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El rincón de Nhgsa. Historias alternativas de Francisca y Raimundo.

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Nhgsa
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24/09/2011 12:55
AQUÍ DEJARÉ MIS HISTORIAS ALTERNATIVAS

1ª: Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso.
2º: Soledad

Aquí tenemos dos de sus momentos estelares:

Raimundo salva la vida de su pequeña


Raimundo se declara
#41
Nhgsa
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26/10/2011 11:33
Cuando Pepa llegó a la casa de comidas se encontró a Emilia sola atendiendo el negocio. Raimundo se encontraba dentro arreglando unas goteras en el techo parte del arreglo de Severiano había sido con materiales de poca calidad y el agua conseguía filtrarse.
Pepa se dirigió a Emilia sin demora:
- Emilia necesito hablar contigo. – dijo Pepa muy seria.
- Hola Pepa, yo también me alegro de verte. ¿Cómo está Martín?
- Bien gracias. Emilia es sobre tu padre.
- ¿Qué pasa?
- Hoy he salido de atender a una preñada de casa de Olmo y me he encontrado con Carmen.
- Bueno… ¿y qué?
- Que me he quedado a espiarles y lo que he oído te va a dejar sin respiración. El separar a Raimundo y Francisca era un plan de ellos dos. Y desde hace tiempo parece.
- Nno… no puede ser… Carmen y… ¿Olmo? Pepa habrás oído mal. Carmen ha trabajado también para Francisca, hace encargos y esas cosas. – dijo Emilia incrédula.
- Emilia al final los dos subieron al dormitorio. Y no creo que un hombre y una mujer vayan al dormitorio precisamente a hacer vasijas.
- N…no… no me lo puedo creer. Pero ¿por qué se habría aliado con Olmo?
- Emilia abre los ojos. Una persona declara sus sentimientos, la rechazan y permanece en el mismo sitio a escasos metros de la otra persona sabiendo que sólo pueden ser amigos. No… lo más normal es que se hubiera ido a otro sitio ¿no te parece?
- Dios mío… Y ¿cómo le digo yo esto a mi padre? – dijo Emilia
- No hace falta.
Las dos se giraron y vieron a Raimundo con una cara llena de rabia. Alguien le quería separar otra vez de Francisca y esta vez… no lo permitiría.
#42
Nhgsa
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26/10/2011 11:33
Raimundo no podía creer lo que Emilia le estaba contando. Le llenaba de odio pero también de alegría. Olmo había amenazado con hacerles daño si no vendían y se iban de Puente Viejo. Entonces Francisca no le odiaba, le había dicho eso para que tuviera un motivo para alejarse sin mirar atrás. Luego… Francisca lo amaba. Sí, lo amaba. Había sido capaz de renunciar a él de la misma forma que él tuvo que hacerlo… por amor. Enseguida se quitó el mono de trabajo que tenía y se levantó de la mesa.
- Padre… padre ¿dónde va?
- A dejarles bien claro a todos que no volveré a cometer el mismo error dos veces.
- Pero padre ¿no me ha oído? – dijo Emilia cogiéndole de un brazo. – Olmo ha amenazado con su vida.
- Ese hombre ha venido aquí sólo en compañía de una mujer, doña Águeda. Es farol. No pienso volver a ser un cobarde. –dijo Raimundo. – Me marcho a la Casona. Volveré más tarde.
- Pero ¡padre!
Ya era tarde. Raimundo se había zafado de Emilia y se marchó serio y decidido a la Casona.
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………
Carmen y Olmo se estaban vistiendo tranquilamente. De repente Olmo dijo:
- Definitivamente querida. Ha sido un placer hacer negocios contigo.
- Lo mismo digo caballero. Espero que al final esos Montenegro muerdan el polvo. – dijo Carmen ayudando a Olmo con la corbata.
Olmo rió para sus adentros.
- Lo harán créame. La conservera y los Montenegro son míos. Lo que si que lamentaría es tener que renunciar a alguien como usted.
- Bueno… pórtese bien y así yo también podré… - dijo Carmen casi susurrando. – darle su justa recompensa…
Cuando llegaron al portal Olmo indicó al servicio que sirvieran algo de almuerzo. Seguidamente hizo un ademán para que ella la siguiera pero de repente un jornalero entró.
- Perdone señor pero es urgente. Una acequia se ha roto y hay peligro de inundación.
- Bueno… - dijo Olmo con un gesto de resignación y de enfado al mismo tiempo. – son cosas que pasan supongo. – se dirigió a Carmen – Me temo que tenemos que dejar el almuerzo para otra ocasión.
- No tiene importancia. Vaya tranquilo. – dijo Carmen con una sonrisa.
Y Olmo con gesto caballeroso de despedida le besó la palma de la mano y se fue. Carmen iba a hacer lo mismo cuando de repente le llamó la atención una estantería. Tenía cosas que parecían instrumentos de caza. De entre todos esos instrumentos le llamó la atención un precioso revolver de acero. Era su oportunidad. Algo en su interior le dijo que eso era llegar demasiado lejos pero por otro lado tenía que asegurarse. Le quitaría a su amado un peso de encima. Podría borrar ese pasado de su mente y le liberaría. Y así ella le podría hacer feliz. Sin pensarlo más veces cogió una horquilla para el pelo y con una maña que nunca pensó que tendría abrió la puerta de la estantería, cogió el revólver, algunas balas y se guardó el arma en el bolsillo. Ocultó su robo como pudo con las demás cosas que allí había, se guardó el arma y marchó con sonrisa maliciosa rumbo a la Casona.
#43
Nhgsa
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26/10/2011 11:34
Francisca se encontraba en su despacho intentando concentrarse pero no podía hacerlo. No dejaba de ver la cara descompuesta de Raimundo cuando tuvo que soltarle todo lo que le había soltado. Sentía tal dolor que pensó que se desmayaría, como si mil puñales le atravesasen el corazón. De nuevo tenía que renunciar a su felicidad.
De repente llamó a Rosario con la intención de que le sirviera un té a ver si conseguía relajarla aunque en el fondo lo dudaba. Pero cuando levantó la vista vio a Raimundo entrar con paso decidido.
Ella se levantó y también se dirigió a él con la intención de echarle pero antes de recomponer su semblante Raimundo la cogió de la muñeca, la atrajo hacia sí de un rápido movimiento y la besó con tanta fuerza y pasión que Francisca realmente temió que se desmayaría.
Permanecieron unos minutos así. Besándose como dos hambrientos, hambrientos del otro. Cuando se separaron, Francisca susurró:
- Raimundo… ¿qué…qué haces aquí?
- Shhh. He venido a estar contigo mi pequeña. Lo sé. Lo sé todo y no voy a permitir que ese malnacido nos separe. Me niego a volver a vivir sin ti.
Francisca no pudo evitar una sonrisa de felicidad y se lanzó como una sedienta a su boca. No podía ser más feliz.
- Raimundo… ¿tienes idea de cuánto te quiero?...cada minuto sin ti es un infierno. – dijo Francisca apoyando su frente en la de él.
Raimundo en ese momento la levantó en brazos y la abrazó con todas sus fuerzas. Francisca sollozaba de alegría.
- No permitiré que nos vuelvan a separar mi pequeña. Te amo.
- Y yo a ti.
- ¡Maldito necio! – dijo una voz llena de odio detrás suya.
Los dos se giraron y vieron a una Carmen deshecha por el odio que con lágrimas en los ojos blandía un revólver.
- Todos sois igual de necios. Os dejáis llevar por lo que creéis amor cuando en realidad no es más que una hiena hambrienta.
- No sabes de lo que hablas. – dijo Raimundo que había ocultado enseguida a Francisca detrás de él y miraba a Carmen desafiante.
- ¡¡¡SÍ!!!¡¡¡SÍ LO SÉ!!! Ya sé cómo actuáis los hombres. Os dejáis llevar por unas cuantas palabras bonitas. Ya me ha pasado una vez y una maldita rica se lo llevó. Y para otra vez que me vuelvo a enamorar… vuelve a pasar lo mismo. ¿Es que no te das cuenta que es la misma de siempre? ¿La que miente y destroza vidas sin ningún miramiento? No, tú sólo ves lo que quieres ver.
- Señora, es una urgencia necesitamos… – dijo Mauricio entrando por la puerta de la cocina junto con Ramiro.
Se oyó un disparo.
- ¡Atrás! ¡Atrás o no respondo! – dijo Carmen que había disparado al techo.
- Carmen escúchame… ¿qué haces? Tú no eres una asesina.
- No, pero sí me gusta hacer justicia. Aunque tú ahora lo veas de otra manera. – dijo Carmen fuera de sí.
- ¿De qué justicia me hablas si acabas matando?
- De la justicia que necesita este pueblo. Si ella muere todos serán libres… incluido tú.
En ese momento Mauricio se dirigió a ella con la intención de desarmarla, forcejearon y se oyó otro disparo.
Se hizo el silencio. Raimundo bajó la mirada y vio que a la altura del abdomen comenzaba a sangrar. Cayó fulminado al suelo.
- ¡RAIMUNDO! – gritó Francisca dirigiéndose a él mientras que Mauricio inmovilizaba a Carmen.
En ese momento Tristán entró deprisa junto con Pepa.
- ¡Madre! ¿Qué ha pasado?... Dios mío, llamad a la doctora rápido.
- Señora usted apriete bien la herida para taponar la arteria. Tristán, busca trapos para que ayuden rápido.
- Raimundo…tranquilo… aguanta cariño…aguanta – dijo Francisca sollozando con una mano en la herida de Raimundo y con la otra abrazándole.
- Francisca… mi pequeña… - susurró Raimundo con los ojos brillantes – mi vida.
Francisca cerró los ojos ante esas palabras.
- Shhh, no hables ahora, no hables mi amor.
- Francisca… yo… te amo. Siento… todo este tiempo… lo siento…
- Shhhh… yo también te amo. Nunca he dejado de hacerlo… nunca… - dijo Francisca entre lágrimas.
Los dos se miraron y recordaron viejos momentos: esa primera batalla de erizos que les llevó a conocerse, esas carreras cuando se desafiaban mutuamente y cómo él la alcanzaba y caían de bruces en la hierba, esos paseos cogidos de la mano, cuando se quedaban abrazados debajo de un árbol, sus encuentros en el cobertizo, su primera vez juntos, la risa de Raimundo cuando Francisca se enfadaba… Tantos momentos de amor. A Francisca ya no le importaba que Mauricio y Pepa pudiesen verla así, todo daba igual… si Raimundo moría.
- Raimundo… no… no me dejes… yo… no podría vivir sin ti. ¿Qué será de mi vida sin ti?
- Francisca… bésame. – susurró Raimundo con lágrimas en los ojos.
Y los dos se besaron con un amor infinito como tantas otras veces demostrando que el verdadero amor vive para siempre.
Se separaron unos centímetros y Raimundo susurró:
- Te quiero mi pequeña.
Después, sintiendo cómo todo se acababa, Raimundo cerró lentamente los ojos.
- ¡NO! ¡NO!... Raimundo – gritaba Francisca abrazándole más muerte. – No te mueras.
Pepa se apresuró a comprobarle el pulso.
- Señora, no está muerto. Sólo inconsciente. ¡¡¡¡¡TRISTÁN!!!!! Siga tapando la herida.
Tristán entró de repente con muchos trapos limpios. Al ver la situación Pepa no tuvo que decirle nada, preparó algunos como cuerda y otros como una bola para contener la sangre de Raimundo con un torniquete.
Gregoria Casas entró como una exhalación junto con varios guardias civiles que detuvieron a Carmen que se encontraba en estado de shock y no puso ninguna resistencia. Gregoria se acercó a Raimundo.
- No está muerto pero su pulso es muy débil. Llévenlo a una habitación, Pepa tendrás que ayudarme a operar. Y necesitará una trasfusión así que alguien tendrá que avisar a sus hijos.
Los guardias civiles subieron a Raimundo dejando a Francisca destrozada. Tristán se acercó a abrazarla. La llevó al salón donde se sentaron a esperar cuál sería el destino de Raimundo Ulloa.
#44
Nhgsa
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26/10/2011 11:34
- Mauricio corre a la conservera y trae a Sebastián. Dile que es urgente. Y tú Mariana corre y trae a Emilia. Los dos tienen que estar aquí. – dijo Tristán.
- Sí señor, enseguida. – dijo Mauricio.
- Sí señor. – dijo Mariana
Pasaron los minutos y Tristán seguía aferrándose a su madre con fuerza. Francisca creía que en cualquier momento se desmayaría.
- ¡Rosario! ¡Rosario!
- Sí señor.
- Traiga agua para mi madre, tiene que lavarse las manos. – dijo Tristán
Enseguida Rosario vino con una jofaina de agua y unas toallas.
- Venga madre, tiene que lavarse las manos. – le susurró Tristán.
Francisca más bien parecía una marioneta que se dejaba manejar en esos momentos. Acto seguido entraron Sebastián y Emilia como una exhalación.
- Tristán ¿pero qué…? – dijo Sebastián que se interrumpió cuando vio a Francisca con sangre en las manos. - ¿Qué… qué ha pasado?
- Será mejor que os sentéis. – dijo Tristán que terminó de ayudar a su madre y se sentaron en el sofá.
Tristán les relató poco a poco lo ocurrido. Sebastián tuvo que abrazar a Emilia que estaba dispuesta a subir a cualquier precio a la habitación con su padre. Al final todos se sentaron a esperar.
Francisca se encontraba acurrucada en el pecho de Tristán pensando en Raimundo. Todas sus energías y su pensamiento eran para él. No dejaba de recordar el sonido de su voz, de su risa, sus caricias, su sonrisa, su mirada, su forma de hacerla rabiar… No podía morir así.
Después de unos minutos interminables, Pepa bajó al salón con semblante serio. Todos se levantaron como un resorte.
- He venido sólo para comunicar que Raimundo vive por el momento gracias a que rozó el estómago. Hemos podido parar la hemorragia pero definitivamente necesitará una trasfusión. ¿Alguien sabe el grupo sanguíneo de Raimundo?
- S… sí. Es A +. Lo sé por la operación del edema.
- Entonces seré yo. – dijo Pepa.
Tristán se dirigió a ella.
- ¿Estás segura?
- Lo estoy soldado. Raimundo ha hecho muchas cosas por mí y si ahora puedo devolverle algo lo haré. No voy a dejar que acabe así.
Francisca de repente salió del trance en el que estaba y la miró con lágrimas en los ojos. Se acercó a ella y la cogió de la mano.
- Gracias. – dijo Francisca con apenas un hilo de voz.
Pepa asintió y volvió a subir las escaleras hacia donde se encontraba Raimundo.
#45
Nhgsa
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26/10/2011 11:34
Había pasado ya una semana desde aquel fatídico incidente y Raimundo se encontraba en el hospital en coma. La trasfusión había dado resultado para mantenerle con vida pero no el suficiente para mantenerle consciente. La pérdida de sangre junto con las secuelas de la operación del edema hizo que cayera en coma.
Carmen fue condenada al garrote por intento de asesinato y murió. Aquello conmocionó a todo Puente Viejo.
Francisca no se separaba de Raimundo ni un momento. No dejaba de rezar al lado de Raimundo ni de acariciarle el rostro ni la mano. Tristán, Sebastián y Emilia hacían turnos de vez en cuando para conseguir que Francisca comiera algo y descansara en la Casona pero después volvía a su lado.
- Raimundo… - dijo Francisca entre lágrimas - … vuelve conmigo por favor. No puedo vivir sin ti. No puedo vivir sabiendo que estás al borde de la muerte. No puedo perderte, a ti no. – le besó la mano – Sabes que mi corazón y mi alma son tuyos desde siempre. Desde niña me lo robaste… Por favor… no me dejes. Te lo suplico… Te necesito… tanto… Te amo… te amo con todas las fuerzas de mi ser… Te amo… - dijo Francisca enterrando su rostro en la mano de Raimundo sin dejar de llorar.
De repente oyó a alguien decir.
- N…no llores… mi amor.
Francisca se removió y cuando miró a Raimundo se le paró la respiración.
- Dios mío… Raimundo… – dijo Francisca mirándole.
- Hola mi pequeña…
- ¡RAIMUNDO! – dijo Francisca con una amplia sonrisa ante esas palabras.
- Estoy aquí mi pequeña… estoy aquí. – dijo Raimundo alzando una mano y acariciándole el rostro.
En ese momento Sebastián y Emilia entraron a la habitación.
- Dios mío… PADRE. – dijo Emilia abalanzándose sobre él.
- Emilia… que aun estoy convaleciente… - dijo Raimundo ahogando un grito por el dolor de la herida de la bala.
- Lo siento padre, lo siento, lo siento.
Sebastián le miraba emocionado. Tristán y Pepa entraron al ver tanto alboroto y tampoco pudieron aguantar la emoción. Una vez más Raimundo había vencido a la muerte.
#46
Nhgsa
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26/10/2011 11:35
Tras dos semanas de recuperación Raimundo pensaba que se iba a volver loco en el hospital.
- Ese orgullo Ulloa va a acabar contigo Raimundo – le dijo don Anselmo en una de sus visitas.
Francisca estaba feliz ya que todo se resolvía: Carmen confesó todo lo que sabía de Olmo lo que sirvió para investigarles y destapar varios casos de contrabando que había cometido Adolfo Mesía, ello supuso la detención de Olmo y la vuelta de todas las tierras a doña Francisca. Pero lo que más feliz le hacía era que Raimundo volvía a ser el de siempre, ese ateo que le hacía rabiar de pequeña y a la vez que le provocaba tanto amor que hasta a veces le dolía.
Una noche se encontraban cenando tranquilamente todos en familia… bueno… quien dice tranquilamente dice según lo que pueden ver los ojos. En realidad los tranquilos eran Emilia, Sebastián y Tristán porque ellos no dejaban de devorarse con las miradas. Parecían dos volcanes en erupción.
- No sabéis las ganas que tengo de salir de aquí. Si me encuentro bien. – dijo Raimundo recostado en su camilla a lo que todos contestaron con risas. Francisca le miraba con profundo amor. Sí… sin duda era el de siempre.
- Padre no sea quejica que ya te han dicho que saldrá de aquí pronto. – dijo Emilia.
- Ay Emilia, de un hospital uno nunca sabe cuando se sale. – dijo Raimundo. Francisca no podía dejar de sonreír. Le adoraba.
Cuando terminaron de cenar Sebastián habló:
- Bueno, ¿quién se queda hoy? En el hospital sólo admiten a una persona.
- Yo me quedaré no os preocupéis. Que vosotros ya estuvisteis aquí varias noches. – se apresuró a decir Francisca sin dejar de mirar a Raimundo. – Bueno… si al enfermo no le importa. – añadió con una sonrisa pícara y traviesa que volvió loco a Raimundo.
- ¿Nuestra ilustre cacique quiere quedarse? No seré yo quien se lo impida… - dijo Raimundo con aire burlón.
Todos parecieron captar el mensaje así que se fueron despidiendo hasta dejarles solos.
- Lo dejo en buenas manos padre. – dijo Emilia antes de besarle en la frente y dirigiendo una mirada a Francisca.
- Hasta mañana Raimundo. Cuidado con esa herida. – dijo Tristán sonriéndole.
- Tranquilo muchacho… no es problema. – aseguró Raimundo.
Finalmente los dos se quedaron solos.
- Al fin solos… - dijo Raimundo cogiéndole la mano a Francisca y atrayéndole lentamente a él.
Francisca se limitó a mantener su sonrisa pícara. Los dos sentían que sus corazones volvían a latir al unísono por su amor.
- Eres increíble, acabas de salir de un coma y ya eres igual que siempre. – dijo Francisca.
- Bueno… por algo soy un Ulloa pequeña. – dijo Raimundo atrayendo el rostro de Francisca a él.
- ¿Tienes idea de lo que me has hecho pasar maldito Ulloa? – susurró Francisca a escasos centímetros de sus labios. - ¿Tienes idea de lo que pasaría si llego a perderte?
- No podía permitir que te hiciera daño pequeña… - susurró Raimundo acariciándole el rostro. – Te amo más que a mi vida.
Y los dos se besaron con todo el amor del mundo, saboreando lentamente ese momento. Raimundo deslizó su mano por la nuca de Francisca y la otra por su cintura hasta que Francisca quedó subida a la camilla y apoyada en su pecho sin dejar de besarle. Sus manos acariciaron el abdomen de Raimundo y ascendieron lentamente lo que provocó millones de escalofríos en Raimundo. Desde el momento en que arriesgó su vida supo con más claridad que nunca cuánto lo amaba. Se le olvidó que estaba en un hospital y cualquiera les podría ver pero no podía dejar de besarle ni quería. Interiormente le pidió a Dios que nadie entrara. Necesitaba estar con él después de todo lo que había pasado. Necesitaba amarle para poder aliviar todo el dolor que había sentido.
Raimundo no pudo aguantar más y deslizó su mano por el interior de la blusa de Francisca. Entonces ella volvió a la realidad:
- Raimundo…no… nos pueden ver. – dijo Francisca con un gran esfuerzo apoyando su frente en la de Raimundo.
- Shhh… no entran salvo que estés grave y yo hace tiempo que no lo estoy. Confía en mí. – susurró Raimundo. – Ahora solo necesito una medicina… tu piel.
Y los dos se besaron como si no hubiera mañana. Sin perderse cada centímetro de la piel del otro. Francisca se sentó encima de Raimundo pegando su pecho al de él sintiendo como la respiración del otro comenzaba a ser dificultosa. Raimundo empezó a atacar al cuello y la clavícula de Francisca besándola y mordisqueando su delicada piel mientras le quitaba lentamente la blusa a Francisca. Francisca cerraba los ojos y se concentró en sentirle mientras que hacía lo propio con la camisa de Raimundo. Francisca empujó a Raimundo hacia la almohada mientras que atacaba también su cuello arrancándole jadeos a Raimundo mientras que él comenzaba subir sus manos por sus muslos, levantándole las enaguas. Los dos parecían dos condenados que no verían de nuevo el día.
Francisca comenzó a besarle descendiendo por el cuello de Raimundo, su pecho, su abdomen,… mientras sus manos buscaban el pantalón de Raimundo. Éste sólo podía intentar sobrevivir. Cuando los dos terminaron de desnudarse Francisca volvió a ascender por su pecho y su cuello volviendo a aterrizar en él. Los dos se miraron llenos de amor. Se fundieron en un beso asfixiante y devastador mientras que Raimundo abrazaba y acariciaba la espalda de Francisca. Se dejó hacer mientras que Francisca comenzó a moverse provocando un placer asfixiante. Francisca acabó por incorporarse mientras continuaba moviéndose provocando intensos jadeos de placer a Raimundo. Los dos cerraron los ojos mientras sentían cómo se fundían en un solo ser. Ambos se cogieron las manos entrelazando sus dedos. Nada volvería a separarles. Serían uno para siempre. Raimundo no aguantó más y se incorporó también para atacar el pecho y el cuello de Francisca como un loco. Los jadeos y pasión aumentaron de nivel llevándolos a una locura inimaginable. El calor provocó que empezaran a sudar. Los dos se miraron llevados por el deseo.
- Te amo Raimundo. – susurró Francisca.
- Y yo a ti mi pequeña, y yo a ti. – susurró Raimundo.
Los dos se besaron intentando ocultar el grito que el orgasmo provocó en sus gargantas. Temblando de delirio Francisca le miró y le dijo:
- Eres el hombre de mis sueños.
Y dejándose caer en la camilla los dos permanecieron abrazados. Francisca se quedó acurrucada en su pecho encima de él. Raimundo la estrechó entre sus brazos.
- Tú eres mi mejor medicina. – le susurró Raimundo al oído.
Y así durmieron plácidamente.
#47
Nhgsa
Nhgsa
26/10/2011 11:35
Tristán y Pepa iban de camino hacia el hospital con la intención de relevar a Francisca.
- ¿Crees que tu madre habrá sido capaz de cuidar de Raimundo sin matarse? – dijo Pepa.
- Tengo la impresión de que se las ha apañado… - dijo Tristán sonriente.
- Es increíble cómo ha podido resistir su amor al tiempo ¿no te parece?
- Sí, es verdad. Igual que lo hará el nuestro. – dijo Tristán atrayéndolo hacia él.
- Eso espero. – dijo Pepa besándolo tiernamente.
Cuando llegaron al hospital les dieron permiso para pasar. No habían tenido ningún problema con Raimundo ni con Francisca, cosa que les sorprendió. Pero al abrir la puerta encontraron la explicación. Raimundo y Francisca se encontraban desnudos, abrazados y con una expresión de felicidad inconfundible. Los dos se quedaron petrificados ante tal escena, nunca pensaron encontrar a Francisca Montenegro, la personificación de la moral recta y estricta de la Iglesia católica de esta guisa. No sabían qué hacer. Una enfermera se disponía a entrar a cambiar las sábanas de la cama de Raimundo. Tristán y Pepa se encargaron de que no pasara.
- Ya la llamaremos no se preocupe. – se apresuró a decir Pepa.
Y los dos, haciendo un acopio de valor y fuerza Tristán entró en la habitación a despertar a aquella pareja.
- Ejem ejem. – carraspeó Tristán.
Tanto Francisca como Raimundo despertaron lentamente. Cuando se dio cuenta de la situación en la que se encontraba Francisca creyó morirse. Dios mío, Tristán les había pillado.
- Tristán… hijo… - dijo Francisca ruborizándose y levantándose rápidamente cogiendo su ropa.
- No sabía que fuera tan buena enfermera madre. – dijo Tristán sonriente.
- Y de las mejores hijo, y de las mejores. – dijo Raimundo con sonrisa burlona.
Francisca dirigió una mirada fulminante a Raimundo a lo que contestó guiñándole el ojo.
- Les dejaré a solas para que se arreglen. No quisiera que a una enfermera se sobresaltara. – dijo Tristán sin perder la sonrisa.
Cuando Tristán cerró la puerta Francisca comenzó a golpear a Raimundo en el pecho.
- Voy… a… matarte… Raimundo Ulloa. – dijo Francisca furiosa.
Raimundo le contestó cogiéndola de las muñecas y le atrajo a él atrapando sus labios en un beso cargado de pasión. Francisca intentó zafarse furiosa pero sólo duró un segundo antes de derretirse entre los brazos de Raimundo cuando éste introdujo su lengua traviesa en su boca. ¿Cómo podía derribar sus muros con tanta facilidad?
Los dos se separaron para poder respirar.
- Si va a ocurrir lo de anoche mátame cuando quieras… - susurró Raimundo a un centímetro de ella.
- ¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes desarmarme con tan solo una mirada o un beso? – le contestó Francisca.
- Lo mismo podría decirte yo. Cada vez que te miro no puedo dejar de pensar en tomar esa boca que es mi veneno, mi perdición. – dijo Raimundo tomándola entre sus brazos.
- Raimundo… Tristán está esperando. – intentó decir Francisca.
- Cierto… nos tendremos que arreglar o a las enfermeras les dará un ataque como nos encuentren así.
Los dos se vistieron sin perder la sonrisa.
#48
Nhgsa
Nhgsa
26/10/2011 20:32
Todo había vuelto a la normalidad en Puente Viejo. La gente recibió a Raimundo con una fiesta con baile en la plaza del pueblo. Fue un día inigualable.
Francisca no podía ser más feliz. Su relación con Raimundo iba viento en popa y todos lo sabían. Sólo quedaba algo por solucionar pero antes que nada tenía que hablar con Raimundo. En el momento en que se disponía a escribirle una carta alguien llamó a la puerta del despacho. Era Rosario.
- ¿Qué quieres Rosario?
- Señora, le traigo una carta de Raimundo. Tenga. – dijo Rosario.
“Hay que ver. Estamos tan unidos que hasta nos leemos las mentes” – pensó Francisca.
- Gracias Rosario. – dijo Francisca que de repente se dio cuenta de lo que había dicho. Definitivamente Raimundo la había cambiado. – Puedes retirarte.
- Sí señora. – dijo Rosario sin disimular cierta incredulidad.
Abrió la carta y leyó. Era muy corta y concisa.

Querida Francisca,
Sólo ha pasado unas horas y ya te echo de menos. Todos mis pensamientos van a parar a ti, a tus ojos, a tu sonrisa, a tus labios. Necesito verte pronto.
Ven esta noche a la posada, tengo una sorpresa muy especial para ti. Estaremos tú y yo solos te lo prometo.
Con todo mi corazón,
R.


Sonrió para sí misma como una niña enamorada. Realmente lo era. Cada vez que estaba con él sentía que el mundo se paraba. Todo el dolor de esos años con Salvador, todo el rencor, todo el odio se iba y dejaba paso al amor. Sólo existía él. Raimundo. Cerró los ojos y recordó su sonrisa y la noche que habían pasado en el hospital. Estar con él era como estar en el cielo. Se fue a su cuarto para ver qué vestido se pondría para él. Le encantaba arreglarse para él. Quería ser la mujer más hermosa del mundo sólo para él. Cuando le besaba y le abrazaba su cuerpo se estremecía. Era algo inigualable.
#49
Nhgsa
Nhgsa
26/10/2011 20:33
Raimundo estaba deseando que todo el mundo se fuera. Tenía todo preparado para la cena con Francisca pero aún así quería crear un ambiente más romántico y menos tabernero.
- Veeeenga Zacarías que vamos a cerrar. – dijo Raimundo que comenzaba a ponerse nervioso.
- Tranquilo padre que todavía tiene tiempo. – dijo Emilia que estaba al corriente del nerviosismo de su padre. – Desde luego, quien no le conozca diría que es un quinceañero. – añadió con una sonrisa.
Raimundo sonrió abiertamente. Sí, era un quinceañero enamorado. Loco, diría más bien. Loco por ese veneno llamado Francisca Montenegro. Loco por su amor, por sus besos, por su piel. Ensimismado en ella, derramó un poco de vino al servir un chato.
- Perdón, perdón Rodrigo perdón. Ahora te sirvo otro.
- Deje padre, deje que ya le sirvo yo. Usted vaya a servir las mesas. – dijo Emilia sonriente.
- Gracias hija.
Poco a poco todos los de la taberna se fueron dejando a Emilia solos. Raimundo sintió una punzada en el corazón.
- Emilia, ¿estás segura de que puedes quedarte con los Castañeda? Mira que…
- Shhh paaadre, tranquilo. Usted se merece esto y más después de sus desvelos por nosotros y de aguantar el odio de la persona que ama. No se preocupe por mí, preocúpese ahora de hacerla feliz. ¿De acuerdo?
- Gracias hija. ¡Qué habría sido de mi vida sin ti, sin vosotros! – dijo Raimundo acariciándole la mejilla y dándole un beso en la frente.
- Todo saldrá bien padre, no se preocupe. Esta vez nada podrá fallar. – tranquilizó Emilia a su padre.
- No, seguro que no. Nadie volverá a separarnos. – dijo Raimundo mientras agarraba con fuerza el bolsillo de su chaqueta.
- Bueno, pero corra a vestirse que si no la Doña va a encontrarle así.
- Sí hija sí. Voy. – se apresuró Raimundo dándole un beso en la frente. – Buenas noches.
- Buenas noches zagal. – bromeó Emilia.
Raimundo se dirigió sonriente a su habitación para elegir su mejor traje. Estaba emocionado. Hoy haría realidad lo que hace 30 años no pudo ser. Tardó bastante en vestirse ya que quería estar verdaderamente radiante para ella. Cuando salió vio que una mesa estaba preparada con todo detalle. Raimundo cerró los ojos llenos de agradecimiento y suspiró.
- Emilia….
En verdad sentía que había ganado un ángel cuando se la llevó del accidente.
Cogió unas velas que tenía preparadas y las puso alrededor de la mesa. Después se fue hasta las flores que tenía guardadas y esparció sus pétalos por el suelo. Dejó un ramo de claveles rojos para ella. Se paró a ver cómo había quedado todo. La posada estaba magnífica llena de velas y de pétalos. Realmente parecía una posada de lujo. La cena iba a ser espectacular.
- Ojalá salga bien… - suspiró Raimundo que salió a recibir a su amada.
Cuando salió vio de lejos a una Francisca Montenegro preciosa. Llevaba un vestido verde precioso. Aunque realmente siempre estaba preciosa.
Francisca Montenegro avanzaba tranquilamente aunque con dificultad. Desde que vio a Raimundo con traje y tan sonriente tenía serias dificultades para mantener la cordura y no lanzarse a sus brazos. Se limitaba a sonreír de esa forma tan pícara que sabía que a él le encantaba.
La noche era preciosa y estaba plagada de estrellas. La plaza, a su vez, desierta. Parecía como si el universo entero quisiera contribuir a ese momento. Los dos se besaron con inmensa ternura.
- Hola. – susurró ella a un centímetro de sus labios y deslizando los brazos por su cuello.
- Hola mi pequeña. – susurró él.
- Me tienes totalmente intrigada tabernero… - dijo Francisca.
- Me alegro. – dijo Raimundo que terminó con un beso apasionado. – Pero antes de descubrirme tienes que cerrar los ojos.
Francisca obedeció sin perder la sonrisa. Entonces Raimundo, conduciéndola desde detrás la llevó hasta la posada.
- Ya. Abre los ojos. – le susurró en el oído.
Cuando Francisca vio lo que Raimundo había preparado se llevó las manos a la boca presa de la emoción. En la vida había soñado con algo tan hermoso. Se giró hacia él y le miró con los ojos brillantes. Dios mío, cuánto le amaba.
- ¿Te gusta?
- Nunca había soñado con algo mejor. – dijo Francisca que se aferró a él robándole un beso devastador. Tuvieron que separarse para poder respirar.
- Pues aún quedan sorpresas… ¿Cenamos mi pequeña?
- Claro – dijo ella susurrando. No podía hablar de la emoción. Todo eso lo había preparado para ella. Miró a su alrededor y todo eran flores y velas. Se sentía la mujer más afortunada del mundo.
Las sillas estaban restauradas y decoradas para la ocasión. Él retiró la de Francisca como un caballero y él se sentó enfrente. Cenaron con toda la tranquilidad del mundo aunque Raimundo cada vez se parecía interiormente más a un flan. No dejaban de dedicarse miradas de amor. Miradas llenas de ternura y a la vez de pasión. Miradas que les llevaban más allá de la simple felicidad, de la vida y de la muerte. Los dos se cogieron de la mano cuando terminaron de cenar y se dedicaron sendas sonrisas. Raimundo besó las manos de su pequeña para coger fuerzas, las necesitaba. Después la invitó a incorporarse y la atrajo a él por la cintura.
- Ha sido una cena magnífica Raimundo. – dijo Francisca deslizando los brazos por su cuello. – Ni en mis sueños pensé en algo tan maravilloso.
- Pues ahí no ha acabado todo mi pequeña. Te prometí una sorpresa. – respiró hondo para coger fuerzas y apoyó su frente en la de ella. El gran momento. – Mi pequeña, sabes que te amo con toda mi alma. Que siempre te he amado. Cada minuto de mi vida lo he pasado anhelando tus besos, tus ojos, tu piel, tus caricias. Cada vez que estamos juntos tengo más sed de ti. Y por eso de lo único de lo que estoy seguro en mi vida es que quiero pasarla a tu lado.
Francisca ante esta declaración se le anegaron los ojos en lágrimas. Estaba tan emocionada que sólo podía escuchar. Raimundo entonces, emocionado al verla, se arrodilló ante ella, le cogió la mano y sacando un anillo del bolsillo le dijo:
- Francisca… mi pequeña… ¿quieres casarte conmigo?
Francisca sintió que el mundo entero se paraba. Se llevó una mano a la boca presa de la felicidad. Definitivamente sus sueños se hacían realidad. El corazón amenazaba con estallarle de amor. Finalmente sólo pudo susurrar:
- Sí… sí quiero Raimundo. – susurró con lágrimas deslizándose por su rostro.
Raimundo entonces besó el anillo con infinita ternura y se lo colocó a Francisca que no podía ni respirar. Los dos se fundieron en un beso apasionado. Raimundo entonces la llevó en brazos hasta la habitación sin dejar de besarla. Allí dentro se amaron despacio con toda la intensidad que eran capaces de dar. Al fin y al cabo estarían juntos para siempre.
#50
Nhgsa
Nhgsa
28/10/2011 12:46
Los rayos de sol de la mañana despertaron lentamente a Francisca. Abrió los ojos y se descubrió en la habitación de Raimundo acurrucada en su pecho. Se miró la mano y sonrió. No había sido un sueño. Dirigió su mirada hacia Raimundo que dormía con una hermosa expresión de felicidad. Tanto es así que le pareció que era el hombre más hermoso y apuesto del mundo. Bueno… en realidad siempre se lo pareció pero nunca lo había reconocido abiertamente. Empezó a besarle tiernamente el pecho para despertarle hasta que lo consiguió. Raimundo le contestó estrechándola entre sus brazos y acariciándole el pelo. Después le levantó el mentón hasta que los dos se miraron.
- Buenos días. – dijo Francisca
- Buenos días mi pequeña. – dijo Raimundo. - ¿Has dormido bien?
- Como nunca. – le contestó ella.
Y los dos permanecieron abrazados unos minutos. Se sentían en el cielo.
- Qué, ¿lista para probar el mejor desayuno del mundo?
- Raimundo… Emilia no tiene tiempo para ir a la Casona y volver con él… - bromeó Francisca.
- Perdone mi ilustre cacique pero el mejor desayuno es el que le va a preparar el mejor tabernero del mundo. – dijo Raimundo atrayéndola a él y besándola antes de salir.
Francisca se vistió tranquilamente y después de unos minutos Raimundo entró cómicamente dándose como si fuera un mayordomo. Francisca tuvo que aguantarse las ganas de reír.
- El desayuno está servido señorita. – dijo Raimundo invitándola a salir.
- ¿Desde cuándo servís este desayuno en la taberna? – bromeó Francisca con una mezcla de asombro por lo que veía.
- Ah… secretos de tabernero. – bromeó Raimundo.
- Oh, no sabía que tenía secretos conmigo señor Ulloa. – dijo Francisca acercándose a él y deslizando los brazos por su cuello.
Él le contestó deslizando sus manos por la cintura de Francisca y devorando su boca. Después de unos minutos Raimundo se separó.
- Como sigamos así vamos a acabar desfalleciendo… - dijo él sonriendo.
- No me importaría si es en tus brazos. – le dijo Francisca al oído. Le encantaba provocarle.
- Francisca… te aseguro que si fuera por mí… estarías una larga temporada secuestrada en mi cuarto pero… tus hijos acabarían preocupándose. – dijo Raimundo.
Eso hizo aterrizar a Francisca. Tenían que hablar sobre cómo iban a decirle a Tristán su verdadera identidad. Se dispusieron a desayunar tranquilamente. Ella le cogió la mano y le miró un tanto preocupada.
- ¿Qué te ocurre Francisca?- dijo Raimundo
- ¿Cómo le vamos a decir a Tristán…?
Raimundo no había pensado en esto.
- Tranquila mi pequeña. Esta tarde si quieres iremos los dos a la Casona a anunciar las noticias. No te preocupes. – dijo Raimundo acariciándole la mano.
Así lo harían. Esa tarde hablarían de todo.

P.D.: Como siempre, me alegro de que te haya gustado Miri ;)
#51
Nhgsa
Nhgsa
30/10/2011 21:41
Raimundo y Francisca caminaban tranquilamente hacia la Casona cogidos de la mano. Cuando llegaron a las puertas ella le dijo:
- Entonces venimos todos aquí sobre la hora de merendar y damos las noticias.
- Raimundo… tengo miedo. – dijo Francisca temerosa.
- Shhh, no temas mi pequeña. Pase lo que pase estaremos juntos. No voy a irme de tu lado ¿de acuerdo? – dijo Raimundo a dos centímetros de ella. - Quizás le cueste asimilarlo en un primer momento pero acabará entendiéndolo. Todo va a salir bien.
Francisca sonrió y atrapando su rostro entre sus manos le besó queriendo absorberle el alma. Así permanecieron unos segundos.
- Hasta esta tarde mi pequeña. – dijo Raimundo sonriente.
- Ya te estoy echando de menos. – dijo Francisca con cara inocente.
- Y yo a ti vida mía. – dijo Raimundo.
Con un gran esfuerzo los dos se separaron hasta la tarde en el que la verdad saldría a la luz.
……..
Raimundo llegó justo a tiempo para pillar todavía a Sebastián desayunando en la casa de comidas antes de irse a la conservera.
- Buenos días hijos. – dijo Raimundo alegremente.
- Buenos días padre ¿Qué tal le fue ayer? – dijo Emilia
- De eso precisamente quería hablaros. Necesito que cerremos esta tarde la casa de comidas y que vayamos a la Casona.
Tanto Sebastián como Emilia se quedaron petrificados. Nunca habían cerrado tanto tiempo.
- ¿A la Casona padre? – dijo Sebastián.
- Francisca y yo tenemos algunas cosas que deciros a todos.
- Padre… no me asuste… - dijo Emilia.
- Tranquila hija. Te aseguro que son buenas noticias. Pero tenéis que estar presente todos. Son cosas que os tocan directamente.
Los dos hermanos se miraron sin entender nada. Finalmente aceptaron por la curiosidad.
- De acuerdo padre. Ahí estaremos. Pero ¿está seguro de cerrar? Mire que puedo pedirle ayuda a los Castañeda. – dijo Emilia
- Déjate, déjate que bastante tienen ya. Además, por una tarde no va a pasar nada créeme.
- Está bien padre, si tan importante es. Iremos. – dijo Sebastián.
#52
Nhgsa
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30/10/2011 21:43
Francisca se estaba poniendo nerviosa por momentos. Llamaron a la puerta. Rosario seguidamente entró y se dirigió a Francisca.
- Señora, los Ulloa están aquí.
- Hazles pasar Rosario y llama a mis hijos. – dijo Francisca.
- Sí señora.
Vio como Raimundo, Sebastián y Emilia entraban con paso firme en la Casona. Raimundo tenía una gran sonrisa. Sebastián se tomaba la visita más bien con filosofía junto con cierta curiosidad mientras que Emilia más parecía que se estremecía a cada segundo que pasaba en la Casona.
- Venid, venid y sentaos. – dijo Francisca sonriendo para intentar camuflar los nervios que tenía.
Raimundo se puso a su lado, le cogió la mano con fuerza y la besó. Le dedicó una mirada cómplice. Ella le sonrió. Todos se sentaron. La mesa estaba lista para la merienda.
- Servíos tranquilamente. Necesitamos que Tristán y Soledad también estén presentes. – dijo Francisca.
Todos comenzaron a servirse la merienda. Tristán y Soledad llegaron pocos minutos después.
- Disculpad la tardanza pero ha habido una urgencia en los campos. Dos braceros se han abierto la cabeza en los campos. – dijo Tristán.
- Dios mío… ¿están bien?
- Sí tranquila. Nos hemos quedado con ellos hasta que Gregoria nos ha dicho que están fuera de peligro. – dijo Tristán.
- En ese caso sentaos con nosotros. Tenemos dos noticias que anunciaros. – dijo Raimundo.
Tanto Tristán y Soledad se miraron desconcertados. Seguidamente miraron a Sebastián y a Emilia que tenían la misma mirada. Una de ellas parecía clara pero la otra. No se imaginaban que podía ser.
- La primera creo que todos os lo imagináis. – habló Raimundo. – Hemos esperado tanto tiempo para estar juntos que finalmente anoche… le pedí que se casara conmigo.
Todos se quedaron a cuadros con la noticia. Emilia y Sebastián ya se lo intuían pero Tristán y Soledad no.
- Me alegro por ustedes, de verdad. – dijo Sebastián.
- No es que no nos alegremos Tristán y yo madre pero a nosotros nos pilla de sorpresa. – dijo Soledad. – Siempre pensé que ustedes dos eran enemigos.
- Lo sé hija. Creo que ya va siendo hora de que aclaremos las cosas. – dijo Francisca. –
Francisca empezó a relatar punto por punto todo lo que había ocurrido con Raimundo desde que se conocían. Soledad cada vez se iba poniendo más blanca junto con Sebastián y Emilia que aunque conocían la relación no sabían exactamente todos los detalles.
- Ninguno de los dos encontró fuerzas para luchar contra la sociedad ni contra nuestras familias así que terminamos siendo enemigos. – terminó de contar Francisca.
- M…madre… yo… - dijo Soledad cogiéndole la mano a su madre.
- Pero eso no es todo. – dijo Francisca. Raimundo le cogió la mano más fuertemente y la besó. – Tristán… hay algo que tengo que contarte…
- ¿El qué madre?
- Tú sabes que una persona con nuestro… nivel… no puede permitirse ningún escándalo. Nada que pueda empañar el nombre de la familia ¿verdad? – dijo Francisca.
- Lo sé madre.
- Pues eso me llevó a tener que ocultarte cierta verdad durante todo este tiempo. – dijo Francisca.
Tristán se quedó petrificado.
- ¿El qué madre?
- Cuando me casé con Salvador… - lo dijo sin miedo a ese nombre en mucho tiempo - … estaba embarazada.
El tiempo y el mundo se pararon. El silencio que reinaba en la Casona era sepulcral. Francisca sentía que si su hijo no decía algo pronto a ella le daría un ataque. Raimundo aferraba la mano de Francisca con fuerza.
Tristán estaba en estado de shock.
- ¿Qué?
- Lo supe hace poco Tristán. Te lo prometo. – dijo Raimundo.
- Hijo, si él lo hubiera sabido… Dios sabe lo que podrías haber sufrido. No podía dejar que te hiciera daño. – dijo Francisca intentando encontrar la mirada de Tristán.
Soledad, Emilia y Sebastián se quedaron atónitos. Tampoco esperaban semejante noticia. Ahora entendían el sufrimiento que ha estado soportando esta mujer. Defender a un hijo de la persona que amas de las garras de alguien como Salvador.
Tristán estaba tan confundido que de repente se levantó y se fue. Francisca no pudo aguantar las lágrimas. Raimundo la abrazó.
#53
Nhgsa
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31/10/2011 19:10
Pepa llegaba ese momento a la Casona después de un parto difícil. Cuando llegó al patio vio que Tristán estaba muy nervioso.
- Tristán ¿qué pasa?
- Pepa, necesito hablar contigo. – dijo Tristán muy serio.
- Sí claro. – dijo Pepa.
Los dos se sentaron. Tristán enterró la cara en las manos.
- Tristán ¿ha ocurrido algo grave? – dijo Pepa.
Tristán le relató todo lo que había ocurrido en esa merienda tan movida. Pepa se quedó atónita.
- Y cuando me lo contaron no supe cómo reaccionar así que me levanté y vine. Quizás actué mal pero de repente sentí que me ahogaba en ese salón. Tantos secretos durante tanto tiempo… De repente me sentí traicionado. Desde siempre he visto cómo mi madre se ocupa más de su apellido que de las personas pero nunca pensé que me negaría tener un padre sólo por mantener su apellido. – dijo Tristán.
- Tristán, no seré yo quien defienda todo lo que ha hecho tu madre pero en este momento la entiendo. No debe ser fácil dar esta noticia. – dijo Pepa.
- Sí, tienes razón pero… no puedo confiar en que no haya más secretos. Siento que nunca nos hemos podido tratar sinceramente en esa casa. A saber cuántas cosas habrá hecho a mis espaldas. ¿Por qué no he podido tener una familia normal? Una madre como Rosario que va de frente, unos hermanos que me quisieran… Una familia donde haya amor y no… esto.
- La vida no es justa Tristán. Tu madre lo ha pasado muy mal. Por culpa de esta sociedad le negaron el ser feliz y tras la muerte de Salvador se cerró a la vida. Tu madre no es mala Tristán – ni Pepa se creía lo que acababa de decir – sino que la hicieron así. Probablemente si me hicieran a mí lo mismo acabaría igual que ella. – y añadió – Tristán, si quieres de verdad que en tu casa haya amor tienes que responderle a tu madre. Ella se ha abierto buscando tu comprensión y ese amor que sabe que le tienes. No hagas que se vuelva a cerrar.
Tristán le sonrió con lágrimas en los ojos.
- ¡Qué habría sido de mi vida sin ti! – dijo él acariciándole el rostro.
- Pues nada soldado o es que todavía lo dudas. – bromeó Pepa.
Los dos se besaron tiernamente.
- ¿Entrarás conmigo? – dijo Tristán.
- Claro soldado.
…….
En el interior de la Casona nadie se había movido. Raimundo abrazaba a Francisca e intentaba tranquilizarla al igual que Soledad y Emilia que intentaban animarla con la boda. Sebastián se disponía a salir por Tristán cuando éste entró junto con Pepa. Sin decir una palabra se acercó a Raimundo y le abrazó fuertemente con todo el amor que se quedó guardado y sin poder mostrar. Francisca se llevó las manos a la boca por la emoción. Después Tristán se dirigió a su madre, le cogió las manos y las besó tiernamente.
- Lo siento… - susurró Tristán.
Francisca le contestó con un abrazó al que se sumó Raimundo. Después miró a Sebastián y a Emilia y se abrazaron. Siempre habían sido amigos y ahora eran hermanos. Sebastián miró a Soledad que empezaba a poner un semblante triste y le hizo un gesto para que se uniera. Soledad sonrió y se unió. Raimundo se acercó a Francisca y le abrazó por la cintura desde detrás. Era la familia que siempre soñaron tener.
#54
Nhgsa
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31/10/2011 19:48
En un día soleado y resplandeciente de verano, todo Puente Viejo se engalanó para la mayor boda del siglo. Nada más y nada menos que Raimundo Ulloa y Francisca Montenegro. Su historia de amor estaba en boca de todo el mundo: de enemigos a marido y mujer. Nadie sabía que en verdad siempre fueron uno.
Rosario y Soledad ayudaban a Francisca a vestirse. Estaba realmente hermosa. Francisca se miraba al espejo sin poder creérselo. Atrás quedaban tantos años de dolor. A partir de ahora iba a comenzar una nueva vida con Raimundo. Como debió ser.
- Señora si no se está quieta va a clavarse alguna aguja. – dijo Rosario.
Y es que Francisca estaba feliz pero también nerviosa como un flan.
- Madre tranquilícese que le va a dar algo. Mire que ya se ha tomado tres infusiones de pasiflora. – dijo Soledad que le ayudaba con el peinado.
Francisca sentía que si estaba más tiempo quieta le iba a dar un ataque pero aún así logró contenerse pensando en Raimundo.
…..
Raimundo estaba también lejos de estar tranquilo. El corazón le latía tan fuertemente que pensó que su pecho iba a explotar. Llamaron a la puerta y entraron Emilia y Pepa:
- Padre, está hecho un príncipe. – dijo Emilia con admiración.
- Ni que lo digas Emilia. Me entran ganas de casarme con usted. – bromeó Pepa.
- Bueno parad que me vais a sacar los colores. – dijo Raimundo nervioso. – Vosotras sí que estáis resplandecientes. ¿Querríais acompañar a este humilde tabernero? – añadió con un gesto para que las dos le cogieran del brazo.
Y cogiéndole de los brazos salieron por la puerta sonrientes.
#55
Nhgsa
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31/10/2011 19:51
Don Anselmo estaba que no se lo podía creer. Nunca pensó que oficiaría la boda de Raimundo Ulloa y Francisca Montenegro. Aunque cuando se enteró de su historia terminó por comprenderlo todo. Siempre pensó que detrás de tanto odio tenía que haber algo más. Por ello se encargó de decorar el exterior de la iglesia para la ocasión con flores y arcos.
De repente empezaron a llegar los miembros de la familia. En primer lugar entró Martín echando flores por el camino por el que iban a ir los novios. Seguidamente apareció Raimundo junto con Emilia. Raimundo estaba realmente guapo con el traje. Hasta Dolores Mirañar soltó una exclamación de asombro que hizo enrojecer de vergüenza a Pedro. Cuando llegaron frente a don Anselmo, Emilia dio un beso en la mejilla a su padre y se situó entre Alfonso y Sebastián.
Después de unos minutos que se hicieron eternos llegó doña Francisca Montenegro de la mano de Tristán. Llevaba finalmente el pelo suelo recogido en medio por un pasador y un vestido beige de encaje realmente hermoso. Estaba realmente resplandeciente. Raimundo se quedó sin aliento al verla. Francisca se emocionó a su vez al ver a Raimundo. Parecía un auténtico príncipe. Tuvo que contener el deseo de ir corriendo hasta él y besarle hasta perder el sentido. Cuando llegaron frente a don Anselmo, Tristán besó la mano y la mejilla de su madre y se la entregó a Raimundo.
La ceremonia comenzó pero ellos estaban inmersos en los ojos del otro. De vez en cuando miraban a don Anselmo pero luego volvían a mirarse.
Tristán leyó la primera lectura con cierta emoción. Francisca le miraba sonriente. Definitivamente adoraba a su hijo. Seguidamente Sebastián leyó una carta de san Pablo que a Francisca le llegó hondo:
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.”
Con esa lectura ambos habían demostrado que su amor era fuerte: ambos habían esperado y sufrido lo indecible y se seguían queriendo como el primer día. Ambos se habían perdonado y Francisca cambió considerablemente su actitud hacia los demás. Seguidamente llegó el momento de los votos:
- Raimundo, Francisca ¿tenéis los anillos? – dijo don Anselmo.
El pequeño Martín enseguida se levantó y corrió hasta ellos para llevarles los anillos. Después tiró un poco del vestido de Francisca para poder darle un beso. Francisca le contestó acariciándole el pelo. Después le guiñó el ojo a Raimundo que le contestó de la misma manera. Raimundo empezó:
- Francisca, mi pequeña, nunca he sido tan feliz como cuando estoy a tu lado. Si pudieras estar un minuto en mí verías todo lo que siento por ti. Es tan grande que las palabras se quedan pequeñas. Quiero pasar el resto de mi vida contigo y borrar con mi amor todo este tiempo separados. Te amo Francisca Montenegro y si hay vida eterna la pasaré amándote. - seguidamente besó el anillo y se lo colocó en el dedo.
- Raimundo, eres el hombre de mis sueños. Desde niña te amé porque nací para amarte, para ser tuya. Vivo con el único deseo de perderme en tus ojos y hacerte feliz. Por eso sé que quiero vivir mi vida amándote hasta más allá de la vida y la muerte, porque tuya soy. – besó el anillo con todo el amor del mundo y se lo colocó a un emocionado Raimundo.
Don Anselmo, que también tenía, al igual que los presentes, serios problemas para aguantar la emoción dijo:
- Por el poder que me ha sido concedido yo os declaro marido y mujer. Raimundo, puedes besar a la novia.
Los dos se fundieron en un beso que hizo estallar de júbilo el lugar entero. Al fin eran marido y mujer.
#56
Nhgsa
Nhgsa
31/10/2011 19:54
Una vez que llegaron al convite en los jardines de la Casona todo el pueblo se acercó a felicitar a los novios. Tanto es así que Francisca estaba a punto de soltar alguna barbaridad para que la dejaran en paz. Raimundo lo advirtió y enseguida salvó la situación:
- Perdonen pero les tengo que robar a la novia. Que disfruten del convite. Se van a relamer con la comida de mi hija. – dijo Raimundo.
- Gracias a Dios. Un segundo más y no sé lo que hubiera pasado. – dijo Francisca con gesto de cansancio.
Raimundo estalló en carcajadas.
- ¿Te he dicho ya que te amo? – dijo él sonriente.
- Mmmmm… no me acuerdo bien. – bromeó Francisca.
- Pues eso no puede ser. – dijo Raimundo acercándola a él. Los dos se fundieron en un beso que hizo exclamar de asombro a todo el pueblo. Francisca sentía que se le subía la sangre de la vergüenza. Raimundo disfrutó viéndola así. Apenas se separaron un milímetro cuando Francisca le susurró:
- Maldito… Ulloa – dijo Francisca antes de devolverle el beso.
- Ejem ejem. Vamos Raimundo, no seas hereje que estás haciendo esperar a tu familia. – dijo don Anselmo.
Raimundo se separó y sonrió a su amigo pero Francisca le fulminó con la mirada. No le había hecho gracia.
Ambos fueron donde estaba su familia y comenzó el banquete.
Fue un día inigualable en toda la historia de Puente Viejo. Seguidamente los novios dieron su primer baile juntos. Eligieron un vals. Los dos no cesaban de dedicarse miradas de amor. Estaban más allá de la alegría. Se sentían felices. Dolores Mirañar empezó a sollozar como una chiquilla ante semejante escena al igual que Emilia, Soledad y Pepa. Esa muestra de amor verdadero llenó todo el lugar. Después empezaron a unirse el resto de parejas: Alfonso y Emilia, Hipólito y Mariana (para asombro de todos), Sebastián sacó a bailar a una tímida Soledad, Pepa y Tristán,…
Raimundo y Francisca se encontraban en otra órbita.
- ¿Eres feliz mi pequeña? – dijo Raimundo.
- Soy la mujer más feliz del mundo. – dijo Francisca.
Raimundo le contestó deslizando su brazo por la cintura de Francisca para pegar su cuerpo al de él. Sintió como su cuerpo comenzaba a arder de deseo con ese contacto. Apoyó su frente en el de ella y le susurró:
- Eres la mujer de mi vida ¿lo sabías? – dijo Raimundo – Te amo Francisca.
- Y yo a ti.
Ante eso Raimundo devoró su boca como si no hubiera mañana mientras Francisca le acariciaba el pecho y subía hasta su cuello profundizando el beso. Ella empezaba a sentir como si su piel fuera fuego. Menos mal que don Anselmo estaba en otra cosa. Los dos intentaron contenerse mientras que aún quedara gente en el convite. Tristán se acercó a ellos.
- Madre, padre. Nosotros nos retiramos que ya es tarde y Pepa necesita descansar. Esta noche iremos a la casa de los Mesía. – dijo Tristán ya que con Olmo detenido la fortuna pasó a Pepa.
- ¿Ocurre algo hijo? – dijo Francisca.
Pepa y Tristán sonrieron abiertamente.
- ¡Voy a tener otro hermanito! – dijo el pequeño Martín.
Raimundo entonces abrazó a su hijo y después a Pepa.
- Muchas felicidades hijo. – dijo Raimundo.
- Me alegro por vosotros, de verdad. – dijo Francisca.
- Gracias señora.
- Espero que no terminen muy cansados de esta boda porque después vendrá la nuestra. – bromeó Tristán.
- Lo soportaremos hijo. – dijo Raimundo divertido.
Tristán se despidió de su madre con un abrazo y un beso en la mejilla al igual que Pepa y se marcharon.
- Al fin hay alegría en este pueblo. – dijo Francisca.
#57
Nhgsa
Nhgsa
31/10/2011 20:04
Cuando el convite hubo terminado Raimundo y Francisca se dirigieron al interior de la Casona. Francisca se acercó a él y le miró con un brillo en los ojos especial:
- Ha sido una boda de ensueño.
- Sí. El día más feliz de mi vida. – dijo Raimundo acercándose a ella para besarla pero en el último momento Francisca se apartó y con una mirada provocadora y esa sonrisa pícara que tanto enloquecía a Raimundo empezó a subir las escaleras con aire digno.
Raimundo se mordió los labios por el deseo. Esa mujer definitivamente era veneno en estado puro. Pero no podía dejar de tomarlo. Subió las escaleras sin dejar de mirarla como un depredador. Cuando terminaron de subir Raimundo no pudo más y haciéndola girar de un movimiento rápido la acorraló contra la pared y empezó a devorar su boca como un hambriento. Francisca se aferraba a él y le devolvía el beso con toda la intensidad que podía dar su alma. Raimundo la levantó en brazos sin dejar de adorarla.
Así, enloquecidos, encontraron el dormitorio. Raimundo la dejó en el suelo un segundo para poder cerrar la puerta mientras que Francisca se giró yendo hacia la cama. Raimundo al verla de espaldas se sintió más depredador. Se acercó a ella y la abrazó desde detrás por la cintura. Lentamente comenzó a desabrochar el vestido a la vez que besaba apasionadamente cada trozo que quedaba al descubierto. Francisca cerró los ojos al sentir millones de escalofríos que llenaban su cuerpo. Sin dejar de morder la delicada piel de su cuello Raimundo le quitó lentamente el vestido a Francisca. Ella no pudo aguantar más y se giró para devorar su boca mientras empezaba a desabrocharle la camisa. Quería que ese momento fuera interminable. Cuando la camisa se reunió con el vestido le acarició el abdomen y subió por el pecho hasta que sus miradas se encontraron. No necesitaron decirse nada. Los dos se besaron como si fuera la última vez.
Cuando estuvieron completamente desnudos, Raimundo empezó a acariciarle los pechos con sus labios sin dejar de acariciarla, adorándola. Francisca se retorcía de placer. Raimundo volvió a ascender hasta volver a entretenerse con el cuello de Francisca. Ella se aferraba a él acariciándole la espalda mientras intentaba devolverle como una sedienta sus besos. Y así, con sus cuerpos enloquecidos por la pasión, Raimundo empezó a poseerla. Francisca no podía evitar arañarle la espalda por culpa del placer. El fuego de la pasión comenzó a consumirles llevándoles a la locura.
- Mi hombre… mi esposo… Por fin... juntos… - le susurró Francisca.
- Siempre… - le susurró Raimundo
El clímax les alcanzó confirmándoles su unión. Se aferraron el uno al otro, presos del placer. El dolor les había separado pero el amor les había vuelto a unir y esta vez… para siempre.

FIN
#58
Nhgsa
Nhgsa
31/10/2011 20:06
Desde hace tiempo que no se encontraba bien. Atendía las mesas sin ganas, todo le resultaba costoso. Acababa de pasar un trance doloroso con Emilia enferma y ahora todo se estaba solucionando para ella y para Alfonso. Pepa encarrilaba su relación con Tristán y estaban felices. Y su hijo trabajaba feliz en la conservera. Debería estar alegre pero por alguna extraña razón él se encontraba más solo que nunca. Forzaba sonrisas educadas cuando atendía las mesas mientras que en la barra su rostro solo mostraba melancolía, tristeza y resignación. Realmente todo estaba mal en su interior desde la muerte de Virtudes aunque no se había dado cuenta hasta ese momento que todo a su alrededor estaba bien. Con la llegada de Eulalio y la traición de Severiano se ocupó más de Emilia que de él y por eso no tuvo tiempo en pensar en sus sentimientos, en pensar en cómo estaba. Creyó que lo había dejado todo enterrado pero no es así.
Lo cierto es que no dejaba de pensar en ella. Sí, ella, siempre ella. Cada vez que su rostro y su nombre llegaban a su mente se maldecía a sí mismo una y mil veces. Pero no podía dejar de sentir dolor por ella. Y sobre todo en lo que se había convertido. Ella no era así. No siempre fue así. No dejaba de dolerle el pensar en ese cambio. En el cambio que había sufrido su pequeña. Un cambio que había provocado ira y dolor a su alrededor. Un cambio que hacía que el pueblo le tuviera miedo. Y todo por… no estar juntos. La Francisca que conoció luchaba contra las injusticias con fuerza y garra mientras que la de ahora las provocaba. Cerró los ojos ante el dolor que le supuso tal pensamiento. Si hubiera alguna forma de que volviera a ser la de antes…
Así, absorto en sus pensamientos le notó Don Anselmo cuando llegó a la casa de comidas.
- Raimundo anda, sírveme algo para refrescarme que hoy ha sido un día de aúpa.- dijo don Anselmo fatigado. – Raimundo… Raimundo… ¿me has oído?
- ¿Eh? Perdóname pero últimamente estoy en otros lares. – dijo Raimundo mientras le servía una copa.
- Tranquilo Raimundo que lo de Emilia ya se ha visto que no es nada.
- Sí… sí… gracias a Dios.
- Vaya… un ateo mentando a Dios… definitivamente es la prueba de que existe. – bromeó don Anselmo que se quedó atónito cuando Raimundo sólo contestó con media sonrisa cuando siempre le habría empezado a debatir con vehemencia. – Raimundo… ¿te encuentras bien? – añadió don Anselmo preocupado.
- Sí claro. Mis hijos están bien así que ¿por qué iba a estar mal?
- No he preguntado por tus hijos Raimundo, he preguntado por ti. – dijo don Anselmo sin dejar su cara de preocupación. - ¿Tú cómo estás?
- Le repito que estoy bien don Anselmo.
- Raimundo, serás ateo y todo lo que quieras pero a un cura no se le engaña fácilmente. Somos amigos y sé que algo te pesa. Sabes que puedes contármelo.
- Lo sé don Anselmo, lo sé. – dijo Raimundo. – Pero tendrá que ser en otro momento porque si no Zacarías va a montar en cólera… ¡que ya voy Zacarías! ¡ya voy! – dijo llevándole unas tapas al susodicho.
Sebastián entró en ese momento en la casa de comidas y se dirigió a su padre.
- Ande padre, márchese que ahora me toca a mí.
- Tranquilo hijo que ya puedo yo. Además que la conservera te necesita.
- No, padre. Tristán y yo nos turnamos para que no marche descabezada. Ahora que su hermana está al frente de la finca Tristán puede ayudarme.
- Hay que ver ¿eh?, de tal palo tal astilla. Aunque tarde, ya ha sacado el carácter Montenegro… fuerte, orgulloso y…
- Y soberbia… - dijo Sebastián soltando el aire y con una mirada de… ¿deseo? Al ver a su padre arqueando una ceja se recompuso y explicó. – Bueno… eso es lo que me dice siempre Tristán. – añadió agachando la cabeza.
- Ya… - dijo Raimundo con una sonrisita socarrona mientras se quitaba el delantal.
- Anda padre márchese que usted ha estado velando a Emilia y tiene que estar agotado. – dijo Sebastián deseando que la situación se acabara cuanto antes.
- Me voy me voy. Que además necesito despejarme. – dijo Raimundo.
Y salió para dar un paseo por el río con su libro favorito “Veinte mil leguas de viaje submarino”, su libro favorito. Cuando se sentía abatido leer ese libro siempre le animaba. Esperaba que lo consiguiera esta vez.
Hacía un día estupendo. Daba gusto pasear por el río y sentir su brisa, oler los campos. Sin duda eso le despejaba la mente. Pero ella no desaparecía. Era su enfermedad, su maldición que siempre le acompañaba. Ella. Su Francisca.
Se sentó a la sombra de un árbol y abrió el libro. No pudo evitar el recordar la primera vez que lo leyó junto a Francisca. Su sonrisa al ver su vehemencia al leerlo. Su risa cuando Raimundo cuando quería interpretar al capitán. Cerró los ojos al recordarla.
- Mi pequeña… ¡Cómo una vez estuviste tan cerca… y ahora estás tan lejos! – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos. – Maldito destino y maldita sociedad que nos condenaron a vivir separados.
No podía leer. Esta vez el libro no consiguió animarle. Los recuerdos de su amor le llenaban la cabeza como si fuera una ola dispuesta a llevarle por delante. Cerró los ojos y lloró.
#59
Nhgsa
Nhgsa
31/10/2011 20:07
2º relato: SOLEDAD

Desde hace tiempo que no se encontraba bien. Atendía las mesas sin ganas, todo le resultaba costoso. Acababa de pasar un trance doloroso con Emilia enferma y ahora todo se estaba solucionando para ella y para Alfonso. Pepa encarrilaba su relación con Tristán y estaban felices. Y su hijo trabajaba feliz en la conservera. Debería estar alegre pero por alguna extraña razón él se encontraba más solo que nunca. Forzaba sonrisas educadas cuando atendía las mesas mientras que en la barra su rostro solo mostraba melancolía, tristeza y resignación. Realmente todo estaba mal en su interior desde la muerte de Virtudes aunque no se había dado cuenta hasta ese momento que todo a su alrededor estaba bien. Con la llegada de Eulalio y la traición de Severiano se ocupó más de Emilia que de él y por eso no tuvo tiempo en pensar en sus sentimientos, en pensar en cómo estaba. Creyó que lo había dejado todo enterrado pero no es así.
Lo cierto es que no dejaba de pensar en ella. Sí, ella, siempre ella. Cada vez que su rostro y su nombre llegaban a su mente se maldecía a sí mismo una y mil veces. Pero no podía dejar de sentir dolor por ella. Y sobre todo en lo que se había convertido. Ella no era así. No siempre fue así. No dejaba de dolerle el pensar en ese cambio. En el cambio que había sufrido su pequeña. Un cambio que había provocado ira y dolor a su alrededor. Un cambio que hacía que el pueblo le tuviera miedo. Y todo por… no estar juntos. La Francisca que conoció luchaba contra las injusticias con fuerza y garra mientras que la de ahora las provocaba. Cerró los ojos ante el dolor que le supuso tal pensamiento. Si hubiera alguna forma de que volviera a ser la de antes…
Así, absorto en sus pensamientos le notó Don Anselmo cuando llegó a la casa de comidas.
- Raimundo anda, sírveme algo para refrescarme que hoy ha sido un día de aúpa.- dijo don Anselmo fatigado. – Raimundo… Raimundo… ¿me has oído?
- ¿Eh? Perdóname pero últimamente estoy en otros lares. – dijo Raimundo mientras le servía una copa.
- Tranquilo Raimundo que lo de Emilia ya se ha visto que no es nada.
- Sí… sí… gracias a Dios.
- Vaya… un ateo mentando a Dios… definitivamente es la prueba de que existe. – bromeó don Anselmo que se quedó atónito cuando Raimundo sólo contestó con media sonrisa cuando siempre le habría empezado a debatir con vehemencia. – Raimundo… ¿te encuentras bien? – añadió don Anselmo preocupado.
- Sí claro. Mis hijos están bien así que ¿por qué iba a estar mal?
- No he preguntado por tus hijos Raimundo, he preguntado por ti. – dijo don Anselmo sin dejar su cara de preocupación. - ¿Tú cómo estás?
- Le repito que estoy bien don Anselmo.
- Raimundo, serás ateo y todo lo que quieras pero a un cura no se le engaña fácilmente. Somos amigos y sé que algo te pesa. Sabes que puedes contármelo.
- Lo sé don Anselmo, lo sé. – dijo Raimundo. – Pero tendrá que ser en otro momento porque si no Zacarías va a montar en cólera… ¡que ya voy Zacarías! ¡ya voy! – dijo llevándole unas tapas al susodicho.
Sebastián entró en ese momento en la casa de comidas y se dirigió a su padre.
- Ande padre, márchese que ahora me toca a mí.
- Tranquilo hijo que ya puedo yo. Además que la conservera te necesita.
- No, padre. Tristán y yo nos turnamos para que no marche descabezada. Ahora que su hermana está al frente de la finca Tristán puede ayudarme.
- Hay que ver ¿eh?, de tal palo tal astilla. Aunque tarde, ya ha sacado el carácter Montenegro… fuerte, orgulloso y…
- Y soberbia… - dijo Sebastián soltando el aire y con una mirada de… ¿deseo? Al ver a su padre arqueando una ceja se recompuso y explicó. – Bueno… eso es lo que me dice siempre Tristán. – añadió agachando la cabeza.
- Ya… - dijo Raimundo con una sonrisita socarrona mientras se quitaba el delantal.
- Anda padre márchese que usted ha estado velando a Emilia y tiene que estar agotado. – dijo Sebastián deseando que la situación se acabara cuanto antes.
- Me voy me voy. Que además necesito despejarme. – dijo Raimundo.
Y salió para dar un paseo por el río con su libro favorito “Veinte mil leguas de viaje submarino”, su libro favorito. Cuando se sentía abatido leer ese libro siempre le animaba. Esperaba que lo consiguiera esta vez.
Hacía un día estupendo. Daba gusto pasear por el río y sentir su brisa, oler los campos. Sin duda eso le despejaba la mente. Pero ella no desaparecía. Era su enfermedad, su maldición que siempre le acompañaba. Ella. Su Francisca.
Se sentó a la sombra de un árbol y abrió el libro. No pudo evitar el recordar la primera vez que lo leyó junto a Francisca. Su sonrisa al ver su vehemencia al leerlo. Su risa cuando Raimundo cuando quería interpretar al capitán. Cerró los ojos al recordarla.
- Mi pequeña… ¡Cómo una vez estuviste tan cerca… y ahora estás tan lejos! – dijo Raimundo con lágrimas en los ojos. – Maldito destino y maldita sociedad que nos condenaron a vivir separados.
No podía leer. Esta vez el libro no consiguió animarle. Los recuerdos de su amor le llenaban la cabeza como si fuera una ola dispuesta a llevarle por delante. Cerró los ojos y lloró.
#60
Nhgsa
Nhgsa
15/11/2011 12:08
Francisca no dejaba de darle vueltas a las cuentas una y otra vez. Todo se había solucionado, bueno, para ella todo no. Tristán volvía a verse con la partera, y para colmo de males su hija se veía con Sebastián. Ella lo intentaba disimular diciendo que se reúnen para tratar asuntos de la finca pero su instinto le decía otra cosa. Además había algo que siempre tenía presente. Él. En el fondo, aunque Tristán no estuviera con la partera, nada estaba bien. Se odiaba a ella misma profundamente. Y todo por él. Raimundo. Su falta era como un peso que amenazaba con asfixiarla. Tanto tiempo y no había podido deshacerse de esos sentimientos que la torturaban cada día. Ni su orgullo había podido con ellos. No había un solo día en que no pensara en qué estaría haciendo y si estaría pensando en ella. “Sí, quizás sí, pero como enemiga.” – pensó para sus adentros para intentar acallar su espíritu pero éste no parecía querer hacerle caso.
Se dispuso a dar uno de sus paseos. Le hacían sentir joven, como aquella niña que una vez fue. En ese momento entró Soledad:
- Madre ¿va a salir?
- Sí hija. Voy a dar esos paseos que me recomendó la doctora Casas.
- ¿Quiere que le acompañe?
- No hija, no es necesario. Ya me han dicho que hoy viene Sebastián. Ya me contarás como van las cosas en la conservera. – dijo Francisca dirigiéndose a ella con una sonrisa.
Cuando marchó se reprendió a sí misma. No quería que nadie la acompañara porque esos paseos le permitían pensar en eso que le oprimía el pecho desde hacía 30 años. Él, siempre él. Raimundo Ulloa.
Caminó tranquilamente sintiendo el olor del campo. Su mente voló hacia su juventud cuando correteaba con Raimundo o cuando se sentaban y Raimundo le leía su libro favorito “Veinte mil leguas de viaje submarino”. Recordaba cuando él quería imitar al capitán Nemo. ¡Cuántos bellos momentos y qué lejanos parecen!... De pronto se dio cuenta de algo, un sonido extraño… ¿un sollozo? Alzó la vista y se le encogió el corazón. No… no podía ser.
Era Raimundo llorando amargamente. Eso le rompió el corazón. No podía soportar verle llorar. Pero a la vez eran enemigos así que luchó fervientemente contra sí misma para poder acercarse a él sin echarse a sus brazos y consolarle con sus labios. Se acercó lentamente.
- Vaya, no esperaba verte por aquí. – dijo Francisca.
Raimundo recibió esas palabras como un jarro de agua fría que le atravesó el corazón. Cerró fuertemente los ojos. No, ahora no. No estaba preparado para enfrentarse a ella. No tenía fuerzas para recomponerse. Las había dejado aparcadas para desahogarse. Su alma lo necesitaba. Sintió como si una fría daga se acercara peligrosamente a su corazón.
- Yo… no quería molestar… ya me voy. – dijo con un hilo de voz sin mirarla a la cara.
No quería que le viera así. Recogió el libro y se dispuso a irse. Francisca se sintió morir. Nunca le había visto así. Derrotado. Sin fuerzas ni para contraatacar. Se acercó más a él y le cogió el brazo. Raimundo pensó que no aguantaría su contacto.
- Raimundo… ¿qué pasa? – dijo Francisca con tono dulce.
Raimundo se estremeció con el tono de Francisca. Tan dulce como fue una vez. Las lágrimas volvían a inundar su rostro. Respiró hondo y la miró.
- Que me rindo Francisca. Has ganado. – dijo Raimundo con un hilo de voz. Dio media vuelta y se fue.
Francisca sintió como el corazón se le partía en mil pedazos. La mirada de Raimundo y esas palabras llegaron más hondo que cualquier pelea anterior. Se quedó petrificada en el sitio. “Algo grave ha tenido que suceder” – pensó. Pero ¿qué podía ser tan grave como para que Raimundo reaccionara así? Marchó a la Casona con la angustia en el cuerpo.
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