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De hecho, nada más comenzar la nueva temporada nos encontramos con una escena que, al aparecer mucho más temprano de lo esperable, podría restar impacto a giros futuros, pero que, debido al despliegue narrativo comandado por Mazin, plantea una perspectiva diferente con la que se genera un interrogante de cara al público ajeno a lo que está por venir y, además, se pilla de improviso a los fieles de los videojuegos, que también verán desafiadas sus expectativas. De este modo, queda claro que el camino es más importante que el destino, y si 'The Last of Us' destaca por algo es precisamente por su capacidad de sumergirnos en un viaje que deja cicatrices con sus afiladas garras.

Joel (Pedro Pascal) y Gail (Catherine O'Hara) conversan en la segunda temporada de 'The Last of Us'
La secuencia en cuestión nos presenta a Abby, un personaje que no se detendrá hasta alcanzar su violento objetivo. La joven, cuya apariencia difiere con respecto a la de su versión original, mucho más corpulenta y ruda, cobra vida de la mano de Kaitlyn Dever, que se sobrepone a esa divergencia con una interpretación visceral que golpea con fuerza en sus escasas, pero influyentes, intervenciones.
De la misma manera, el aspecto de Ellie poco tiene que ver con el del juego, en el que el salto temporal de cinco años se evidenciaba mucho más a nivel físico, pero, una vez más, esta variación resulta anecdótica y superficial, ya que Bella Ramsey vuelve a hacer suyo el personaje con el paso de los episodios. En ese sentido, es fundamental la importancia que se le da al desarrollo de la comunidad de Jackson, ya que, al conocer en profundidad el contexto en el que habitan tanto ella como Joel, se comprende mucho mejor la evolución experimentada por Ellie durante la elipsis.

Kaitlyn Dever es Abby en la segunda temporada de 'The Last of Us'
Un mundo mucho más amplio
Al final de la primera temporada, Joel y Ellie regresaban a Jackson para echar raíces ahí tras lo sucedido en el hospital de Salt Lake City. Un lustro después, la población liderada por Maria y Tommy, el hermano de Joel, ha crecido considerablemente y funciona como una microsociedad en medio del apocalipsis. Tanto es así que sus habitantes han conquistado cierta comodidad y la lucha contra los infectados se ha convertido en un conflicto rutinario. La muerte sigue sobrevolando, pero se ha conseguido confeccionar un sistema mucho menos inclemente que el existente fuera de sus muros.
Esa idea ya estaba presente en el videojuego, pero la serie la explora con mayor empeño al hacerse una pregunta que encaja perfectamente con esta historia: ¿cómo funciona una sociedad en la situación más excepcional posible (el fin del mundo) que deja de serlo con el paso del tiempo? Pues con convenciones y reglas que garantizan la seguridad, pero que pueden llegar a limitar a versos libres como Ellie.
Gracias a esta expansión llegamos a conocer mejor a personajes que en el juego eran efímeros, o que ni siquiera llegaban a aparecer en pantalla más allá de alguna nota. Además, aparecen otros que directamente ni siquiera existían, como Gail, la psicóloga interpretada por Catherine O'Hara, que nos abre -en la medida de lo posible- la torturada psique de Joel al desempeñarse como su terapeuta.
Por tanto, el arranque se despliega sobre un lienzo más completo, que tiene como elementos disruptores a una Abby sedienta de sangre y a un virus que sigue estando muy presente. Entre ambos factores se siembra una gran tensión en el primer capítulo, para después provocar un brutal estallido en el segundo episodio, el cual oscila entre lo épico y lo íntimo, entre una secuencia de acción digna de los momentos más lúcidos de 'Juego de Tronos' y una trama descorazonadora que es el auténtico detonante de la temporada.
Sin embargo, la expansión de Jackson, que desata ese impresionante vendaval, tiene un contrapunto negativo: el alargamiento innecesario de ciertas decisiones. El resultado de ese ejercicio es un episodio mucho menos relevante, que es una mera transición de cara a una sección de la temporada que no tarda en reponerse para brindarnos un festín de violencia, romance y misterio.

Dina (Isabela Merced) y Ellie (Bella Ramsey) en la segunda temporada de 'The Last of Us'
El bucle infinito de la venganza
En ese tramo posterior se introduce una guerra que confluye con la de los protagonistas. A través de desconcertantes arranques, reminiscentes de los imaginativos cold opens de 'Breaking Bad' y 'Better Call Saul', Mazin y compañía aportan secuencias originales que renuevan el puzle sin alterar la imagen final, vertebrada alrededor de las consecuencias del círculo vicioso de la violencia. Asimismo, ciertas piezas cambian de lugar o se modifican para que la historia funcione en el formato televisivo, ya que esa es la prioridad: ser una adaptación coherente y no un calco fallido.
'The Last of Us' no es un videojuego, es una serie, y como tal adopta un enfoque diferente de la acción y la exposición narrativa. En la primera temporada ya fue así, pero en esta segunda tanda, basada en una obra más compleja y desafiante, era importante incorporar todo aquello y crecer a unas dimensiones aún mayores... y vaya si se ha conseguido.
El viaje de la segunda entrega de 'The Last of Us' es fascinante y en ningún momento sucumbe a la superficialidad o pierde de vista su principal prioridad, el desarrollo de los personajes, que nos permite aproximarnos más a Joel y Ellie tras mediar entre ellos una dolorosa mentira, pero también a recién llegados como Dina (Isabela Merced) o Jesse (Young Mazino). Al mismo tiempo, deja ciertos huecos e incógnitas que tendrá que rellenar y responder una tercera temporada que promete ser iconoclasta e incluso más atrevida.