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El rincón de Nhgsa. Historias alternativas de Francisca y Raimundo.

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#0
Nhgsa
Nhgsa
24/09/2011 12:55
AQUÍ DEJARÉ MIS HISTORIAS ALTERNATIVAS

1ª: Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso.
2º: Soledad

Aquí tenemos dos de sus momentos estelares:

Raimundo salva la vida de su pequeña


Raimundo se declara
#1
mariajo76
mariajo76
25/09/2011 10:50
Natalia, hay un hilo dedicado tanto a Rai como a Ramón dónde se cuelgan fotos y de todo, por si te quieres pasar
#2
Kerala
Kerala
25/09/2011 11:20
Natalia,ya había uno creado,mira es este:

Ramón Ibarra - Raimundo Ulloa ¡PÓNLO EN TU VIDA!

Ahora a ver si nos le ponen aqui...hum
#3
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:08
Ok chicas. Es que pensé que no lo pasarían aquí. Voy a pasar aquí mi historia de Carmen, Francisca y Raimundo porque encontrarlo en el hilo en el que estamos es muuuu complicado.

Raimundo se encontraba limpiando tranquilamente la barra en la casa de comidas cuando Sebastián entró con cara de preocupación. Raimundo lo advirtió:
- Sebastián, hijo, ¿qué pasa? ¿Ha ido todo bien con Tristán?
- Sí… y no.
- Hijo como no te expliques más…
- No porque no ha vuelto con su hijo y porque…
- ¡Hijo por lo que más quieras!
- …Porque me ha ofrecido volver a la conservera.
- ¿Y tú qué le has dicho?
- Que me encantaría, que estar lejos de ese proyecto que tanto ansiaba llevar a cabo me producía mucha tristeza pero que Francisca no iba a querer. Además, usted me necesita aquí. No quiero volver a separarme de vosotros. No sé qué hacer.
Raimundo vio el dilema en el que se encontraba su hijo y le puso la mano en el hombro cariñoso.
- Sebastián,… ¿tú quieres volver?
- Pero padre ¿cómo me dice eso sabiendo que trabajaría para Francisca?
- Lo sé hijo… lo sé. Pero trabajando aquí no tendrás más porvenir que el de servir mesas y tú vales más que esto. Sé lo importante que es para ti.
- Pero padre necesitarán ayuda aquí…
- Bah… entre Emilia y yo nos apañaremos no te preocupes. Es tu sueño Sebastián. No renuncies a él como hizo tu hermana. Te lo mereces.
- Gracias padre.
Los dos acabaron fundiéndose en un abrazo.
#4
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:09
Tristán entró en el despacho dispuesto a no salir de él hasta que su madre admitiera a Sebastián y advirtió que Soledad se encontraba ahí.
- Madre ¿puedo hablar un momento con usted?
- Claro hijo. Además quería buscarte para darte una gran noticia.- dijo Francisca con una amplia sonrisa.
- ¿Cuál madre?
- Soledad está dispuesta a ayudar en los negocios. ¿Te parece bien?
- ¡Claro que sí! Además eso es síntoma de recuperación.
- Me alegro que pienses eso porque he decidido que Soledad se incorpore a la conservera.
Tristán la miró desconcertado.
- Madre, de la conservera quería hablarle.
- Dime hijo.
- Ahora que Soledad se incorporará a la conservera había pensado que necesitará ayuda y he venido a comunicarle mi apoyo a Sebastián. Él le introduciría en todo lo que respecta al negocio y no marcharía todo tan descabezado.
- ¡Ya te he dicho lo que pienso de Sebastián!
- Madre, ya no hay cargos contra él y yo no puedo pensar en otra cosa que no sea mi hijo. Además Soledad no puede encargarse de todo sola, necesitará a alguien que le eche una mano y usted no puede bregar con todo.
Soledad se atrevió a hablar.
- Madre, estoy de acuerdo con Tristán. Tengo una buena relación con Sebastián y él me pondría al tanto de las necesidades de la conservera y me guiaría. Así le quitaríamos una preocupación madre. Además, le pondría al corriente de todos sus pasos con la mayor celeridad y así lo desea.
Francisca les fulminó con la mirada. Odiaba que los dos se unieran contra ella y sobretodo odiaba que alguien que no fuera ella tuviera razón. Necesitaba descansar o el pinzamiento acabaría con pasar factura. Además… si Soledad estaba con Sebastián tendría noticias de las andanzas de Raimundo de primera mano.
- Sea como queréis – dijo a regañadientes.- Pero no le pienso pasar ni una a ese… Ulloa.
Tristán y Soledad se marcharon victoriosos del despacho para darle la noticia a Sebastián.
#5
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:11
Carmen miraba con una inmensa alegría los maravillosos campos que rodeaban Puente Viejo. “¡Qué hermoso es este pueblo!”- pensaba para sus adentros. No imaginaba lo que le deparaba el destino. Bajó del carro con gran agilidad y cogió sus cosas.
- Muchas gracias buen hombre. Con Dios.
- Con Dios señorita.
El conductor le saludó y se fue. Carmen no dejaba de maravillarse por la naturaleza. Sí, podía empezar de nuevo en este pueblo. Tenía la sensación de que todo iba a ir bien. Se dirigió al colmado para comprar algo para comer y hacer un pic-nic en mitad de la naturaleza cuando de repente se fijó en alguien. Un hombre, aparentemente de su misma edad, estaba barriendo delante de lo que parecía ser una casa de comidas. “¡Qué bien le queda a ese hombre el delantal!”- dijo para sus adentros- “Bueno… el delantal, su barba, su…”
- ¿Querría comprar algo señora mía?- dijo una molesta Dolores.
Carmen no se había dado cuenta de que había abierto la puerta antes de quedarse fija mirando a ese hombre.
- Oh… usted perdone… emmm – de repente se le había olvidado lo que iba a comprar. De hecho se le había olvidado hasta cómo hablar.- querría…
- ¿Sí?
- Querría unos huevos. – dijo Carmen maldiciéndose entre dientes por haber perdido el control tan claramente.
- ¿Cuántos querría?
- Una docena… ¿Cuánto es?
- Aquí tiene. 5 pesetas.
- Tome. Gracias. Con Dios.
- Con Dios.
Antes de irse del todo Carmen preguntó.
- Perdone ¿sabe si hay alguna posada en el pueblo?
- Sí claro. Al lado de la casa de comidas hay una posada de lujo. La dirigen los Ulloa.
- Y … - “¿Por qué me costará tanto decir esto?” - ¿podría decirme cómo se llaman?
- Sí, claro. Todos trabajan en la casa de comidas. El padre se llama Raimundo Ulloa, su hija, Emilia y su hijo, Sebastián. – dijo Dolores empezando a sentir curiosidad.
- Ggracias.
Carmen salió y fue a dirigirse a la posada intentando, mientras, tranquilizar su corazón que latía con demasiada fuerza.
- ¿Pero qué diablos me ha pasado? Me estaré volviendo loca.
Empezó a caminar a la casa de comidas con cierto miedo rezando a Dios que el tal Raimundo Ulloa no sea aquel hombre que había visto antes.
En cuanto entró y volvió a verle sintió otra vez que algo en su interior empezaba a saltar de alegría. ¿Pero qué demonios le pasaba? Raimundo estaba en la barra sirviendo a una cuadrilla entera de hombres cuando alguien tropezó con ella haciendo que los platos cayeran al suelo quedando hechos añicos.
- ¡Ay! Perdone, perdone, lo siento muchísimo señorita.- se disculpó Carmen a la vez que agradecía a Dios por despertarla del trance.
- Tranquila mujer no es nada.
- Por Dios si le he roto varios platos deje, deje que yo los recoja.
- ¡Emilia! Cuando puedas nos echas una mano hija. – dijo Raimundo desde la barra.
A Carmen le dio un vuelco el corazón al oír por primera vez a Raimundo.
- Ya voy padre.
- Vaya, vaya, ya recojo esto no se preocupe.- se apresuró a decir Carmen.
- Bueno… pues… gracias.
En ese momento Tristán y Soledad hicieron su entrada en la casa de comidas.
- Emilia espera. ¿Sabes dónde está Sebastián?
- Sí, está en el almacén. Voy a buscarle.
- Aquí está Emilia… - dijo Sebastián con esfuerzo.- Espero que… con todo esto haya suficiente para esta tarde… uff… Yo de momento no puedo cargar más.
- Tranquilo Sebastián. Además Tristán te estaba buscando.
- Estás hecho todo un currante amigo.- dijo Tristán con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Tristán! – dijo Sebastián dándole un abrazo.
- Ven, siéntate que tenemos que darte una maravillosa noticia – dijo Tristán.
- Adelante amigo que me tenéis los dos intrigado.
- Mi madre ha accedido que vuelvas a la conservera.
- ¿Ccómo? – dijo Sebastián con el corazón a mil por hora.
- Pero eso sí. Soledad quiere ayudar en los negocios y por eso madre quiere que se incorpore también a la conservera. La tendréis que llevar entre los dos.- dijo Tristán algo más serio.
- Dde acuerdo Tristán. Si tu hermana no tiene inconveniente volveré a la conservera. – dijo un Sebastián emocionado.
- En ese caso bienvenido de nuevo Sebastián. En cuanto puedas puedes instalarte y así podéis empezar a trabajar juntos.
- Enseguida amigo… enseguida. ¡Padre! ¡Padre!
Raimundo dio un respingo temeroso de lo que pudiera haber pasado.
- Dime hijo. No será que Francisca ha vuelto a …
- Esta vez no padre. Tristán dice que permite que vuelva a la conservera y que la lleve con Soledad.- dijo un Sebastián que no cabía en sí de gozo.
- ¿Seguro que quieres encargarte de algo así Soledad? – dijo un Raimundo desconcertado.
- No he estado tan segura en mi vida Raimundo.
- En ese caso ¿qué haces aquí hijo? El trabajo te espera.
- Gracias padre. No le decepcionaré de nuevo. Se lo prometo.
Y Tristán, Soledad y Sebastián se marcharon juntos rumbo a la conservera.
#6
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:11
Carmen había escuchado todo mientras que recogía los trozos de los platos. Raimundo de repente se fijó en ella y vio que hacía un buen rato que había amontonado los trozos y que le estaba pasando la escoba al mismo sitio con un cierto nerviosismo.
- Mujer como sigas así vas a sacarle brillo a la madera. – dijo Raimundo con aire divertido.
- ¿Eh? Oh, estaba en otras cosas perdone ya recojo esto.
- Y no se preocupe por eso. Aquí tenemos accidentes como ese a mansalva.- dijo Raimundo sonriente.
Carmen le miró y se quedó prendada de sus ojos. Raimundo el miró preocupado.
- ¿Le ocurre algo?
- Nno, no. Es sólo que… - “que es usted el hombre más apuesto que he visto en mucho tiempo” pensó – que… me ha recordado asombrosamente a alguien.
- Ah. Pues eso no es algo que me digan a menudo – dijo Raimundo sin perder la sonrisa.
- En fin creo que después de romper los platos tendría que presentarme. – se dirigió a él y tendiéndole la mano le dijo – soy Carmen García, encantada de conocerle.
- Raimundo Ulloa, mucho gusto.
- ¿Usted es el dueño de la posada?
- Si señora, ¿querría una habitación?
- Ssi claro. Había pensado en quedarme unos días por aquí. Además así podré echar una mano aquí con esos accidentes. Soy alfarera.
- ¡Oh qué interesante! Nunca habíamos tenido una alfarera por aquí.- dijo Raimundo con curiosidad.
- Siempre hay una primera vez como quien dice.- dijo una Carmen sonriente que deseaba que esa conversación no terminara nunca.
- Pues es una peseta la noche… si le interesa.
- Ppor por supuesto, no hay ningún problema.
- Pues pasando esa puerta a mano derecha accede a las habitaciones.
- Pues… muchísimas gracias caballero.- se despidió Carmen.
- No se merecen señorita.- dijo Raimundo sin perder su aire divertido.
Y sin darse tiempo para volver a ese trance Carmen dio la vuelta y se marchó a su habitación dando gracias a Dios porque por fin, después de todo, podía empezar de nuevo.
#7
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:11
Al día siguiente Carmen empezó su tarea en la posada. Colocó sus instrumentos en un rincón de la entrada y comenzó a trabajar bien temprano. “Necesito tener la cabeza muy ocupada”- pensó.
Raimundo se levantó seguidamente y la vio trabajando concentrada. De pronto le recordó a Natalia cuando de buena mañana se ponía a limpiar la barra y a dejarlo todo listo antes de que llegaran los clientes y sonrió con el recuerdo. Era una mujer hermosa, rubia y esbelta como ella.
- Si que empiezas temprano a trabajar mujer.- dijo Raimundo amablemente.
Carmen dio tal respingo que la arcilla que había en la mesa se le cayó al suelo. Raimundo se prestó raudo a recogerlo.
- Nno le había visto. Tranquilo ya lo recojo yo no se preocupe.
- No me llames de usted por favor. Ese trato resérvalo para los caciques. - dijo Raimundo con una sonrisa.
Carmen le respondió con una sonrisa y se puso a trabajar en la arcilla y a sacar sus instrumentos.
- Bueno… pues – dijo Carmen intentando recordar que tenía trabajo - ¿cuántos platos quieres Raimundo?
- Pues… no lo había pensado… - dijo Raimundo – ¿Cuánto tardarías en hacerme un par?
- ¿Sólo eso? – dijo Carmen con una sonrisa burlona – Mañana los tienes. Y además gratis por romperte los de ayer.
- Por eso no te preocupes. Aquí lo que más piden es vino.
Y seguidamente se marchó a la casa de comidas.
Pepa, que había presenciado el encuentro, salió en ese momento de su habitación.
- Muy buenas. –le dijo amablemente.- Soy Pepa Aguirre pero todos me conocen como “la partera”.
- Oh, hola. Yo soy Carmen García, alfarera. Encantada.
- ¿Acaba de llegar y ya está trabajando?
- Ssí, ya ve. Ayer le rompí sin querer unos platos así que se los repondré.
- Bueno, me encantaría charlar pero tengo que atender a una preñada. Encantada de conocerla. Ya nos veremos por aquí.
- Lo mismo digo. Que vaya bien.
Pepa seguidamente se dirigió a la casa de comidas con mal disimulada curiosidad tras ver cerca a Raimundo.
- Raimundo ¿quién es esa mujer?
- Pues hasta donde yo sé se llama Carmen, llegó ayer, es alfarera y me está haciendo unos platos. ¿Por?
- Raimundo por favor que he visto como le mira…
- Pero bueno… ¡Qué cosas tienes Pepa Aguirre! – dijo Raimundo riéndose entre dientes.- ¡Ay, los enamorados que veis todo color de rosa!
- Raimundo pero si cuando se le acercaba la mujer temblaba…
- Bah, no digas tonterías Pepa y llama a Emilia que necesito que me ayude con las mesas anda…- dijo Raimundo meneando la cabeza.
- Bueno, lo que usted quiera pero acuérdese de lo que le digo.
Cuando Pepa salió Raimundo no pudo evitar que las palabras de Pepa se le grabaran. Pero no, no era posible. Él no creía en los flechazos. Pero una parte de sí le llenó de nostalgia. Hacía demasiado tiempo que no se sentía deseado por alguien. Eso le hizo pensar irremediablemente en Francisca. En aquella mujer que le había enamorado cuando era niño y por la que todavía sentía algo. Sintió el impulso de ir a la casona, coger a Francisca y preguntarle de una buena vez sobre lo que sentía por él… pero cerró los ojos e intentó apaciguar ese impulso. Para ella era sólo un odioso Ulloa. Nada más. No pudo evitar que unas lágrimas cayeran por su rostro mientras seguía con su tarea.
#8
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:12
Francisca iba camino de la conservera para comprobar cómo estaba siendo el comienzo de Soledad en el negocio de la conservera. Se sentía medianamente tranquila al pensar que Soledad actuaría como vigilante de Sebastián. Había dado muestras de dureza suficientes para confiar en ella y eso la relajó pero aún así volvieron los dolores de cabeza pero su orgullo no le permitió flaquear y entró en el despacho. Sebastián y Soledad estaban trabajando muy concentrados.
- Me alegra que todo marche bien.- dijo Francisca.
- Doña Francisca, usted perdone pero no la esperábamos. – dijo un sorprendido Sebastián.
- Madre, Sebastián estaba poniéndome al día con las cuentas de la conservera y con los problemas en la maquinaria. Parece ser que se ha roto un engranaje de una máquina de envasado.
- Así es doña Francisca pero ya estamos reparándolo. Por lo demás, todo marcha bien.
- Me alegro.- dijo Francisca con una sonrisa y añadió sin fijar la vista más de un minuto en Sebastián - Ven un momento Soledad.
- Dígame madre.
- Ante cualquier irregularidad que veas no dudes en hacérmelo saber ¿entendido? – dijo Francisca procurando que Sebastián no la oyera.
- Pierda cuidado madre. Cuidaré los intereses de la familia tanto como lo hace usted.
- Bien.- dirigiéndose a los dos.- Seguid trabajando, no os detendré más. Si hay algún problema no dudéis en decírmelo ¿entendido?
- Entendido doña Francisca.
- Descuide madre. Vaya a descansar.
Y dando media vuelta, Francisca se fue rumbo a la casa de comidas. Tenía que dejarle bien claro a Raimundo que vigilara a su hijo o la próxima se saldría con la suya.
#9
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:13
Carmen estaba absorta en su trabajo con los platos. Severiano la miraba con cierto asombro. Jamás había visto a una artista trabajar así.
- Raimundo por favor invita a esta mujer a almorzar que le va a dar algo con los platos.- dijo Severiano con aire burlón pero Carmen siguió a lo suyo.
Y Carmen terminando los platos y cogiendo su paño para bruñirlas le guiñó un ojo a Severiano.
- Sólo descanso cuando termino guapetón jejeje. – dijo Carmen divertida.
En ese momento Raimundo llegó y contemplando la maestría con la que trabajaba le dijo con una sonrisa:
- Pero ven mujer. Que estarás sedienta. – dijo Raimundo con ademán de seguirla.
Carmen dejó sus platos y obedeció.
Raimundo se situó enseguida en la barra y le sirvió una copa de vino a ella y otra a él.
- Bueno, ¿qué te trae por Puente Viejo?
- Pues, un cambio de aires básicamente. Una amiga me recomendó este pueblo en concreto. Dice que vivió aquí y que es un lugar tranquilo donde hay aire fresco y buenas gentes.- dijo Carmen
- Y no le falta razón. Aunque también hay malas pécoras no te creas.
- De todo hay en la viña del Señor Raimundo – dijo Carmen con una sonrisa.
Y continuaron la conversación con tranquilidad sobre temas mundanos.
Francisca se quedó helada ante la imagen que estaba viendo. Nunca pensó que podía ocurrir. Antes de abrir la puerta de la posada vio como Raimundo conversaba alegremente con una mujer y se sintió que se iba a desvanecer. Pero su orgullo se lo impidió y atravesó la puerta.
- No pensé que trataras tan bien a las forasteras tabernero. - dijo Francisca fulminándolos con la mirada.
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- Francisca, no esperaba verte por aquí.
- Venía a decirte que he admitido a Sebastián en la conservera pero que no pienses que voy a pasarle ni otra vez. A la mínima que haga le hecho.- dijo Francisca sin mirar de reojo a Carmen.
- Oído cocina. ¿Querías algo más?- dijo Raimundo intentando relajar la situación.
- En realidad sí. ¿No nos vas a presentar? dijo Francisca sin apartar la vista de Carmen.
- No pensé que te importara pero bueno. Carmen, ella es Francisca Montenegro, nuestra cacique. Francisca, ella es Carmen, nuestra nueva artista.- dijo Raimundo que comenzaba a notar la tensión.
- ¿Artista? No me digas que es otra dibujante como el desarrapado de Juan Castañeda.
- No señora. Soy alfarera. Encantada de conocerle.- dijo Carmen dándole la mano.
Francisca no dejaba de fulminarla con la mirada. No le respondió el saludo.
-Me marcho. Vamos con prisa. Adiós, Ulloa.
Y Francisca salió de la casa de comidas con la sangre hirviendo en sus venas.
Nada más salir de la casa de comidas se dirigió a Mauricio.
-Quiero que lo averigües todo sobre ella. Quién es, donde vivía… ¡todo!
-Sí señora.
#10
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:13
Francisca estaba en su casa pero no podía estarse quieta. No dejaba de ver una y otra vez a Raimundo hablando con esa mujer tan tranquilamente. Por un momento le recordó a Raimundo y Natalia paseando sonrientes y no pudo evitar la angustia. La parte racional de su cerebro se activó pensando que sólo era una vecina más que acababa de llegar. No había nada entre ellos. Pero un profundo miedo empezó a nacer. Un miedo que nunca pensó que volvería a sentir desde que Natalia murió.
Se maldijo a sí misma por no haber hecho nada cuando Raimundo le confesó sus sentimientos. Tenía que haber dicho algo pero se quedó paralizada. No supo qué hacer para convencerle de que ella le amaba. De que no podía aguantar más esa vida que llevaba sin él. Pero él jamás le creería, eran demasiados años.
Mauricio entró en la Casona con mala cara.
- ¿Y bien? – dijo Francisca sin casi siquiera mirarle. De hecho no podía creer que le hubiera mandado hacer esto…por celos. La vergüenza amenazaba con aparecer en su rostro pero su orgullo lo impidió.
- Nada señora. Parece estar limpia. Es simplemente una mísera alfarera que acaba de llegar al pueblo.
- Como siempre tú tienes de sabueso sólo el hocico. Quiero que lo averigües todo sobre ella y no vuelvas aquí hasta que no me hayas traído algo importante ¿entendido cabestro?- dijo Francisca furiosa.
- Entendido señora. Pero… ¿por qué este interés por ella señora?
- ¡¿Y a ti qué?! ¡Ves y cumple con lo que te he dicho!
- Sí señora.
- ¡Espera! Mejor haz otra cosa que no me fío de ti. A este paso me traerás algo el día del juicio final. Mañana por la mañana quiero que me la traigas aquí.
- Sí señora.
Y Mauricio dio media vuelta y se fue dejando a Francisca con la misma angustia que antes. Francisca intentó serenarse. No, no permitiría que nadie le separara de él otra vez. No lo iba a consentir. Pero esos pensamientos le dieron miedo. Tenía que saber si ella quería algo más de Raimundo y de sólo pensar que a lo mejor sí sintió un escalofrío. Sería una pelea a la que no estaba acostumbrada. Sin orgullos y sin su poder como cacique se sentía indefensa, perdida. Pero así tenía que ser si quería ganarse a Raimundo.
Se incorporó lentamente y se dirigió a su habitación con la intención de descansar.

Al día siguiente Mauricio salió a hacer el encargo. “¿Qué le interesará de esta pobre alfarera?” – pensaba Mauricio. Llegó a la casa de comidas y se encontró con Raimundo.
- Mauricio, sabes que no eres bien recibido aquí. Me espantas a la clientela.
- Muy gracioso Ulloa. Vengo a por esa amiguita tuya… esa tal… Carmen.
Raimundo se quedó de piedra. Se esperaba cierta reacción de Francisca pero no tan rápido.
- ¿Y para qué si se puede saber?
- Eso no te incumbe Ulloa. Además yo tampoco lo sé.
- ¿Me buscaba alguien?- dijo Carmen entrando con tranquilidad en la casa de comidas.
- Mi ama te está buscando en su casa.
- La mujer que conociste ayer – aclaró Raimundo.
- De acuerdo, cojo mis cosas y vamos para allá.
Francisca esperaba ansiosa en la Casona para poder examinar a la que ya se le antojaba como rival. La parte racional de su cerebro le recriminaba su conducta. No había dado muestras de querer nada con él y ya actuaba como una celosa. Pero una parte de su interior tembló al recordar cómo charlaban alegremente y quería conocerla mejor. No podía evitarlo. La sonrisa de Raimundo le recordó a la que le veía cuando estaba con Natalia. Si averiguaba que tenía cosas en común sí que tenía un problema. Intentó serenarse para aparentar hospitalidad.
Carmen llegó con total tranquilidad a la Casona. A decir verdad tenía curiosidad por conocer a esa mujer y por la relación que tenía con Raimundo. Le resultó extraño que le mirara de la manera en que lo hacía como si la estuviera escaneando.
- Aquí está Carmen señora. – dijo Mauricio.
- Puedes retirarte Mauricio. – dijo Francisca de pie quedando enfrente de Carmen.
“En verdad es una mujer bonita.” – admitió Francisca para sí misma.
- Buenos días señora. Usted dirá para qué me requiere.
- Pues en verdad tenía ganas de conocerla. No todos los días tenemos una artista en Puente Viejo.
Carmen la miró con cierta extrañeza algo que Francisca advirtió pero decidió seguirle la corriente.
- Y yo también señora. No todos los días una ilustre cacique invita a alguien como yo a su casa. – dijo Carmen.
- Pero venga, sentémonos. ¡Mariana! Sírvenos el té por favor.
- Enseguida señora – dijo Mariana que se había quedado petrificada al ver la escena.
“Esto va a ser interesante.”- pensó Carmen mientras Francisca intentaba calmar el impulso de matarla que estaba teniendo.
- ¿Y bien? ¿Qué le trae por nuestro amado pueblo?
“¡Y a usted que le importa! – pensó Carmen.- ¿Qué le interesa de mí si sólo soy una desarrapada más en el mundo?”
- Un cambio de aires. - se apresuró a decir Carmen. – Una amiga vivió en este pueblo y me lo recomendó por sus buenas gentes y por el aire puro.
“Ya. Y seguro que piensas que me lo estoy creyendo.” – pensó Francisca.
- Vaya. Pues me alegro que haya personas que hagan buena publicidad del pueblo. Dijo Francisca con una sonrisa.
- Así es. – dijo Carmen tomándose el té.
Carmen ya se estaba barruntando que esto tenía algo que ver con Raimundo asi que decidió atacar. Por la conversación que tuvo sabía que era intocable. Sí le hacía algo Raimundo se alejaría más de ella. Por todo ello se sintió fuerte para atacar. “Esto se va a poner muy divertido.” – pensó Carmen.
- Además le doy las gracias por haberlo hecho. Gracias a ella he conocido a alguien estupendo.
Francisca la miró con claros deseos de matarla.
- ¿Ah sí? ¡Qué suerte! No todo el mundo encuentra el amor en cuanto llega a un nuevo lugar.
- De momento sólo es un hombre que he conocido. Un hombre apuesto y atractivo. Y da la casualidad de que es el dueño de la posada, Raimundo Ulloa.
Francisca sintió como una daga le atravesaba el corazón.
- Vaya… sobre gustos no hay… nada escrito.
- Usted dirá lo que quiera pero es el hombre más alegre y apuesto que he conocido.
- Bueno y ¿a qué se dedica exactamente? – dijo Francisca intentando cambiar el tema de conversación.
“Ese es el verdadero motivo por el que me has llamado condenada cacique. Raimundo Ulloa.” – pensó Carmen.
- Hago cerámicas artesanas, restauro otras. Lo que sea.
- Mmmm pues vaya. Estoy de suerte. Tengo algunas vasijas por la cocina que necesitan reparación. Si no le importa trabajar para mí.
- En absoluto señora. Yo trabajo para quien sea. – dijo Carmen.
- ¡Rosario! Llévala a la cocina y enséñale las vasijas que hay en el rincón.
- Enseguida señora.
Y Carmen, sintiéndose triunfadora en su interior. Se despidió de doña Francisca y se fue dejándola maldiciendo entre dientes.
#11
Nhgsa
Nhgsa
26/09/2011 21:14
Pasaban los días y Francisca no había tenido noticias de Carmen y Raimundo. Eso le sentó bien ya que si en el pueblo no decían nada es que ella no se había acercado a él. Nada más lejos de la realidad.
Francisca estaba en el salón leyendo cuando entró Mauricio.
- Hace horas que te espero para que me des el parte del día. ¿Dónde diablos te habías metido?
- Lo siento señora. Pero una urgencia en los campos me entretuvo.
- Siempre con tus excusas. No sé cómo no me he cansado de ti.
- Señora, los terrenos de las judías siguen arrasados. Estamos trabajando a destajo para sacarlos adelante pero va a estar complicado.
- ¿Algo más? – le dijo Francisca fulminándole con la mirada.
- Nada más señora.
- Bien… puedes irte.
Mauricio dio media vuelta para irse pero en el último momento rectificó. “Ahora voy a devolverte parte de todos esos insultos y maltratos. Sé dónde puedo herirte.”
- Un segundo señora. Me preguntaba si quería que tomara represalias contra el Ulloa.
Francisca levantó la mirada extrañada.
- ¿Por qué iba a querer eso?
- Porque ese gañán ha vuelto despreciarla. Las gentes del pueblo comentan desde hace días que esa tal Carmen y él andan muy juntos. Todos los días él la invita a vino por las noches y la gente les ve hablando muy animadamente. Se rumorea por el pueblo que esos dos andan muy acaramelados.
A Francisca se le heló la sangre. No… no podía pasar por lo mismo que con Natalia. No podría soportarlo otra vez.
- Márchate Mauricio y… asegúrate de que… es cierto eso.- dijo Francisca con dificultad.
- Sí señora.- dijo Mauricio que se marchó con aire triunfador
Francisca se encontraba en el despacho pero no podía trabajar. No podía dejar de pensar en la conversación que tuvo con Carmen. Era una mujer hermosa y trabajadora que se había fijado en Raimundo como era de esperar. Sólo que ella no lo esperaba. Estaba acostumbrada a tenerlo para ella y sus discusiones y no se paró a pensar que se podía fijar en otra mujer. La inquietud invadía su mente y no la dejaba concentrarse. Volvió a maldecirse a sí misma por no haberle dicho a Raimundo lo que sentía por él. Tampoco olvidar lo que le había dicho Mauricio ese día “Se rumorea por el pueblo que esos dos andan muy acaramelados.”
Tristán entró en el despacho en ese momento.
- Madre ¿qué hace despierta a estas horas? Debería de estar descansando.
- No es nada hijo sólo que quería dejar algo terminado antes de acostarme. – dijo Francisca con cara de cansada.
- Madre… ¿se encuentra bien? – dijo Tristán con aire preocupado.
- Sí hijo sí. Nada que no se cure con un buen descanso. Buenas noches hijo.
- Buenas noches madre.- dijo Tristán sin quitar la preocupación de su rostro.
Francisca entró en su habitación con los ojos llenos de lágrimas. Dirigió su mirada hacia una foto que tenía de sus padres. En especial se fijó en su madre Elena.
- Tú… nunca aprobaste mi relación con Raimundo. Nunca quisiste que… - decía Francisca sin dejar de llorar.-… que fuera feliz. Siempre dando órdenes. Siempre diciéndome lo mismo… que una señora decente no mostraba sus sentimientos… que siempre tenía que relacionarse con su gente… que el amor es para necias… un sueño estúpido… Y aprovechaste el momento oportuno para recordármelo… para apartarme de… de él. Me mentiste. Me dijiste que no me amaba. Tú me condenaste a ser desgraciada… por hacerte caso. Por conseguir la paz que prometías… si te hacía caso… me condenaste a una vida… de dolor y miseria.
- ¿De qué sirve? – añadió Francisca mirando a su alrededor.- ¿De qué sirve todo esto… si no le tengo? ¿De qué sirve…tener todo esto… si añoro cada día sus besos,… sus caricias…? ¿De qué sirve… si tengo que ver cómo… está con… otra, si no puedo… tenerle cerca? Por tu culpa… por tu culpa he acabado desgraciada… como tú. Te odio… te odio… ¡TE ODIO! – gritó Francisca lanzando la foto contra la pared haciendo que el cristal acabara hecho mil pedazos.
- Te odio… - dijo Francisca en un susurro mientras se arrodillaba junto al lecho y lloraba amargamente.
Tras el grito y el golpe de la foto rompiéndose Tristán entró como una exhalación. Al ver a su madre llorando amargamente se arrodilló enseguida y la abrazó.
- ¡Madre!, madre ¿qué pasa? ¿por qué llora? Madre por lo que más quiera, hábleme. Dígame algo- dijo Tristán preocupado.- ¡Mariana! ¡Rosario!
- Dígame señor. Señora ¿Qué le pasa?
- Rosario, haz una tisana para mi madre. ¡Vamos!
- Sí señor, enseguida.
Tristán se dirigió entonces a su madre que seguía llorando con los ojos cerrados por el dolor.
- Madre… - dijo con voz dulce abrazándola con más fuerza contra su pecho.- Madre… dígame algo por favor.
- Abrázame Tristán… sólo abrázame… por favor. Y no me sueltes. – dijo Francisca entre sollozos.
#12
Nhgsa
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26/09/2011 21:14
Al día siguiente Tristán no podía estar quieto. No dejaba de ver la cara de su madre rota por el dolor y el cristal de la foto de sus abuelos por los suelos. Nunca había visto así a su madre.
En ese momento Mariana apareció para servir el desayuno. Tristán se le acercó.
- Mariana, ¿sabes si mi madre despertó?
- No señor. No ha despertado.
- Y… ¿sabes si pasó algo grave ayer? ¿Algo que la alterara sobremanera?
- N.. no… no señor. No recuerdo que pasara algo especialmente grave.
- De acuerdo. Puedes retirarte Mariana. Y llama a Mauricio.
- Sí señor.
Mauricio entró pocos minutos después.
- ¿Ha mandado llamarme señor?
- Sí, Mauricio. ¿Pasó ayer algo grave en los campos o algo en especial?
- No señor. Solamente que el terreno de las judías sigue sin poder estar operativo pero anda más que yo recuerde.
- Bien. Puedes retirarte.
- ¿Ocurre algo señor?
- No tranquilo. Puedes retirarte.
Tristán salió al jardín con cara preocupada cuando llegó Pepa.
- ¿A qué viene esa cara Tristán?
- Mi madre me tiene muy preocupado.
- ¿Es que ha ocurrido algo?
- Eso quisiera saber yo Pepa. Nunca había visto a mi madre tan destrozada ni tan apagada como anoche. No dejaba de llorar y se aferró a mí con todas sus fuerzas. Cuando terminó de tomarse la tisana intentó tranquilizarse pero no lo consiguió hasta bien entrada la noche. No consintió decirme nada. Después la dejé descansar. – dijo Tristán con aire apesadumbrado.
- ¿Y todavía no ha despertado?
- No. Mariana me ha dicho que sigue en su habitación.
- Bueno, tranquilo. Seguro que después de haber descansado lo ve todo más tranquila. Seguro que se puede arreglar. – dijo Pepa dándole un abrazo.
Francisca despertó poco a poco. Como si la luz le hiciera daño en los ojos. De repente fue tomando consciencia de lo ocurrido la noche anterior, de cómo esa fortaleza se había derrumbado sólo de pensar en Raimundo y en esa mujer. Se había dado cuenta de lo absurdo de sus peleas y de su “aparente” fortaleza. Era sólo una coraza pero que no la protegía del dolor. No podía pensar que Raimundo pudiera abandonarla. Otra vez no. Ya lo había soportado con Natalia y no podía volver a suceder. Pero ¿qué podía hacer? Al fin y al cabo no estaba acostumbrada a esas peleas. ¿Qué podía hacer para demostrarle a Raimundo que le amaba como siempre le había amado? De momento le vino una idea. Y, algo que le sorprendió mucho, no le dolió pensar en hacerla realidad. Podría pedirle consejo Tristán. Su hijo. “Dios santo…” – pensó Francisca. Tristán le había visto en ese arrebato de desesperación. Había conseguido no decirle nada esa noche pero merecía una explicación y pronto.
Se vistió y bajó lentamente las escaleras. Mariana la vio y se dirigió a ella.
- Señora ¿se encuentra bien?
- Sí Mariana. ¿Dónde está mi hijo?
- En el jardín desayunando. Está muy preocupado por usted.
Francisca sonrió al oír eso. Adoraba a su hijo.
- Sírveme el desayuno con él.
- Enseguida señora.
Cuando Tristán y Pepa la vieron llegar enseguida se levantaron y Tristán dirigió a ella.
- Madre, por Dios, ¿se encuentra bien?
- Sí hijo sí.
- Madre me dejó ayer muy preocupado. ¿Qué pasó ayer tan grave?
- Siéntate hijo. Tengo que explicarte algo.
Ambos se sentaron. Francisca cogió la mano de su hijo y respiró hondo.
- Espera Pepa, no te vayas. Antes que nada quería pediros perdón de corazón.
Tristán y Pepa la miraron sorprendidos. ¿Francisca Montenegro estaba pidiendo perdón?
- Madre… pero… ¿qué tengo que perdonarle? – dijo Tristán besándole la mano.
- Muchas cosas hijo. Verás… Aunque parezca mentira cuando era joven yo estaba enamorada de Raimundo. Desde niña para ser exactos. – Tristán la miró asombrado.- Nos amábamos con locura pero nuestros padres siempre se opusieron. Mi madre diciéndome… bueno… todo lo que yo te llevo diciendo desde pequeño. Y su padre porque nos odiaba.
- M…madre… pero… ¿por qué no me contó esto?
- Espera hijo. Ahora lo entenderás. Nosotros siempre nos salíamos con la nuestra porque contábamos con apoyos. Yo con el de mi padre y él con el de su tío Esteban y el de su prima Alicia. Esto hizo que mi madre les tuviera más inquina ya que Alicia… tuvo una aventura con mi padre.
Tristán la miraba con la boca abierta. Jamás le había contado esto.
- El padre de Raimundo, Fernando, no sabía qué hacer para separarnos así que… Obligó a Raimundo a casarse con una rica heredera de Madrid o si no nos destruiría. Especialmente a mí. – dijo Francisca con lágrimas en los ojos.
- M… madre… - dijo Tristán sin poder evitar tampoco las lágrimas.
- Cuando me enteré de que Raimundo se casaba mi vida se fue con él. Mi madre aprovechó para… en ese momento de dolor… inculcarme todo lo que yo os he transmitido desde pequeños. Yo la creí. Estaba despechada así que no le fue difícil. Después mi madre acabó casándome con vuestro padre. Pero nunca me contaron que Raimundo no llegó a casarse con esa heredera porque murió antes de la boda. Pero al casarme yo con Salvador, él… hizo su vida… como es normal. Yo estaba dolida, rabiosa y destrozada y por ese dolor planee mi venganza gracias al poder que tenía vuestro padre.
- Por eso él es ahora un simple tabernero. – dijo Tristán al que empezaba a encajar todo.
- Sí. Por eso quiero pedirte perdón hijo. Ayer me di cuenta más que ningún otro día que… lo que mi madre me decía no lleva a ningún lado. Pero por otro lado no quería que pasaras por lo que pasé yo. El dinero no siempre trae el verdadero amor consigo hijo. Así fue como yo me sentí cuando supe que Raimundo… se casaba por dinero. No quiero que sufras lo mismo.
- Madre… venga aquí. – dijo Tristán atrayéndola hacia sí.
Los dos se fundieron en un abrazo. Tristán no cabía en sí de gozo. Al fin veía el interior de su madre y no era tan malo como todos creían después de todo. Pepa tampoco podía evitar las lágrimas. Nunca pensó que hubiera una historia tan triste detrás de Francisca Montenegro.
- S...señora… yo… no sé qué decirle.
- No tienes que decirme nada partera. Si queréis confirmación… creo que Emilia también lo sabe. Raimundo se lo contó. Pero ahora sí que necesitaría hablar con mi hijo a solas.
Pepa asintió con la cabeza y se despidió de Tristán con un beso.
- Usted dirá madre.
Francisca no sabía cómo continuar. Llegaba el momento de mostrar sus celos y se sentía como una niña. Decidió ir por otro camino.
- Tristán… necesito pedirte consejo.
Tristán no podía creerlo. ¿Su madre pidiendo consejo? “Algo grave tuvo que haber pasado para que la haya removido tanto.” – pensó Tristán.
- Madre… ¿usted le quiere?
- Desde siempre.
- Y… ¿sabe si él la quiere?
- Me confesó que sentía algo por mí pero que no podía olvidar estos años de peleas. Creo que sé que puedo hacer para demostrarlo pero quiero consultarlo contigo.
- Claro madre. Dígame.
- Primeramente decir que… yo pagué la operación de Raimundo. - Tristán no dejaba de sonreír – Pero él no lo sabe y no sé cómo decírselo. Además había pensado también en hacerle co-propietario de la conservera. Al fin y al cabo Sebastián está gastando su tiempo allí.
Tristán la miró sonriente. Nunca pensó que acabaría queriendo tanto a su madre como a partir de ese momento. Le cogió la mano y le dijo.
- Me parece una idea estupenda madre.
#13
Nhgsa
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26/09/2011 21:17
Francisca se dirigía a la conservera llevando una lucha interna increíble. Por un lado no dejaba de repetirse que ella era la señora y que no tenía por qué hacer eso. Pero por otro lado estaba Raimundo y Carmen. Sabía que tenía que renunciar a algo si quería a Raimundo. “Dios mío, no puede imaginarse cuanto le amo.” – pensó Francisca.
Sebastián se encontraba en esos momentos trabajando tranquilamente cuando Francisca entró con aire serio. Se encomendó al orgullo Montenegro para poder seguir.
- Buenos días doña Francisca. ¿Qué le trae por aquí? – dijo Sebastián cordialmente.
- Buenos días Sebastián. Venía a hablar contigo personalmente. – dijo Francisca igualmente.
- Y ¿de qué quería hablarme? – siguió Sebastián.
- Iré al grano. Quiero haceros una propuesta a tu padre y a ti. – dijo a Francisca entregándole unos papeles.
Sebastián la miró desconfiado y leyó los documentos. No se lo podía creer. ¡Raimundo Ulloa aparecía como co-propietario junto con Francisca Montenegro!. No, tenía que ser una trampa.
- ¿Qué significa esto doña Francisca?
- Significa exactamente lo que es. ¿O es que se te ha olvidado leer? Antes de que decidas nada llévaselo a tu padre. Ya me contarás la decisión mañana. Ahora tengo que irme a hacer otras gestiones.- dijo Francisca levantándose y dando media vuelta.
Al llegar a la puerta miró a Sebastián que no podía cerrar la boca del asombro mirando los papeles.
- Son de verdad te lo aseguro. Puedes tocarlos, no son venenosos. – dijo Francisca con aire irónico.- dijo Francisca que antes de que Sebastián contestara cerró la puerta tras de sí.
Seguidamente Francisca se dirigió a la Casona.
Sebastián no podía creer lo que estaba viendo. No pudo esperar más tiempo e hizo llamar a los Castañeda. Ramiro y Alfonso le pillaron con la chaqueta ya puesta y a punto de irse.
- Ramiro, Alfonso, necesito que me hagáis un favor.
- ¿De qué se trata Sebastián? – preguntó Alfonso.
- Necesito que os quedéis aquí al mando de la conservera hasta que vuelva. Necesito ir urgentemente a la casa de comidas.
- P…pero… Sebastián.
- No os preocupéis. Vosotros conocéis cómo van las máquinas y si es algún proveedor decidle que hablaré con él personalmente. Hoy no puedo atender a nadie.
- P… pero ¿es algo grave?
- Sí pero no es nada de salud. No os preocupéis. Bueno, me marcho.
Y Sebastián salió corriendo de la conservera dejando a Ramiro y Alfonso tan desconcertados como al principio.
Raimundo se encontraba debatiendo sobre política con don Anselmo y el alcalde cuando vio a Sebastián entrando como una exhalación.
- ¡Padre! ¡Padre!
- ¡Sebastián! Hijo ¿qué ocurre?
- Padre no se va a creer lo que me ha pasado. – dijo Sebastián apretando la carpeta con los documentos contra su corazón.
- Hijo pero tranquilízate que te va a dar un infarto.
- ¡Doña Francisca nos quiere hacer co-propietarios de la conservera! – dijo Sebastián dándole los documentos a su padre.
- No digas tonterías Sebastián. ¿Cómo iba la doña a hacer eso? – dijo Emilia
Pero Raimundo no escuchaba. Leía absorto el documento que le había entregado Sebastián. No podía creerlo. Tenía que saber si tramaba algo contra su familia. “Tiene que haber trampa.” – se esforzó en pensar. Pero algo dentro de él pensó en el momento en el que ella le acarició el rostro tras disparar a Virtudes. Algo en su interior le decía “¿Y si quiere demostrar que siente algo por mí?” No, no podía ser. Dejó el delantal y marchó raudo a la Casona.
#14
Nhgsa
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26/09/2011 21:57
Carmen mientras estaba trabajando en la cocina sin saber cómo. Había oído la conversación con Mauricio sobre que quería hacer a Raimundo propietario y había hablado con Rosario sobre el arrebato de la Doña.
- Maldita cacique. – dijo Carmen para sí misma. - Ni come ni deja comer. Años enteros odiándole y ahora quiere tenerle. Maldita egoísta. Raimundo se merece a alguien mejor que ella.
No podía trabajar en condiciones. Cuando hablaba con Raimundo se sentía bien. Hacía mucho tiempo que no se sentía así con nadie. Era apuesto, atractivo y un padre con mayúsculas con sus hijos. Estaba dispuesta a todo por hacerle feliz. No pudo aguantarlo más y fue a encararse con Francisca. Antes de entrar al salón escuchó a Francisca hablar con Mauricio.
- Encárgate de ello Mauricio. Quiero que suban a 1 duro más el jornal.
- Pero señora…
- ¡Ni peros ni nada!
- Sí señora.
Francisca iba a dirigirse al despacho cuando de repente alguien oyó.
- ¿De verdad piensas que así vas a recuperarle?
Francisca se giró como quien enfrenta a su enemigo en un duelo. Carmen avanzó unos pasos desafiante. Francisca apeló a su orgullo Montenegro para no quedar lejos. Eran dos leonas mirándose con fuego en los ojos.
- No es de tu incumbencia lo que haga o deje de hacer. – dijo Francisca.
- Me temo que sí. No voy a permitir que destroces más la vida de Raimundo.
- ¿Quién te ha dicho que voy a destrozarla?- dijo Francisca a quien le empezaba a costar contener los impulsos de matar a Carmen allí mismo.
- Sus actos. No ha dejado de hacerle la vida imposible durante años. ¿Cree que eso se cura con cosas materiales? – dijo Carmen
- ¡Quién te crees que eres para hablarme así maldita…! – dijo Francisca avanzando unos pasos y quedando a escaso metro de Carmen.
- ¡La mujer que sí está dispuesta a darle todo lo que se merece! En cambio usted no es más que una cacique que no dejará de mirarle por encima del hombro. ¿O acaso ha pensado en serio hacer pública su relación con Raimundo? No. Conozco a las personas como usted.- interrumpió Carmen.
- ¡Cómo te atreves!
- Porque sé que hacer pública su relación con Raimundo equivale a perder poder. No le podría decir a su hijo que deje a la partera porque usted estaría con un tabernero. Y su imagen ya no sería la de dura. Eso es algo que no puede consentir ¿verdad? Sabe que soy lo mejor para él, que puedo hacerle feliz. – dijo Carmen sin perder la firmeza.
Francisca sintió como estaba perdiendo la pelea. Sabía que Carmen, mal que le pesara, tenía algo de razón. Aceptar de nuevo a Raimundo en su vida significa aceptar a Pepa. De pronto Francisca sonrió. Lo que le decía Carmen, lejos de dolerle, la reconfortó sobremanera. Sintió que esa era la prueba que necesitaba para saber si renunciaba o no definitivamente a las enseñanzas de su madre. Las enseñanzas que tanto daño le habían hecho. Puso su sonrisa irónica y dijo:
- Si de verdad crees eso ¿Por qué te has molestado en venir hasta aquí? Yo te lo diré. Tú no sabes nada de él ni lo que sería capaz de hacer por él. Sus sueños, sus ilusiones, lo que desea. Tu problema principal no soy yo. Tu problema principal es que Raimundo me ama. Y me ama desde siempre. Cuando iban a ajusticiar a mi hijo vino a mí. Ha puesto en peligro su vida por salvarme. Incluso ¿sabes qué? Gracias a mí pudo operarse. Le amo y él me ama. No tienes nada que hacer con él. – dijo Francisca.
- ¿Eso cree? ¿De verdad cree que Raimundo la esperará hasta que usted le venga en gana? Se merece ser feliz de una vez.
- Y yo le estaré esperando para que eso suceda.
- No se confíe tanto señora. No voy a dejarle vencer tan fácilmente.
- ¿Quién te ha dicho que necesite vencer? – dijo Francisca riendo dando media vuelta y entrando en su despacho.
Los ojos de Carmen relampaguearon de odio un segundo tras el cual dio media vuelta y volvió a sus quehaceres. Ninguna de las dos se percató que Raimundo escuchaba atentamente desde la puerta de la cocina. Cuando vio que Carmen se acercaba se alejó rápidamente y se fue rumbo a la casa de comidas sin dar crédito a lo que acababa de oír.
#15
Nhgsa
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26/09/2011 21:57
Ya en la casa de comidas, Raimundo estaba desconcertado. Su pequeña, su pequeña le amaba. Había hecho esto por él. Sintió como una parte de él renacía pero otra parte de él seguía desconfiando. “Han sido demasiados años de rencor y de desconfianzas, Raimundo.”- pensó. Sintió una punzada en el corazón ya que algo en su interior le decía que Carmen tenía razón. Volver con él significaría perder poder.
- Pero me ha hecho co-propietario de la conservera. – se dijo a sí mismo.
Pero una voz le contestó en su interior. La voz que le ayudaba a ponerse en guardia cada vez que se encontraba con ella. “¿Pero a qué precio?”- se contestó a sí mismo. Mientras luchaba de ese modo contra sí mismo Emilia se acercó a él y viendo su semblante serio se sentó junto a él.
- Padre ¿se encuentra bien? – dijo Emilia preocupada
- Sí hija sí, no te preocupes. ¿Necesitas ayuda? – dijo Raimundo haciendo el ademán de levantarse.
- No padre no se preocupe…
- Sí hija tranquila. Yo serviré a los de la barra. – dijo Raimundo que sentía que necesitaba algo para pensar en otra cosa.
- Como quiera padre – dijo Emilia viendo que su padre se ponía el delantal.
Mientras Raimundo les servía, sentía como un antiguo deseo que creyó haber dominado volvía a aparecer intensamente después de tantos años: el de huir. Les sirvió unas copas de vino a los clientes más nervioso que de costumbre. Esa incertidumbre le estaba matando. La incertidumbre de no conocer los sentimientos de Francisca y el miedo. Miedo de declararle sus sentimientos y que el orgullo y el rencor de Francisca sean más grandes que sus sentimientos. Si eso era así sentía que no lo podría soportar. Miraba las copas de vino con deseo, como si fuera un depredador y la copa, la presa. Quería huir desesperadamente. Cerró los ojos intentando controlarse. Se había prometido a sí mismo afrontar ese deseo sin cobardías. “No volveré a huir. Si supieras que mi vida está en tus manos Francisca.” – pensó Raimundo.
Emilia advirtió ese rostro y enseguida fue hasta su padre. Algo le dijo que no podía dejarle solo sino que tenía que sacarle de ese estado en el que se encontraba.
- Padre, necesito una cazuela de queso en esta mesa y otra jarra de vino.
- E…enseguida… Emilia – dijo Raimundo despertando del trance.
Cuando todos se fueron Raimundo se fue a una mesa todavía deseando huir.
- Padre, no tiene buena cara y de aquí no se mueve hasta que no me diga que le pasa. – dijo Emilia.
- Nada hija, las preocupaciones de siempre – dijo Raimundo casi susurrando.
- Padre, a mí no me engaña. Miraba el vino como si fuese un depredador así que ahora mismo me dice qué es lo que le tiene tan angustiado. – dijo Emilia con cara de preocupación.
Raimundo miró con orgullo a su hija y se sintió mejor. Ya no estaría solo como aquella vez. Emilia, su ángel, su niña, estaría allí para que no volviera a caer. La miró con amor y ternura.
- Ven aquí anda. – dijo Raimundo sonriendo y levantándose para abrazarla.
Los dos se fundieron en un abrazo. Raimundo la abrazó con fuerza y se calmó. “No, hija, tú no me dejarás caer.” – pensó Raimundo.
Cuando se separaron, Emilia casi tenía lágrimas en los ojos. Raimundo las secó acariciándole el rostro con amor.
- Padre ¿qué le pasa? – dijo Emilia.
- Siéntate conmigo hija. – dijo Raimundo.- Esto no es fácil de contar Emilia. Sabes mi historia con Francisca ¿verdad? – Emilia asintió – Pues bien, por increíble que pueda parecer… - Raimundo respiró hondo - … la quiero.
Emilia se acercó y le dio un beso a su padre.
- Padre, ya lo imaginaba. Cuando habló bien de ella ante don Anselmo por ejemplo. Y porque fue su gran amor. Eso no muere tan fácilmente ¿verdad?
Raimundo le sonrió y la miró con orgullo. “Hay que ver qué hija más lista tengo.” – pensó.
- ¿Eso es lo que le tiene tan angustiado? – dijo Emilia
- No exactamente. Es… - esa parte le iba a costar más de lo que pensaba – la incertidumbre y el miedo. El no saber sus sentimientos y el miedo a decirle los míos y que… que el rencor y el odio sean más fuertes. Para alguien como yo… eso sería demasiado fuerte.
- ¿Cómo que para alguien como usted? Si usted es el hombre más fuerte que he conocido…
- No hija no. Cuando Francisca y yo nos separamos yo no pude soportar su odio y el de mi padre. Mi tío, mi mejor apoyo, y mi prima se fueron y me dejaron solo. Solo para afrontar un futuro… sin ella. Por eso me entregué a la bebida. Para alguien como yo… el miedo es… lo peor que puede sentir. – dijo Raimundo.
- Padre, usted no puede seguir así. Dígale a Francisca lo que siente sin miedo. – dijo Emilia y cogiendo el mentón de su padre que había bajado la cabeza y cerrado los ojos – Y si no sale bien Sebastián y yo estaremos aquí para sostenerle. No estará solo nunca más padre. Se lo prometo.
Raimundo no pudo evitar que unas lágrimas se deslizaran por su rostro. Se levantó y abrazó a Emilia todo lo fuerte que pudo. Quería sentirla cerca de él para coger fuerzas. Emilia tenía razón. Mañana iría a la Casona a acabar con esa agonía.
#16
Nhgsa
Nhgsa
29/09/2011 23:41
Raimundo se levantó sintiendo que el mundo se le venía encima. No consiguió dormir nada en toda la noche pensando en qué le diría a Francisca y cómo lo haría. Parecía un adolescente antes de declararse por primera vez. Quería encontrar el momento adecuado, el momento en que estuviera sola y pudiera hablar con ella sin el servicio cerca. Además, la Casona ejercía una fuerza contra él que no podía soportar. Le traía malos recuerdos. Necesitaba un lugar que le trajera paz. Se quedó trabajando con Emilia pensando en cuál sería el momento y el lugar adecuado.
Mientras, Carmen se sentía con una felicidad inmensa. Sabía que el regalo que acababa de comprar iba a encantarle a Raimundo. Había conseguido su libro favorito de Rosalía de Castro con tapas de piel.
Llegó feliz a la casa de comidas y ahí estaba Raimundo. “Tan apuesto y sonriente como siempre.” – pensó.
- Buenas tardes Raimundo. – dijo Carmen dirigiéndose a una mesa.
- Buenas tardes Carmen. ¿Has tenido algún encargo hoy?
- Pues sí. Parece que en la Puebla se están vendiendo bien mis obras – dijo Carmen sonriente.- Parece que a la gente le gusta mi trabajo.
Carmen sentía que el corazón estaba a punto de estallarle. O se lo daba ya o reventaría.
- Raimundo, ¿puedo hablar un momento con usted? – dijo Carmen con dificultad
- Sí claro.
Los dos fueron al vestíbulo de la posada.
- Quería darte un regalo por tu hospitalidad – dijo Carmen.
Raimundo cogió el libro con emoción. Nunca pensó que tendría un libro con tapas de piel y encima de Rosalía de Castro. Lo acarició como si fuera el mayor tesoro del mundo.
- G… gracias. – dijo Raimundo.
Carmen no podía aguantar más y se acercó a él poniendo una mano en su hombro. Al acariciarle, Carmen se estremeció. “Dios santo, eres tan hermoso Raimundo.” – pensó Carmen.
- Te mereces todo lo mejor Raimundo. Eres el hombre más bueno y comprensivo que he conocido.
- Pues se ve que no conoces a demasiada gente. – dijo Raimundo divertido.
Raimundo entonces vio cómo Carmen le miraba y recordó lo que le dijo Pepa hace tiempo y él no vio. Carmen le miraba con amor. Raimundo vio como se acercaba y retrocedió. Se maldijo por no haber visto eso antes. Estaba tan acostumbrado a tratar con la gente que nunca pensó que algo así podía ocurrir.
- Carmen… es sólo un sueño lo que amas. Nunca quise dar pie a que sintieras eso por mí.- dijo Raimundo con cierto pesar. Le dolió haber dicho eso porque significaba romperle el corazón. Pero tenía que hacerlo.
Carmen se retiró y sintió que sus ojos amenazaban con llorar. Raimundo se sinceró:
- Carmen, eres una buena mujer que se ha portado muy bien conmigo. Nunca pensé que podía volver a sentirme bien con una mujer pero nunca quise esto. Te lo digo de corazón. – dijo un Raimundo apesadumbrado. – No puedo darte lo que anhelas. Sé que parece de locos pero quiero a Francisca desde niño. Y todo el daño que nos hemos hecho ha sido fruto de la desesperanza de no poder estar juntos. Siento no habértelo dicho antes.
- ¿Después de todo este tiempo? ¿Después de todo lo que has vivido con ella? ¿La sigues queriendo?- dijo Carmen con lágrimas en los ojos.
- Siempre la he querido. – dijo Raimundo casi en un susurro.
- Entonces prométeme una cosa. Como amigos. – dijo Carmen intentando sonreír ante esa palabra. – Prométeme que serás feliz con ella. Que no vivirás la angustia de no poder estar a su lado ni un día más. No podría vivir sabiendo que sigues sufriendo.
- Te lo prometo.- dijo Raimundo con una sonrisa tierna.
Después de esto Carmen cerró los ojos y medio sonriendo se despidió de Raimundo. Cuando atravesó la puerta para ir a su habitación Raimundo por fin supo qué era lo que tenía que hacer. Iría al primer lugar que fue testigo de su amor. “Tal vez allí encontraré las fuerzas.”- pensó. Y sin pensarlo más partió a la conservera.
Cuando llegó fue directamente al cobertizo. A ese cobertizo que fue testigo del amor entre él y Francisca. Ahí fue su primera vez. Recorrió la estancia acariciando cada rincón que le traía recuerdos. El cobertizo tenía algunos trastos pero, en general, la habitación estaba tal y como la recordaba aunque con un poco más de polvo. Le traía tan buenos recuerdos… Se quitó la chaqueta y, dejándola a un lado, se acostó en la cama. No dejaban de venir recuerdos a su cabeza: sus encuentros con Francisca, cuando encontró aquí a su prima y al padre de Francisca… Millones de recuerdos llenos de felicidad que le hicieron sonreír y emocionarse. Con ese último recuerdo se rió. “La verdad es que fue una situación divertida. Nunca olvidaré la cara de Alejandro Montenegro cuando le pillé con Alicia.”- se dijo para sí mismo. Ese lugar estaba lleno de amor. Cerró los ojos para visualizar más claramente los recuerdos con Francisca. Se esforzó en recordar cada sonrisa, cada beso, cada caricia, cada palabra… Realmente no le resultó demasiado difícil. Esos recuerdos estaban grabados en su alma. Y con esos recuerdos de Francisca en su cabeza, Raimundo se sumió en un pacífico y placentero sueño.
#17
Nhgsa
Nhgsa
29/09/2011 23:41
Francisca se había pasado todo el día inquieta. Había mandado al mastuerzo de Mauricio a por noticias y no había vuelto. No sabía nada de Raimundo y sentía que se la llevaban los demonios. Necesitaba saber qué había dicho y si había firmado. A estas alturas ya todo el pueblo debía de estar al tanto de sus últimas acciones. O al menos eso pensaba.
De pronto Mauricio entró al comedor.
- Hace horas que te espero Mauricio. ¿Traes noticias?
- Sí señora. Los Ulloa ya saben lo de su decisión. Todo apunta a que van a aceptarla. En cuanto a los jornaleros, nadie se lo acaba de creer. – dijo Mauricio.
Francisca sonrió para sí misma. Raimundo ya sabía lo que había hecho. Ahora sólo cabía esperar su reacción.
- Muy bien. Manda preparar la calesa Mauricio. Tengo que ir a la conservera a tratar unos asuntos con Sebastián urgentes. – dijo Francisca.
- Sí señora.
Sebastián se encontraba absorto en su trabajo cuando Francisca llegó.
- Doña Francisca, siempre es un placer verla. – dijo Sebastián intentando parecer cortés.
- No estoy para ironías en este momento Sebastián. Vayamos al grano. Tu padre ha firmado el documento.- dijo Francisca ansiosa por conocer la noticia.
- Así es señora. Aquí lo tiene. ¿Puedo preguntarle por qué lo ha hecho? – dijo Sebastián.
- Puedes pero no debes porque no es asunto tuyo. ¿Tienes los contratos con los proveedores?
- Aquí señora. – dijo Sebastián entregándole los documentos.
- Bien. ¿Algún asunto más que debamos tratar?
- No señora. Todo parece que sigue el camino correcto.
- En ese caso me marcho. Tengo otras cosas que hacer. Dile a tu padre que si quiere tratar conmigo cualquier cosa que estaré en la Casona. Adiós, Ulloa.- dijo Francisca sin creer que de verdad había dicho eso.
Y se fue de allí dejando a Sebastián con la mandíbula descolocada. Cuando salió de allí fue realmente consciente de lo que acababa de decir. Se reprendió a sí misma. “Se ha notado demasiado, Francisca.” – se dijo. Antes de subir a la calesa divisó la conservera de lejos y recordó lo vivido ahí. En ese caserón conoció al amor de su vida. Y, por una extraña fuerza que no supo identificar, dirigió su mirada al cobertizo. Ese cobertizo que tantos secretos había guardado: sus encuentros con Raimundo, los encuentros de su padre con Alicia. Su padre. Francisca le adoraba y le compadecía. “No nos dejaron ser felices padre. Las mismas personas nos destrozaron la vida.” Por un instante, Francisca sintió la necesidad de ir allí. De volver a recordar esos encuentros tan llenos de amor y felicidad, esos encuentros que llenaron de sentido su vida. Dejó partir la calesa y se dirigió al cobertizo.
Cuando abrió la puerta sintió un escalofrío. Ese lugar no había cambiado nada desde que lo vio por última vez salvo algunos trastos más de la conservera y algo de polvo. Estuvo un rato dirigiendo su vista por todo el cobertizo hasta que se posó en la cama y lo que vio le dejó sin respiración.
#18
alma88
alma88
08/10/2011 13:17
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#19
Nhgsa
Nhgsa
23/10/2011 22:15
Francisca se acercó despacio a la cama para ver si lo que había visto era real. ¡Vaya que si lo era! Raimundo dormía con una expresión tan dulce en su rostro que Francisca creyó que se derretiría.
Sus pies adquirieron vida propia y se acercaron cada vez más a él. Le pareció el hombre más hermoso del mundo. Estaba tan atractivo durmiendo… Se arrodilló hasta quedar a centímetros de él y sentir su olor. Su olor… Francisca cerró los ojos para sentir ese olor que le provocaba escalofríos en todo el cuerpo. Nunca pensó que lo echaba tanto de menos. Acercó su mano a él con la intención de acariciarle pero a escasos milímetros de él, paró. Recordó que Raimundo le dijo que seguían siendo enemigos y, apelando a toda su fuerza de voluntad, retrocedió aunque sin apartar sus ojos de él. Se esforzó por contener el deseo de besarle y abrazarle. No podía permitir que le viera así. Se recompuso como pudo y tosió intentando despertarle.
- Ejem… ejem. – carraspeó Francisca a lo que Raimundo respondió removiéndose para acurrucarse mejor. Francisca creó morir de amor. Volvió a apelar a su fuerza de voluntad.
- Ejem… ejem. – Francisca casi gritó esta vez. Raimundo se despertó algo sobresaltado.
- F… Francisca. – dijo Raimundo intentando recomponerse. – No pensé encontrarte aquí.
- Ya veo que enseguida tomas posesión de las cosas. – dijo Francisca sin siquiera mirarle. Creyó morir de deseo cuando le vio arreglarse con cierta vergüenza. Cielos santo, cuánto le deseaba…
#20
Nhgsa
Nhgsa
23/10/2011 22:16
Raimundo no contestó. No estaba preparado para que Francisca le pillara así. Intentó apelar a su orgullo Ulloa para no huir.
- ¿Qué hace alguien como tú en un cobertizo como este? – dijo Raimundo.
- Pasaba por aquí. – Ni Francisca se creía lo que acababa de decir. “Bravo Francisca ¿No tenías otra cosa mejor que decir?” – se dijo.
- Ya… Precisamente por aquí. – dijo Raimundo un tanto burlón.
- Todavía tengo poder en esta conservera, puedo ir donde me plazca condenado tabernero. ¿Y tú? ¿No tenías que estar en la taberna? – dijo Francisca intentando atacar.
- Sí, pero necesitaba venir aquí. – dijo Raimundo volviendo a pasearse por el cobertizo.- Necesitaba poner en orden… ciertas cosas después de… un incidente que hemos tenido.
- ¿Has vuelto a discutir con Emilia? – dijo Francisca con cierta curiosidad.
- No exactamente. – dijo Raimundo mirándola. – Hoy me he dado cuenta de que… Carmen quería algo conmigo. – Raimundo no se creía lo que acababa de decir. Había algo en aquel lugar que le ayudaba a ser sincero, a desahogarse.
Francisca creyó morir ante ese ataque. Sentía como el mundo se le venía encima. Se giró y dijo con toda dificultad:
- Tú… ¿la quieres? – Francisca cerró los ojos para recibir la respuesta.
Raimundo se acercó a ella lentamente y deslizó sus manos por sus hombros hasta acabó cogiéndole las manos y abrazándola. Francisca creyó que el corazón se le saldría por la boca. El contacto con Raimundo le dejaba sin fuerzas, sin aire. Raimundo deslizó sus labios por su cuello y le susurró al oído:
- ¿De verdad crees… que en algún momento... he dejado de amarte? ¿Crees… que podría amar a otra mujer… que no fueras tú?
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