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Manio Sempronio Galba, hijo de El Magnífico, es condenado a muerte por delito de alta traición. Incapaz de beberse la cicuta, le conmutan la pena por servir indefinidamente en la legión, en el lejano frente de Tracia. Y hacia allí parte, junto a su esclavo Agorastocles, con la promesa de limpiar el apellido Sempronio y de recuperar el honor perdido. Su primera misión es dar muerte a un prisionero tracio y Manio cumple a la perfección. Días después, los tracios reclaman el cadáver del reo. Al parecer, era un príncipe. Pero Manio no recuerda dónde lo dejó y, por más que buscan, no aparece. Presionado por los tracios, el Estado Mayor apremia a Manio y le amenaza con la crucifixión si no entrega el cuerpo. Manio maquina un plan, pero necesita ganar tiempo e improvisa unas palabras ante el Estado Mayor. La necesidad de salvar el pellejo le hace dar un discurso que emociona a la legión entera y cuyas consecuencias se dejarán sentir en Tracia durante largo tiempo.

En su huida hacia adelante, Manio necesita mantener vivo al personaje que anoche condujo a la legión a la guerra y rápidamente convierte a este alter ego en el líder indiscutible de una tropa hastiada y con ganas de acción. Mientras tanto, Valeria, hija del general Cneo Valerio, se dirige a Roma tras haber pasado unos días con su padre en Tracia. Antes de cruzar el Adriático, un jinete trae la noticia de que ha estallado la guerra en Tracia. Valeria se debate entre volver a Roma, donde iba a casar a su hija Ática con un importante allegado a Octavio, o volver a Tracia y hacer entrar en razón a su padre. La guerra civil se cierne sobre Roma y no es momento de abrir otro frente. Con lo que no cuenta Valeria es con que Manio sigue soliviantando a la legión y la entrada en combate con los tracios parece ya inevitable. Por suerte, un primo de Manio que viene dispuesto a ajustar cuentas con él, acaba con el desestabilizador.

Manio ha dado con un lugar no lejos del campamento en el que hacer de vientre y meditar cada mañana. El paisaje que desde allí se contempla, el canto de los pájaros y hasta una pareja de campesinos que a diario se despiden felices en la puerta de su cabaña, completan una escena que le ha devuelto a Manio la paz que tanto ansiaba. El general Cneo Valerio, a instancias de su hija Valeria, que ha cancelado su retorno a Roma y se ha presentado de nuevo en el campamento, ha iniciado en secreto unas conversaciones de paz con los tracios. El lugar elegido, una cabaña de campesinos apartada de todas las miradas. ¿De todas? No. El lío de las conversaciones provoca roces en la pareja de campesinos. Manio, defendiendo lo suyo y ajeno al fondo del problema, interviene como consejero matrimonial. En este punto, las conversaciones de paz están condenadas al fracaso.

Durante unas maniobras, se pierde en el bosque una patrulla comandada por el centurión Antonino. Manio y Agorastocles van entre ellos. En el campamento, los tribunos critican la falta de entrenamiento de la tropa y el escaso mando que ejerce el general Cneo Valerio. El tribuno Gabinio, en secreto, habla incluso de hacerse con el poder. La patrulla, perdida y desorientada, se ve obligada a pasar varias noches al raso, demostrando nulos recursos para la supervivencia. Para sorpresa de todos, sobre todo de Manio, es Agorastocles quien habrá de mantenerlos con vida. Y esto provoca los celos de Manio. En un momento, encuentran un grupo de tracios que se dirige hacia el campamento. Manio y Agorastocles inician una carrera por ver quién llega primero a avisar al Estado Mayor de que el ataque es inminente. Pero los tracios no son lo que parecen y quien termina dando la alarma se convierte en el hazmerreír de la legión. Ante la escala de este nuevo ridículo, el tribuno Gabinio muestra públicamente su desprecio por Cneo Valerio. Valeria tomará buena nota.

El general está desconocido y últimamente encadena una victoria tras otra. Agorastocles quiere conocer a los tracios, su gente. Aprovechando un intercambio de prisioneros, se despide de Manio para irse a vivir con ellos. Antes de partir, apunta a su amo a una conspiración. Manio acude pero los conspiradores no están interesados. Manio deambula solo por el campamento. Y se topa al tribuno Gabinio, que ha sido apartado del mando y es repudiado en el Estado Mayor. Acaban ahogando juntos sus penas. Al día siguiente, Manio descubre que la conspiración es para matar al tribuno Gabinio. En ese momento, Gabinio se presenta en la tienda de Manio para pasar otro maravilloso día juntos. Manio se debate entre poner en guardia a su nuevo amigo o abandonarlo a su suerte. Finalmente, opta por salvarlo, aunque le cueste la vida. Claro, tanta entrega por parte de Manio, para un Gabinio que no sabe que hay un plan para matarlo, le hace pensar en otro tipo de intereses. Por otro lado, Agorastocles descubre que no es tracio. Y sabemos también el secreto por el que la legión ahora funciona tan bien.

Cornelio Pisón, general afín a Octavio, viaja hasta el campamento para hablar con Cneo Valerio. Valeria, que también aspira a unir la legión de su padre a la causa de Octavio, quiere evitar el encuentro entre ambos para que Cornelio no vea que su padre está gagá, por lo que le dice a éste que Cornelio Pisón tiene lepra y que se aleje de él. Durante una excursión, a Cornelio Pisón se le rompe una sandalia. Uno de sus escoltas pide entre la tropa a un voluntario que le preste otras. Agorastocles ve la ocasión de medrar y le ofrece a Cornelio las sandalias de Manio. El general, agradecido, encuentra que tiene además un importante nexo de unión con Manio: los dos tienen el pie ancho. A la vuelta, Cornelio Pisón ve por casualidad a Cneo Valerio. Para su asombro, éste le rehúye con asco, lo cual sume a Cornelio Pisón, conocido por ser el general más simpático de Roma, en una profunda crisis. Cornelio busca consuelo en su recién estrenada amistad con Manio, pero éste tiene los pies destrozados y sólo espera que Cornelio le devuelva las sandalias. Agorastocles ve que la gran oportunidad para salir de aquel agujero y triunfar en Accio está a punto de irse al traste.

Agorastocles regresa al campamento. Ahora es alguien importante, dice, ya que Octavio le ha nombrado enlace entre su legión y la de Cneo Valerio. Le acompaña el joven Cayo, un enviado de Octavio a quien se supone que Manio debe educar y enseñar.

Manio recibe carta de su madre. Enferma de gripe, le pide a su hijo un gesto, una hazaña que ponga fin de una vez a la humillación que sufre en Roma la familia Sempronio. Antonino, Rufus y Póstumo tienen la solución: un magnicidio. Saben dónde se baña a diario el rey de los tracios, y le ofrecen a Manio ser el héroe de una gesta que Roma vería con buenos ojos.

Pero la carta traía algo más que los ruegos de la madre.

Durante una escaramuza con los tracios, Manio es inmovilizado por un gigante que tiene un solo brazo. ¡Pero qué brazo! Resuelto el lance, que resulta más aparatoso de lo esperado, Manio descubre que el gigante luce un anillo con el sello de los Sempronio. Y es que el padre de Manio, El Magnífico, se ganó el apodo durante la campaña contra los Tracios. Y es sabido que allí perdió un valioso tesoro que portaba con él. Si Manio sigue la pista del anillo y recupera el tesoro, conseguirá el perdón de su familia.

La noticia de que "El Magnífico", antes de ganarse su apodo, también pasó por momentos bajos ha dado a Manio nuevas esperanzas. Sólo tiene que esperar a que le llegue la oportunidad, piensa.

Se presenta en el campamento Décimo Dulio, enviado de Marco Antonio. Durante años, Cneo Valerio le hizo llegar a Marco Antonio unas cartas llenas de valiosos consejos. Un buen día dejaron de llegar las cartas y desde entonces Marco Antonio se siente perdido. Ahora, en el momento decisivo, le necesita a su lado.

Agorastocles, que ahora es un hombre libre, decide probar suerte y unirse por su cuenta al bando de Marco Antonio, dejando a Antonino al cuidado de Manio. Éste viene contando que se ha cruzado a un tracio que se le parecía. Nadie da importancia a la anécdota excepto Saulo, el augur, que tiene una teoría al respecto.

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