaciones de inmediato.
A: Pero Teresa…
T: No hay peros, Aníbal. A mí me apena tanto como a ti. Al igual que tú, yo también empezaba a quererte, pero mi moral cristiana me impide seguir yaciendo con un hombre mientras espero un hijo de otro. Espero que sepas perdonarme.
A: Teresa, esto no…
La impostora adoptó su mejor pose de abnegación. Estaba decidida a no dejar oportunidad de hablar al banquero, y la poca lucidez que éste podía reunir tras la repentina noticia ayudaba a sus propósitos.
T: No insistas Aníbal. Te lo ruego: no me busques, no te empeñes en un imposible. El único amor que puede tener cabida en mi vida ahora es mi hijo.

Sin más dilación, salió de la habitación procurando no hacer el más mínimo ruido, y en seguida tocó con los nudillos en la sala de enfrente, la que era parte de la casa de Leonor Velasco.
Leonor: Teresa, pero ¿qué te trae por aquí tan temprano?
La banquera se levantó de su sillón, se quitó las gafas y se acercó a su nuera de mala gana. Sus pasos carentes de entusiasmo contrastaron con la emoción de Teresa cuando le dio dos besos.
Teresa: Una noticia, una gran noticia que supe ayer doña Leonor, y que apenas me ha dejado dormir. No podía esperar para venir a contárselo.
L: ¿De qué se trata, pues?

~

Sara abrió los ojos especialmente temprano aquel día. Apenas había podido conciliar el sueño. Y esta vez no con las pesadillas sobre Miguel que muy a menudo la atormentaban, sino con un plan que empezaba a trazar en su cabeza. Resignada a no poder pegar ojo, se vistió y se encaminó a las cuevas. Decidió que aquella mañana llevaría el desayuno a sus compañeros de partida.
~
#8
bandofan
bandofan
19/02/2012 11:08
L: ¿De verdad pretendes que me crea que ese hijo que dices esperar es de mi hijo? Fernando no llevaba ni media hora casado contigo cuando salió corriendo a la finca de esa… hija de la Gran Bretaña, donde perdió la vida.
Teresa dibujó una expresión seria y se sentó. Aquella respuesta de su suegra no era una situación que no tuviera ya debidamente prevista y ensayada.
T: Doña Leonor, voy a disculparla sólo por el tremendo dolor que nos produce a ambas recordar ese trágico día, pero me está usted insultando profundamente.
L: Tú sí que estás insultando mi inteligencia –replicó elevando la voz-.
Teresa hizo enteramente como si no la hubiera oído y prosiguió.
T: Primero, no es “este hijo que digo esperar”, sino este hijo que espero. Y segundo, por supuesto que es de su hijo, doña Leonor. Apenas hace un mes que enviudé, ¿de quién podría ser si no? Es algo embarazoso confesarle esto: es cierto que Fernando y yo no consumamos nuestro amor aquella noche, pero sí lo hicimos antes en varias ocasiones.
L: No creo una palabra.
T: Le juro por este hijo que espero que todo lo que le digo es cierto. Usted misma lamentaba hace poco que Fernando la hubiera dejado sin un heredero, pero no sufra más doña Leonor; ya ve que no es así.
L: ¿De veras es cierto que...? -susurró empezando a dudar-.
T: Mi propio médico me lo confirmó ayer. Espero un hijo, un hijo que es su nieto, un auténtico Del Caz.
La banquera se levantó despacio, con recelo y se dio golpecitos con la pluma en la mano mientras preparaba una respuesta.
L: Sé bien de lo que eres capaz, Teresa. O como te llames –dijo muy cerca de su rostro, como queriendo hacerle un tercer grado-. Todo esto bien podría ser un ardid tuyo para tratar de quedarte con la herencia de Fernando.
T: ¡Pero señora!
L: ¡No, no te hagas la digna! –elevó la voz por encima de la suya, sin dejarla hablar-. Bien que intentaste hacerlo cuando el cuerpo de mi Fernando estaba aún caliente.
T: Pensé que le alegraría sobremanera esta noticia…
L: Y me alegra, si es que es cierto todo lo que dices.
La viuda del Caz sonrió al fin. No podía evitar que aquella noticia, cuya veracidad ponía aún en entredicho, la había hecho temblar de gozo. Pero sabía bien qué tipo de mujer tenía delante, y trató de contener su euforia hasta tener la certeza de que decía la verdad.
L: Sólo te diré una cosa: voy a vigilarte de cerca y si descubro que me has engañado en lo más mínimo te arrepentirás.
~

Ya en las cuevas, Sara celebró ver a Alejandro mucho mejor. Aunque todavía estaba débil, el chico ya tenía mejor cara y el Galeno aseguraba que estaba fuera de peligro.
Marcial: ¿Y tú cómo has pasado la noche? –le preguntó un poco aparte del resto después de desayunar todos juntos-
S: En vela. Pero no, no es por el embarazo. Es porque llevo toda la noche dándole vueltas a algo.
Marcial meneó la cabeza esperando más información.
S: Necesito tu ayuda para un asunto. Si me acompañas al pueblo te lo contaré por el camino.
M: Vamos entonces, tengo que abrir el dispensario.
~

Teresa había regresado al cortijo sin demora. No tenía tiempo que perder. Habló con el capataz y le solicitó un joven jornalero para enviarlo a por unos recados. "Un joven fuerte, vigoroso y discreto” había pedido literalmente. Un tal Luis, un muchacho joven (ni si quiera contaría la mayoría de edad), con los músculos definidos a fuerza de trabajo en el campo, alto, y con cara de alelado fue lo que recibió en las caballerizas.

Tras un par de preguntas de sondeo, determinó que aquél mismo serviría para sus propósitos. A la pregunta "¿quieres ganarte un buen dinero?" su respuesta había sido sí, y la de "¿puedo confiar en nunca reveles el recado que vas a cumplir?" el chico había vuelto a asentir. Aquel peón era tan poca cosa que aunque le diera por contar que se había acostado con doña Teresa Montoro nadie lo creería ni en sus mejores sueños. Sólo esperaba que éste sí fuera fértil.
~

En el dispensario, tras escuchar paciente y estupefacto todo lo que Sara tenía que decir, Marcial se manifestó con rotundidad.
M: No, no voy a dejar que cometas más locuras.
S: Ni yo pienso cometerlas, Galeno. Pero ¿qué quieres? ¿que me quede de brazos cruzados mientras esa víbora prepara a sus anchas el atentado?
M: Hemos interceptado su armamento y matado a los pistoleros de Mendoza. No va a perpetrar ese atentado hoy.
S: Es que de eso se trata. De seguir adelantándonos a sus movimientos e impedir que lo haga. Galeno, es perfecto. Reconócelo. Hoy irá a por su correspondencia, como cada lunes. Flor me lo dijo –comentó con tacto-, lo tenía muy controlado porque era muy observadora. Tú saldrás a verla mientras ella habla con Adela y la distraerás con el pretexto que te he dicho. Y mientras yo entraré en el banco.
#9
bandofan
bandofan
19/02/2012 11:09
3. Cinco minutos

M: Esto es un disparate.
S: Esperaré un descuido de los cajeros para entrar hasta adentro y buscaré por su despacho. Si el golpe es tan inminente como pensamos tiene que haber algún documento; contratos, mapas, planes de ataque…
M: Tú sí que vas a logar que me dé un ataque.
S: No correré ningún peligro –aseguró-. Te prometo que no estaré dentro más de cinco minutos. Distráela cinco minutos, es todo lo que te pido.
M: ¿Por qué no dejas que entre yo?
S: Ni si quiera sabes cómo llegar al despacho. Yo conozco los recovecos del banco. Además, nos quedaríamos sin coartada. Tú puedes distraer fácilmente a esa bruja, pero yo no, a menos que le saque algún tema desagradable en la plaza y me ponga a pelear con ella. Y créeme, entonces correría igual o más peligro que dentro del banco. Esa mujer no tendría problema en sacarme los ojos en plena calle.
M: Pues por eso mismo. Sara, no creo que sea lo más adecuado.
S: Galeno, es una orden –sentenció sin más, y justo entonces Adela entró en el dispensario-.
Tras saludarla e intercambiar apenas unas frases con ella, Sara echó una mirada recordatoria a Marcial y salió de allí. Se sentó junto a la farola del centro de la plaza y esperó el momento propicio. Veinte minutos después, Leonor Velasco abandonaba el banco vestida de negro, como siempre. Sara se ocultó tras las tapas de un libro que llevaba, y miró con discreción cómo la viuda caminaba hacia la imprenta sin reparar en ella.
Sara se deslizó sigilosamente hasta el banco y miró desde la ventana hacia adentro. Mario y Francisco estaban plenamente alerta en ese momento, y hubo de esperar unos minutos, hasta que Francisco entró a una de las cámaras y Mario, tras terminar con un cliente, se puso a hablar con Inés, que había venido a visitarle. Sin pensárselo dos veces entró con rapidez y cubriéndose con el libro logró pasar desapercibida ante el cajero, que estaba de espaldas mirando con Inés las invitaciones de la boda.
Llegó al despacho de Leonor, el que antes había sido de Fernando. Miró el reloj de bolillo de Miguel, uno de los recuerdos más preciados que conservaba de él. Eran las 11.40. Tenía cinco minutos.

Entretanto en la imprenta, Marcial salió del dispensario en cuanto escuchó a Leonor hablando con Adela sobre su correspondencia.
M: Señora Leonor, qué placer verla.
L: Lo mismo digo, doctor. ¿cómo le va?
M: Bien, pero después de tratar un asunto con usted espero que me vaya mucho mejor.
La viuda lo miró con curiosidad mientras se acercaba.
L: Dígame, qué desea.
M: Pues verá, tengo unos ahorros y había oído hablar muy bien de ciertos fondos de inversión de su banco. He pensado que sería una gran oportunidad.
L: No diga más, acompáñeme al banco y allí le explicaré nuestras magníficas condiciones –propuso exhibiendo aquella sonrisa gatuna que se le dibujaba cuando se trataba de cerrar un negocio-.
M: Lo cierto es que tengo muchísimo trabajo, señora Leonor. ¿No le importaría pasar y contármelo mientras ordeno mis medicamentos?
Adela: Pero doctor, ¿qué necesidad tiene de no escuchar atentamente a la señora Velasco? -intervino Adela entonces-. Yo ordenaré esos medicamentos mientras ustedes charlan en el banco.
M: Gracias Adela, pero insisto en hacerlo personalmente –replicó con apuro-.
Adela: Pero si usted me ha enseñado perfectamente dónde colocarlos.
M: Insisto. Debo hacerlo yo –la cortó esta vez-.
Y justo entonces, el capitán Olmedo entró junto con otro agente, ambos cargados con un hombre que venía inconsciente, claramente muy mal. Detrás de él venían su mujer y su hijo suplicando por su vida.
Olmedo: Doctor Buendía, ocúpese de este paciente. Le ha dado un jamacuco en plena plaza.
La frialdad de Olmedo contrastó con los gritos desesperados de la familia pidiendo ayuda.
M: ¡Doña Leonor! –gritó el médico con impotencia al ver que no podría retenerla, pero no tuvo más remedio que ocuparse del paciente, junto con Adela-.
L: No se preocupe, doctor. Ya hablaremos otro día -le excusó desde fuera y entonces se dirigió al capitán de la guardia civil-. Precisamente a usted quería yo verle, Olmedo. Acompáñeme un momento a mi despacho. Debo hablarle de un asunto urgente.


Sara había mirado ya en el cajón de la mesa y en casi todos los rincones del mueble-biblioteca de al lado. No había encontrado nada, pero debía irse ya. Antes de emprender la marcha pegó la oreja a la puerta para comprobar si podía salir y para su desgracia escuchó unos tacones cada vez más cercanos. Intentó buscar un escondrijo frenéticamente, en cuestión de segundos. Muy deprisa, descorrió una de las cortinas rojas que estaban tras la mesa y se ocultó tras ella. No pudo contar ni un segundo antes de que Leonor entrara seguida de Olmedo.
L: Pase capitán.
La banquera se sentó tras su mesa, y Olmedo ocupó el sillón de enfrente.
O: Señora Velasco, le agradecería que fuera breve. Tengo asuntos que atender.
L: Ninguno tan importante como éste. Necesito que me diga si sus hombres han observado algo extraño en las inmediaciones del cortijo Montoro cuando montan guardia por allí.
Olmedo se rascó la barbilla. Aquellas patrullas habían disminuido considerablemente por falta de efectivos, pero no pensaba admitirlo frente a doña Leonor.
O: ¿En torno al cortijo? No, nada extraño, ¿por qué?
L: Quiero saber si mi nuera, Teresa, ha tenido algún comportamiento extraño desde la muerte de Fernando, o si alguien no habitual está haciendo visitas al cortijo.
O: Le repito que mis hombres no me han hablado de ninguna irregularidad, doña Leonor. Pero dígame, ¿a qué se debe esa manía persecutoria por su nuera?
L: Hoy he sabido que voy a ser abuela.
#10
bandofan
bandofan
19/02/2012 11:09
Sara abrió la boca tras la cortina y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no dar un respingo. Se llevó la mano a la barriga instintivamente y apretó los labios para controlar el terror que le producía ser descubierta. Si a la vieja le daba por tocar la cortina estaba perdida. A ninguno de aquellos dos pájaros les temblaba mucho el pulso cuando se trataba de matar.
L: Teresa está embarazada de Fernando. Me dará un nieto póstumo.
O: Felicidades –replicó el capitán sin asomo de entusiasmo-. ¿Y qué pretende? ¿ponerle un guardaespaldas?
L: Más o menos. De momento quiero estar segura de que ese niño es de verdad de Fernando, y de que esa advenediza no me intenta colar un bastardo para quedarse con mi fortuna.
Olmedo se echó a reír.
O: Eso es un mal asunto, señora. Si quiere que ese niño sea su heredero me temo que tendrá que confiar en ella. No hay manera de comprobar si dice la verdad.
L: Claro que la hay. Venga aquí.
Olmedo arrugó el ceño ante aquella petición.
L: Venga, acérquese.
Sara se tensó cuando Olmedo le pasó tan cerca y se encogió más tras la cortina, aunque lo que estaba escuchando la estaba dejando sobrecogida de todos modos.
L: Fíjese en esta marca que tengo en la nuca -dijo levantándose un poco el pelo-. ¿La ve?
O: Ajá –asintió al ver aquella peculiar mancha, cuya forma no podía precisar, aunque era parecida a la de un círculo-.
L: Al menos diez generaciones Velasco han tenido esta misma marca en este mismo lugar. A mi Fernando se la vi nada más nacer, y lo mismo me contó mi madre sobre mí. Sabré si ese niño lleva mi sangre en cuestión de segundos en cuanto nazca. Pero no puedo esperar tanto. Necesito saber si Teresa ha estado saliendo del cortijo, citándose con alguien...
O: Por tercera vez: no hemos visto nada de eso. No obstante les preguntaré a mis hombres más detalles.
L: Hágalo, por favor.
O: Estará usted contenta. Al final va a tener un legatario para todo este imperio.
L: No sólo eso, sino que este banco podrá volver a las únicas manos que deben dirigirlo: las de la familia. Fernandito del Caz junior -precisó con una sonrisa de abuela- será en el futuro el nuevo director de este banco.
O: Bueno, para eso todavía tiene que llover mucho…
L: Nada de eso. Ese niño será educado y entrenado para su cometido desde su nacimiento. ¿Se cree que voy a dejar que lo críe esa pusilánime de Teresa Montoro?
O: ¿Es la madre, no?
L: Es un bicho ruin y asqueroso que ni si quiera tiene opinión política. No es más que un adorno, una muñeca de porcelana, sólo que con mala leche. Le quitaré al niño en cuanto nazca.
O: ¡Caramba! Cuánta crítica a la nuera que “usted” eligió. Vale que la chica es un poco insulsa, pero de ahí a…
L: ¡Jamás dejaría al niño con esa lunática! –le cortó tajante-. No es quien dice ser. Usted no sabe de lo que es capaz.
Olmedo se echó más adelante en su asiento esperando más explicación, y Leonor decidió dársela.
L: Esa mujer no es una Montoro, ni si quiera en el blanco de los ojos. No es más que una usurpadora, una loca que se escapó de un manicomio. Para poder hacerse pasar por la prima de los Montoro fue capaz de asesinar a la hermana de Álvaro.
Sara tragó saliva tras la cortina. Desde hacía unos minutos notaba que le flaqueaban las fuerzas, pero aquella nueva información terminó por producirle una sensación de inminente desvanecimiento.

Incluso Olmedo se levantó de su asiento, por primera vez sorprendido desde que empezara la conversación.
O: ¿A la señorita Eugenia?
L: Así es. Como comprenderá no pienso dejar a mi nieto con esa perturbada.
O: Pero si cometió esos crímenes debería estar entre rejas. Debemos detenerla ahora mismo.
L: Usted no va a hacer tal cosa, Olmedo. Esa mujer ha dejado de ser una mujer, una asesina, una loca, y hasta una persona: hasta el día en el que dé a luz a mi nieto no es más que un paquete, ¿entiende? un envoltorio que lleva en su interior al banquero más importante de España.
O: Está bien, está bien. Siempre a sus órdenes doña Leonor –dijo volviendo a su pasividad de siempre-. Pero me temo que eso requerirá un aumento en mi asignación.
L: Lo tendrá sin problema. Con tal de que aumente la vigilancia del cortijo. No quiero que esa mujer haga ninguna locura de aquí al parto.
La viuda sacó del cajón un talón para extender un nuevo cheque a Olmedo, pero entonces se dio cuenta de la poca luz que había en aquella sala.
L: ¿Será posible? ¡¿Quién ha corrido las cortinas?!
Leonor terminó de escribir el cheque a oscuras, pero a continuación se levantó decidida a arrojar luz sobre aquel escritorio.
Sara notó todo su cuerpo temblar estrepitosamente. No recordaba haber pasado jamás tanto miedo, ni si quiera apuntada por un rifle o una navaja, ni recordaba que los segundos se hubieran dilatado nunca tanto en el tiempo.
#11
triana24
triana24
19/02/2012 19:02
Bandofan muy buenos tus relatos, te felicito. !Que lastima que no nos escribas algo de Miguel Romero! segun dices también te gusta el teniente, bueno pues cuendo tengas tiempo escribenos algo sobre Sara y Miguel, nos encanta leer todo lo que sea de ellos, aunque se peleen y luego la bonita reconciliación a la que nos tenian acostumbrados.... Muchas gracias bandofan.
#12
bandofan
bandofan
19/02/2012 21:34
Gracias triana24. Lo del teniente me lo plantearé para el próximo, pero ahora que tengo este en la cabeza lo desarrollaré ;-) Gracias por tus ánimos!!
#13
Davidkm
Davidkm
19/02/2012 21:46
Hola bandofan

me gusta mucho tu fic . te envio este mensaje porque me gustaria saber. Si en este relato pondras alguna cosa de trio amoroso entre Alvaro- Lupe - El Chato

mucha gracias bandofan
#14
bandofan
bandofan
19/02/2012 21:52
Hola Davidkm!
Pues sí, sí que pienso hacerlo, aunque aún tardará unos capítulos. Desde que leí ayer que se queda paralítico Alvarito se me ocurrió una trama que incluiré. Aunque sí que desde luego el grado de protagonismo no estará al mismo nivel que la parte de Sara, creo que de eso ya pecan bastante los guionistas!! Espero que te guste :P
#15
bandofan
bandofan
20/02/2012 18:39
Sigo un poco:

4. Una banda sin jefe

Unos nudillos se escucharon en la puerta y Mario entró entonces, interrumpiendo la trayectoria de la mano de Leonor.
Mario: Disculpe, doña Leonor. Ha llegado el representante de la empresa siderúrgica que esperaba. Le he pasado a la sala de juntas.
Leonor: Excelente, Mario. Espéreme allí, en seguida voy -caminó hacia la puerta mientras le pasaba el cheque a Olmedo-. Tenga y cumpla con su obligación.
O: Descuide.
A los pocos segundos Sara escuchó el portón cerrarse y al fin suspiró y se movió tras la cortina. Salió con cuidado y decidió que no se arriesgaría a salir por la puerta. Con manos aún temblorosas abrió aquella ventana que siempre permanecía cerrada, y que por fortuna estaba en la planta baja. Saltó hacia la calle y miró en derredor a la plaza. La vendedora de canastos hablaba con el herrero, y la frutera con el cura, pero nadie la había visto salir.
Se recolocó el pelo y caminó en dirección al dispensario cual si no pasara nada. Al entrar encontró a Marcial consolando a una familia del pueblo; acababa de morir un hombre.
Al ver a Sara, el Galeno dejó juntos a madre e hijo y se acercó a Sara inquieto y susurrando.
M: Sara, lo siento. Ha entrado un hombre con un ataque al corazón, no he podido entretener a…
S: No te preocupes, estoy bien -aseguró, todavía con un gran desconcierto que Marcial pudo leer en sus ojos-. Pero tengo un recado urgente: pensaba ir a ver al marqués de Benamazahara.
M: Si me da media hora voy con usted -dijo subiendo un poco la voz, pues entonces llegaba Adela con el cura, que venía a organizar los detalles del responso y a consolar a los familiares-.
S: Perfecto, le espero a la entrada del camino viejo.
Sara ni si quiera saludó a Damián y a la maestra, aun presa de una ansiedad terrible tras lo sucedido. Salió de allí a paso ligero.

En cuanto pudo, Marcial se fue con la excusa de ver a otro paciente. Encontró a Sara más tranquila, apoyada sobre un tronco cortado, y se dieron un abrazo.
M: Menos mal que estás bien. ¿Esa mujer entró cuando aun estabas dentro?
S: Sí, pero no me descubrió. Soy yo la que he podido descubrir algunas cosas.
M: ¿Alguna novedad?
S: (asintió) Todas malas.
M: Cuenta por dios, me tienes en ascuas.
S: No he encontrado ninguna prueba.
M: Bueno, has salido de allí con vida, que ya es bastante.
Sara liberó entonces un suspiro tan denso que Marcial detuvo su paso y le cogió la cara por la barbilla.
M: ¿Qué pasa?
S: ¿Puedes creer que Teresa Montoro está embarazada de Fernando?

Sara siguió contándole toda la conversación mientras caminaban. Ya casi habían llegado a la entrada de las cuevas.
S: Tengo los nervios de punta desde que escuché a Leonor Velasco hablar así de su futuro nieto, el de Teresa Montoro, me refiero… -hizo una pausa y Galeno empezó a entender la naturaleza de sus preocupaciones-. ¿Te imaginas lo que intentaría hacer si se entera de que yo…?
M: Sara, no pienses en eso. Todos estaremos contigo. Aquí nadie va a permitir que le pase nada al niño. Te ayudaremos a protegerle.
La inglesa cogió a su amigo por el antebrazo y ambos detuvieron el paso.
S: ¿Y si eso no es posible? ¿Y si no puedo protegerle? No logré hacerlo con el que esperé de Miguel –dejó escapar un largo gemido-. Todas las personas que se han relacionado conmigo han acabado muertas: primero mi tío Richard, mi padre el gobernador, el hijo que esperaba de Miguel, Miguel, Jorge Infante, Fernando, Flor…
El médico reaccionó como un resorte al oír el nombre de su mujer.
M: No, no todo el que se mezcla contigo, todo el que se expone a las instituciones corruptas de este país. No consentiré que te sigas culpando de todo.
S: (suspiró) Perdóname, es que estoy muy nerviosa. Y no sólo por esto que me afecta directamente. Hay algo todavía peor.
Galeno arrugó la cara esperando su continuación. Ya habían llegado a la entrada de la cueva, pero Sara decidió que le contaría el resto antes de entrar.
S: ¿Qué pensarías si te dijera que Teresa Montoro no es Teresa Montoro?

~

Adolfo Castillo disfrutaba de un suculento almuerzo en la posada. Mendoza entró y no lo saludó. Se fue directamente a la barra a darle la murga a Ramona. Unos minutos después se sentó en otra mesa con una botella de ginebra recién estrenada y un único vaso. Ni corto ni perezoso, el periodista cogió su plato y se sentó junto a él.
Ad: ¿Puedo acompañarle?
Mendoza: He venido a beber solo, no a aguantar discursos de un chupatintas.
Ad: No se preocupe, seré breve. Ayer pude oír cómo discutía usted con doña Leonor el asunto de la casa de los cabreros. ¿Fue usted, verdad?
Men: Oiga, no le permito que...
Ad: No digo que lo hiciera adrede. Creo que se le fue un poco la mano quemando lo que no debía. ¿Por qué no lo admite? Esa cría, Jimena García, necesita una explicación para poder seguir adelante en paz.
Mendoza cogió al periodista por la corbata y tiró hasta tenerlo muy cerca. Adolfo empezaba a acostumbrarse ya a que todos sus tejidos dieran de sí de manera directamente proporcional a sus atrevidos comentarios.
Men: Escuche, reportero de tres al cuarto, no se meta en camisas de once varas, o acabará pinchándose más de lo que espera.
Adolfo se retiró entonces a su mesa y Lupe se acercó, había estado observando la escena.
Lupe: Haga lo que dice, señor Castillo –susurró simulando limpiar la mesa con un trapo-. Con hombres de esta calaña es mejor mantenerse al margen.
~

Sara comió con los bandoleros en la cueva. El Chato había preparado un puchero que resucitaba a un muerto para compensar al marqués por lo de su hijo. Alejandro se recuperaba lentamente, pero durante la sobremesa empezó la discusión. El marqués trataba por todos los medios de convencer a su hijo de que dejara la partida y volviera a su ducado. El Chato y el Galeno le apoyaban. Sara se abstuvo al principio. Tenía el corazón dividido: sabía que Jimena sufriría con su marcha, pero finalmente secundó a Juan en sus intentos por proteger a su hijo. El joven se resistía al principio, pero tras la opinión de la jefa empezó a cambiar de parecer. Para bien o para mal, acabaron convenciéndole, y en cuanto se recuperara, abandonaría la partida.

Rafaelín llegó un poco más tarde, tras pasear a su pollino y el Chato se dirigió a él.

Chato: Rafaelín, ven aquí, figura. Te hemos guardado un plato de puchero y tenemos cambios en la partida.
S: Me temo que hay otro cambio –anunció-.
Todos miraron a Sara con expectación, y la inglesa hizo un rápido recuento de cabezas.
S: ¿Estamos todos?
Juan: Sí, Sara.
S: Tengo que comunicaros una decisión que tomé anoche cuando me fui -hizo una pausa y Juan y Marcial cruzaron miradas, ambos se olían lo que estaban a punto de oír-. Dejo la partida.
#16
bandofan
bandofan
20/02/2012 18:42
5. Asesinatos y bodas

Rafaelín: Ya la hemos liao.
El Chato se puso de pie de un salto, y hasta Alejandro intentó incorporarse por la sorpresa de la noticia, pero la herida le ardía y tuvo que tumbarse de nuevo.
S: Galeno y el marqués no se sorprenderán mucho por la noticia. Pero he decidido dejar el mando de la banda.
Ch: ¿Pero por qué, Sara? ¿Esto es por mi cabezonería de ayer? ¿por la herida de Alejandro? Te juro que nunca más llevaré la contraria a tus órdenes.
S: Sabes que no podrías cumplir esa promesa por mucho que te lo propusieras, Chato. Pero no, no es por eso. Es por motivos estrictamente personales. Voy a ser madre -anunció a los pocos segundos-.

~
Leonor Velasco analizaba unos márgenes de beneficio cuando Francisco llamó a la puerta.
Francisco: Es el señor Mendoza, quiere verla.
L: Hazle pasar –musitó sin ganas, y ni si quiera levantó la vista del papel cuando el mercenario entró-. ¿Qué quiere esta vez, Mendoza? ¿Otra de sus meteduras de pata?
Mendoza: Vengo a hablarle sobre el reporterucho ése.
L: No quiero ni oír hablar de ese señor Castillo.
M: Pues no tengo más remedio que sacarle el tema. Hoy me ha abordado en la posada. Lo sabe. Sabe que fuimos responsables del incendio de la casa de los cabreros. Nos oyó ayer.
L: ¿Que fuimos responsables? –negó con la cabeza-. No se equivoque, Mendoza. Que es responsable. Que yo sepa no me acerqué a esas casas marginales de la sierra aquel día. Ni aquel día ni nunca.
M: Hay que liquidarle antes de que nos delate.
L: ¿Justo después de que haya publicado el artículo en su contra? Eso huele demasiado a chamusquina. Nos arriesgaríamos.
M: Más nos arriesgamos dejándole bichearnos a sus anchas. ¿Cree que será el último artículo que publique poniéndonos como los trapos?
Leonor tuvo que admitir que aquel hombre al que consideraba un bulto con ojos parecía estar pensando con claridad ahora. Después de haber rechazado la proposición de escribir para ella todo parecía indicar que Adolfo escribiría contra ella en cuanto tuviera la oportunidad.
L: Escúcheme bien. Es preciso idear un plan discreto para deshacernos de él. Tiene que parecer un accidente. Cuando haya pensado en algo le llamaré, y solo entonces -recalcó- tendrá mi autorización para matarle, ¿comprende?
M: Está bien. Pero piense en algo rápido. Antes de que nos destruya a todos.
~

Ch: Entiendo que no quieras andar dando tumbos por el monte y metida en rifirrafes de pistolas por el chiquillo, inglesa –relataba el Chato-. Pero, ¿dejar la banda? Tú no puedes dejar la banda. Además, no hace falta.
El Galeno y Juan echaron una mirada de desacuerdo al Chato. Ambos habían tenido conversaciones con Sara para hacerla entrar en razón, y le había costado bastante tomar aquella determinación.
S: Sí que hace falta, Chato.
Ch: No, basta con que dejes de participar en los golpes. Tú eres nuestra cabeza pensante. Nuestra alma páter.
S: Se dice alma máter –lo corrigió entre carcajadas-.
Ch: Lo que sea. Eres el alma de esta banda.
S: No, ya lo hacíais muy bien antes de que yo llegara. Y si me permitís una sugerencia, creo que tú, Juan –dijo poniendo la mano en la rodilla del marqués-, serías un gran jefe para esta banda.
Juan: ¿De qué banda, Sara? Si Alejandro se va y tú también, tres bandoleros no forman una banda.
Rafaelín: ¿Cómo que tres? ¡Cuatro! –replicó indignado-.
Juan: Pues cuatro, Rafaelín, es lo mismo.
S: Tres bandoleros formaron una banda cuando creímos que Carranza había muerto –le recordó y miró también a Marcial-
J: Sí, pero bajo tu mando, no bajo el mío. Yo me niego a asumir ese puesto.
Ch: Yo también me niego. Y lo siento Juan, no es por ti. Pero Sara, tú has llevado esta banda a lo más alto. Y me da igual si no puedes venir a las cuevas o si no puedes estar en los asaltos. Pero tú eres quien debe guiarnos, y nadie más. Quédate en casa tejiendo patucos si quieres, pero sigue llevando las riendas de esta partida.
S: ¿Te refieres a seguir siendo vuestra jefa pero de forma pasiva?
Ch: Pues claro. ¿No ves que si no estás tú para poner orden soy capaz de hacer que nos descubran a todos con mis tonterías?
J: Deja de culparte por lo de Alejandro. Hiciste lo que pensaste que era correcto, ¿no? ¿Que te equivocaste? Todos los hacemos...
Ch: No, no. Debí seguir las órdenes de la jefa.
S: ¡Bueno, ya está bien! ¡Dejadlo ya! –y se frotó la frente con gesto de reflexión-. Podría ser una posibilidad eso que propones, Chato.
M: Sara, estoy muy de acuerdo con todo lo que dice el Chato –intervino el médico-. Nadie ha dirigido esta partida como tú. Pero ¿no crees que si sigues ocupándote de la banda en la sombra no podrás resistir la tentación de entrar en acción y exponerte?
S: No. No Galeno. Esta vez me he dado cuenta de que todo lo demás es secundario; la banda, los asuntos de la banca Velasco… Todo… -susurró convencida y se puso la mano en el vientre-. No tiene sentido que luche por los desfavorecidos y no luche por sacar adelante a mi propia familia.
Ch: Entonces Sara... Dime que te quedas, dime que sigues siendo nuestra jefa. Juan puede ir a tu casa ataviado del marqués y hacer de mensajero, o podemos reunirnos de noche en tus bodegas como otras veces.
S: Bueno, vosotros sois mi familia también. No creo que pudiera vivir sin vuestro cariño -susurró emotivamente, y Rafaelín la abrazó-. Está bien, seguiré en la banda -dijo produciendo un gran júbilo y risas-. Pero sin Winchester -aclaró-.
Ch: Eso es lo de menos, jefa. Tú nos has protegío a nosotros de cien peligros. Es hora de que ahora te protejamos a ti.
~

Teresa Montoro volvió a la casa más tarde del mediodía. Cuando llegó encontró a Álvaro fumando un puro, con una copa en la otra mano y con una sonrisa de complacencia.
Álvaro: Al fin apareces, primita. ¿qué novedades me tienes sobre la vieja Velasco?
Teresa: Que ha mordido el anzuelo de lleno.
Alv: Excelente. ¿Y has encontrado a alguien que haga el trabajito?
T: De ello vengo. Pero omitiré los detalles, no vienen al caso –afirmó sin demasiada vergüenza y se sentó-.
Alv: Esperemos que todo salga como esperas, porque si no la viuda negra podría intentar desprestigiarnos. Pero da igual, no lo conseguiría.
Teresa abrió los ojos con pasmo. La noche anterior Álvaro había expresado fuertes recelos respecto a su plan.
Alv: Ahora escúchame bien. Yo también tengo novedades. Acaba de marcharse Emilia Ribadesella. Ha pasado aquí toda la mañana.
T: ¿Y bien?
Alv: ¿Y bien? –repitió-. Ni aunque tu suegra pusiera todo su empeño en hundirnos lo lograría, porque estamos a punto de emparentar con la persona más rica de Andalucía. Me caso con Emilia Ribadesella.
T: ¡¿Qué?! –exclamó con extrema satisfacción-
Alv: Lo que oyes. Aun a riesgo de perder algún miembro vital, voy a unir mi vida a la de esa filántropa de los animales. En poco más de un mes, el imperio Ribadesella llevará un nuevo apellido: el de los Montoro.
#17
bandofan
bandofan
22/02/2012 13:44
Hola! Sigo un par de capis

6. Citas literarias

Sara llegó a casa bien entrada la tarde.
S: Buenas tardes, Chelo. ¿Y Jimena?
Chelo: Salió a dar un paseo por la alameda y aún no ha vuelto, señorita. El que la espera en el salón es el señor Castillo.
S: ¿El señor Castillo? –Sara hizo una mueca de fastidio, había olvidado que había quedado con él-. ¿Lleva mucho tiempo ahí?
Ch: Qué va, señorita. Unos minutos.
Sara avanzó hasta el salón y lo encontró junto al reloj de péndulo, tocándolo con admiración y a punto de abrir su puerta. Por suerte, desde hacía tiempo había tomado la precaución de no guardar allí el rifle. Habló sin previo aviso, logrando asustarlo y que diera un respingo.
S: ¿Intentando descubrir los entresijos del tiempo?
Ad: Señorita Reeves… -dijo avergonzado-. No. Disculpe, pero es que su ejemplar es tan magnífico…
S: Buenas tardes -saludó, y casi obviando su presencia en medio del salón dio un rodeo para sentarse en el sofá-.
Ad: Buenas tardes, maestra.
S: No me llame así.
Ad: Si me permite… -musitó mientras se tomaba la licencia de coger una de las sillas de comer y la colocaba cerca del sofá en el que estaba Sara-.
La bandolera echó un poco atrás la espalda, sintiéndose invadida en su intimidad, aunque no le hubiera sorpendido que el periodista incluso se hubiese atrevido a sentarse a su lado. Le pasó un pequeño fajo que debía tener al menos veinte cuartillas.
Ad: El prólogo de mi libro, un borrador por supuesto.
S: Usted me ha pedido ayuda –le advirtió-. No se sienta ahora criticado por cuantas correcciones quiera hacer.
Ad: Estoy dispuesto a escuchar todas y cada una de sus propuestas.

~

Álvaro llegó a la posada con una sonrisa flamante, como la de quien pone un maquiavélico plan en marcha, y así era en parte. Se sentó en el centro de la habitación y cuando se acercó Pepita la ahuyentó de un ladrido.
Alv: Quiero a Lupe.
Pepita: En seguida viene, señor Montoro –murmuró con fastidio-.
Lupe salió de la despensa. Estaba más guapa que nunca, con unos colores rojos que realzaban su pelo y sus ojos azabache. Sin preguntarle, la camarera había traído su coñac favorito.
Lupe: Don Álvaro, qué raro verle por aquí. Ya apenas nos visita.
Alv: He estado muy ocupado –comentó con aire interesante-. Pero tengo algo especial que celebrar hoy.
Lupe: ¿A sí? Cuénteme.
Alv: Me caso Lupe, me caso con Emilia Ribadesella.
Lupe dejó caer la bandeja, el vaso se rompió y la botella no lo hizo de puro milagro, pero salió rodando hasta la barra y el gran estruendo que produjo la aparatosa caída pareció reflejar el desconcierto de la joven.
Lupe: Disculpe, disculpe don Álvaro. ¡Qué torpe!
Alv: No importa –murmuró riendo, de hecho estaba tan complacido por su reacción que ni se dio cuenta de que le había caído licor en los pantalones-
Lupe: En seguida recojo.
Alv: Deja eso, Lupe. Siéntate conmigo y dime, qué opinas de mi boda.
Lupe: Yo… yo no tengo nada que opinar señor Álvaro. Si usted es feliz casándose, pues hágalo. Ahora le mando a Ramona para que limpie –añadió al poco-.
Su tono había sido osco y precipitado y ni si quiera había podido terminar su labor. Se notaba a simple vista que quería huir de lo que acababa de escuchar. Álvaro cruzó las manos bajo el mentón con gesto de agrado. Sus propósitos se estaban cumpliendo mejor de lo que esperaba.
~

Mientras, en las bodegas Reeves…
S: Me parece una gran idea que su escritor cuente su biografía como si ya estuviese muerto.
Lo cierto es que le parecía una idea genial. Sara se sorprendió de la calidad narrativa que podía tener Adolfo Castillo cuando se lo proponía. No sabía si aquellas “clases” iban a tener algún sentido.
S: ¿Pero a qué se debe ese punto de vista?
Ad: Bueno, se supone que el escritor reflexiona sobre su obra de forma póstuma, y lo que importa es su obra, no su vida.
S: Un libro sobre un escritor. Ingenioso…
Ad: Bueno, igual que sus “Recuerdos de Arazana”
Sara pasó por alto el comentario sobre su libro. No pensaba prestárselo, ni hablar de él, ni airear todos los momentos maravillosos que había vertido en él.
S: Esperaba que escribiría uno de esos libros detectivescos que hemos puesto de moda los británicos.
Ad: Bueno, Conan Doyle y Wilkie Collins son escritores de misterio muy respetables, ¿no me lo negará?
S: “Sherlock Holmes” o “La dama de blanco” son ideales para pasar el rato –admitió-. Pero no es eso lo que busca usted con esta novela. Su proyecto es mucho más ambicioso.
Ad: Ajá. Pero no sé si sabré plasmarlo sobre papel. Tengo miedo de desviarme hacia el oscuro mundo del artificio.
S: Trataré de evitarlo, pero le advierto de que no hago milagros…
Ad: Y dígame, Sara. Me permite que la llame Sara, ¿verdad?
S: Ya lo ha hecho.
Ad: Me retractaré si así lo desea.
Una especie de reverencia de Sara con la mano le dio a entender que no hacía falta y prosiguió.
Ad: ¿Ya le ha contado a Jimena lo de sus padres?
S: No, aún no.
Ad: Ya… Entiendo sus inquietudes por la niña, Sara, pero tiene derecho a saberlo.
S: No he mencionado nada de inquietudes por “la niña” –replicó, molesta por sus confianzas-. De hecho, no he mencionado jamás nada de mi vida personal delante de usted.
Ad: Pero salta a la vista que se preocupa por esa chiquilla. Acepte mi consejo, dígaselo.
S: Yo no he pedido su consejo; en cambio usted sí. Acepte mis sugerencias, y corrija su estilo según estas notas que le he puesto al margen. Y mañana quiero leer otro capítulo.
Ad: A sus órdenes, maestra –respondió haciendo un gesto militar con dos dedos-. Pero ¿me envía así a mi casa?, ¿sin invitarme a cenar ni nada?
Sara movió la cabeza levemente con los labios entrecerrados, sin creer del todo la cara dura que mostraba aquel sujeto.
S: ¿Y me lo pide así, con tanta… espontaneidad?
Ad: Bueno, es la hora de cenar y tengo otros asuntos que tratar con usted.
S: ¡Chelo! –llamó, y la muchacha llegó al momento-. Chelo, ¿tenemos algo de cena que ofrecerle al señor Castillo o no hay suficiente para tres platos? –preguntó sin tapujos, haciéndole saber al periodista que su empeño causaría molestias-
Ch: Claro que sí, señorita. ¿Les sirvo?
S: Aún no. Cuando llegue Jimena –y miró a Adolfo, apresurándose a aclararle que no cenarían a solas-. Gracias, Chelo.
Ad: Espero que la cena no se me atragante como el almuerzo. Hoy durante la comida he enfrentado a Mendoza.
S: ¿Qué? ¿qué ha hecho?
Ad: Decirle que sé lo del incendio provocado.
S: ¿Pero cómo se le ocurre?
Ad: No he podido callarme.
S: Es usted demasiado...
Ad: ¿Temperamental?
S: ¡Lerdo! –exclamó sin tapujos, haciéndolo reír con asombro-. No sabe el peligro que supone ese hombre…
Ad: Me hago una idea.
S: No. No se la hace.
Ad: Tranquila, no me hará nada. Le tengo amenazado con escribir un artículo humillante hacia su persona.
S: ¡Ah, qué gran cosa! ¡Eso lo detendrá, sin duda! –voceó molesta e irónica, pensando en que ahora tendría que hablar con los bandoleros para que vigilaran que Mendoza no le hiciera nada-.
Ad: Tranquila, señorita. Mi destino no es morir antes de publicar este libro. Al menos una de las tres cosas grandes de la vida tendré que hacer: ni tengo hijos, ni he plantado árboles. Usted me lleva la delantera: ya ha cumplido una.
Sara bajó la cabeza. En realidad estaba a punto de cumplir la tercera, de hecho, pero calló sus pensamientos.
Ad: Otra cosa: apenas le conozco, pero ese joven tan afable, Mario, me ha invitado a su boda.
Pareció titubear antes de decir lo que dijo, mostrando retraimiento por una vez.
Ad: ¿Querrá ser mi pareja? Para ese día, quiero decir –clarificó-
#18
bandofan
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22/02/2012 13:45
7. La carta

Sara no pudo evitar pestañear demasiado deprisa por el asombro, y lanzó una excusa lo más rápido que pudo.
S: Lo siento, pero ya se lo he prometido al marqués de Benamazahara, un gran amigo.

Jimena apareció de pronto y la inglesa se sintió salvada por la campana. Aprovechó para levantarse a saludar, y alejarse un poco de la presencia perturbadora del periodista.
S: Jimena, ya has vuelto. ¿Qué tal el paseo?
J: Bien, aunque no he conseguido ver lo que quería –declaró entre líneas, y se acercó a Adolfo-. Señor Castillo, ¿cómo le va?.
Ad: En presencia de dos damas como ustedes, nunca mejor –dijo galante-.
Sara hizo un ruido de resignación con la boca, y los tres se sentaron a cenar.

Una vez que Adolfo Castillo se hubo ido, Jimena y Sara se quedaron hablando.
Jimena: Hace varios días que no veo al duque de Herrera. ¿Tú sabes algo de él, Sara?
S: ¿Yo? No, qué iba a saber…
J: Es muy raro. Antes lo veía casi a diario por la alameda, y siempre se ofrecía a acompañarme…
S: Debe de estar atareado, Jimena. Tendrá sus obligaciones.
J: ¿Por qué no le preguntas al marqués de Benamazahara? Tú tienes confianza con él, y se ve que son uña y carne.
S: Sí, sí que lo son. Le preguntaré si le veo, Jimena, pero no te prometo nada.
La escritora se revolvió incómoda, tanto por estar mintiendo a Jimena con el tema de Alejandro como dándole vueltas a si aquel momento sería propicio para contarle lo de sus padres.
J: ¿Has decidido ya cómo vas a llamar a tu hijo? –preguntó cambiando al fin de tema, o eso creía Sara-.
S: Pues no, pero te aseguro que no se llamará Fernandito –declaró, recordando con repugnancia el perverso orgullo de abuela que había exhibido Leonor Velasco-.
J: Yo creo que Alejandro es un nombre tan bonito…
S: Jimena, ¿por qué no te vas a dormir y dejas de darle vueltas a ese tema? A lo mejor pensar en Alejandro no es lo que más te conviene ahora.
J: ¿Por qué dices eso?
S: Porque es muy tarde, y de todas maneras hoy ya no puedes hacer nada para verlo. Mañana será otro día.
La joven accedió no muy convencida y cuando se hubo ido Sara dejó escapar un suspiro de puro cansancio y aunque no podía más debía cumplir una última obligación antes de acostarse.
Se sentó en el buró y cogió papel y pluma. Tras sopesarlo unos segundos decidió seguir el consejo que le había dado el Galeno -no callar- y empezó una larga carta cuyas dos primeras palabras ya le dolió escribir: Queridísimo Roberto.
#19
bandofan
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23/02/2012 22:43
8. Despedidas, anuncios y brindis

Había llegado el día de la boda de Mario e Inés. Sara y Jimena ultimaban los detalles de su maquillaje y sus vestidos mientras esperaban la llegada del marqués de Benamazahara. Pero Juan no llegó solo; Alejandro lo acompañaba, completamente recuperado de su herida, y cuando Jimena lo vio entrar por el salón casi dejó caer el tarro de perfume que tenía en la mano.
J: Señor duque –exhaló sin poder evitarlo-.
Más de una semana después de su último encuentro había perdido la esperanza de volverlo a ver.
Juan: Buenas tardes señoritas.
Al: Buenas tardes –dijo tímidamente, con el mismo retraimiento que Jimena-
S: Buenas tardes, caballeros.
Juan: Permítanme decirles que están ustedes radiantes. Será un honor llevaras de mi brazo a la boda.
J: ¿Usted también vendrá a la boda con nosotros, don Alejandro? –se atrevió al fin a interrogar-
Al: No, señorita Jimena. Vengo sólo un momento para despedirme.
J: ¿Despedirse?
Al: Sí, mis asuntos en Extremadura me reclaman. Hace demasiado tiempo que tengo mis tierras abandonadas.
S: Le vamos a extrañar, Alejandro –declaró sentidamente-
J: ¿Por qué no se marcha usted mañana, don Alejandro? Así podría acompañarnos a la boda.
Al: Lo siento, pero me temo que no va a ser posible. Las comunicaciones con Extremadura son bastante malas y si no tomo el tren que sale en un rato de Villareja no podré irme hasta dentro de diez días.
Jimena contuvo las ganas que tenía de pedirle que se quedara esos diez días, esos diez días y siempre.
Al: Disculpen, pero ¿podría hablar a solas con la señorita Jimena?
S: Claro, sin problema. Te esperamos en la calesa –le dijo a la joven mientras ponía la mano en su hombro-.
J: Me causa una gran tristeza que se marche usted, don Alejandro.
Al: A mí también en ciertos aspectos, pero creo que es lo mejor. Sólo quería decirle que ha sido un placer conocerla y compartir esos agradables ratos con usted. Y también quería darle la dirección de mi palacio –le pasó una octavilla-, con la esperanza de que se anime a escribirme. Yo lo haré.
Jimena se mordió el labio. Así como en lectura había progresado mucho, la escritura todavía no se le daba muy bien, pero después de aquella petición estaba resuelta a aprender. Al subir a la calesa Jimena se sintió tremendamente vacía. Su tarde iba a ser amarga durante la boda, mientras para todos lo sería de diversión y jolgorio, o eso pensaba ella, pero se equivocaba.

Nada más Álvaro y Teresa Montoro entraron en la iglesia, doña Leonor corrió a encuentro de su nuera y la agarró del brazo para llevarla al banco de la iglesia donde convenientemente le había guardado un sitio. Sara observó con recelo la escena. Parecía estar claro que todo aquel agasajo era sólo por lo del nieto. Álvaro se sintió liberado cuando Leonor se llevó a su prima. Echó una ojeada a los ocupantes de los bancos y encontró a quien esperaba. Con disimulo, evitó sentarse con su prima y lo hizo al lado de Lupe.
Alv: Hola.
L: ¿Don Álvaro? ¿Cómo es que no ha venido con su prometida?
Alv: No me ha dado tiempo a avisarla, como el compromiso es tan reciente… -mintió. Lo cierto era que esperaba aquel día como agua de mayo. Sabía que Lupe estaba invitada al casamiento-. Dentro de un mes estaré en esta misma iglesia, pero el novio seré yo. Vendrás al enlace, ¿verdad?
L: ¿Yo? No comprendo qué podría pintar yo en su boda, don Álvaro.
Alv: Bueno, eres mi amiga, ¿no? Yo te considero así, al menos.
L: No creo que a su prometida le agrade esa amistad. Ni creo que sea conveniente para ninguno que la mantengamos. Lo mejor será que se relacione con gente de su clase, y yo de la mía –espetó dolida-.
Alv: ¿Te refieres a ese bandolero?
L: Shh. Baje la voz.
Alv: ¿Insinúas que la amistad de… ése… te parece más apropiada que la mía?
L: Al menos con él puedo ser yo misma.
Hizo ademán de levantarse para sentarse en otro sitio, pero Álvaro la agarró del brazo.
Alv: Yo también te acepto como eres.
L: Sí, claro. Por eso le dijo a su prima que jamás se casaría conmigo. Por eso se casa ahora con la ricachona de la pantera. No sea hipócrita, don Álvaro.
Finalmente se levantó y se cambió de banqueta.
#20
bandofan
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23/02/2012 22:44
En ese instante entraba también Adolfo Castillo, solo. Saludó a Sara con la mano, pero a pesar de que había sitio junto a ellos ocupó otro banco, precisamente junto a Lupe.

La tensión entre Álvaro y Lupe no amainó durante la recepción. Lupe permaneció gran parte del tiempo con Pepe, Pilar, Jairo y doña Asunción, que se marchaba al día siguiente. Álvaro se aburría a muerte con Leonor y Teresa, que no paraban de hacer planes respecto al niño que su prima ni sabía aún si esperaba o no, y muy a menudo dirigía miradas a la camarera, esperando el momento idóneo para acercarse.

Quienes sí estuvieron más cercanos fueron el licenciado Castillo y Sara. Adolfo se había aproximado mientras Jimena hablaba con Adela y Marcial. El marqués había ido a hablar con Olmedo con el propósito de sacarle información.
S: ¿No está bebiendo demasiado, señor Castillo? –preguntó al verle coger otra copa, percibiendo un destello más brillante de lo usual en sus ojos, y notando que empezaba a desvariar un poco en la conversación que estaban manteniendo sobre su libro. Además, había tenido que aflojarse la corbata y el primer botón de la camisa por la fuerte sensación de calor-.
Ad: Um, es que este vino está demasiado bueno.
S: Lleva al menos ocho copas –aseguró-
Ad: Si lleva la cuenta de mis tragos el problema es que usted está bebiendo demasiado poco -dijo dándole una nueva copa. Sara brindó con él, pero apenas bebió un sorbo-.
S: Por su libro.
Ad: Por la amistad –sugirió-.

Justo entonces sonó el timbrecillo de una cucharilla tocando sobre una copa. Todo el mundo buscó a los novios, pero el campanilleo venía de doña Leonor Velasco.
L: Con permiso de los novios, quiero aprovechar la ocasión para anunciar que la nueva banca Velasco pronto tendrá un heredero. Aunque Fernando nos dejó de un modo inesperado y precipitado; Teresa –y la cogió por el hombro- va a darme un nieto que garantizará la supervivencia de nuestra banca y el buen recaudo de sus fondos.
Los invitados aplaudieron con ganas y algunos se acercaron a Leonor para darle la enhorabuena.
S: Qué manera de robar el protagonismo a los novios… -murmuró con desaprobación-.

Cuando todos ingirieron sus copas, esta vez fue Teresa la que tomó la palabra.
T: Gracias. Yo también quiero dar otra noticia. Sé que mi primo es demasiado tímido para hacerlo. Pero quiero anunciarles el próximo matrimonio entre el señor Álvaro Montoro y doña Emilia Ribadesella.
El aplauso fue mayor esta vez. Lupe se escabulló a otra sala mientras Álvaro la seguía con la vista, al tiempo que en el corrillo del cura y Pepe se oía de soslayo "Ya era hora".

En medio del jolgorio, Jimena volvía junto a Sara con un cotilleo.
J: Parece que no es la única nueva parejita. No sé si se está cociendo algo entre el doctor y la maestra... Hacen buena pareja, desde luego.
S: Jimena, es mejor que seas discreta.
Ad: Sí, Jimena, es mejor que sea discreta. Como Sara lo es con usted.
J: ¿Cómo? –preguntó la joven con desconcierto, y miró a la inglesa, que había clavado sus ojos como cuchillos sobre Adolfo-
Ad: Hablo del silencio que ambos estamos guardando sobre e incendio de su casa.
J: Sara… -volvió a mirarla con turbación-.
Sara le quitó la copa a Adolfo con expresión de furia.
S: Será mejor que se vaya, señor Castillo. Ha bebido demasiado.
Tras una pausa, el periodista asintió y se desabotonó el segundo botón de la camisa, empezaba a sudar frío.
Ad: Sí, será lo mejor. No me encuentro muy bien. Disculpen señoritas. Disculpe, Sara –suplicó, pero la bandolera negó con la cabeza, visiblemente irritada por su indelicadeza-
Tan pronto se hubo marchado, Jimena cogió a su amiga por ambas manos y la miró con seriedad.
J: Sara, quiero una explicación.
S: Jimena, no es el lugar.
J: ¡Sara! No puedo esperar a llegar a casa. ¿Tú sabes cómo murieron mis padres? –inquirió con una mezcla de desesperación y enfado-. ¿No fue un accidente, verdad?
Sara negó con la cabeza y apretó sus manos en señal de consuelo.
J: ¡¿Por qué no me has dicho nada?!
S: Jimena, sólo intentaba protegerte.
J: Quiero saberlo todo. ¿Quién fue? No consiento que me lo sigas ocultando.
S: Es que no puedo decírtelo aquí –dijo con sinceridad, y bajó la voz-.
Leonor andaba por allí y a Mendoza hacía rato que no lo veía, pero también había estado pululando antes, a pesar de no haber sido invitado. No quería imaginar lo que podía suceder si se enteraban de que ambas lo sabían.
J: ¡Sara!
S: Tranquila. Vámonos a casa. Allí te lo explicaré todo. Espérame, voy a por nuestras capas.
La escritora caminó hacia el pequeño cuarto donde habían guardado las prendas de los invitados, pero tras abrir la puerta con suavidad se dio cuenta de que unas voces venían desde dentro. Se quedó detrás de la puerta al distinguir la voz de Leonor Velasco y miró por la rendija que había dejado abierta para comprobar que charlaba con Olmedo entre los abrigos.
L: Mendoza ha vertido el contenido de este bote en una de sus copas. Cuando se ha ido a casa lo ha seguido para rematar la faena.
O: ¿No irá a matarlo en plena plaza?
L: No, para mayor discreción lo llevará a las afueras del pueblo. Nadie notará nada. No se preocupe.
O: Tratándose del inepto de Mendoza no puedo despreocuparme.
L: Pues hágalo. Esta noche nos desharemos de ese periodista.
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